par
Toutes les versions de cet article : [Español] [français]
Durante los primeros meses de 1802 las tropas del capitán general Victor-Emmanuel Leclerc cerraron el cerco del ejército haitiano sitiando la fortaleza de Crête-à-Pierrot, localizada en la región del Cahos en el interior montañoso de Saint Domingue, cerca de Petite-Rivière.
La fortaleza era defendida por una tropa mixta de negros y mulatos bajo el mando de Jean-Jacques Dessalines. Decididos a luchar hasta el último hombre, su resistencia fue verdaderamente heroica. Por su parte, las fuerzas elites del Primer Cónsul Bonaparte habrían de sufrir más de dos mil bajas en el asalto.
Pero la víctima real de esta batalla sería lo que yo llamo el ideal europeo y la idea misma del cuerpo europeo como depositario de ese ideal. Históricamente, este ideal del cuerpo, que promueve el cuerpo del hombre europeo a la altura del ideal, comienza a cobrar forma en el Renacimiento con la nueva vigencia que adquieren ciertos conceptos clásicos desenterrados de los "Diez Libros de Arquitectura", de Vitruvio, y con la subsiguiente equiparación de la belleza al principio analógico expresado en la idea de que « el hombre es la medida de todas las cosas ». [1]
De allí arrancó todo un discurso que vino a promover la supremacía de ese cuerpo como morada del sujeto protagónico de la historia, vertiente ideológica que ha cargado consigo hasta nuestros días el reclamo exclusivo de los herederos de ese discurso a regir el destino universal del hombre. Para el tiempo que nos concierne, en el Caribe, la supremacía del ideal europeo vino a ser codificada en el mundo de las castas mexicanas y, sobre todo, en la legislación penal de la racialidad, en el Código Negro francés y en el Código Negro Carolino o español.
El primero colocaba al cuerpo ideal del europeo en el extremo benemérito de una degradación lineal formada por ciento veintiséis posibles cruces entre éste y el negro bozal.
El segundo pretendía cercenar el cuerpo político del mundo mulato de Saint Domingue en un continuo de seis categorías dividido a la mitad en función del devenir hacia lo negro o lo blanco. Fue precisamente este andamiaje infernal el que cayó cuando ardieron los campos y los ingenios de la colonia francesa bajo el grito de guerra que definió la devastación total de su economía de plantación : ¡Cortad cabezas, quemad las casas ! Bien pudiera decirse que allí, literalmente, el ideal europeo fue decapitado.
El sitio de Crête-à-Pierrot fue parte de una maniobra amplia destinada a perseguir al ejército de Toussaint Louverture hasta su reducción total. Los franceses, según las memorias del general Pamphile de Lacroix, testigo presencial de los acontecimientos, estaban ansiosos por lograr una victoria definitiva sobre un enemigo « que no ofrecía una resistencia regular ». [2] Siguiendo los pasos del desafortunado Enriquillo, señor del Bahoruco, y de aquel primer pueblo cimarrón de las Indias Occidentales trescientos años antes, los hombres de Louverture desaparecían entre el espeso follaje de los bosques para luego reagruparse y tender emboscadas cuyas consecuencias fueron devastadoras, física y moralmente, para las tropas republicanas francesas.
Los negros y mulatos de Saint Domingue parecían no tener miedo alguno de aquel ejército que venía de conquistar a Egipto. De camino a Crête-à-Pierrot, una división francesa coincidió con una columna del ejército haitiano. Ambas marchaban paralelamente sobre las crestas de un paso montañoso a corta distancia la una de la otra. Los negros y mulatos asumieron una postura desafiante, mientras los franceses ubicaban las piezas de artillería en su dirección. Cuenta Lacroix que los primeros proyectiles no asustaron a los negros : ellos comenzaron a cantar y a bailar ; calaban sus bayonetas gritando « ¡Adelante ! Disparad vuestros cañones contra nosotros. » Un batallón del quincuagésimo sexto regimiento les complació montando un fuego tan vivo que en un instante aquellos que no fueron muertos o heridos se desbandaron. [3] Lacroix complementa sus descripciones de la bravura y el despecho de los negros y mulatos con cuadros de verdadero terror, atribuyendo actos de profundo salvajismo a Dessalines y sus hombres.
Aparte de justificar la pérdida de la guerra, en las memorias de Lacroix toda esta retórica evidencia un miedo profundo y un sentido de la inevitabilidad de la derrota total del ejército napoleónico. El 9 de marzo de 1802 el general Boudet entró en el pueblo de Verrettes, recientemente saqueado por las tropas haitianas, para encontrarse los restos calcinados de moradas y moradores :
Los cadáveres amontonados todavía mostraban las expresiones de su momento postrero : los vimos arrodillados, manos abiertas y suplicantes ; el rigor de la muerte no había borrado sus gestos, los cuales revelaban tanta súplica como dolor. // Las niñas, con sus pechos desgarrados, parecían haber pedido piedad para sus madres ; las madres abrazaban con sus brazos rotos a los hijos degollados sobre su pecho. [4]
Es interesante comparar estas imágenes del tormento a que fue sometido el cuerpo europeo en Saint Domingue con los hechos en torno a la figura de la esposa del capitán general Leclerc, quien durante su estancia en la colonia, como lo sería de forma universal más tarde, fue el símbolo viviente del cuerpo europeo y órgano generatriz de su geometría e idealización.
Marie-Paulette Leclerc era mejor conocida como Pauline Bonaparte, la hermana del primer cónsul. Mientras su esposo se encargaba de perseguir a los revolucionarios de Saint Domingue en una lucha imposible por restaurar la esclavitud y así salvar de la bancarrota a la tesorería de la República Francesa, la hermana de Napoleón se entregó a una vida de lujo, hedonismo y exceso entre las ruinas de Cap Français, cabeza de aquella colonia que había sido saqueada y quemada por los haitianos justo antes de su llegada.
Lo primero que hizo Pauline fue restaurar la casa de gobierno, mandando a decorar su boudoir en plata y azul celeste y sus aposentos en blanco y gualda. Organizó conciertos todas las noches y, para disfrutar plenamente del minuet, diseñó uniformes de gala para los músicos. Mientras en la oscuridad de la noche los haitianos se desnudaban para deslizarse al acecho y con machete en mano por el bosque cercano a Cap Français, los músicos de la corte de Pauline ensayaban nerviosas partituras vestidos de dragones, luciendo un casco con penacho de blanca crin, pantalones bombachos estilo mameluco de color morado, y casaca sobrecargada de bordados en hilo de oro. [5] Más increíble aún es pensar que mientras los hombres de Leclerc caían víctimas de las armas haitianas y más tarde de una devastadora epidemia de fiebre amarilla, Pauline mandaba a organizar expediciones prácticamente suicidas al interior de la isla en busca de aves exóticas para su colección.
A pesar de esto, la tarea de los expedicionarios no fue tan ardua como la de los esclavos que la Bonaparte destinara a arrancar de raíz árboles enteros para construir un gigantesco aviario en la plaza de armas de palacio, el cual hizo cubrir con velas de fragata que mandó a coser en torno al denso ramaje. En Saint Domingue, Pauline reinó como la emperatriz de la plantación mientras veinticinco mil de los treinta y cuatro mil hombres bajo el mando de su esposo caían a su alrededor. Una de las bajas fue el mismo Leclerc, cuyo cuerpo, luego de haberle sido extirpado y sellado en una urna el corazón, Pauline mandó embalsamar a la manera de los antiguos egipcios.
¿Quién hubiera pensado entonces que la trágica Pauline volvería a desposarse seis años más tarde, esta vez con uno de los hombres más ricos del mundo, y que ya como Marie-Paulette Borghese su figura sería esculpida en blanco mármol posando como Venus, obra maestra del gran escultor Antonio Cánova, convirtiéndose así en el símbolo máximo del ideal del cuerpo europeo en las alturas del más romántico neoclasicismo ? ¿Cómo haber sospechado entonces que aquella dulce figura que jugó a Cleopatra en el trópico mientras los cuerpos de los haitianos eran descuartizados por las balas de cañón, y los vientres de los cadáveres de las francesas víctimas de Dessalines se ofrecían abiertos al sol y a la voracidad insaciable de los perros jíbaros, alcanzaría por medio de una metamorfosis algo extraña renacer coronada como la reina de la belleza europea ?
Desde los primeros días del sitio a Crête-à-Pierrot los franceses se dieron cuenta de que « ya nosotros no infundimos un terror moral, y eso es lo peor que le puede pasar a un ejército ». [6] A pesar de que los haitianos estaban cercados y era segura su reducción total, la vanguardia revolucionaria del ejército napoleónico había perdido su ventaja moral y toda confianza en su empresa. Las bajas del ejército napoleónico comenzaron a escalar y llegó el momento en que fueron tantos los cadáveres amontonados que los franceses no alcanzaban a enterrar a sus muertos. Fue entonces cuando tuvieron que tomar medidas extremas y comenzar a incinerar los cuerpos. Lacroix recuerda que todo fue un intento fallido por deshacerse del olor a muerte : « tuve la desencontrada idea de creer que podría de esta manera destruir con el fuego el hedor que nos infectaba ». [7] Todo se convirtió en un gran escenario donde el actor principal, el cuerpo mismo del europeo, se sometía a los rigores de la putrefacción y de la desintegración.
La trama parecía el relato de una plaga lascasiana, como si una suerte de castigo fuera desatado por fuerzas superiores a la voluntad del hombre contra los revolucionarios franceses, quienes, queriendo defender los derechos del hombre europeo, se habían dado a la dudosa tarea de volver a reducir a los hombres libres de Saint Domingue a la más denigrante esclavitud. La visión de Lacroix fue verdaderamente apocalíptica :
Fuere porque no hubiésemos reunido una cantidad de madera suficientemente grande, o fuere que el olor de la putrefacción nos hizo cesar la recogida de los cadáveres, la operación de quema nos fue mal. Un olor aún más insoportable que el primero impregnó la atmósfera ; era tan penetrante que nunca pude llegar a desinfectar la ropa que usé para presidir sobre tan penosa operación. // Llegué a comprobar durante aquella prueba la forma tenaz en que la lana retiene el hedor contagioso del cual se satura. [8]
La situación se tornó desesperante. A la incapacidad de los franceses de reducir a los insurgentes se sumó el hecho de que ahora no podían siquiera deshacerse de sus propios muertos. Era como si los muertos mismos compitieran con los vivos, negándoles el descanso y causándoles gran inquietud al no dejarles aplacar el olor a muerte que se apoderaba de todo. Los franceses estaban en el infierno mismo.
Crête-à-Pierrot sería al final una victoria pírrica, la batalla cuyo tan penoso triunfo habría de costarles la guerra a los franceses. Las tropas de Napoleón inevitablemente se encaminaban hacia una situación que acabaría no solamente en la pérdida de la guerra y de la colonia sino, lo que es acaso más importante, en la eventual decapitación del ideal europeo. Éste sería un momento de gran relevancia universal, pues fue allí, perdido en el Cahos, donde el sujeto europeo fue desplazado de su papel de protagonista principal de la historia por los negros y mulatos de Crête-à-Pierrot que defendieron su autogestionada libertad de la manera más desafiante : « ¡Adelante ! Disparad vuestros cañones contra nosotros. »
Las consecuencias de aquella gesta aún no se han llegado a calcular con precisión, aunque ya para entonces Lacroix y sus hombres habían sospechado que algo muy raro estaba sucediendo :
Mientras llevábamos a cabo el sitio de la fortaleza, llegaba hasta nosotros la música de los enemigos, quienes cantaban canciones patrióticas a la gloria de Francia. // Más allá de la indignación que sentíamos por las atrocidades cometidas por los negros, aquellos cantos nos producían un sentimiento penoso. Las miradas interrogantes de nuestros soldados se cruzaban con las nuestras ; parecían preguntarnos : « ¿Tendrán razón nuestros bárbaros enemigos ? ¿Nos habremos convertido en instrumentos serviles de la política ? » [9]
Estamos aquí ante un hecho significativo. Fuera o no momentáneo, lo cierto es que el sujeto europeo fue desplazado como amo y figura principal de la narrativa histórica por los negros y mulatos de Saint Domingue, quienes cantaban ahora la letra de "La Marsellesa" y del "Ça ira" como si la hubiesen compuesto ellos.
Finalmente, los siervos habían resuelto promoverse ellos mismos al lugar prometido pero nunca alcanzable en los códigos negros. Recordemos, por ejemplo, que el Código Negro Carolino, homólogo del francés, mandaba promover entre ciertas clases de mulatos « desde sus primeros años en su corazón los sentimientos de respeto e inclinación a los blancos con quienes deben equipararse algún día ». [10]
Pues bien, si para un siervo la posibilidad de llegar a ser blanco era nula en el mundo de la plantación, en el teatro humano de la revolución contra ésta sería posible rebasar al blanco en su propio juego. ¿Quiénes eran los verdaderos revolucionarios y qué le pasó al ideal europeo una vez que los negros y los mulatos, simplemente al acelerar el tiempo histórico, completaron el movimiento prometido pero nunca alcanzable en el Código Negro ? En el sitio de Crête-à-Pierrot aquel inalcanzable « algún día » vino a coincidir con el presente histórico.
De hecho, se puede precisar con exactitud el punto donde los negros y mulatos superaron el ideal. Ocurrió una madrugada, cuando los hombres de Dessalines fueron sorprendidos por las tropas del general Jean François Joseph Debelle mientras acampaban en las cercanías de la fortaleza. Los franceses, que en aquel momento competían con los haitianos para ser los primeros en llegar a Crête-à-Pierrot, se lanzaron contra éstos y desataron así una estampida en la cual ambos ejércitos corrieron despavoridos en busca de refugio tras los muros de la fortaleza. Los negros y los mulatos llegaron allí primero. Inmediatamente saltaron al foso y comenzaron a dirigir el fuego hacia los franceses, quienes quedaron desorientados en campo abierto. Lacroix recuerda que « desde ese momento [en que] fuimos desenmascarados, la fortaleza nos disparó con todo lo que tenía, y en un instante todo en torno a nosotros dio un giro total ». [11] Los franceses y el ideal europeo fueron desenmascarados y abandonados a su suerte en campo abierto.
Al final, C.L.R. James estaba parcialmente en lo cierto cuando ubicó los orígenes de la modernidad en el Caribe, en el espacio comprendido entre la primera fábrica moderna, es decir, el ingenio, y la primera revolución en su contra : los sucesos de Saint Domingue.
A su modo de ver, el esclavo fue el primer proletario y fue quien más claro motivo tuvo para rebelarse contra la propiedad privada, pues él mismo era propiedad de otro. Pero la transcendencia de la Revolución Haitiana va más allá de lo meramente estructural. La actuación de los defensores de Crête-à-Pierrot vino a develar el potencial de una nueva práctica discursiva que habría de desestabilizar los cimientos del ideal europeo, en lo sustancial y en lo insustancial, según éste era remodelado por el devenir de la Revolución Francesa.
Los negros y mulatos habían obligado a sus antiguos amos a desnudarse en un intento descarnado por quitarse de encima el olor a muerte que había saturado sus uniformes de lana. El mundo de los franceses cambió en un instante y fue puesto de cabeza. Las tropas elites de la República habían sido desenmascaradas. Ya no eran la vanguardia revolucionaria que venía a liberar al mundo de la tiranía monárquica. En Saint Domingue no eran otra cosa que tropas de refuerzo para la maréchausée, las milicias encargadas de perseguir a los cimarrones. Al cantar la última estrofa de La Marsellesa con más razón que los propios ciudadanos franceses, los antiguos esclavos ponían en evidencia y denunciaban le sang impur (sangre impura) de Europa.
Desnudos frente al mundo, los franceses fueron representativamente destronados como los más heroicos protagonistas de la historia. Mientras tanto, Pauline estaba entregada a sus obligaciones como emperatriz de la plantación, diseñando uniformes para cuerpos que ya no podrían usarlos.
Las tropas del primer cónsul temían haberse convertido en instrumentos serviles de la política. Los antiguos revolucionarios devenidos ahora rancheadores tenían razón para la duda. La Revolución también había sido desenmascarada, confirmando así el régimen representativo que anunció el advenimiento del Estado burgués. Nueve años antes del sitio a Crête-à-Pierrot, Jacques Louis David había vislumbrado ese mismo momento cuando pintó su tributo monumental a Marat. Marat assassiné (Marat asesinado) es una obra maestra no ya en un sentido artístico sino como obra de denuncia política. El cuadro contiene todas las pistas que conforman la evidencia del asesinato y que nos llevan directamente a identificar al asesino : Charlotte Corday, el agente del Estado.
Por eso pienso que esta obra de arte es el antecedente más cercano a la novela detectivesca. En contraste con lo que Habermas llama el código de la conducta « noble » en el orden público-representativo que apuntaló todo el andamiaje ideológico del ancien régime, [12] Marat assassiné es una composición basada no en una fórmula retórica sostenida por el discurso de la fe, sino en la mecánica de lo discursivo, la fuerza del mandato y el sistema dialéctico. [13] Esto es el arte como discurso racionalista puro. En este caso, la mecánica discursiva opera esencialmente en función de un movimiento de desenmascaramiento mediante el cual la representación gráfica del cuerpo de la víctima no es exactamente un cadáver.
En esta racionalización del hecho histórico el cadáver de Marat es solamente una prueba acusatoria más. En otras palabras, el único cuerpo en esta pintura es el cuerpo de la evidencia, mientras que todo lo que aparenta ser carne y hueso tiene relevancia tan sólo en función de ser un elemento narrativo más dentro del parlamento legal y político que promueve la imagen.
Marat assassiné señala el lugar donde el arte se puso al servicio de lo que Koselleck llama « el automatón, la gran máquina » montada durante la Ilustración y cuya función ha sido siempre « armar y mantener el orden ». [14] En aquel tiempo, por supuesto, la representación más concreta del automatón era el Gran Ejército Napoleónico, cuyas tropas de vanguardia eran a la sazón desnudadas y derrotadas en Saint Domingue.
Debo señalar, sin embargo, que contrariamente al sitio de Crête-à-Pierrot, esta obra es un discurso de legitimización del ideal. Marat, el revolucionario, ha caído. De ahora en adelante será recordado tal como lo immortalizó David, como el martyr de la Patrie, figura esta que habrá de operar en función de armar y mantener el estado que le dio muerte al cuerpo y a la persona de referencia, cumpliendo una función similar a la de los campesinos franceses que, tal como observó Marx, fueron convertidos en héroes mediante su participación en el ejército durante el punto culminante de las idées napoléoniennes. [15] Esos campesinos convertidos en héroes fueron los mismos que un día corrieron desnudos por el bosque húmedo tropical de Saint Domingue. En aquel momento tan poco heroico, los mártires de la Patria fueron aquellos negros y mulatos que hicieron dudar y temblar a los campesinos franceses, no con su desafío suicida o con su machete exterminador, sino simplemente cantando "La Marsellesa" mejor que ellos.
Marat también yace desnudo : sufría de una enfermedad degenerativa de la piel que ya no le permitía vestirse o presentarse en público. Así, irrepresentable, el hombre público fue obligado a refugiarse en lo privado. Ése fue un movimiento contrario a los sucesos de Saint Domingue, donde los antiguos esclavos huyeron del espacio privado, al cual estaban reducidos como propiedad, para hacerse cargo del ámbito público.
En otro tributo a Marat, David lo pintó « tal como estaba al momento de su muerte ». El grabado, que está dedicado a Marat, « El amigo del pueblo », lleva la siguiente inscripción : « No habiendo podido corromperme, me asesinaron ». El epitafio a la muerte del ideal europeo en Saint Domingue muy bien se pudiera leer : « Me asesinaron por ser corrupto. »
Casa de las Américas</U> N° 233
Notes :
[1] Cf. Vitruvio : De Architectura, particularmente el libro I, capítulo III, y el libro III, capítulo I.
[2] Pamphile de Lacroix : « Mémoires pour servir à l’histoire de la Révolution de Saint-Domingue », Pierre Pluchon (ed.) : La Révolution de Haïti, París, 1995, p. 325.
[3] Ibid., p. 327.
[4] Ibid., p. 328.
[5] W.N.C. Carlton : Pauline, Favorite Sister of Napoleon, Nueva York, 1930, pp. 75-76.
[6] Pamphile de Lacroix : Op. cit. (en n. 2), p. 332.
[7] Idem.
[8] Idem.
[9] Ibid., p. 333. Cf. también C.L.R. James : The Black Jacobins. Toussaint Louverture and the San Domingo Revolution, Nueva York, 1989, p. 317.
[10] Código Negro Carolino, Capitulo 3, Ley 6. Cf. Javier Malagón Barceló : El Código Negro Carolino (1784), Santo Domingo, 1974, p. 172.
[11] Pamphile de Lacroix : Op. cit. (en n. 2), p. 331.
[12] Jürgen Habermas : The Structural Transformation of the Public Sphere. An Inquiry into a Category of Bourgeois Society, traducción de Thomas Burger, Cambridge, 1993, p. 8.
[13] Habermas cita el libro de C. Schmitt Römischer Katholizismus und politische Form. Cf. Jürgen Habermas : Op. cit. (en n. 12), p. 252.
[14] Reinhart Koselleck : Critique and Crisis : Enlightenment and the Pathogenesis of Modern Society, Cambridge, 1988, p. 33.
[15] Karl Marx : « The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte », Robert C. Tucker (ed.) : The Marx-Engels Reader, Nueva York, 1978, p. 613.