Primero debemos tener en claro que sociedad queremos, determinar cual es el modelo productivo que la hace posible para así evaluar que soporte físico se demanda
Por Héctor Azipurú
Así como no existe sociedad sin clases y sin estructura de poder, tampoco existe sociedad sin espacio e ineludiblemente ambas cuestiones se vinculan. Por eso, la organización del espacio evoluciona en correspondencia con la estructura de poder de cada sociedad, en cada una de sus circunstancias. A lo largo de nuestra historia, la pugna por los recursos públicos ha dado origen a muchos conflictos y, las inversiones en obras, no han sido sino el resultado de como se arbitraron esos conflictos desde el Estado.
Es importante tener en claro que no es lo mismo una obra que otra, ni tampoco una localización que otra. Implantar una obra determinada en un lugar específico tiene múltiples connotaciones. Quizás una analogía adecuada sea la de una partida de ajedrez : al ser colocada, cada pieza responde a un juego que involucra todo el tablero. Al terminar -sobre todo si la partida fue buena- es posible reconocer los distintos estilos con que se manejaron las piezas en el espacio, identificar cuestiones tácticas o planteos estratégicos y -fundamentalmente- saber quién movió bien y quien movió mal. El que mueve mal generalmente pierde y siempre con alguien, que al empezar, disponía de los mismos recursos físicos, pero los manejó distinto.
El buen equipamiento de los mejores barrios o la excelente infraestructura de algunas ciudades, expresan el interés de los grupos de poder en el gobierno y son el resultado de grandes flujos de inversiones públicas, mantenidos durante muchas décadas. Inversiones a las que aportaron todos pero que se orientaron hacia allí y no hacia otro lado, inversiones que favorecieron unos intereses y no otros. Así se organizó el territorio argentino a través del tiempo. Así podríamos acompañar la descripción de los hechos históricos, describiendo en paralelo el proceso de construcción social del espacio. La oposición Liberación o Dependencia, también puede ser leída en las obras construidas por el Estado. En nuestro caso, lamentablemente.
¿Que mejor expresión de un proyecto de nación centralista, restringido y excluyente, que construir a principios de siglo XX el puerto más importante de la República Argentina -Puerto Madero- a tres cuadras de la Casa de Gobierno incorporando múltiples conflictos a la trama urbana, copiando el puerto de Londres que, para colmo, era del siglo anterior y cuya tipología ya estaba desactualizada tecnológicamente ? ¿Que mayor manifestación de desprecio por la calidad urbana de la zona sur de Buenos Aires, que atravesarla con una autopista que degradó su espacio público con los bajo autopista, depreció el valor de las propiedades aislándola del resto de la ciudad y cuyo cometido, además, era resolver necesidades de los habitantes de otros barrios, con mayor capacidad de consumo y superior calidad ambiental ? ¿Que demostración más terminante de aversión por el éxito de Argentina que dotarla de estadios de fútbol solo útiles para un evento, mientras comenzaba la operación de mayor envergadura histórica para demoler su industria ?
Por eso, al hablar de un programa de obras públicas, debemos preguntarnos : ¿cuál es el modelo de sociedad al que aspiramos y qué configuración territorial lo viabiliza mejor y más barato ? Además ¿vamos a invertir en obras para agrandar la brecha entre las regiones más ricas y las más pobres ? ¿Vamos a seguir invirtiendo para afirmar el subdesarrollo y promover la concentración de la riqueza ? ¿O vamos a asignar recursos para construir la infraestructura de un modelo productivo con propósitos industrialistas, aspiraciones exportadoras y esperanzas inclusivas ?
No es ennumerando las mejores intenciones ni mucho menos agregando el camino o el aeropuerto para la propia finca, que se organiza un buen programa. Por otra parte, ya sabemos como fueron los de quienes han edificado esta sociedad regresiva y excluyente. Generalmente se identificaron un conjunto de obras como las más importantes, casi mágicamente, sin aclarar de qué modo se articulaban con una estrategia de desarrollo que, por otra parte, tampoco enunciaban. Las obras terminaron doblando varias veces el presupuesto inicial -cosa mala de por sí, porque los recursos siempre son escasos- aportaron muy poco al ordenamiento del territorio en función del interés nacional y las estrategias de desarrollo fueron, pero para grupos minúsculos, nunca para muchos y menos para todos. Por eso estamos donde estamos.
Ningún programa de obras públicas es apolítico, como tampoco lo son sus ministros, ni los lobystas que los persiguen con un surtido de carpetas bajo el brazo. Si no queremos repetir viejas historias -ni tampoco las recientes- lo mejor y más democrático es encarar el debate respecto de las actividades que se promoverán y definir cual será el método a utilizar para seleccionar las inversiones públicas. Entonces aparecerán las evaluaciones costo-eficiencia y costo-beneficio social, todo será más coherente, más visible y empezaremos a transitar otro camino.
Si creemos en la primacía de la política, la secuencia metodológica es la misma en cualquier caso. Primero debemos tener en claro que sociedad queremos, luego habrá que determinar cual es el modelo productivo que la hace posible y recién entonces se podrá evaluar que soporte físico demanda el conjunto de actividades resultantes. Después, al llegar el momento de construir, aparecerán las dificultades en serio. Pero eso es para más adelante