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13 avril 2009

Facetas del desastre neoliberal en la económica mundial

 

Por Luis Paulino Vargas Solís
Argenpress . Buenos Aires, Marzo de 2009.

El proteccionismo

En el intento por atenuar los perniciosos efectos derivados de la actual crisis económica mundial, los distintos países tienden a adoptar políticas que, en la jerga de la economía convencional, son interpretadas como "proteccionistas".

Ese término engloba no solo medidas que limitan el comercio internacional, sino también aquellas que buscan incentivar de forma diferenciada la producción nacional o prevenir que los empleos se vayan -arrastrados por el capital y las inversiones itinerantes- hacia otros países. Las manifestaciones del asunto proliferan : desde la cláusula "buy America" (comprar lo que se produce en Estados Unidos) incorporada por el Congreso estadounidense en el paquete de estímulo fiscal aprobado hace unas semanas, hasta las disposiciones adoptadas en Francia para que sus bancos den preferencia a las empresas francesas.

El asunto causa grave escándalo en los medios de la sabiduría económica oficial, la cual aduce que ese tipo de disposiciones eventualmente frenarían el comercio a nivel mundial y con ello provocarían un ahondamiento de la crisis. En respaldo de esta tesis se trae a cuento lo ocurrido durante la depresión de los años treinta del siglo XX. En sus versiones más sofisticadas se recurre a las elaboraciones intelectuales de la teoría del comercio internacional. El tema ha provocado declaraciones de figuras mundiales -incluidos Obama y el Primer Ministro británico- quienes se han sentido en la necesidad de afirmar su adhesión al libre comercio.

En todo esto abundan contradicciones, doble moral, falacias teóricas, ideología e intereses.

Las contradicciones

Si todos los países se cerraran al comercio, éste evidentemente se desplomaría. Claro que eso no conviene, pero ello no afirma que el comercio sea universalmente beneficioso, como lo pretende la economía convencional. Sin embargo, y antes de que ninguna política proteccionista haya hecho sentir su efecto, en estos momentos estamos presenciando un desplome brutal del comercio mundial. Alemania, Japón y China -tres superpotencias exportadoras- son ejemplos dramáticos de tal cosa. En enero de 2009, y comparado con el mismo mes del año anterior, las exportaciones japonesas experimentaron un retroceso de -45,7% y las alemanas de -20,7%. En febrero las exportaciones chinas fueron un -25,7% menores respecto de un año antes. No muy diferente es el caso de la pequeña Costa Rica, donde las exportaciones representan un 55% del PIB.

Entonces, cuando se advierte en contra de políticas proteccionistas que pudieran frenar el comercio ¿de qué realmente se está hablando si de todas formas -por efecto de la profunda recesión mundial- el comercio se está cayendo de forma estrepitosa ?

En esas condiciones, se vuelve imperativo tomar medidas que atenúen el daño que ocasiona la caída del comercio. Un ejemplo de ello lo aporta China con acciones masivas de estímulo fiscal (500 mil millones de dólares en un primer paquete que, con seguridad, será seguido por otros). En general, cuando el problema asume estas características se hace imperativo recurrir a otras políticas, alternativas a las de libre comercio en su acepción ortodoxa. O al menos así debería ser si hay verdadero interés por evitar un deterioro catastrófico de la economía y una explosión descontrolada del desempleo.

Es entonces cuando quedan al desnudo las impudicias ideológicas de la retórica librecambista y todo lo banal de sus abstracciones teóricas. Defender la dogmática del libre comercio, cuando las cosas toman este cariz, es una apuesta clarísima a favor de los intereses del capital transnacional, para el cual existe patria tan solo cuando necesita del Estado para que le enmiende sus tortas.

En cambio, rechazan con fiereza cualquier reorientación de las políticas que ponga en el centro el empleo y las empresas que sí son nacionales. Doble discurso y, sobre todo, doble moral. Justo eso es lo que se expresa hoy día, a nivel mundial, en la prédica decadente que intenta salvar del desastre un librecambismo que, escondidito tras los excesos de los especuladores financieros, comparte con éstos mucha de la responsabilidad por la actual crisis global.

Falacias teóricas

La defensa del libre comercio se sustenta en diversas elaboraciones teóricas, cuyo núcleo fundamental -no obstante el nutrido enramado de adornos que le han agregado- sigue siendo la teoría de las ventajas comparativas, originada en David Ricardo. La idea básica es simple y tiene todo el poder que el pensamiento popular atribuye al sentido común : si un país comercia, lo hará exportando aquello en lo que es más eficiente e importando lo que produce menos eficientemente. Ello lleva a la especialización y, por esa vía, a una mayor productividad y riqueza. La teoría se construye imaginando un mundo de tan solo dos países. Todas las sofisticaciones posteriores -que incluyen un pesado instrumental matemático- poco hacen por mejorar ese caricaturesco punto de partida.

Se opera así en un altísimo nivel de abstracción, donde el mundo real desaparece. Pero, no obstante lo anterior, se pretende que sus conclusiones sean válidas -e incluso obligatorias- en ese mundo de la realidad. Ello es peligrosísimo.

En la vida real, el comercio es -como todo en la economía- un espacio de poder y de intereses. En ese juego conflictivo se deciden pérdidas y ganancias y formas variables de distribuir unas y otras. Así lo hemos visto en los procesos de transnacionalización de los últimos decenios, donde los campos respectivos de ganadores y perdedores han estado muy bien demarcados. Si eso es así en general, lo es mucho más en un contexto de crisis como el actual. Cuando las cosas van bien, los poderosos buscan acaparar lo más que puedan de las ganancias. Cuando van mal, procuran seguir ganando y que otros -grupos o sectores o países débiles- carguen con todas las pérdidas.

Un compromiso mínimo con la democracia y la justicia hace necesarias políticas alternativas, que traten de controlar y atenuar el daño que acarrea la actual deriva destructiva mundial. Pero, de nuevo, esto supone hacer cosas distintas a aquellas que, por casi treinta años, han sido impuestas a nivel global por el capital transnacional hegemónico. Como era esperable, éste se opone rabiosamente a esa posibilidad, no obstante que lo que se pone en evidencia es la bancarrota de su modelo.

Alternativas frente al "discurso único"

Detrás de la defensa dogmática del libre comercio no solamente hay un interés por impedir que se pongan en marcha políticas que recojan los intereses y necesidades de otros grupos y sectores distintos al capital transnacional, sino que con ello se intenta darle nueva vigencia al discurso único mediante el cual el neoliberalismo mundial intentó justificar, en los últimos tres decenios, la prevalencia de los intereses de ese capital transnacional y de los países ricos.

Cuando nos dicen : no intenten esa política porque ello implica proteccionismo y agudizará la crisis, en realidad nos repiten -casi con las mismas palabras- lo que vienen diciendo desde hace treinta años : que si las cosas no se hacen como ellos dicen y a la medida de sus intereses, entonces el mundo se derrumbará. En realidad, lo que estamos viendo es que el mundo se está derrumbando justo porque las cosas se hicieron a como ellos quisieron que se hicieran.

En realidad, la crisis hace urgente un cambio. Al menos es así si se busca impedir que sus costos se recarguen sobre quienes son más débiles y si, además, se pretende que en la economía haya un poco de racionalidad, suficiente, al menos, para impedir nuevos desastres como el actual (que en el futuro podrían ser peores). O sea, la crisis convoca con urgencia a hacer las cosas de otra forma.

Vale entonces reivindicar nuevas formas de comerciar entre países, de integrarse y cooperar. Aquí cobra inusitada vigencia la idea de la desconexión propuesta hace 20 años por Samir Amín. Solo que, con seguridad, convendría llamarla de otra forma, a fin de evitar equívocos (sobre todo el error de interpretarlo como una opción de aislamiento y autarquía), y, por supuesto, es necesario darle contenidos prácticos específicos y adaptados a las condiciones de los distintos países y regiones. En todo caso, es válida, e incluso urgente, en el caso de los países del sur.

Se trata de construir agrupamientos regionales que reconstruyan las condiciones del comercio, las finanzas y la cooperación económica, social, cultural y política. En lo inmediato -es decir, para este momento y los años inmediatos venideros- de lo que se trata es de cortar los circuitos que trasmiten los efectos destructivos de la crisis. En un plazo más amplio, se trata de redefinir las bases del desarrollo desde criterios de democracia, justicia, igualdad y respeto a la naturaleza, para lo cual es indispensable redefinir también las formas de relación con el capitalismo mundial.
¿Una crisis cíclica ?

Con alguna frecuencia se dice que la actual crisis económica es un problema estructural o sistémico del capitalismo, no obstante lo cual, y sin mayor reflexión, se afirma de seguido que constituye otra manifestación del comportamiento cíclico del sistema ¿Son esas dos afirmaciones compatibles ? En particular ¿lo son en el contexto de la fase actual, de generalizada decadencia del capitalismo ? Me parece que no.

Los ciclos económicos son, sin duda, parte de la historia del capitalismo. En general, se han reconocido tres categorías o tipos de ciclo : el de corta duración, llamado Kitchin, de unos 40 meses ; el Juglar, de mediana extensión : unos 8-10 años. Finalmente los ciclos largos Kondratieff, de alrededor de medio siglo de duración. Posiblemente Mandel es quien mejor estudió y caracterizó estos ciclos largos, aunque no fue el primero en advertir su existencia.

Los ciclos cortos (Kitchin) y medios (Juglar) fueron notablemente frecuentes durante el siglo XIX y primeras décadas del XX. Así, entre el decenio de los cincuenta del siglo XIX y finales de los años treinta del XX, es posible identificar, en el caso de la economía estadounidense, más de 20 ciclos. La mayoría son cortos, pero también se incluyen ahí las agudas fases depresivas del decenio de los setenta del siglo XIX y de los treinta del siglo pasado. Tras la Segunda Guerra Mundial, y con el advenimiento del capitalismo fordista (a veces llamado keynesiano) los ciclos se atenuaron y la frecuencia y severidad de las recesiones disminuyó.

Tras la crisis de los años setenta viene, a nivel mundial, el ascenso del neoliberalismo. Si partiéramos de una hipótesis según la cual las recesiones de 1974, 1980 y 1982 básicamente marcaron la transición hacia la etapa neoliberal, habría que reconocer que esta última, si bien anémica en términos de crecimiento económico, en todo caso registró pocas recesiones (1990, 2001 y 2007). Es decir, ha sido un cuarto de siglo de crecimiento pobre pero estable. Sin embargo, la recesión actual en Estados Unidos es ya la segunda más larga desde la Segunda Guerra Mundial, tan solo superada por la de 1982. Pero seguramente la sobrepasará en extensión y profundidad.

También se ha demostrado que durante este período se incrementó el endeudamiento hasta niveles sin precedentes. Ello estuvo directamente vinculado a la hipertrofia de los sistemas financieros, que se volvieron mucho más desregulados, "creativos" y opacos. Al mismo tiempo, se agudizaron y multiplicaron los episodios de crisis financiera, los cuales se dieron en países de la periferia del sistema (excepto el caso de Japón a inicios de los noventa) y dieron lugar a recesiones localizadas, a veces muy severas. Ahora, sin embargo, el problema ha explotado en el centro del sistema y la recesión es planetaria.

De tal forma, hay evidencia muy fuerte que sugiere que el sistema mantuvo el crecimiento -modesto pero estable- fundamentalmente gracias a los mecanismos gemelos de la deuda y la especulación financiera. En todo esto jugaban algunas tendencias más profundas. A saber :

 El subconsumo, agravado a nivel mundial por la polarización en la distribución de la riqueza y el empobrecimiento relativo (y a veces absoluto) de grupos medios y clases trabajadoras, lo cual limitaba su capacidad de consumo.

 La sobreproducción, asociada al incremento de la capacidad de producción de las industrias a nivel mundial, incentivado por la transnacionalización de los capitales, cosa que posibilitó el surgimiento de nuevos y poderosos centros industriales (como China).

 El rol dominante asumido por el ámbito financiero, lo cual imprimió al sistema un sesgo especulativo, ficticio y parasitario.

De tal modo, en el último cuarto de siglo, y más pronunciadamente durante este primer decenio del siglo XXI, se han profundizado las condiciones que empujan hacia la crisis sistémica. Se limitó la capacidad de consumo a la vez que crecía el potencial de producción. Intentando cerrar esa brecha se recurrió al mecanismo de la deuda. Ésta creció hasta el cielo. El endeudamiento disparatado y la hipertrofia financiera se alimentaban mutuamente. El mundo devino un inmenso casino, y el capital se ilusionó imaginando que podría inflar sus ganancias mediante la apuesta especulativa y el juego financiero parasitario.

Ninguno de estos mecanismos era sostenible. Ni las ganancias podían seguir alimentándose de la pura especulación financiera, ni la deuda podía crecer al infinito. Y, por ello mismo, tampoco se sostendría el consumo, puesto que su base era el crédito. Se derrumba el mecanismo financiero y, enseguida, se derrumba el consumo, o sea, la demanda. Entonces se desploma la producción. Vuelto a la realidad, el capital se percata que sus ganancias eran mucho menores de lo que imaginaba. Ello agrega nuevas razones para que se frene la inversión empresarial. El cuadro de crisis es completo y perfecto.

¿Es esta una crisis cíclica ? De ninguna manera. Es una crisis estructural-sistémica en sentido fundamental. Se podría sintetizar de la forma siguiente :

 El mecanismo de deuda y especulación ha quedado completamente desbaratado. Esto exige una refundación completa de los sistemas financieros a escala mundial. Pero, sobre todo, ello implica que el capitalismo neoliberal perdió toda viabilidad y debería dar paso a un capitalismo distinto.

 Esa nueva fase del capitalismo solo podría tener alguna sostenibilidad si crea condiciones mínimas para la inclusión de los grupos medios y las clases trabajadoras, y para la regulación y conducción estratégica de la economía. Pero esto entra en colisión directa con los intereses de los apátridas capitales transnacionales y pone en cuestión todo el edificio de la globalización neoliberal. Se ponen así en marcha conflictos de amplísimo rango e incierta resolución.

 Además de todo lo anterior, se tendrían que restablecer condiciones mínimas de racionalidad en lo energético, ambiental y geopolítico.

 La resolución de estos retos tan complejos se vuelve mucho más improbable precisamente porque nos movemos dentro de un sistema decadente que da muestran dramáticas y generalizadas de demencia : en lo económico, social, político tanto como en lo ético y moral. Es una maquinaria desatada de destrucción y autodestrucción.

Wallerstein ha advertido correctamente que el sistema ha entrado en una fase de crisis de muy largo plazo. Es cosa mucho más amplia que la actual recesión y traerá un extenso período de conflicto social y político y retroceso e inestabilidad económica. Al cabo, surgirá algo distinto, pero es imposible saber cómo será el sistema que emerja. Me atrevo a especular que lo que surja será el resultado de la colisión cataclísmica entre las fuerzas de un capitalismo que se degrada hacia el fascismo y las fuerzas democráticas de las ciudadanías plurales alrededor del mundo.

Sin respuesta

En la resolución final de la cumbre del G-20 dada a conocer el 2 de abril, la retórica sirve para maquillar el hecho básico de que el capitalismo mundial continúa sin lograr acertar con alguna solución de fondo y duradera frente a la crisis económica. Hay que reconocer, sin embargo, que sus alcances son mayores de lo que se preveía y que, además, en algunos aspectos se toca el terreno minado de los grandes intereses financieros globales. Pero la verdad es que ni siquiera se mencionan los problemas realmente fundamentales, como igualmente es claro que hay considerables márgenes de indefinición en lo poco que se dispuso.

Sin duda se superó lo inicialmente propuesto por Estados Unidos y Gran Bretaña. Ambos apostaban por una agenda centrada en el estímulo fiscal. En lo que al primero se refiere, esa posición resultaba coherente con lo que viene haciendo Obama. Su política fiscal es ampliamente deficitaria (para este año el déficit podría exceder del 10% respecto del PIB), y en algunos aspectos mira a la izquierda ya que, entre otros, concede renovada importancia a la inversión en salud y educación. Pero, en cambio, los gravísimos problemas del sistema financiero están siendo manejados a la medida de las conveniencias de los grandes intereses bancarios y especulativos. El plan de rescate financiero que días atrás anunció el Secretario del Tesoro Geithner lo ratifica con claridad. Constituye una operación masiva de transferencia de recursos desde el bolsillo de la gente hacia las bóvedas de los grandes bancos y las chequeras de los especuladores. Literalmente se premia con absurda largueza su terrible ineptitud e irresponsabilidad.

En la declaración hay algunos componentes de orden fiscal junto a resoluciones al parecer orientadas a establecer una nueva regulación de los sistemas financieros mundiales. En la retórica hay una censura -casi una condenatoria- contra los abusos y excesos de la especulación financiera. En las medidas concretamente formuladas lo avanzado es sustancialmente menor, puesto que, en lo fundamental, se sigue apostando por regulaciones de base nacional, no obstante que, como es obvio, la especulación financiera constituye un negocio planetarizado.

El estímulo fiscal movilizaría recursos por US$ 1,1 millones de millones. En su mayor parte (750 mil millones) serían canalizados por medio del Fondo Monetario Internacional (FMI). Quedan en el aire varias dudas. Primero, ¿se cumplirá con estos compromisos financieros ? No sería la primera vez que las potencias capitalistas olvidan compromisos firmados. Segundo, ¿será un monto suficiente para al menos frenar el deterioro galopante de la economía mundial ? Probablemente no. Tercero, entregar esos dineros en manos del FMI es encargarlo a un administrador que mil veces ha dejado en evidencia su incapacidad, así como la extrema arbitrariedad y torpeza con que ejerce sus funciones. Así pues, no se atisban perspectivas halagüeñas.

Por otra parte, la declaración es abundante en retórica de libre comercio, tanto como es omisa respecto de cualquier noción -ni siquiera la más básica- de comercio justo. Con lo cual, por cierto, se reafirma la sobrevivencia de retazos importantes de la liturgia neoliberal de los últimos 30 años.

Pero, la verdad, todo lo anterior no pasan de ser detalles accesorios. Simplemente acontece que los problemas realmente fundamentales fueron ignorados. En particular dos asuntos cruciales.

 Si el capitalismo pretende estabilizarse necesita con urgencia dar lugar a una suerte de nuevo "pacto social", que logre alguna mínima compatibilización entre los intereses del capital transnacional, y los del resto de la gente, incluyendo los capitales pequeños y medianos de base nacional, los estamentos medios y las clases trabajadoras. También debe redefinir el papel de lo público así como los espacios económicos nacionales, regionales y mundiales, a fin de restituir condiciones mínimas de regulación de los mercados y las inversiones. Un pacto de ese tipo dio base al capitalismo fordista de la segunda posguerra. El nuevo pacto no podría ser igual, y ni siquiera similar, porque muchos factores importantes han experimentado cambios significativos. Son otras las industrias dinámicas y otras las tecnologías de punta, y éstas, a su vez, han tenido impactos importantes en la organización de la producción y en las relaciones sociales. Además, la transnacionalización de las inversiones y la mundialización de las finanzas alcanzan hoy día niveles de desarrollo muy superiores. Pero, de cualquier forma, ese pacto tendría que garantizar una condición mínima indispensable : un nuevo reparto de la riqueza sin el cual es imposible que el sistema recupere las tasas de crecimiento económico que requiere para sostener su viabilidad y legitimidad.

 También se requiere una refundación integral de los sistemas financieros mundiales. Una condición indispensable para eso es la institución de una nueva moneda mundial en lugar del dólar. Ello principalmente por dos razones. Primero, la dualidad del dólar -moneda nacional de Estados Unidos y divisa universal- ha permitido financiar los grandes déficits de la economía estadounidense como también sus aventuras imperialistas y, por esa vía, ha generado una liquidez mundial tumultuosa y caótica. Ello está a la base de la hipertrofia financiera y, por lo tanto, de la espiral especulativa que hoy tiene al sistema al borde de la bancarrota. Pero, además, el dólar es hoy una moneda inviable -asediada por deudas gigantescas y una abundancia enfermiza- que se sostiene tan solo porque a nadie le conviene su colapso. Con un agravante : ninguna otra moneda -tampoco el euro- tiene ni la más remota posibilidad de sustituirlo. Todo ello significa una cosa : que el sistema financiero mundial -y por lo tanto la economía mundial

 están sentadas sobre un barril de pólvora. Si alguien comete una imprudencia y prende un cerillo podría provocar una catástrofe económica global.

El nuevo pacto social y la refundación de los sistemas financieros son condiciones tan necesarias como improbables y complejas. Concretarlas supone tocar intereses simplemente colosales : los del capital transnacional -incluyendo el financiero-especulativo- y los de los propios Estados Unidos como superpotencia hegemónica y poder imperial. Pero de no hacerlo los problemas de fondo subyacentes a la crisis económica no se habrán resuelto. Sin olvidar, por supuesto, las crisis ambiental y energética.

El G-20 no menciona nada de esto. En ese sentido la declaración emitida ofrece notable evidencia como testimonio de la miopía y de la incapacidad de respuesta del capitalismo mundial actual.

Miopía que hace manifiesto que los intereses dominantes en este momento de crisis siguen siendo, en lo esencial, los mismos que prevalecían durante la fase de auge previa. Por ello tan solo recetan una aspirina para la neumonía.

Pero sobre todo se evidencia incapacidad de respuesta frente a los inmensos problemas que entrampan el sistema.

En conclusión : más allá de la actual aguda recesión, las perspectivas son de una larguísima y dolorosa crisis sistémica.

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