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22 août 2003

Mutar los Silencios en Lenguaje

 

Por Eduardo R. Saguier

En cuanto al abuso de poder académico, que ha venido derivando con el transcurrir del tiempo en plagio o negación de originalidad, y en censuras, autocensuras o negaciones de reproducibilidad, estructurales e
institucionales, requieren la urgente prevención y represalia de algo así como un Departamento de Asuntos Internos, a nivel ministerial y/o parlamentario, que tome el toro por las astas, y detecte y persiga todo
mecanismo o subterfugio mediante el cual el trabajo y la creatividad intelectual y cultural del alumnado y la jóven docencia argentina pueda ser explotada, usurpada o expropiada.

Esta aséptica lucha debe hacer frente al silencio y la autocensura de los inocentes y a un clima donde prevalece una extraña combinación de reminiscencias inhibitorias o Síndrome de Estocolmo, y de una relación
Amo-Esclavo o de redes de poder patrón-clientelares (relaciones verticales de intercambio desigual caracterizadas por vínculos informales y
supuestamente voluntarios orientados a individuos específicos, pero que socavan la solidaridad y cohesión horizontal [György Péteri]). Pero quienes
boicotean el combate a estas lacras culturales erigen como "principio moral" el "silencio" o autocensura, sobre su propia producción y sobre la identidad de los abusadores o victimarios, muchos de los cuales detentan actualmente las cátedras, dirigen y publican investigaciones y son beneficiarios de subsidios de investigación, aunque en sus informes y reportes a las autoridades correspondientes (CONICET, Agencia, UBACYT,
etc.), eluden otorgar el crédito académico correspondiente mencionando la identidad de sus eventuales ayudantes o colaboradores, ya sea
pertenecientes al alumnado como a la docencia auxiliar. Es decir, el "silencio" sobre estas inconductas —negadoras de la conciencia propia— se lo internalizaría como un valor moral, que induciría a la víctima de estos abusos a absolver a sus victimarios y a privarse de la autoría de su propio trabajo y creatividad, por aquello de que "el que calla otorga", cuando en realidad se tratan de delitos de orden público agravados por la inmunidad que otorga el cargo o relación de amo o patrón —y no delitos privados— y
de cuya suerte no se puede ni debe disponer en forma individual. Para mayor sarcasmo, los que plagian o abusan de sus poderes académicos suelen ningunear o excluir a sus esclavos-clientes, que se oponen a estas
relaciones patronales o patriarcales, lo que determina una nivelación hacia abajo, porque estos últimos que son los más capaces y creativos, se tienen que exilar del sistema quedando por ende clasificados los más mediocres, excelentes tragasapos y reproductores genuflexos de las relaciones de plagio.

A propósito de esta pandemia cultural, cuando de un clima de intimidación
y/o amedrentamiento intelectual se trata, proponemos estudiar los vínculos
entre el silencio en las relaciones amo-esclavo a nivel académico aquí
tratados, plagios y castraciones incluídos, y el otro silencio derivado del
impacto producido por el Sindrome de Estocolmo, originado en violaciones a
los derechos humanos (como los hechos represivos ocurridos en la
Universidad Nacional del Sud que llevaron al Prof. Horacio Ciafardini a una
muerte precoz), y crímenes de lesa humanidad, tales como el holocausto de
los Desaparecidos. Para estudiar esos necesarios vínculos cumplo en
mencionar algunas historias puntuales que vendrían a arrojar cierta luz
sobre la naturaleza del nexo psicológico y socio-político oculto entre
ambos fenómenos de violencia punitiva. Debo recordar que en la propia USA,
en oportunidad en que colaboré en la distribución y venta de un periódico
batallador titulado Denuncia, durante los congresos de la Latin American
Studies Association (LASA), otros compatriotas exiliados, de filiación
Camporista, que luego vinieron a metamorfosearse oportunísticamente en
Alfonsinistas, eludían toda proximidad y colaboración para no comprometerse
en forma alguna y evitar así ser confundidos por los agentes del terror,
quienes podían estar eventualmente infiltrados.

Más tarde, después de Malvinas, tomé conciencia que dicha actitud
silenciosa o de autocensura no constituía parte de un mecanismo de
seguridad o un mutismo revolucionario, ni nada que se les pareciere, sino
que obedecía al propósito inconfeso y vergonzante de poder volver al país
cabizbaja, prematura y madrugadamente para trenzar con la nueva camarilla
político-académica en ciernes y poder así disputar viejos espacios y nuevas
audiencias cautivas. Y en otros casos más ilustres, como el de Tulio
Halperín Donghi, quien por su celebridad como intelectual y humanista tenía
la obligación moral de haber formulado entonces públicas denuncias y
conferencias de prensa en Washington en defensa de los derechos humanos y
de sus propios colegas compatriotas presos o desaparecidos, su prudente
silencio y autocensura obedecían en realidad al mezquino afán de poder
conservar su pasaporte, visitar asiduamente a su familia y hegemonizar
vinculos con instituciones tales como los Institutos Di Tella y
CEDES/CISEA/PEHESA, organizaciones académicas, paradojal y misteriosamente
toleradas por el régimen genocida. Este bajo perfil no fue imitado por
otros colegas, quienes como el caso de Ernesto Laclau, pese a tener su
familia en Buenos Aires, en esos largos años optó por no regresar. Las
instituciones academicas mencionadas, al hegemonizar el nuevo
reordenamiento científico-universitario del país se erigieron en árbitros
monopolizadores de cátedras, subsidios, premios, ascensos y
categorizaciones, que se perpetuaron durante el Alfonsinismo merced al
Shuberofismo y el Pacto capitulatorio de Semana Santa (1987), durante la
década Menemista merced al DelBellismo y el obceno Pacto de Olivos (1994),
durante el bienio Delaruista merced a la claudicación Caputista y al
Puiggrosismo, y hasta la misma actualidad merced al tardío y rectificante
Pacto de Lomas de Zamora (2002) y al Puglisismo, tendencia esta última
testaferra de los intereses corporativos del Consejo Interuniversitario
Nacional (CIN) y del dúo Porto-Salonia y su Academia Nacional de Educación,
y como tales, todos ellos han continuado reproduciendo, conciente o
inconcientemente, los síndromes psicológicos heredados del Proceso, que aún
todavía no hemos erradicado.

Es evidente que mutar los silencios en lenguaje y/o acción individual y
colectiva, en coyunturas de terrorismo de estado, es peligroso y casi
imposible, pero no intentarlo estando muy a resguardo en el exterior o
viviendo en democracia es de una cínica ruindad y de una cobardía
imperdonables o una complicidad con el pasado. Estas breves referencias
históricas vienen a cuento del análisis etiológico que debemos practicar
sobre estas crueles enfermedades que actualmente azotan el cuerpo
intelectual de la nación, sin cuya urgente cirugía va a ser impracticable
remontar nuestras casas de altos estudios y nuestro sistema
científico-tecnológico de las agachadas mentales y psicológicas que las
humillan.

Eduardo R. Saguier
Investigador CONICET

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