Portada del sitio > Imperio y Resistencia > Capitalismo senil > Las inversiones extranjeras y la anomia social en Argentina
Por Lilia D. Strout*
Puerto Rico, 13 de octubre de 2005
Sin duda es lamentable la falta de confianza de inversores extranjeros que se resisten a invertir en el país. Mito o realidad? Nos guste o no debemos aceptar que el país ha exportado esa imagen de incertidumbre, de falta de confianza, de corrupción. ¿Es legítima? Yo diría - con dolor, pero fríamente- que sí, aunque nos cueste admitirlo como argentinos que amamos - inevitable y fatalmente - a nuestro país. El país no es -como empresa colectiva- lo que algunos (lamentablemente, varios) de sus empresarios tienen fama de ser: monopolistas, esclavistas, abusivos, usureros, explotadores, aprovechadores, oportunistas.
No voy a hablar de una inversión que por ignorancia aconsejé hacer a un familiar (que recibió un dinero por un seguro de cáncer) en una empresa argentina que cotizaba en Wall Street y que se declaró en bancarrota. Pero esa desgraciada circunstancia y experiencia familiar me llevó a hacer una exploración sobre el por qué de las dudas que crean las inversiones en el país para inversores del exterior.
Por más que miembros del gobierno presente se esfuercen por tratar de cambiar la mentalidad de muchos de los que se dedican a la política y la imagen del país ante el mundo, hay demasiadas sombras que nos persiguen. Y no es la sombra remota y funesta del Facundo de Sarmiento. Tampoco es la extensión el mal que azota al país. Sus tierras son bien codiciadas. Y se cotizan bien. (Ad) Miremos la Patagonia. Mendoza tiembla sin temblores ante las ventas de su Sur a los malayos y el desamparo de sus puesteros. Las tierras, de norte a sur, encontrarán facilmente compradores ávidos por sus aguas, viñedos, oro, petróleo, minerales y bosques.
El problema será conseguir inversiones para las empresas. ¿Se verá en ellas la mentalidad de ejecutivos que se asimilarán a la de los políticos? Es imposible erradicar de un plumazo la degradación institucional
que dejaron los años del proceso, la corrupción del menemismo y la apatía (por darle algún nombre) e ineficiencia del gobierno de la Rúa.
Se repite a menudo el término impunidad. Nadie es culpable de nada. Somos un país de inocentes gobernados por inocentes. Yo no fui. Fue el gran bonete. Costará mucho borrar la palabra impunidad de la historia reciente.Tendremos impunidad para rato.
En estas desdibujadas líneas daremos preferencia y nos concentraremos en otro término: anomia. Estimamos que la anomia con todos sus matices se apoderó hace tiempo del país, y todavía se extiende y perdura. Si no fuera un sacrilegio podríamos considerarla ecuménica, porque no es un "privilegio" argentino. Y a veces parece agravarse, y aunque no sólo en el país, nos limitamos sólo a él. En nuestro país todo vale- cualquiera sea el significado de esta expresión- después de la desintegración social que hacía sospechoso al vecino , cuya desaparición se justificaba con "algo habrá hecho."
Los puros-imagen moderna de los cátaros, sepulcros blanqueados del pasado- permitían, con su silencio y el acatamiento tácito y cobarde del "no te metás" y el "sálvese quien pueda", que se persiguiera, torturara, asesinara o se obligara al exilio a todo aquél que no estuviera de acuerdo con un "gobierno" o poder "salvador" que demostró su incompetencia, su latrocinio y su crueldad.
Argentina pareció detener el tiempo, cambiar el reloj del progreso que prometía y merecía. Alteradas las normas de la convivencia, desintegradas las familias por el exilio de algunos de sus miembros, desaparecidas y asesinadas algunas mujeres embarazadas para apoderarse de sus hijos y quizá venderlos al mejor postor o regalarlos como un animalito, una mascota más, creció la anomia en el país.
Se infectó de ese virus difícil de detectar y de erradicar, una plaga social de nuestro tiempo. Contraparte de la solidaridad social, la anomia produce la sensación de orfandad, de frustración, de vacío, de marginación, de alienación. Y continuamente hay brotes de esa enfermedad social que se manifiesta como desviación , violencia, desobediencia, desorden, desorganización, quiebra de los contratos sociales básicos. Ante la degradación de las instituciones, el poder más vulnerable es el judicial.
Con la quiebra de la justicia proliferan el fraude, el lavado de dinero, las conductas delictivas, el crimen espontáneo ante el menor roce (aunque sea de dos automóviles en un peaje), las violaciones, la violencia contra la mujer y el incesto. Los niños se contagian de esta anomia y se convierte en un delito cotidiano la violencia escolar y el acoso estudiantil.
La ausencia de actitudes positivas en todo nivel de la vida, ya ético, social, religioso,económico ofrece un menú poco atractivo para el inversor que puede pronosticar -sin ser adivino- el riesgo de su inversión con las noticias diarias de un país detenido en una transición que se alarga más allá de los límites normales.
Pero los empresarios locales no huelen el café ( expresión inglesa que se explica por sí sola) y siguen usando las mismas tácticas de la época en la que
se enriquecieron más allá de la decencia. Y dejo librada al azar la localización de esa época.
* Lilia D. Strout, Ph.D. Universidad de Puerto Rico