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5 de enero de 2025

El año 2024 :
Gaza, Ucrania y Eurasia en la crisis del declive occidental

por Rafael Poch de Feliu*

 

Todas las versiones de este artículo: [Español] [français]

« La sensación desde el año 24 del siglo XXI es que la evolución de la guerra de Ucrania y la masacre de Gaza marcan lo que los rusos denominan un « vodorazdiel » (водораздел), una « divisoria de aguas » que marca un hito, un punto de inflexión en la crisis del declive occidental y su indiscutible preponderancia mundial ».


« Y partió otro caballo color de fuego, y al sentado en él le dieron quitar la paz de la tierra
para que unos a otros se mataran, y le dieron gran espada ».
Apocalipsis, VI


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Se conocían los dos aspectos esenciales de esa crisis, la tendencia menguante de la potencia occidental y el traslado de la potencia global hacia Asia. Desde el siglo XVI, el mundo europeo y, posteriormente, su extensión norteamericana era quien definía el tablero, imponía las normas y establecía los precios. El resto del mundo era mero objeto de su dominio. El cambio de situación al que hoy asistimos, con la ampliación de la brecha entre el « Occidente ampliado » y el « sur global », supone una seria prueba psicológica y mental para quien se ve obligado a apearse o modificar su papel de amo. El amo tuvo la fuerza y ejerció un poder prácticamente incontestado y, naturalmente, teme que quien tome ahora el relevo en el puente de mando se comporte exactamente como hizo él, es decir, como un implacable dictador y explotador. La mentalidad de ese miedo queda reflejada en el dicho popular: « piensa el ladrón que todos son de su misma condición ».

Había conciencia de que tal declive formaba parte de un proceso histórico, es decir, a la vez inexorable y lento, relacionado con el auge y caída de las grandes potencias y con su « vigor » y « cansancio » a lo largo de su paso por la historia. Se sabía que estábamos ante un proceso que se puede administrar mejor o peor, pero que no se puede revertir; que en 1945 la economía de EE.UU. representaba casi la mitad de la economía mundial y que en 2024 solo representa el 15,2% del PIB mundial [1]; y que China, India o Brasil, que no pintaban nada en la correlación de fuerzas global del mundo de entonces, hoy son grandes actores. Todo el mundo comprendía que la organización del mundo realizada tras la Segunda Guerra Mundial había quedado desfasada y que el dominio unipolar intentado por Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001, el intento de « administrar » militarmente la situación, había sido un clamoroso fracaso. Con entre 4,5 y 4,7 millones de muertes directas e indirectas y 38 millones de desplazados en las guerras iniciadas desde entonces en Irak, Libia, Afganistán, etc., la influencia del poder estadounidense no ha obtenido más que reveses y retrocesos en Asia Central y Oriente Medio. [2]

Rusia, que también forma parte de ese declive -porque es obvio que nunca volverá a tener la potencia que tuvo con la URSS- y que porfiaba por « hacerse respetar », se ha acabado sumando a la misma « solución » militar en su inmediato patio trasero con la ambición de replantear la ubicación que tenía en el mapa euroasiático desde el siglo XVIII. Respecto a la Unión Europea, que como proyecto ya era en sí misma una respuesta al declive (juntarse para continuar siendo alguien en el mundo), ha ido perdiendo peso e influencia por el camino hasta diluirse como mera comparsa de Estados Unidos. Todo eso se sabía, pero, de repente, esos dos conflictos bélicos, marcando los límites de la potencia militar occidental en Ucrania y consagrando la debacle moral occidental por el apoyo a una masacre de civiles en Gaza, transmiten una sensación de desenlace que lo acelera todo y acerca al mundo a un escenario de guerra generalizada, una guerra mundial, con escenarios en Europa, Oriente Medio y Asia Oriental.

Tres frentes

En Ucrania el proceso de rodear militarmente a una superpotencia nuclear destacando recursos y alianzas militares hostiles en su entorno más inmediato ha dado lugar a las tensiones nucleares más peligrosas desde la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. Se ha reprochado a Rusia el haber lanzado toda una serie de bravatas y amenazas apocalípticas que formaban parte del canon estratégico asumido por ambos bandos de la Guerra Fría. El propio John Bolton, ex-consejero de seguridad nacional de Donald Trump y uno de los más demenciales belicistas del establishment republicano de Washington, reconoció explícitamente la vigencia y actualidad de ese canon según el cual uno no puede plantar junto a las fronteras del otro bases y recursos militares « que puedan camuflar armas ofensivas, sistemas de lanzamiento u otras capacidades amenazantes (…), por ejemplo misiles de crucero hipersónicos, más difíciles de rastrear, detectar y destruir que los balísticos » (ver Mapa 1). Bolton hizo esa declaración después de que The Wall Street Journal publicara, en junio de 2023, la noticia falsa de que China y Cuba estaban negociando el establecimiento de una base militar china en la isla. [3]

Tal iniciativa « representa una línea roja para Estados Unidos » y es « una perspectiva que no podemos tolerar ». Bolton repetía así los argumentos que Rusia y China esgrimen sobre la situación en su entorno geográfico, tanto en Ucrania como alrededor de Taiwán y el Mar de China meridional. [4] A diferencia de la crisis de 1962, esos argumentos son ignorados con gran ligereza por responsables políticos ya sin experiencia biográfica generacional de guerra. Y eso está ocurriendo en condiciones de completa ausencia de los mecanismos y acuerdos de control de armamento establecidos después de las grandes crisis con tensión nuclear de la Guerra Fría y que hoy han sido desmantelados unilateralmente por Estados Unidos. El resultado es que nunca el mundo había estado tan peligrosamente cerca de una catástrofe nuclear, según la principal institución que mide tal peligro desde 1947, « El Reloj del Apocalipsis » (Doomsday Clock) del Bulletin of the Atomic Scientists de la Universidad de Chicago. [5]

En Oriente Medio tiene lugar una tragedia anacrónica: el intento de resolver, con métodos de siglos pasados, una situación que acontece en el siglo XXI. El israelí es un colonialismo muy específico en el que la población colonizada no tiene ninguna utilidad como fuerza de trabajo explotada. Para el colonizador israelí, « el mejor palestino es el que está muerto o se ha largado », en palabras de Edward Said. [6] La total eliminación de la población autóctona y su reemplazo fue factible en el pasado, en los siglos XVIII y XIX en América del Norte o Australia, pero Israel llega tarde a esa « solución final » de la que los propios judíos de Europa fueron víctimas en el mayor de los crímenes racistas de la historia moderna. Esa trágica paradoja desemboca en la loca agresividad del sionismo con su amalgama de violencia colonial de la vieja escuela, armas de última generación y una ideología supremacista envuelta en primitivas escenas bíblicas.

Arraigada en una horrible y secular historia de persecución, el ansia de seguridad de un pueblo pequeño sin recursos naturales y rodeado de Estados hostiles y poblaciones radicalizadas durante décadas de injusticia y doble rasero, se traduce en una suicida política agresiva contra todo su entorno. Una estrategia insostenible sin Estados Unidos, cuyo apoyo no durará eternamente. Toda una sociedad de emigrantes inseguros ha sido educada en esa agresividad, con sus políticos, militares y sociedad civil llamando abiertamente y sin tapujos a la masacre de civiles. Nunca la evidencia de un suicidio moral había tenido tantos espectadores.

A principios de diciembre de 2023, el reputado historiador palestino Walid Al Khalidy estimaba que, en seis semanas de guerra contra Gaza, Israel había matado a más palestinos que en 106 años de presencia judía en Palestina. La abrumadora superioridad militar israelí, amplificada por el puente aéreo estadounidense, ha convertido este conflicto en « uno de los más destructivos y mortíferos del siglo XXI ». Al Khalidy, fundador del Instituto de Estudios Palestinos, calculaba que Israel había matado a casi 20.000 palestinos, la mayoría civiles, más que desde el comienzo de la presencia judía en Palestina tras la promesa de la Declaración de Balfour de crear un « Hogar Nacional Judío en Palestina » en 1917.

Por su parte, Haytham Manna, Presidente del Instituto Escandinavo de Derechos Humanos (SIHR) y decano de los opositores políticos sirios, señaló que la guerra para destruir Gaza se había cobrado en 55 días el doble de víctimas civiles que en los dos años de guerra en Ucrania (2022-2023) (ver Figura 1), y que el número de periodistas, médicos y personal de agencias de la ONU muertos en el enclave es infinitamente superior al número de muertos de esos colectivos en los veinte años de guerra en Vietnam (1955-1975) o en los ocho años de guerra en Irak (2003-2011). Más concretamente, cincuenta periodistas habían muerto en 45 días en Gaza, once de los cuales en el ejercicio de sus funciones: una de las cifras de muertos más elevadas de este siglo. [7] A finales de febrero de 2024, la cifra de civiles palestinos muertos rondaba los 30.000, sin contar una decena de miles de « desaparecidos » bajo los escombros.

La actitud de los Gobiernos occidentales ante el espectáculo de una masacre apoyada militar y políticamente, justificada y disimulada por sus medios de comunicación y parcialmente retransmitida en directo ha ensanchado como nunca la brecha existente entre Occidente y el Sur Global, incluso en algunas de las metrópolis occidentales en las que se prohíben y criminalizan las manifestaciones de apoyo a los masacrados. La matanza ha destruido lo que quedaba de la credibilidad de Estados Unidos en Oriente Medio -ya muy deteriorada tras veinte años de guerras-, incluida su pretensión mediadora. Al negarse a condenar los crímenes de guerra de Israel, se ha evidenciado la hipocresía de Washington y Bruselas ante la invasión rusa de Ucrania. De repente ha quedado clara la negación del principio de igualdad entre seres humanos practicada por el Occidente ampliado, así como su compatibilidad con los « valores europeos » y el instrumental semántico sobre la democracia y los derechos humanos.

La memoria histórica del sur ha recordado en Gaza que el colonialismo extendió la « civilización » a base de genocidios perfectamente compatibles con la ilustración, la separación de poderes y el parlamentarismo. [8] El espejo de la memoria histórica europea ha recordado también la coexistencia del humanismo renacentista con las guerras de religión y de Auschwitz con la « gran cultura » alemana.

En Alemania y Francia los sucesores y descendientes de Hitler y de Petain -y en el conjunto del establishment de la Unión Europea todo un ejército de políticos, funcionarios y comunicadores- han dado la espalda a la realidad del genocidio de una forma que recuerda al conformismo con la ola genocida de las décadas de 1930 y 1940. En el colmo de la incongruencia, el actual apoyo a Israel y la correspondiente islamofobia se fundamentan en la responsabilidad por el « judeicidio » de entonces. Ese suicidio moral sugiere que la continuación de esa infame serie histórica es perfectamente posible en la actualidad y que tiene futuro.

La actitud de los Gobiernos occidentales, sus medios de comunicación y propagandistas contiene un claro aviso sobre cómo la parte privilegiada de este mundo puede solucionar el callejón sin salida al que nos ha conducido el sistema capitalista en este siglo. A falta de « nuevos mundos » a los que exportar excedentes demográficos y metabolismos vitales insostenibles e incompatibles con el principio de igualdad entre seres humanos, el horizonte que se dibuja puede ser el de la justificación política y mediática de un « Gaza planetario »: mantener islas de bienestar y derecho estrictamente protegidas por ejércitos y armadas para, digamos, el veinte por ciento de la población mundial, y recluir al resto en zonas humana y ambientalmente desastradas. Como observaba el sociólogo y analista geopolítico Immanuel Wallerstein, ese no es un plan muy diferente al que Hitler y sus coetáneos tenían en mente. [9] Para quien intente escapar de esas zonas: muros, tiros y naufragios. Eso es lo que ilustran, como anticipo de la gran emigración medioambiental que nos espera, los 28 000 muertos registrados solo en el Mediterráneo desde 2014. [10]

Si esa pauta funciona política y mediáticamente en Palestina, puede funcionar también en otras latitudes y situaciones que están por venir. El presidente colombiano, Gustavo Petro, se ha referido a ello al apuntar que « lo que el poder militar bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur cuando por efecto de la crisis climática quedemos sin agua; la antesala de lo que desencadenará sobre el éxodo de las gentes que por centenares de millones irán del sur al norte ». [11]

El genocidio de Gaza, dice el filósofo italiano Franco Berardi « es el epicentro de un cataclismo que dividirá la humanidad de manera duradera: el sur del mundo y los suburbios de las grandes metrópolis occidentales rodean la ciudadela blanca con un muro de odio que alimentará la venganza en los meses y años venideros. Este evento inaugura el siglo de enfrentamiento entre la raza colonial y el mundo colonizado ». [12] Con todo eso cociéndose en Oriente Medio en un contexto de división en el establishment político de Estados Unidos, tanto Donald Trump como sus adversarios de la administración Biden están razonablemente unidos en la necesidad de administrar militarmente el declive estadounidense y en la identificación de China como el principal problema estratégico.

En esa materia, sus diferencias internas sobre la oportunidad o no de mantener el pulso militar con Rusia en el contexto del desafío que ven en China son tácticas. Ese fue el cálculo de fondo de la guerra de Ucrania desde el principio, calificada en noviembre de 2022 de « precalentamiento ante la gran crisis que está por venir » (es decir, una crisis con China), por uno de los principales jefes militares del país, Charles Richard, jefe del Stratcom, en The Wall Street Journal. [13] « Usar Ucrania para luchar contra Rusia sin usar tropas americanas es profesionalidad de primera y así podemos centrarnos en nuestro enemigo principal, que es China », declaraba en febrero de 2023 el ex-secretario del Consejo de Seguridad de Trump, el teniente general Keith Kellog. [14] « Cuanto más debilite Ucrania a Rusia, tanto más se debilitará el principal aliado de Rusia, China », explicaba poco después ante el Congreso de Estados Unidos Bill Kristol, el neocon que coordina el grupo de presión Republicans for Ukraine. [15]

En septiembre de 2023, cuando, pese a la enorme ayuda militar y económica occidental brindada a Kíev, ya asomaban en Estados Unidos las dudas sobre los resultados de la ofensiva militar ucraniana, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, abundaba en la misma idea de una guerra de Ucrania con la vista puesta en China: « Si Estados Unidos está preocupado por China, es necesario garantizar que Putin no gane en Ucrania. Si Kíev gana, tendremos el segundo mayor ejército en Europa (…) y será más fácil para Estados Unidos concentrarse en China y preocuparse menos por la situación en Europa ». [16] La misma relación se ha establecido desde la Unión Europea cuando la ministra de exteriores alemana, Annalena Baerbock se preguntaba « qué significaría para otros dictadores del mundo como el presidente chino » una victoria de Putin en Ucrania [17], o cuando la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen explicaba que la de Ucrania « no es solo una guerra europea, sino por el futuro del mundo ». [18]

En Pekín todo esto ha estado perfectamente claro desde el principio, hasta el punto de que, dos meses después de iniciarse la invasión, la presentadora de la televisión china Liu Xin interpretó así las presiones occidentales para que China se sumara a las sanciones occidentales contra Rusia por la invasión de Ucrania: « Ayúdennos a luchar contra su amigo para que luego podamos concentrarnos mejor en luchar contra usted ». [19]

Desde que el presidente Obama anunciara en 2012 su estrategia de « Pivot to Asia », es decir el traslado del grueso de la potencia aeronaval americana a Asia Oriental, quedó claro que Taiwán sería el eje del fortalecimiento del histórico cerco militar americano a China. Un cerco ya libre de la prohibición de despliegue de armas nucleares tácticas en la región -el sentido de la retirada unilateral del mencionado acuerdo INF realizado por Trump en 2019- con despliegue de bombarderos estratégicos B52 en Guam y el incremento del tenso patrullaje de barcos de guerra que da lugar a crónicos incidentes en el Mar de China meridional (Mapa 2).

Biden ha mantenido la escalada de tensión alrededor de Taiwán, principal productor mundial de semiconductores, un elemento importante del despegue tecnológico chino. Desde 1978, el reconocimiento del principio de « una sola China » (o sea, que Taiwán forma parte de ella), así como la Taiwán Relations Act (TRA) de 1979, fueron el fundamento de la relación bilateral en ese ámbito. El contenido de la TRA era ambiguo: aunque la isla pertenecía a China, se contemplaba el suministro de « armas defensivas » a Taiwán y se decía que cualquier intento de que Pekín resolviese por la fuerza la secesión sería motivo de « grave preocupación ». Es decir: no se decía « ayudaremos militarmente a Taiwán si hay conflicto ». Ahora sí se dice. Biden lo ha dicho cuatro o cinco veces en los últimos dos años. Paralelamente, se avanza en el proyecto de crear en Asia una especie de bloque militar contra China, al estilo de la OTAN en Europa, que implique a Japón, Corea del Sur, Australia, Reino Unido y, en lo posible, a India. Bajo su primer ministro, Fumio Kishida, Japón ha doblado su gasto militar y ha relegado el antibelicista artículo noveno de su constitución. [20]

En Corea del Sur, el presidente ultraconservador Yoon Suk-yeol también es un acérrimo militarista que quiere armas nucleares de Estados Unidos desplegadas en su territorio (hasta ahora se sospechaba únicamente su almacenaje) y recibe a toda una flotilla con portaaviones nuclear en sus aguas. Corea del Norte continúa con sus periódicos lanzamientos demostrativos de misiles y estrecha sus relaciones militares con Moscú y Pekín. En Filipinas, Estados Unidos ha establecido cuatro nuevas bases militares y Australia se gasta miles de millones en nuevos submarinos nucleares contra China. Hasta Nueva Zelanda ha sido incapaz de resistirse y ha anunciado incrementos en sus presupuestos militares. Al mismo tiempo, avanza el complicado (por contradictorio) proyecto de implicar a los europeos en este cerco contra China, principal socio comercial de la UE, integrando a Japón y Corea del Sur en los cónclaves de la OTAN desde la cumbre de Madrid en junio de 2022, y con presencia en la región de barcos de guerra alemanes y franceses, además de británicos. [21]

Sumándolo todo, la situación expone un panorama enormemente explosivo y peligroso que implica en los tres frentes a potencias nucleares: Rusia, Estados Unidos, Israel, China y Corea del Norte. Es también una situación particularmente delicada para Washington porque, incluso despejando el catastrófico escenario que supondría una guerra nuclear para el conjunto de la humanidad y limitándolo a un conflicto convencional, Estados Unidos podría perder una guerra si tuviera que actuar en tres frentes simultáneamente. En tal caso, la situación exigiría, en palabras del ex vicesecretario de Estado para Europa y Eurasia en la administración Trump, Aaron Wess Mitchell, que « Estados Unidos tenga que ser fuerte en cada uno de los tres escenarios bélicos, mientras que sus tres adversarios, China, Rusia e Irán, solo tienen que ser fuertes en su propia región para alcanzar sus objetivos ». [22]

Decir que una guerra en tres frentes es inverosímil es tan poco tranquilizador como considerar poco probable un enfrentamiento nuclear: su mera posibilidad es demasiado terrible para ser barajada y obliga a actuar para evitarla. El hecho es que en Europa ya tenemos una guerra en marcha y que a Rusia no le interesa pararla ahora, precisamente cuando las cosas van verdaderamente mal para Ucrania, sin haber cumplido claramente los objetivos que se propuso al iniciarla. En Oriente Medio nadie, excepto quizás el Gobierno de Israel, está interesado en que la masacre de Gaza degenere en una gran guerra regional. Hezbollah no puede arrastrar al agotado Líbano a una nueva destrucción como la que el país sufrió en los años setenta y ochenta en solidaridad con Palestina; Irán nunca se ha metido en un conflicto bélico por propia iniciativa y solo lo haría en una situación de extrema necesidad ante un ataque; Siria está destrozada por las consecuencias de su guerra; y Estados Unidos no puede arriesgarse a desencadenar un ataque cuyas consecuencias inmediatas serían la destrucción de todas sus bases en la región con miles de bajas en sus fuerzas armadas y el cierre del estrecho de Ormuz, vital para el tráfico petrolero mundial. Finalmente, no es el estilo de la proverbial prudencia china el aprovechar esta turbulenta situación para intentar una aventura militar contra Taiwán, con un resultado más que incierto. Todas esas improbabilidades no restan ni un ápice de alarma a una situación general sin precedentes por su peligrosidad. ¿Cómo se ha llegado a esto?

Oportunidad perdida

Cada generación reescribe la historia y utiliza el pasado para entender el presente, con mayor o menor fortuna. Sin embargo, desde la perspectiva del año 24, desde la distancia de más de un cuarto de siglo del fin de lo que se llamó « conflicto Este/Oeste » durante la Guerra Fría, la certeza de la gran ocasión que los humanos dejamos escapar se ha ido claramente colocando estos años en el centro del panorama. Aquello fue una prueba de madurez que el norte global suspendió. Al cancelarse declarativamente las peligrosas tensiones entre potencias, se abrieron posibilidades para un cambio de mentalidad entre las elites políticas y económicas que las capacitaran para afrontar los retos del Antropoceno y los grandes dilemas de las relaciones norte/sur.

Superar la guerra y la amenaza de destrucción masiva como método y último argumento de las relaciones internacionales, buscar nuevos criterios de seguridad colectiva, abandonar la militarización del espacio, paliar la desigualdad entre grupos sociales y regiones del mundo para hacerlo menos injusto, atajar la superpoblación y, desde luego, encarar la crisis climática y ecosocial. Esa prueba, el norte global la suspendió estrepitosamente. En lugar de emprender la necesaria concertación internacional para afrontar los retos del siglo, las elites globales, y particularmente las potencias occidentales, movilizan a sus sociedades para la lucha contra sus rivales geopolíticos. Una oportunidad perdida.

Como consecuencia de la retirada de Estados Unidos de los grandes acuerdos de desarme y control de armamentos, y de la desaparición de la generación política que tenía un recuerdo biográfico de la Segunda Guerra Mundial, la situación se ha vuelto mucho más peligrosa que durante la Guerra Fría. Entonces se estuvo cerca de la guerra nuclear en varias ocasiones. La humanidad tuvo suerte, podríamos decir. Igual que ante la superpoblación y la desigualdad global, el mundo pudo, y puede, continuar conviviendo peligrosamente y sin alterar su biorritmo con diez potentados que concentran más riqueza que el 40% de la población mundial y 13.000 ojivas nucleares capaces de destruir varias veces toda vida en el planeta. Pero la diferencia entre la capacidad de destrucción masiva y el calentamiento global es el factor tiempo. Lo primero puede congelarse, mantenerse como amenaza potencial sin más consecuencia que el riesgo, tal como ocurrió a lo largo de la Guerra Fría. Lo segundo es diferente, porque es una amenaza que, si no se aborda, o no se aborda con la suficiente ambición, progresa con el tiempo.

Hace treinta años que se celebran cumbres del clima. Desde la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en1992, las emisiones no han disminuido, sino todo lo contrario: han aumentado en más de un 60%. [23] Mientras la extracción y búsqueda de combustibles fósiles ha continuado aumentando junto con las emisiones, hemos sufrido los años más calurosos desde que se registran las temperaturas. India ha registrado olas de calor e inundaciones sin precedentes; Australia, Siberia y California han sufrido los peores incendios de su historia; en zonas de África se están perdiendo las condiciones ambientales hasta para la más precaria habitabilidad humana; los casquetes polares y los glaciares del Himalaya que alimentan los grandes ríos de Asia y sostienen la agricultura de irrigación de países como India y China, de la que dependen dos mil millones de seres humanos, han experimentado deshielos superiores a lo previsto.

La cooperación entre los principales emisores de gases responsables del calentamiento, China (29,2% del total), Estados Unidos (11,2%) y Unión Europea (6,7%), es imperativa. [24] Sin embargo, el clima de guerra que se está fomentando y creando desde Occidente la complica en extremo. En lugar de una movilización social contra los retos del siglo, las elites están promoviendo la movilización militar contra sus rivales geopolíticos. Así que, una vez más, es imperativo preguntarse ¿cómo hemos llegado a esto? Para responder a esa pregunta debemos concentrar la atención en la evolución de los acontecimientos en Europa, el continente del que han partido los principales impulsos bélicos de la historia. [25]

La Unión Europea y su futuro

La situación en Europa viene determinada por dos factores. El primero es el cierre en falso de la Guerra Fría, cuya consecuencia y desenlace es la guerra de Ucrania, en línea con los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, pero no con los europeos. El segundo es la gran integración euroasiática resultado de la sintonía entre Rusia y China que dibuja una gran potencia geoeconómica. Con la guerra, la UE se ha convertido en una organización auxiliar de la OTAN. El mal avenido eje franco-alemán ha sido sustituido por un eje Londres - Varsovia - Bálticos - Nórdicos - Ucrania, mucho más favorable a Washington, que es quien marca la línea. Pero, para que eso haya sido posible en los últimos treinta o cuarenta años, han tenido que ocurrir diversos procesos. Uno de ellos es el de la « americanización » cultural de Europa y el debilitamiento de sus Estados, con pérdida de soberanía de sus instituciones, como consecuencia de la privatización de lo público.

En la UE había una mentalidad de superioridad cultural respecto a Estados Unidos, una posición similar a la de los griegos respecto a Roma en la antigüedad. La americana era una cultura que formaba parte de la civilización europea. Hoy, como dice Régis Debray, hay toda una serie de culturas nacionales europeas (francesa, alemana, italiana, española, etc.) que forman parte de la civilización americana. Con el idioma, absolutamente dominante incluso en países tan celosos de su lengua como Francia, esa civilización nos ha exportado su mentalidad, su comunitarismo, su versión comercial de las relaciones humanas, la lógica de los « ganadores » y « perdedores », su maniqueísmo infantil en la visión del mundo, etc. Los jóvenes europeos de hoy se parecen mucho más que sus padres a sus homólogos americanos, en los que buscan modelo e inspiración. [26]

Otra muestra del gran cambio que ha tenido lugar en el último medio siglo es que ningún país europeo participó en la guerra de Vietnam (ni siquiera el Reino Unido), e incluso algunos mantuvieron serias tensiones con Washington por ello (estoy pensando en la Suecia de Olof Palme). Hoy casi todos han enviado tropas a los desastres de Washington en Irak o Afganistán, han sido protagonistas en Libia y Siria y son cómplices del anacrónico colonialismo israelí.

La privatización de lo público y el crecimiento de la influencia empresarial en detrimento de los Gobiernos y los Estados, característica del capitalismo neoliberal, ha facilitado mucho esa influencia. Medio siglo de capitalismo neoliberal convirtió a los Estados y Gobiernos europeos en algo muy débil e impotente. La propia Unión Europea se construyó, particularmente a partir de los años noventa, como una autopista neoliberal para los intereses de las grandes corporaciones. Pensemos por un momento en la España de los ochenta. [27] El Estado tenía el control de las telecomunicaciones (Telefónica), la importación, distribución y suministro de hidrocarburos con su red de gasolineras (Campsa, Repsol), la gran compañía eléctrica (Endesa), las líneas aéreas y ferroviarias nacionales (Iberia, Renfe) con sus infraestructuras correspondientes, la compañía nacional de tabacos (Tabacalera) y buena parte de la automoción (Seat) y la construcción naval y aeronáutica.

Entonces existían bancos públicos importantes, las cajas de ahorro no eran especulativas y el principal medio de comunicación, la televisión, consistía en dos canales públicos. Eso era así en el conjunto de Europa, sin contar con el bloque del este, con una economía casi plenamente estatalizada. Con todas esas riendas en sus manos, los Estados europeos tenían capacidad de gobierno y capacidad de informar sobre las políticas y estrategias a adoptar. Hoy todo eso atenta contra el espíritu de los tratados europeos (aprobados por tecnócratas no electos que no tienen marcha atrás y que son prácticamente irreformables porque requieren unanimidad), que priorizan la privatización y la desregulación, por lo que se ha perdido capacidad de gobierno y soberanía.

Más allá de su retórica narcisista, la simple realidad de la Unión Europea es que no es una construcción democrática. En política monetaria manda el Banco Central Europeo, en política exterior y de seguridad manda la OTAN y en casi todo los demás la Comisión. Ninguna de esas organizaciones e instituciones está al alcance del voto y de mecanismos de soberanía popular -que solo puede ser nacional, porque existe el pueblo español, el pueblo francés y el pueblo alemán, pero no existe un « pueblo europeo »-. Por lo tanto, se trata de una típica construcción tecnocrática y oligárquica. Quiero subrayar que la concertación de las naciones europeas me parece útil y necesaria, pero precisamente por eso hay que reconocer que su forma actual ha restringido la democracia en el marco general del capitalismo neoliberal en el que lo político se subordina a lo económico. Todo eso ayuda a entender el gran contexto del cierre en falso de la Guerra Fría. Pero, para comprender de qué estamos hablando, veamos la perspectiva histórica de ese cierre en falso. Cierre en falso de la Guerra Fría.

El principio general que se deduce de la historia europea es que el ninguneo o maltrato de las grandes potencias derrotadas siempre tiene resultados nefastos. Tras las guerras napoleónicas, los vencedores implicaron a la vencida Francia en la toma de decisiones del Congreso de Viena, y eso abrió una larga etapa de paz y estabilidad continental: de 1815 a 1914, si obviamos la guerra de Crimea y la franco-prusiana. El ejemplo contrario es lo que se hizo con Alemania tras la Primera Guerra Mundial, y con la Rusia bolchevique tras la Revolución de 1917. En ambos casos, las políticas de exclusión -y, en el caso ruso, de intervencionismo militar en la guerra civil- tuvieron consecuencias nefastas tanto para la génesis del nazismo como del estalinismo. Tras la Segunda Guerra Mundial se aprendió la lección y se trató a Alemania con guante de seda, desechando las iniciales ideas de Stalin y del Secretario del Tesoro estadounidense Henry Morgenthau de « desmembrar Alemania » y convertirla en zona agrícola. No hubo desnazificación en la Alemania Occidental, se le perdonó la deuda en 1953, etc. El fin de la Guerra Fría no fue resultado de una derrota militar, sino que fue un caso insólito de retirada incondicional de uno de los contendientes.

Pero, por su escala y consecuencias para el mapa de Europa y para la correlación de fuerzas global, fue comparable a una derrota. Comparable al fin de la Segunda Guerra Mundial (ver Mapa 3 y Mapa 4). Para Occidente fue una victoria sin disparar un solo tiro. Por motivos bien diferentes, Gorbachov y Yeltsin entregaron el Imperio Ruso. No ya el conquistado por Stalin como bloque soviético tras la Segunda Guerra Mundial, sino el de Pedro el Grande y sus sucesores desde el siglo XVIII: el Báltico, el Mar Negro, Asia Central, etc. Sin embargo, la respuesta occidental fue, en este caso, un regreso a aquello sobre lo que la historia europea nos advertía que era nefasto y peligroso: excluir y ningunear a una gran potencia de la toma de decisiones, ignorarla cuando ésta se quejaba y responder con sanciones e imposiciones cuando reaccionaba. En lugar de organizar la seguridad continental común e integrada que se acordó por escrito en París en noviembre de 1990, y en lugar de cumplir las promesas verbales realizadas a Mijaíl Gorbachov, la OTAN se amplió, primero sin Rusia y luego contra Rusia. [28]

Todo esto no fue resultado de una « ceguera histórica», sino una opción geopolítica perfectamente consciente por parte de Estados Unidos y que la UE hizo suya. El motivo de la conducta de Estados Unidos es claro y conocido. El liderazgo usamericano depende en gran parte de mantener vigentes las líneas divisorias de la Guerra Fría en Europa y Asia, preservando así las dependencias político-militares de los aliados. El mantenimiento de las estructuras heredadas de la Guerra Fría, como la OTAN, dependía de la continuidad de las tensiones y animosidad. En febrero de 1992, menos de dos meses después de la disolución de la URSS, el principal documento estratégico de Estados Unidos, el Defense Planning Guidance, bajo la égida de Paul Wolfowitz, identificaba la clave del dominio mundial en solitario por parte de Estados Unidos: « evitar la aparición de un nuevo rival », particularmente en el espacio euroasiático. Estados Unidos debía « impedir la aparición de acuerdos de seguridad exclusivamente europeos que debiliten a la OTAN », decía. Tales acuerdos habrían conducido inexorablemente a la unión de las potencialidades científicas y energéticas de Rusia con las tecnológicas, de capital y de recursos financieros de Alemania, léase la Unión Europea. Impedir esa unión ha sido un objetivo perfectamente documentado y anunciado de la política de Estados Unidos en Europa. [29]

La élite de la Unión Europea no ha sido pasiva espectadora, sino parte protagonista y activa de ese proceso. A partir de 1993, toda la acción llevada a cabo por Estados Unidos y la UE hacia Eurasia se centró en marginar a Rusia y quebrar todos los proyectos de integración postsoviéticos lanzados por Moscú: la CEI (Comunidad de Estados Independientes), los acuerdos comerciales y aduaneros, la Unión Económica Euroasiática, la Organización de defensa mutua, etc. Los corredores energéticos y de transporte de la UE con Asia Central se diseñaron para eludir a Rusia. En 1996 la UE lanzó el programa de cooperación energética INOGATE, que incluía a todas las ex-repúblicas de la URSS excepto Rusia, con oleoductos y rutas hacia el Mar Caspio y Asia Central que eludían el territorio ruso.

La inestabilidad en Afganistán impidió realizar el proyecto TAPI, un oleoducto a través de Turkmenistán, Afganistán, Pakistán e India, pero su lógica e intención eran las mismas: eludir a Rusia. En 1997 Estados Unidos y la UE lanzaron la iniciativa GUAM (Georgia, Ucrania, Armenia, y Moldavia) para socavar la integración de la CEI.

La UE siempre se negó a establecer relaciones diplomáticas con la Unión Económica Eurasiática liderada por Moscú y, en 2009, lanzó su programa « Asociación Oriental », destinado a engullir en la esfera occidental a todas las repúblicas exsoviéticas que participaban en diferentes acuerdos económicos y de seguridad con Moscú. Todos esos acuerdos se consideraban incompatibles con el alineamiento económico, comercial y de seguridad con la UE, abriendo definitivamente las puertas a las grandes corporaciones occidentales y a la OTAN. Mucho antes, en 1997, algunos estrategas de Estados Unidos, como Zbigniew Brzezinski, ex-consejero de Seguridad Nacional, iban mucho más lejos y contemplaban el proyecto de convertir a Rusia en la « entidad vagamente confederada de una Rusia Europea, una República siberiana y una República de Extremo Oriente » (Mapa 5).

El libro de Brzezinski [30] fue atentamente leído en Moscú, pero ¿por qué la élite rusa no tomó medidas militares antes? Una explicación es que, en los años noventa, Rusia era militarmente muy débil. Recordemos el espectáculo de cinco mil guerrilleros chechenos batiendo al ejército ruso en Grozny en 1994. ¿Quién en la OTAN se iba a tomar en serio a aquel ejército? Pero, más allá de eso, hay otra explicación mucho más decisiva que aclara incluso esa debilidad militar.

En los años noventa la élite rusa estaba concentrada en algo mucho más importante para ella: el saqueo del patrimonio nacional, con sus ingentes recursos naturales y riquezas, para realizar su sueño histórico. Ese sueño era pasar de ser una casta administrativa, gestora pero no propietaria de esos recursos, a convertirse en una clase propietaria « normal » (es decir, entre otras cosas, capaz de heredar el privilegio), en línea y sintonía con la elite capitalista occidental. Entramos aquí en un aspecto crucial porque nos avisa de que lo que determina esa geopolítica es el conflicto entre diferentes facciones capitalistas. Esto exige una pequeña digresión.

El actual conflicto entre Rusia y la OTAN no se entiende en su profundidad sin atender al escenario postsoviético que se abre con la disolución de la URSS. En 1991 una pugna por el poder en el interior de la élite rusa determinó que ésta disolviera la URSS para que la facción de Boris Yeltsin se hiciera con el pleno poder que hasta entonces debía compartir con el aparato central de la URSS, dirigido por Mijaíl Gorbachov. Eso fue la disolución « política», podríamos decir. Hubo también un claro aspecto « de clase »: la URSS, con sus maltrechos y desprestigiados referentes simbólicos e históricos revolucionarios, era un impedimento para la reconversión social de una casta administrativa-burocrática en clase propietaria.

Sin la URSS, la élite rusa y las respectivas élites nacionales de cada república eran mucho más libres para realizar esa reconversión social. En el marco de esa operación que abría enormes perspectivas de enriquecimiento y de poder, la élite rusa sacrificó momentáneamente casi todo lo demás: la geografía humana rusa, los enormes espacios de las repúblicas socialistas soviéticas de Kazajstán y Ucrania poblados por rusos y mayoritariamente rusoparlantes, la suerte de millones de rusos que vivían fuera de las fronteras de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFSR), cuyos estatutos y derechos se dejaron de lado, la identidad de gran potencia en el mundo, etc. Todo eso la élite rusa lo dejó de lado para concentrarse en lo principal: el asalto al patrimonio nacional que la URSS definía como « propiedad de todo el pueblo » y su apropiación privada por la vía de la privatización.

En ese contexto, cuando en diciembre de 1991 la URSS fue disuelta a iniciativa rusa y con la aquiescencia seguidista de los dirigentes de Ucrania y Bielorrusia, los políticos rusos ni siquiera pensaron en que el sur y el este de Ucrania, la franja que va desde Járkov hasta Odesa pasando por el Donbas y Crimea, eran « mucho más Rusia que Ucrania » desde todos los puntos de vista. Aún menos pensaron en la parte occidental de Kazajstán. La mentalidad de saqueo era lo que verdaderamente importaba y lo demás era accesorio. Después de todo, pensaban, Ucrania es una « casi Rusia », siempre será un solícito satélite ruso, por no hablar de Kazajstán. No contaron con que las élites dirigentes ucranianas, como las de las otras repúblicas, fundamentalmente cuadros excomunistas rápidamente reciclados en adalides de la « economía de mercado », necesitaran consolidar ideológicamente su nuevo poder, no ya sobre la « eterna amistad entre los pueblos de la URSS », sino desarrollando su particular nacionalismo, lo que determinaba muchas colisiones con Rusia.

Los dirigentes rusos estaban convencidos de que Occidente les iba a dejar entrar en la globalización capitalista como socios « libres e iguales ». Habían olvidado todo aquello por lo que sus abuelos hicieron la revolución en busca de una solución al problema del desigual desarrollo capitalista que empujaba al Imperio Ruso de principios del siglo XX a convertirse en una especie de gran potencia colonizada. Consideraban que con la URSS su país se había apartado de la « civilización » a la que ahora regresaban. Moscú quería ser Nueva York, París o Londres, pero lo que la globalización capitalista les ofrecía era un estatuto subalterno y dependiente en el que la « Tercera Roma » (Moscú, en la ideología secular imperial abrazada en el siglo XVI) debía renunciar a su identidad y realidad de gran potencia, con su nueva burguesía en el papel de intermediaria en el comercio de materias primas.

El resultado fue unos años noventa con enormes posibilidades de enriquecimiento privado para unos pocos, miseria y colapso demográfico para los más, y humillación e impotencia en el ámbito internacional con la sucesiva ampliación de la OTAN y el apoyo occidental al secesionismo en Rusia. Realizada con éxito la reconversión social de la casta dirigente, con Putin comenzó el restablecimiento de la potencia rusa y, con ello, el choque con el « capitalismo realmente existente ». La élite rusa cayó del caballo y comenzó a elaborar un plan para hacerse respetar por ese Occidente que nunca entendió muy bien los procesos internos de Rusia ni sus realidades.

La élite depredadora rusa está formada por « capitalistas políticos », [31] es decir, un grupo social que extrae su ventaja competitiva de los beneficios que obtiene de su privilegiado control del Estado. Para eso necesita que el capital transnacional occidental le reconozca su coto privado. Por ejemplo, el sector energético ruso es propiedad « nacional » controlada por Rusia, es decir, por los propietarios del Estado ruso. Los « oligarcas » rusos están subordinados al Estado ruso de la misma forma en que la nobleza rusa lo estaba de la autocracia zarista. Esa es una tradición secular en Rusia. En el entorno geográfico de Rusia debe reconocerse un dominio o, como mínimo, un condominio en el que los intereses de la clase capitalista rusa sean respetados por el capital transnacional occidental. [32]

Para la élite depredadora occidental eso es inadmisible. Sus compañías, a las que los Gobiernos están supeditados, no admiten ningún « coto ». Los recursos naturales de Rusia deben ser abiertos a la rapiña del capital global. Si el sueño de la geopolítica estadounidense es desmembrar el Estado ruso en diversas repúblicas es, precisamente, para romper el coto y convertir a los capitalistas políticos rusos en una mera clase compradora, subalterna e intermediaria. Pero ese papel la élite rusa no lo acepta. Y, al no aceptarlo, se produce el conflicto y se precipitan toda una serie de cambios, tanto en la política exterior rusa como en la política interior, a los que luego nos referiremos. Con esto quiero decir que, si el capital occidental hubiera tenido libre acceso al control de los recursos energéticos y minerales de Rusia, y si en ese negocio la élite rusa se hubiera conformado con un papel subalterno y solícito para con los intereses extranjeros, no habría habido ampliación de la OTAN, ni se habría excluido a Rusia.

Tampoco se habría demonizado al régimen de Putin, cuyas conocidas fechorías no lo hacen peor que los dirigentes de otros países « amigos », como Turquía, miembro de la OTAN, invasor de Chipre e histórico maltratador de kurdos; o que Israel, Estado colonial, histórico masacrador de palestinos; o que Arabia Saudí, cuyo régimen teocrático descuartiza disidentes con sierra mecánica en sede diplomática; por citar solo algunos de los países con los que Occidente mantiene relaciones estrechas y cordiales. Todo esto se aclara mucho si se lee en el marco de un conflicto en el que unos intentan que se reconozca su coto « geoeconómico », lo que el Kremlin designa como « nuestros legítimos intereses » (o por lo menos un condominio), mientras que los otros no lo admiten porque su coto es el mundo entero, en el que Rusia y su entorno no pueden ser excepción. Por supuesto, sumado a factores endógenos, este proceso tuvo consecuencias en los « humores » de Rusia, complicando su democratización y la relación con su entorno, y favoreciendo una reedición de la tradicional autocracia moscovita con Boris Yeltsin (una autocracia que aún fue occidentalista en la primera década del mandato de Vladímir Putin).

En Ucrania, treinta años de caótico Gobierno nacional provocaron muchos desastres sociales, pero también el hecho de que aquella « casi Rusia » fuera cada vez « más Ucrania ». Tras una generación viviendo en una Ucrania « soberana e independiente », una identidad nacional ucraniana cívica y plural avanzó y se desarrolló claramente, incluso en el sureste del país, en las regiones con mayor peso de rusos étnicos y en las que el peso de la cultura y lengua rusas son mayores (Mapa 6). En las regiones de Ucrania occidental que nunca pertenecieron al Imperio Ruso y a su cristianismo prosperó el nacionalismo étnico local, con un carácter furibundamente antiruso y excluyente hacia los grandes sectores rusófilos y rusoparlantes del país. Ese nacionalismo, con narrativas históricas de extrema derecha, que era minoritario en el grueso del país, fue ganando influencia y terreno a un nacionalismo cívico, capaz de integrar la diversidad identitaria de Ucrania.

La pésima realidad que la « economía de mercado » y el latrocinio generalizado que su élite produjo en el país también favorecieron el etnicismo y la búsqueda de culpables extranjeros. En 2014, ese nacionalismo étnico se impuso definitivamente al conjunto del país con una mezcla de revuelta social y golpe de Estado que contó con el decidido apoyo occidental y que fue rechazado en el este y el sur del país. En ese contexto, Rusia se anexionó Crimea con el beneplácito de la inmensa mayoría de la población de la península, lo que arrancó una revuelta armada en el Donbas, inicialmente sin gran apoyo ruso. Comenzó así una guerra civil sin la cual la posterior invasión rusa habría sido muy difícil, sino imposible. El nuevo Gobierno de Kíev, apoyado por Occidente, planteó desde el principio la revuelta del Donbas como una « operación antiterrorista » destinada a doblegar a los que denominaba nedoukraintsy, es decir, « gente no suficientemente Ucraniana » desde el punto de vista del nacionalismo étnico. Según el propio secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, la guerra de la OTAN contra Rusia « comenzó en 2014 » y no en 2022; [33] y según la Oficina del Alto Comisario de la ONU para los Derechos Humanos, produjo unos 14.000 muertos antes de la invasión rusa, la mitad de ellos civiles y la mayoría de estos civiles pobladores de localidades rusófilas víctimas del ejército ucraniano entonces compuesto por milicias de extrema derecha. [34]

¿Por qué 2014? Por la anexión rusa de Crimea en marzo de aquel año. La anexión de Crimea había sido la respuesta de consolación del Kremlin a la dolorosa « pérdida de Ucrania », es decir, al hecho de que Kíev se pasara al bando occidental y enfocara definitivamente su política contra Rusia. La impecable operación militar rusa que hizo posible la anexión, así como el mayoritario respaldo que obtuvo entre la población de la península, fue un desafío militar y de imagen intolerable para la disciplina continental del atlantismo. Y no fue tanto por su flagrante violación del derecho internacional y la integridad territorial de un país soberano, pues, al fin y al cabo, Marruecos se anexionó el Sáhara occidental, Turquía apadrinó a la república turcochipriota e Israel ocupa zonas de Palestina y Siria desde hace décadas, sin que el atlantismo vea ningún problema en ello. Más aún, la propia OTAN propició militarmente la independencia de Kósovo en 1999 y sus países miembros han participado en una larga serie de guerras de agresión y ocupación de territorios que han violado el derecho internacional sin mayor problema.

El caso de Crimea era diferente. La transgresión era obra de un país adversario y, además, había sido limpia, aceptada por la mayoría de la población y sin violencia alguna; es decir, no se trató únicamente de una ruptura militar de la disciplina occidental en Europa, sino también una prueba ante el mundo de que el poder hegemónico occidental podía ser burlado. Desde aquel mismo momento, quedó claro que habría una respuesta militar occidental de escarmiento contra Rusia y que el desafío no iba a quedar impune. El Kremlin sabía lo que se le venía encima y, un año después, intervino militarmente en ayuda del régimen sirio, lo que, entre otras cosas, le sirvió para curtir a sus fuerzas armadas en un escenario bélico real.

Las negociaciones de paz de los Acuerdos de Minsk, con la supuesta participación mediadora de Francia y Alemania, fueron meras mascaradas para « ganar tiempo y preparar a Ucrania » para la guerra, según han admitido la excanciller alemana Angela Merkel [35] y el expresidente francés François Hollande, [36] y ha corroborado el expresidente ucraniano Petró Poroshenko. [37]; [38]

Los dos últimos años anteriores a la invasión rusa, las señales emitidas contra Rusia fueron claras. En 2019, un extenso documento de la RAND Corporation, el principal think tank del Pentágono, titulado « Overextending and Unbalancing Russia » (« Sobrepasar y desestabilizar a Rusia »), proponía un detallado catálogo para estresar a Moscú, cuyo primer y principal escenario era el de « suministrar una ayuda letal a Ucrania », cosa que se venía haciendo desde 2014. [39]; [40] Para cuando se publicó aquel documento, dirigentes ucrania- nos como el elocuente y siempre sobrado asesor del presidente de Ucrania, Aleksei Arestovich, ya decía en público que « el precio para que Ucrania ingrese en la OTAN es una guerra contra Rusia y la derrota de ésta », un escenario « ineludible » que él fechaba para « 2021 o 2022 ». [41]

En febrero de 2019 la constitución ucraniana fue enmendada haciendo del ingreso del país en la OTAN un objetivo declarado del Gobierno. En marzo de 2021, el presidente Zelensky adoptó la llamada « Plataforma de Crimea », un programa que prometía la reincorporación de Crimea a Ucrania por medios militares. En junio de ese mismo año, el Reino Unido firmó un acuerdo para modernizar la fuerza naval ucraniana después de que en abril de 2021 se produjeran incidentes entre Rusia y Ucrania en el mar de Azov. En junio de 2021 Estados Unidos y Ucrania organizaron también unas maniobras navales en el Mar Negro con la participación de 32 países, y en agosto firmaron acuerdos bilaterales de cooperación militar y asociación estratégica. Entre marzo y junio, la OTAN llevó a cabo las maniobras Defender 21, un enorme despliegue militar con el escenario de un ataque ruso a Europa. A partir de entonces, Ucrania desplegó decenas de miles de soldados junto a la región rebelde del Donbas y Rusia concentró tropas en su frontera con Ucrania. En diciembre, Moscú envió dos documentos a la OTAN y a Washington para solucionar la crisis mediante una retirada de la OTAN y un estatuto de neutralidad para Ucrania. Ambas peticiones fueron rechazadas. Tres días antes de la invasión rusa, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, un cónclave atlantista anual, el presidente Zelensky amenazó con retirarse del memorando de Budapest de 1994 y retomar el derecho de Ucrania a poseer armas nucleares.

Nada de todo esto justifica la posterior invasión rusa, pero da cierto contexto y plausibilidad a la afirmación del presidente Putin de que, si no hubiera lanzado su invasión, las cosas habrían sido peores para Rusia, porque Ucrania se habría hecho militarmente más fuerte y habría atacado Crimea y el Donbas. [42] En lo que respecta a Ucrania, la tragedia es que sus dirigentes también han contribuido a la perpetuación del conflicto. No habrá paz ni integridad territorial mientras el Gobierno ucraniano no vuelva a reconocer el pluralismo interno del país. [43] Y eso parece más difícil que un escenario en el que Rusia se anexiona gran parte de su territorio del sur y del este, lo que tampoco nos llevará a una situación estable.

La ruptura rusa y la transformación del régimen bonapartista ruso

La crisis de Ucrania y la reacción occidental, en forma de sanciones sin precedentes y la mayor ayuda militar y financiera occidental a otro país desde la Segunda Guerra Mundial, ha consagrado la ruptura rusa con Occidente. Veamos ahora en qué consiste dicha ruptura. Como en los últimos treinta años la política exterior de la Unión Europea y de Estados Unidos ha consistido en correr las líneas divisorias de Europa hasta las fronteras rusas, la situación se hizo cada vez más desfavorable para Moscú. Cuando la crisis ucraniana truncó las últimas ilusiones de Moscú respecto a una « Gran Europa », Rusia anunció su ruptura: declaró a la UE « socio poco fiable » (en la célebre visita del Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, a Moscú, en febrero de 2021) y afirmó su enfoque hacia el proyecto de la Gran Eurasia. Aquí estamos hoy. [44]

¿Qué es eso de la « Gran Eurasia »? En Moscú dicen que significa nada menos que el fin de trescientos años de orientación europea, una ruptura con la línea iniciada por el Zar Pedro el Grande en el siglo XVIII. Se afirma que el nuevo enfoque ya no consiste en intentar integrarse en Europa o con Europa, sino en darle la vuelta a la situación integrando a Europa en la Gran Eurasia. Moscú concibe sus relaciones con la UE desde la misma posición externa desde la que China o la India plantean sus relaciones con Bruselas. Me parece que la UE aún no se ha enterado de que cuenta poco y preocupa mucho menos a Moscú. En Bruselas, Berlín y París se creían imprescindibles e insustituibles; creían que las sanciones iban a « arruinar » a Rusia -en palabras de la ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock [45]- « erosionarían drásticamente su base económica », condenándola a una « autarquía cortada del mundo » que reduciría « cualquier per pectiva de modernización » -en palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen [46]- pero ha resultado que no.

Moscú lleva a cabo, de momento con éxito, un gran programa de sustitución de importaciones occidentales activando su propia producción nacional: automoción, alimentación, electrónica, maquinaria, construcción naval, aviación, agricultura, farmacia, ingeniería, etc. Los corredores energéticos comienzan a dirigirse hacia Oriente. Lo que Rusia no puede producir se compra en China, que es la alternativa a Alemania. Al mismo tiempo, se busca una mayor cohesión social interna, y la industria de guerra dinamiza la economía. [47]

Todo esto tiene grandes repercusiones para la transformación del régimen bonapartista ruso que se hace no solo más autoritario y represivo (se admite el debate, pero no la crítica frontal a la guerra, bajo penas de cárcel para los disidentes de izquierda y derecha), sino también más « social » y más « soviético » en sus planteamientos interiores e internacionales. Con la guerra de Ucrania y el gran cambio que lleva aparejado, el régimen lo cambia casi todo; se transforma y se consolida para perpetuarse en el poder. El resultado es la « Paradoja de Gláziev », [48] a saber: que la pelea entre el capitalismo globalista transnacional occidental y el capitalismo político ruso, así como la negativa a tratar a la élite rusa como una igual en el club global de los depredadores, está empujando a Moscú a una cierta « sovietización »; a cambiar el contrato social en política interior (más distribución, más control estatal, más keynesianismo y menos mercado y, ciertamente, más represión) y en política exterior (énfasis en el anticolonialismo, antioccidentalismo, enfatización del papel de los BRICS, de las relaciones con África, América Latina y, por supuesto, Asia). El resultado es tan pintoresco como observar al presidente Putin, un decidido conservador y anticomunista partidario de la « economía de mercado », elogiando a Fidel Castro, al Che Guevara y al presidente Allende en su último discurso ante el foro latinoamericano celebrado en Moscú en septiembre de 2023. Esta transformación está ocurriendo ahora y debe ser observada con la máxima atención. [49]

Todo esto puede resultar bastante desconcertante viniendo de personajes tan conservadores y anticomunistas como los actuales dirigentes rusos, pero de alguna forma esa fue la paradoja de la URSS: una superpotencia autocrática y tiránica en lo político, reaccionaria en muchos aspectos y, al mismo tiempo, igualitaria y niveladora en lo social, con un papel fundamental como contrapeso al hegemonismo occidental en el mundo. [50]

Recapitulando:
  • el esfuerzo por excluir a Rusia de Europa ha resultado en que Moscú mire a Oriente para trazar sus asociaciones estratégicas;
  • la Rusia euroasiática se ha hecho mucho menos dependiente de la UE (sus industrias estratégicas, corredores de transporte e instrumentos financieros dependen menos de Occidente); y
  • al mismo tiempo, la UE se está haciendo más dependiente de EE.UU. y, con ello, se debilita. [51]

Una Unión Europea más débil e inoperante a medio plazo

« Paz », « prosperidad » y « estabilidad » eran las tres promesas esenciales de la Unión Europea. El eje franco-alemán garantizaba la paz, el mercado interno la prosperidad, y el euro la estabilidad. Con la guerra de Ucrania y la masacre de civiles en Palestina, con la crisis de refugiados y emigrantes en aumento, y con la recesión que comporta las fallidas sanciones a Rusia y el consiguiente aumento de los precios energéticos, todo eso se está hundiendo. [52]

Trasladando el centro de la política europea hacia el este, Estados Unidos incrementa su control político-militar de la UE. Polacos y bálticos se han hecho más dependientes de Washington y piden que establezca bases militares permanentes en su territorio. La « autonomía estratégica » ya no es un concepto presente en la UE, y la consolidación de un polo de países más pro-estadounidenses en el este y norte de Europa lo alejan aún más de la agenda europea. Los problemas económicos de Alemania no solo disuelven su liderazgo y autoridad en la UE, sino que afectarán al resto de países. En primer lugar, a países vecinos como Polonia, República Checa, Hungría y Eslovaquia, que están muy integrados en la cadena de suministros de Alemania. El papel de comparsa que Berlín ha jugado en el humillante atentado estadounidense de septiembre de 2022 contra su infraestructura gasística Nord Stream en el Báltico lo retrata todo. [53]

El rechazo del gas ruso supone un cambio estructural enorme para la UE. Aumentan los costes de producción y se reduce la competitividad, lo que favorece el proceso de desindustrialización. Muchas empresas consumidoras de energía cierran o se deslocalizan hacia Estados Unidos, donde los precios energéticos no solo son más bajos, sino que, además, las empresas locales, son receptoras de mayores subvenciones gracias a una mayor disponibilidad de capital que en la UE. Al mismo tiempo, los niveles de deuda de la UE se incrementan. Se constata una manifiesta devaluación de la calidad general del liderazgo europeo. Alemania cuenta con la peor galería de dirigentes de la historia de la República Federal de Alemania (RFA), con el canciller Olaf Scholz, la ministra de exteriores Annalena Baerbock y la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen.

En Francia, Emmanuel Macron es el presidente más impopular, desacreditado e impotente de la V República. En casi todos los países europeos se registra un incremento de la extrema derecha y el populismo trumpista. La miseria política europea es extraordinaria. Basta comparar a los políticos alemanes post reunificación con los Willy Brandt, Helmuth Schmidt, Hans-Dietrich Gensher, a los franceses con sus antecesores, o a los italianos con aquella gran tradición de izquierdas del « compromiso histórico » que han llevado al poder a personajes como Silvio Berlusconi o Meloni.

La decadencia es extraordinaria y, obviamente, no es una mera cuestión de personas, sino de procesos de fondo que tienen que ver con la propia arquitectura neoliberal de los fundamentos de la Unión Europea. Al mismo tiempo, toda esta errática y disciplinada apuesta europea por ser el « ayudante del sheriff » en el mundo está sometida a escenarios de pesadilla para sus actores. ¿Qué será de una UE que sacrifica sus intereses vitales a favor de Estados Unidos si un aislacionista del estilo de Donald Trump regresa a la Casa Blanca en las elecciones de 2024? Mencionando algunos de estos aspectos, Zhang Jian, vicepresidente del China Institutes of Contemporary International Relations (CICIR) y director del CICIR Institute of European Studies, concluye lo siguiente: « a medida que se amplíe la brecha de poder entre Europa y EE.UU., la UE podría parecerse más al Reino Unido o Canadá y demostrarse completamente incapaz de defender sus propios intereses ». [54] Políticos alemanes como el ex-ministro de exteriores verde Joshka Fischer ya ofrecen soluciones en línea con la histórica degeneración política patente en Berlín: “la Unión Europea necesita una disuasión nuclear. Espero que Estados Unidos y la UE sigan unidos, pero ¿qué pasaría si Trump vuelve a ser elegido? Con miras a ese escenario Europa debe plantearse en serio la cuestión ». [55]

Mientras tanto, la asociación China-Rusia para construir una gran región euroasiática está creando una atracción gravitatoria hacia todo el supercontinente, con repercusiones en el mundo entero. Europa se enfrenta a un dilema: si no se adapta a la cambiante distribución internacional del poder, perderá competitividad y se verá obligada a replegarse bajo el patrocinio de EE.UU., como está sucediendo ahora. Al alinearse únicamente con la región transatlántica, Europa derivará hacia una relación geoeconómica núcleo-periferia con Estados Unidos y renunciará a la autonomía regional. Al mismo tiempo, al posicionarse en una rivalidad sin beneficio alguno contra Rusia y China, la UE incentiva a Moscú y Pekín a utilizar tácticas que abran brechas en ella.

China no es solo un « competidor estratégico » y « rival sistémico » (como afirman los documentos de la UE desde marzo de 2019), sino que, cada vez más, es una potencia europea, en el sentido de que sus industrias estratégicas tienen una creciente presencia en Europa, de que sus infraestructuras de transporte han penetrado en el continente y de que sus instituciones financieras tienen una posición considerable en la economía europea (centros financieros, empresas, proyectos de desarrollo y acuerdos bilaterales, mercados de deuda y capital). Que China se esté convirtiendo en una potencia europea puede parecer un absurdo geográfico, a menos que se entienda que las regiones de Europa y Asia se están integrando en una gran macro región. Todo eso es, naturalmente, objeto de un pulso y tensión política y militar.

Las instituciones centrales de la UE están tomando medidas contra la estrategia china de la « Nueva Ruta de la Seda » (Belt and Road Initiative, B&RI), por lo que China desarrolla sus relaciones bilaterales con estados miembros de la UE. Por ejemplo, Italia se integró unilateralmente en la B&RI en 2019. Posteriormente, Meloni ha anunciado, en septiembre de 2023, su salida, aunque puede ser una salida « a la italiana », es decir, que puede ser más aparente que real. Alemania, Inglaterra, Francia e Italia han sido miembros fundadores del Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras (AIIB) liderado por China. El AIIB es la segunda institución de desarrollo multilateral más grande del mundo y potencial rival del FMI y del Banco Mundial.

La guerra de Ucrania es también un intento militar de cerrar el paso a esa integración euroasiática. Estados Unidos responde contra China agitando, además, la « política de los derechos humanos » en los frentes de Hong Kong, Tibet y Xinjiang, al mismo tiempo que va abandonando gradualmente la « política de una sola China » respecto a Taiwán. Desde esa respuesta, Washington intenta arrastrar a la UE por esa vía de tensión militar en Asia. [56]

Bajo el primado de China, Rusia puede encontrar un puesto aceptable para sus propósitos e identidad en un orden multipolar, pero la UE se arriesga a ser una mera ficha en el tablero definido por otros, como advertía un documento del Consejo Europeo -la institución que define las orientaciones y las prioridades políticas de la UE-, al apuntar, en 2010, que « el peligro de que la UE se convierta en la cada vez más irrelevante península occidental del continente asiático ». [57] Como les dijo Mijaíl Gorbachov a los dirigentes de Alemania del Este en vísperas de la caída del Muro de Berlín: « la vida castiga a los que llegan tarde ». [58]

El comportamiento de China

En los años ochenta, la UE representaba casi el 26% del PIB mundial, mientras que China solo el 2,3%. Hoy la UE no llega al 15%, mientras que China ya alcanza el 18,8%. Que Europa haya sido el origen de la oportunidad perdida y que vaya a pagar un serio precio por ello, acelerando la devaluación de su papel y peso en el mundo, no quiere decir que los potenciales relevos en los vacíos que ha dejado estén exentos de problemas. Eso es algo que concierne tanto a China como a Rusia y que plantea, lógicamente, preguntas sobre la solidez de su actual alianza. Hasta el siglo XVI, China fue siempre (un « siempre » histórico) la primera potencia mundial. Su emergencia como potencia no es, por tanto, un ascenso como el de aquellos « brutos europeos » del siglo XVI (así es como los chinos ven la historia, y con bastante razón), sino un « regreso » a una posición que ya ocupó en el pasado.

En ese tránsito está presente la memoria del gran descalabro que el país sufrió a manos de las potencias occidentales en los siglos XVIII y XIX. La conciencia de que el primer puesto es algo que puede perderse, y que se pierde, no solo por la « maldad » de otros sino también por las propias insuficiencias y defectos, configura una mentalidad entre los dirigentes chinos bien diferente a la dominante entre sus homólogos occidentales. Esa diferencia de mentalidad puede compararse con la que hay entre un adolescente, rebosante de confianza y propenso a la imprudencia y la temeridad, y la del anciano que ha vivido numerosas experiencias adversas y que, por tanto, tiende a la prudencia y a la moderación. ¿Cómo se lee eso en el mundo de hoy, en el contexto del regreso chino a posiciones preponderantes en la escena internacional?

Otra pregunta fundamental tiene que ver con la actualidad y vigencia para el mundo de la larga tradición política del Reino del Medio (Zhong Guo), con su mirada volcada hacia el interior, autosuficiente, poco interesada en el comercio de larga distancia y preocupada por preservar su superioridad ante toda una serie de vasallos « bárbaros » cuyo contacto e incursiones se contiene con la Gran Muralla, símbolo histórico de toda una actitud. Obviamente, esa tradición ya no es adecuada al mundo de hoy, ese mundo integrado de civilizaciones y potencias interdependientes en el que China está fuertemente insertada e implicada. De la gran cultura milenaria china se desprende una capacidad de supervivencia extremadamente valiosa para una humanidad amenazada que necesita urgentemente lecciones de supervivencia en el callejón sin salida al que nos ha llevado la civilización capitalista industrial. Otra relevante discusión tiene que ver con la posibilidad optimista de que el buen sentido que la edad le aporta a China le haga optar por el rol de primus inter pares en un orden mundial multipolar (y no de dominador con aspiraciones de potencia hegemónica), con diversos centros de poder no enfrentados, sino cooperativos y en diálogo. A ese respecto, el 26 de septiembre de 2023, la Oficina de Información del Consejo de Estado de China publicó un libro blanco titulado Una comunidad global de futuro compartido: Propuestas y acciones de China. [59] Diez años después de que el presidente Xi Jinping propusiera la construcción de una « comunidad global de futuro compartido », China ha presentado la base teórica de esa voluntad de aportación al futuro en un mundo integrado. La parte más interesante es probablemente este párrafo:

« No existe ninguna ley de hierro que dicte que una potencia emergente buscará inevitablemente la hegemonía. Esta suposición representa el típico pensamiento hegemónico y se basa en los recuerdos de guerras catastróficas entre potencias hegemónicas en el pasado. China nunca ha aceptado que, una vez que un país se hace lo bastante fuerte, buscará invariablemente la hegemonía. China comprende la lección de la historia: que la hegemonía preludia el declive. Perseguimos el desarrollo y la revitalización a través de nuestros propios esfuerzos, en lugar de la invasión o la expansión. Y todo lo que hacemos es con el propósito de proporcionar una vida mejor a nuestro pueblo, al tiempo que creamos más oportunidades de desarrollo para el mundo entero, no para suplantar o subyugar a otros ».

Que China afirme que no quiere ser Hegemón, conductor, guía, dominador, es algo evidentemente positivo; sin embargo, no pasará de ser una declaración de buenas intenciones si su proyección mundial se basa en un comercio económica y ecológicamente desigual como el que tenemos en el mundo de hoy entre los países ricos y dominantes y los pobres y dependientes. Esa declaración puede acabar siendo tan irrelevante como la de los europeos llevando « la civilización » a los « salvajes » en el siglo XIX, o los estadounidenses promoviendo la « democracia y los derechos humanos » a punta de guerras y masacres en el siglo XX hasta el día de hoy. Desde este punto de vista se deberá observar, juzgar y calificar la expansión mundial de China, cuya hoja de ruta es la Belt and Road Initiative (B&RI), un esfuerzo de varias décadas con una financiación astronómica (de entre 4 y 8 billones de dólares) encaminado a establecer una red geoeconómica internacional de apoyo que integre económica y comercialmente al 70% de la humanidad a través de Eurasia. Una red de rutas y vías comerciales que se presenta como una estrategia pacífica de integración mundial alternativa al « Imperio del Caos », es decir, al escenario de grandes potencias con tendencia a la violencia. Que esa estrategia sea la única propuesta integradora alternativa al dominio occidental y que, a diferencia de éste, no contenga un propósito militar ni se base en la fuerza de la imposición es algo importante y valioso en el mundo de hoy. Pero eso no quiere decir que no haya que hacerse preguntas.

La B&RI es más conocida como la « Nueva Ruta de la Seda » y designa el flujo histórico de mercancías preciosas (y, con ellas, también de conocimientos) que unió el Asia Oriental sinocéntrica con Occidente de manera intermitente e irregular durante siglos desde antes del nacimiento de Cristo. El nombre y la analogía que sugiere son bonitos, pero lo que hoy se mueve (y se moverá todavía más en el futuro) no es seda, piedras preciosas, marfil y ámbar, sino carbón, recursos fósiles no renovables utilizados para producir de todo en la fábrica del mundo, sobrecapacidad y contaminación, así como obras públicas desarrollistas para colocar los excedentes monetarios de la balanza comercial china.

En materia de dominio colonial-imperialista ha habido dos secuencias principales a lo largo de la historia. Una es la conquista militar, seguida del dominio económico (trade follows flag); y la otra es el poder político derivado de las relaciones comerciales y la inversión (flag follows trade). El occidente colonial e imperialista que no imagina otro mundo que no sea jerárquico y desigual afirma que, a la expansión comercial e inversora de China, le seguirá un dominio político. Independientemente de la posición desde la que se formula, esta sospecha es, desgraciadamente, racional y legítima, por lo que, más allá de la propaganda de los adversarios y competidores occidentales de China, es imperativo tomarse en serio esta posibilidad y concentrar la atención en las relaciones que establezca con el sur global. Por todo ello, ante la pregunta de qué se puede esperar del comportamiento futuro de China, la respuesta, como dice Walden Bello, es que « el jurado que debe dictaminar el asunto aún está reunido y deliberando. [60] Es necesario mantener una extrema atención. Y también hacia el estado de cosas en el interior del país.

El problema de la democratización china

Sociológicamente, China ya es, en gran medida, una sociedad democrática en el sentido de que sus relaciones internas vienen presididas por la horizontalidad y el principio de igualdad de sus miembros. En tal situación, solo un régimen político democrático, es decir, un régimen que reconoce la voz, el derecho y la participación ciudadana plural para su funcionamiento puede lograr mantener su gobierno de una forma legítima y estable. Una sociedad sociológicamente democrática inserta en un régimen que no lo es acaba chocando y considerando ilegítimo a un gobierno cuya lógica es autoritaria, impositiva y patriarcal. Esta contradicción tiene un gran futuro en China, tanto en el orden interno como en el externo.

En la historia reciente de China, la sociedad tradicional que era gobernada con la antigua forma patriarcal y autoritaria propia del imperio saltó por los aires en dos fases. La primera fue la transformación da la familia iniciada por el maoísmo y su esfuerzo por establecer la igualdad entre hombres y mujeres, tanto dentro como fuera del ámbito familiar. La segunda fue la transformación de las relaciones entre padres e hijos en un sentido mucho más igualitario durante la reforma de Deng Xiaoping. Aquella sumisión tradicional en el ámbito familiar, tan fácilmente trasladable a las relaciones entre los individuos y la autoridad del Estado, prácticamente ha desaparecido en la actualidad y exige, por así decirlo, un nuevo « contrato ». Por más que incompleta y muchas veces inconsistente, « la condición igualitaria no solo destruye la autoridad parental y de los ancianos sino también la deificación de los gobernantes antes percibida como algo natural». [61]

En la vida cotidiana, el sistema de China no puede ser descrito como autoritario y opresivo. Los chinos nunca habían sido más libres que ahora. « Sociológicamente, China ya es, en gran medida, una sociedad democrática en el sentido de que sus relaciones internas vienen presididas por la horizontalidad y el principio de igualdad de sus miembros ». Sus libertades para moverse, pensar, opinar y actuar son ampliamente ejercidas con la mayor naturalidad, pero son libertades de hecho, en gran parte no reconocidas como derecho por un sistema político que es esencialmente autoritario.

La legitimidad del régimen bebe de dos fuentes. Una es su condición de heredero de la revolución comunista que emancipó y modernizó al pueblo chino en un proceso a la vez liberador, dramático y repleto de sentido nacional. Esa fuente de legitimidad está a punto de secarse puesto que el Partido Comunista es mucho más el partido de los que mandan que cualquier cosa relacionada con las promesas de igualdad y justicia que estaban en su origen. Hay todavía cierto nexo biográfico entre los actuales dirigentes y aquel pasado, pero la actual generación es la última capaz de referirse a aquellos ecos fundadores. El contraste entre aquellos principios y la práctica del actual partido, convertido en « masivo aparato de apropiación privada » en el contexto de privilegio y corrupción propio del capitalismo, es cada vez mayor y anula por completo esa legitimidad. La otra fuente es la eficacia de la gestión de ese régimen.

Bajo la dirección del Partido Comunista, por desvirtuada y borrosa que sea su identidad fundacional, China se ha convertido en una gran potencia y ha logrado extraordinarios avances por todos reconocidos. Ese éxito es bien claro y entrará en los libros de historia. El avanzado desgaste de la primera fuente de legitimidad convierte a la segunda en la única y principal. Sin embargo, es sabido que el ascenso y crecimiento económico no son eternos. Así, la pregunta es: ¿qué pasará cuando remita el actual dinamismo económico del país? En algunos años China dejará de ser la dinámica locomotora que es ahora. Para conjurar la completa sequía de toda su actual legitimidad y evitar su hundimiento, el régimen debe abrirse a la incorporación y participación de la ciudadanía enlos asuntos políticos.

Como apunta Ci Jiwei, uno de los raros autores que ha enfocado el problema de la democratización china desde una perspectiva realista y radical, eso no significa seguir el recetario occidental que reduce la democratización de los regímenes autoritarios adversarios a la celebración de rituales electorales que, de una u otra forma, instauran gobiernos que acaban con los obstáculos derivados del control político de la economía y abren la situación al completo dominio del capital transnacional. De lo que se trata es de otra cosa: de reconocer la voz, el derecho y la participación ciudadana en los asuntos públicos en una dirección que rompa y vaya más allá de la democracia de baja intensidad que el neoliberalismo ha instaurado en el mundo occidental.

Ci distingue tres modelos de desarrollo democrático. Uno es el que tenemos hoy en Occidente y que la canciller Merkel bautizó como Marktkonforme Demokratie: una democracia al servicio del capitalismo, en la que la esfera política está dominada por la económica y en la que los restos del Estado social sobreviven a duras penas. Otra es aquella en la que la esfera política compensa y equilibra la económica, actuando « contra el capitalismo, pero dentro de él, como fue el caso del New Deal de Roosevelt o de la socialdemocracia europea de posguerra que hizo posible el estado social y cierta holgura y emancipación dentro del capitalismo. La tercera es una democracia que trascienda al capitalismo con una dirección socialista que acabe solucionando la contradicción esencial existente entre capitalismo y democracia. Esa sería, por tanto, una « democracia contra el capitalismo ». El régimen chino debería, obviamente, prepararse para una transformación en ese tercer sentido; de lo contrario, el intento de poner al día su legitimidad mediante una « democracia al servicio del capitalismo » podría saldarse con un desastre que empeorara las cosas.

Sin dejar de reconocer lo mucho que a China le pueden beneficiar y lo mucho que puede aprender de nociones occidentales convertidas en universales como el Estado de derecho, la libertad de expresión y prensa consagrada en leyes y constituciones, la independencia judicial o los derechos humanos, hay que ser bien consciente de que importar una democratización « a la occidental » significa hoy abrazar la Marktkonforme Demokratie. Eso destruiría las ventajas que el dominio de lo político sobre lo económico propias del régimen autoritario tiene para la población, establecería poderes fácticos equivalentes a Wall Street o el complejo militar industrial de Estados Unidos, hoy gloriosamente desconocidos en el país, y abriría las puertas a liderazgos nacionalistas y populistas de tipo trumpista como genuino resultado del veredicto de las urnas.

La democratización china debería hacerse, por tanto, no contra el Partido Comunista, sino desde el Partido Comunista, de una forma gradual, manteniendo un fuerte poder central que evite la división del partido, y aprovechando las lecciones de la malograda democratización soviética que acabó llevándose por delante al reformador, Gorbachov, y todos sus buenos propósitos. Lograr todo esto sin perder las riendas de la situación y sin que la división del partido de Estado y la inmadurez política de la sociedad china (algo que cualquier conocedor del país tiene bien presente) propicien un caos que lo destruya todo, es el gran e ingente reto que los políticos chinos tienen por delante. La pregunta es si son conscientes de ello. Sea como sea, sin resolver la cuestión de la puesta al día de su legitimidad, el régimen chino se expone a una crisis de extraordinarias proporciones.

En su dimensión exterior, la democratización interna del régimen chino tiene también un sentido crucial. Hace menos de treinta años que China « salió al mundo » y, desde luego, no hemos visto en ella una repetición de la conducta de los últimos trescientos años de las potencias occidentales. Sus relaciones comerciales con el sur global no han sido impuestas por la fuerza; y la no injerencia en los asuntos internos de sus socios no ha fortalecido, endurecido, o empeorado sus regímenes políticos. En eso hay una diferencia con, por ejemplo, las condiciones « neoliberales » adjuntas a los créditos occidentales al sur global, causantes de tantos desastres. En general, China no es vista en el sur global como una potencia imperial o neocolonial.

Algunas de sus ventajas para el mundo de hoy son su menor predisposición a la violencia y el conflicto, la no exportación de un chinese way of life, su relativo desinterés en la carrera armamentística, la ausencia de un complejo militar-industrial capaz de influir e incluso determinar la política exterior –como ocurre en Estados Unidos-, y la doctrina nuclear menos demencial entre las de los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. En los últimos treinta años, en los que Occidente se ha metido en un sinfín de desastrosas guerras, China no ha conocido conflictos externos. Los que tuvo antes, la intervención en la guerra de Corea, los incidentes con India y la malograda operación de castigo contra Vietnam de 1979 que tan mal le salió, no fueron en absoluto intervenciones de cariz expansionista.

China mantiene una política mucho más defensiva que ofensiva; y eso no es así ahora, cuando tiene enfrente a rivales mucho más poderosos militarmente que ella, sino que lo ha sido siempre. Su actual rearme, incomparable con el de Estados Unidos, es una clara reacción al hecho de que Washington haya pasado de considerarle un « socio » a presentarle como « la mayor amenaza existencial contra Estados Unidos ». Todo eso son buenas noticias, pero no es suficiente para proyectar un verdadero liderazgo y una sólida autoridad moral en el mundo.

En nuestro tiempo la aspiración a la democracia es un anhelo y ambición común y universal, claramente dominante y establecida en las diferentes sociedades y culturas del mundo. No me refiero aquí a la caricatura sometida al capitalismo y compatible con el supremacismo y el imperialismo preponderante en los países occidentales más avanzados, sino al sentido etimológico de la palabra (« poder del pueblo ») y a la idea de que no hay « buen gobierno » que no reconozca la voz, el derecho y la participación ciudadana en los asuntos públicos. Ese anhelo democrático es el vector político central de nuestro tiempo que los rusos designan como zakonomernost (закономерность), una inexorable tendencia del proceso de desarrollo social mundial hacia la modernidad. Desprovisto de esa legitimación de puertas adentro, el régimen chino nunca podrá legitimar la proyección de un liderazgo sólido de puertas afuera. El « sueño chino » (Zhōngguó Mèng), un concepto de vocación universal según sugiere el discurso de Xi Jinping, no podrá ser creíble ni exportable si no está en línea con ese sentido común en el interior de China, dice Ci Jiwei.

Sin haber adquirido su legitimidad democrática interna, el régimen chino continuará siendo objeto de ataques, intentos desestabilizadores y « revoluciones de colores » en todos aquellos frentes (Taiwán, Hong Kong, Tibet, Xinjiang y los « derechos humanos »), propicios para sus adversarios geopolíticos y para el estímulo de las tendencias separatistas y desmembradoras, lo que a su vez determina una especie de estado de sitio permanente alrededor de esos puntos sensibles. ¿Qué valores « venderá » China en el mundo si su régimen interno funciona en contra del sentido común universal? No hay, en definitiva, posibilidad alguna de materializar esa « comunidad global de futuro compartido », citada por el ideario de Xi Jinping, sin una puesta al día democratizante del régimen político chino. Sin ella tampoco hay garantía de que el ascenso chino contribuya a esa integración planetaria, más horizontal, equitativa y menos injusta, que necesitamos para afrontar los retos del siglo.

Rusia y su prórroga

Mucho de lo dicho sobre China afecta igualmente a Rusia. La legitimación del régimen ruso es frágil por las mismas razones expuestas en el caso chino, y en condiciones aún más candentes. Pero si en una hipótesis optimista sería imaginable que los dirigentes chinos se pusieran al día antes de que su desfase con la sociedad se convierta en fatal, en el caso ruso es, quizás, más difícil. El régimen ruso tiene defectos estructurales que ya se han manifestado en forma de protestas sociales y políticas en los últimos años, contra los recortes y contra la falta de rotación en el poder como consecuencia de un proceso electoral abierto y convincente. Muchos de esos defectos solo se resuelven con convulsiones. Uno de los puntos críticos es el relevo del líder autocrático. Por lo que se ha visto desde la época de Boris Yeltsin, el procedimiento consiste en que el presidente saliente elige a su sucesor y éste es refrendado en unas elecciones sin alternativa.

A falta de mecanismos y normas claras consensuadas e institucionalizadas de sucesión, los relevos en el grupo dirigente siempre son peligrosos. Contienen el riesgo de purgas, ajustes de cuentas y peleas entre dirigentes que se resuelven por la fuerza. En China eso ocurrió en cuatro de las seis operaciones de relevo de dirigentes desde la muerte de Mao, en 1976. En Rusia, con esa misma experiencia desde la muerte de Stalin hasta la destitución de Jrushov, pasando por la propia disolución de la URSS y la posterior afirmación del poder de Yeltsin, la perspectiva puede ser aún peor por la ausencia de un partido de Estado como el Partido Comunista de China (PCCH) en la China actual. De momento, eso se resuelve mediante algo parecido al poder vitalicio de Vladimir Putin, refrendado en las condiciones de una « democracia de imitación » que mantiene los rituales formales de una elección, pero en condiciones de ausencia de pluralismo real y de posibilidad de rotación en el poder. A ello se suma el problema de la « oposición ».

Uno de los dramas de la autocracia es que, por falta física de espacios de protesta, crea oposiciones condenadas a practicar el derribo total de una estructura difícilmente reformable. En Rusia la oposición está condenada a ser irresponsable, porque nunca ha tenido responsabilidades de gobierno. Toda su energía se dirige al derribo político total sin muchas más consideraciones. [62] Con la guerra de Ucrania, todos esos problemas de legitimación no han desaparecido, sino que han recibido una prórroga. La oposición se ha hecho irrelevante y el prestigio del líder, que en el año 2021 estaba en horas bajas, ha remontado considerablemente. Hasta la economía ha conocido una expansión gracias, paradójicamente, al estímulo del keynesianismo de guerra y a las reconversiones estimuladas por las sanciones occidentales.

La habilidad y eficacia del gobierno de Putin restableciendo las funciones del Estado, ordenando la economía y estabilizando la vida social ha sido evidente -e inseparable de su pulso autoritario- para quien no esté cegado por la propaganda occidental. Pero ¿es estable todo eso? Ni siquiera una victoria militar rusa en la guerra lo será. Imaginemos que aplastan militarmente a Ucrania y se quedan no solo con las cuatro regiones incompletas que ya han incorporado constitucionalmente a la Federación Rusa, además de Crimea, sino con toda la franja culturalmente rusófila del país, desde Járkov hasta Odesa, privando al país de su salida al mar y convirtiendo el Estado gobernado por Kíev en un mero reducto rusófobo revanchista e impotente, con una línea divisoria no reconocida internacionalmente.

Por poca resistencia local armada que actuara contra la ocupación en todo ese territorio, eso obligará a establecer allí administraciones rusófilas férreas y muy militarizadas, con toda la panoplia « antiterrorista » (tortura, desaparecidos, represión, etc.) y predominio de la policía de Estado. Lo más probable es que lo que quede de Ucrania, así como de sus padrinos europeos, apoyen decididamente tal « resistencia » con atentados mucho más graves que los realizados hasta ahora por Ucrania y los servicios secretos de los países de la OTAN contra políticos, periodistas y « colaboracionistas » en territorio ruso y en las zonas ocupadas de Ucrania. Para Rusia, esto será un cáncer, y bajo las condiciones de ese cáncer, todas las contradicciones tapadas y prorrogadas por la guerra resurgirán tarde o temprano.

La gran integración euroasiática entre China y Rusia, con su gran polo gravitatorio particularmente hacia el sur global, tiene, por tanto, problemas internos en común que a medio plazo pueden demostrarse fundamentales. De esto se deduce, necesariamente, la debilidad de la alianza chino-rusa y su inestabilidad estructural.

Una básica sensación de peligro

El mundo actual emite una gran incertidumbre. En el año 24, el siglo nos sugiere un ejercicio de prudente humildad. El diagnóstico general que desprende es el de una básica y elemental sensación de peligro. La senda de los imperios combatientes, resultado del declive del poderío occidental en el mundo y del ascenso de alternativas, es sumamente contradictoria con las condiciones de la crisis del Antropoceno. El belicismo es un desastre y una pérdida de tiempo que no nos podemos permitir como especie. En eso estamos.

Rafael Poch-de-Feliu*

*Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) fue corresponsal internacional durante treinta y cinco años, la mayor parte de ellos en Moscú y Pekín
para La Vanguardia (1988-2008). En los años setenta y ochenta estudió historia en Barcelona y Berlín Oeste, fue corresponsal de Die Tageszeitung y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983-1987). Ha sido colaborador ocasional de la edición española de Le Monde Diplomatique y de la revista DuShu de Pekín. Autor de varios libros sobre Rusia y China, ha sido profesor invitado de relaciones internacionales en la Universitat Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). También es colaborador de la revista digital Ctxt, bajo la columna « Imperios Combatientes », y mantiene un blog personal: rafaelpoch.com

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Nº 2 – 2024 - Diciembre de 2023 / febrero de 2024

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Critical Knowledge for Decision- Making.

Notas

[1International Monetary Fund (2019). « GDP based on PPP, share of world ». IMF.

[2Ver el estudio del Watson Institute. « Costs of War ». Brown University.

[3Strobel, W.P., Lubold, G., Salama, V. y Gordon M.R. (20 de junio de 2023). « Beijing Plans a New Training Facility in Cuba, Raising Prospect of Chinese Troops on America’s Doorstep ». The Wall Street Journal.

[4Bolton, J. (1 de julio de 2023). « America can’t permit Chinese military expansion in Cuba ». The Hill.

[5La administración de George W. Bush abandonó el acuerdo ABM (fundamento de la no proliferación) en 2002 y creó bases antimisiles en Alaska, California, Europa del este, Japón y Corea del Sur para crear un cinturón alrededor de las inmensas fronteras rusas que incluye el destacamento de varias decenas de destructores. Las bases europeas de ese recurso en la frontera rusa europea, en Polonia y Rumania, se emplazaron alegando que eran para proteger Europa de los inexistentes misiles intercontinentales de Irán, una desvergonzada patraña que evidenció el absoluto desinterés por un pretexto mínimamente creíble. Bush abrió las puertas de la OTAN a Ucrania y Georgia en 2008. Posteriormente, la administración Obama emprendió un ataque directo contra Rusia con el objetivo de echarla de sus bases en el Mar Negro al apoyar en 2014 el derrocamiento del gobierno legítimo de Ucrania y su sustitución por otro pro-occidental. La administración Trump incrementó los riesgos nucleares al ampliar el umbral de los supuestos para emprender un ataque nuclear y al desarrollar nuevas armas que difuminan las diferencias entre nuclear y convencional. Finalmente, Trump se retiró del acuerdo sobre fuerzas nucleares intermedias (INF) en 2019. El propio Bolton fue el encargado de explicar en Moscú que el motivo era el deseo de Estados Unidos de desplegar armas nucleares tácticas en el entorno de China.

[6Khalidi, R. (2022). « Palestina, cien años de colonialismo y resistencia ». Madrid: Capitan Swing.

[7Ver el recuento de declaraciones genocidas realizada por responsables israelís en: Cogan, Y y Stern-Weiner, J. (12 de noviembre de 2023). « Fighting Amalek in Gaza: What Israelis Say and Western Media Ignore ».

[8Ver, entre otros, los materiales del Instituto Tricontinental de Investigación Social. y Naba, R. (4 de diciembre de 2023). « Gaza: Les premiers enseignements de la guerre ». Madanïya. Civique et citoyen.

[9Wallerstein, I. (2003). « Un mundo incierto ». Buenos Aires : Libros del Zorzal.

[11Petro, G. (1° de diciembre de 2023). « Segmento de Alto Nivel para Jefes de Estado. COP28 », Dubái, Emiratos Árabes Unidos.

[12Berardi, F. (19 de noviembre de 2023). « Epicentro ». Ctxt.

[13Editorial Board (4 de noviembre de 2022). « ‘The Big One Is Coming’ and the U.S. Military Isn’t Ready ». The Wall Street Journal.

[14Kellog, K. (28 de febrero de 2023). « General Kellogg: This is What the White House is Doing Wrong in Ukraine ». Illinois Channel TV.

[15Johnstone, C. (27 de septiembre de 2023). « Caitlin Johnstone: Neocons Love the Ukraine War ». Consortium News.

[16Stoltenberg, J. (21 de septiembre de 2023). Russell C. Leffingwell « Lecture at the Council on Foreign Relations ».

[18Mirando el Mapa (14 de noviembre de 2022). « Por qué nada volverá a ser como antes de la guerra en Ucrania. Mirando el mapa».

[19Xin, L. [@LiuXininBeijing]. (19 de marzo de 2022). « Can you help me fight your friend so that I can concentrate on fighting you later? » [Tweet]. Twitter.

[20Con fuertes vínculos familiares en Hiroshima y con parientes muertos por la bomba atómica, Kishida celebró en mayo de 2023 en esa ciudad el último cónclave guerrero del G-7 sin la menor alusión a quien fue el que lanzó la bomba.

[21El ex primer ministro australiano, Paul Keating, resumió así el panorama: « los europeos han estado luchando entre sí la mayor parte de los últimos trescientos años, incluidas dos guerras mundiales en el último siglo. Exportar ese maligno veneno a Asia equivale a dar la bienvenida a esa plaga ». El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, « es un tonto del todo que se comporta como un agente americano en lugar de actuar como líder y portavoz de la seguridad europea », dijo Keating. Ver: Knott, M. y Harris, R. (9 de julio de 2023). « Paul Keating brands NATO boss Jens Stoltenberg a ‘supreme fool’ for deepening Asia ties ». The Sidney Morning Herald.

[22Mitchell, A.W. (16 de noviembre de 2023). « America Is a Heartbeat Away From a War It Could Lose ». Foreign Policy.

[23Global Carbon Project (n.d.). « Focus on Negative Emissions Scenarios and Technologies ».

[24Crippa, M., Guizzardi, D., Pagani, F., Banja, M., Muntean, M., Schaaf E., Becker, W., Monforti-Ferrario, F., Quadrelli, R., Risquez Martin, A., Taghavi-Moharamli, P., Köykkä, J., Grassi, G., Rossi, S., Brandao De Melo, J., Oom, D., Branco, A., San-Miguel, J., Vignati, E. (2023). GHG emissions of all world countries. Luxembourg: Publications Office of the European Union. doi:10.2760/953332.

[25En los últimos quinientos años, la historia europea salta de una guerra a otra, especialmente en los dos siglos que van de 1615 al fin de las guerras napoleónicas en 1815. En ese periodo las naciones europeas estuvieron en guerra una media de sesenta o setenta años por siglo. Posteriormente hubo un poco más de paz hasta 1914, pero en ese periodo previo a la Gran Guerra, Europa continuó culminando la exportación de guerra y genocidio hacia fuera de sus fronteras con el holocausto colonial-imperial que fue la conquista del mundo no europeo. Además, en ese periodo de relativa paz interna, Europa « inventó » la industrialización y, con ella, industrializó la guerra, lo que la convirtió en algo mucho más destructivo. El resultado: dos guerras mundiales de inusitada mortandad incubadas en y por Europa.

[26Debray, R. (2017) « Civilisation. Comment nous sommes devenues américains ». París: Gallimard.

[27Ridruejo, C. (mayo de 2021). « La España soviética de los ochenta. ». LoQueSomos. Partidarios de la libertad de comunicación.

[28La Carta de París para la nueva Europa de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), firmada en el Palacio del Elíseo de París en noviembre de 1990, contenía el diseño de una seguridad continental integrada, es decir, el fin de la Guerra Fría que había dividido Europa y el mundo en dos bloques. Su preámbulo proclamaba que « la era de la confrontación y división de Europa ha concluido ». En el apartado « Relaciones amistosas entre estados participantes » se afirmaba: « La seguridad es indivisible. La seguridad de cada uno de los estados participantes está inseparablemente vinculada con la seguridad de los demás ». En el apartado « Seguridad » se anunciaba « un nuevo concepto de la seguridad europea » que daría una « nueva calidad » a las relaciones entre los estados europeos. « La situación en Europa abre nuevas posibilidades para la acción común en el terreno de la seguridad militar », se prometía. « Desarrollaremos los importantes logros alcanzados con el acuerdo CFE (desarme convencional en Europa) y en las conversaciones sobre medidas para fortalecer la confianza y la seguridad ». Se ponía incluso fecha a los compromisos: « iniciar, no más tarde de 1992, nuevas conversaciones de desarme y fortalecimiento de la confianza y la seguridad ». En lugar de eso se abrió paso una seguridad a costa del otro. Un año después de la firma de la Carta de París, en la cumbre de Roma de noviembre de 1991, la OTAN ya dejó claro cuáles eran las dos conclusiones que extraía de la disolución del Pacto de Varsovia: « La primera novedad de estos acontecimientos es que no afectan ni al objeto ni a las funciones de seguridad de la Alianza, sino que resaltan su permanente validez. La segunda, es que estos acontecimientos ofrecen nuevas ocasiones para inscribir la estrategia de la Alianza en el marco de una concepción ampliada de la seguridad ».

[29Entre muchos otros, George Friedman, el director de uno de los principales think tanks de Estados Unidos, Stratfor, lo recordaba en 2015 en una conferencia en Chicago. Friedman, G. (15 de junio de 2015). « STRATFOR: US-Hauptziel war es immer, Bündnis Deutschland + Russland zu verhindern ». Ver también: Poch-de-Feliu, R. (2003). « La quiebra optimista del orden europeo ». En: « La Gran Transición. Rusia 1985-2002 ». Barcelona: Critica (reeditado en 2022); y Sarotte, M. E. (2021). « Not one inch. America, Russia and the Making of Post-Cold War Stalemate ». New Haven: Yale University Press.

[30Decía Brzezinski: « La principal meta geoestratégica de Estados Unidos en Europa es consolidar la cabeza de puente estadounidense en el continente euroasiático ». Ver: Brzezinski, Z. (1997). « The Grand Chessboard. American Primacy and its Geostrategic Imperatives ». New York: Basic Books. La traducción española: Brzezinski, Z. (1999). « El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos ». Madrid: Taurus].

[31Para la élite postsoviética y sus « capitalistas políticos », ver los artículos del sociólogo ucraniano Volodymyr Ishchenko, así como la edición de 2022 de Poch-de-Feliu, R. (2003). « La Gran Transición. Rusia 1985-2002 ». Barcelona: Crítica, que incluye un epílogo ucraniano.

[32Sobre la subordinación de la nobleza rusa a la autocracia zarista, ver: Poch-de-Feliu, R. (2019). « Entender la Rusia de Putin. De la humillación al restablecimiento ». Madrid: Akal.

[33La declaración de Stoltenberg, el 14 de febrero de 2023 en la reunión anual de ministros de defensa de la OTAN, confirmó la tesis del Kremlin al afirmar: « La guerra no empezó en febrero del año pasado (2022).

La guerra empezó en 2014. Y desde 2014 los aliados de la OTAN han dado apoyo a Ucrania, con entrenamiento y material de tal forma que las fuerzas armadas ucranianas eran mucho más fuertes en 2022 de lo que eran en 2020 y 2014 ». Stoltenberg, J. (14 de febrero de 2023). « Doorstep statement » by NATO Secretary General Jens Stoltenberg ahead of the meetings of NATO Defence Ministers in Brussels.

[34Oficina del Alto Comisario de la ONU para los Derechos Humanos (2022). « Conflict related civilian casualties in Ukraine ».

[35Hildebrandt, T y di Lorenzo, G. (7 de diciembre de 2022). « Hatten Sie gedacht, ich komme mit Pferdeschwanz? » Angela Merkel überihren neuen Lebensabschnitt, mögliche Fehlerihrer Russlandpolitik, ihre Rolle in der Flüchtlingskrise und die Frage, ob mit deutschen Kanzlern ungnädig umgegangen wird. Die Zeit On-line.

[36Provost, T (28 de diciembre de 2022). « Hollande: ‘There will only be a way out of the conflict when Russia fails on the ground’ ». The Kyiv Independent ».

[37Poroshenko, admitió en una serie de entrevistas con medios de comunicación occidentales, entre ellos la televisión alemana Deutsche Welle y la unidad ucraniana de Radio Free Europe, que el alto el fuego de 2015 fue una distracción destinada a ganar tiempo para que Kiev reconstruyera su ejército. En sus palabras, « habíamos conseguido todo lo que queríamos, nuestro objetivo era, en primer lugar, detener la amenaza [rusa], o al menos retrasar la guerra: asegurar ocho años para restaurar el crecimiento económico y crear unas fuerzas armadas poderosas ».

[38Dos meses después de las entrevistas a Merkel y Hollande, en una entrevista con el semanario alemán Spiegel, el presidente Zelensky se refirió a la misma situación que Poroshenko diciendo que « en diplomacia, el engaño es perfectamente adecuado ». Ver: Esch, C., Klusmann, S. y Schröder, T. (9 de febrero de 2023). Wolodymyr Selenskyj: « Putin ist ein Drache, der fressen Muss ». Spiegel.

[39Desde 2014, Occidente comenzó a dar miles de millones a Ucrania y a armar y modernizar a su ejército para que luchara contra Rusia. Siete países de la OTAN entrenaron a diez mil soldados ucranianos al año durante ocho años (80.000 hombres, según informes publicados por The Wall Street Journal. Ver: Michaels, D. (13 de abril de 2022). « The Secret of Ukraine’s Military. Success: Years of NATO Training ». The Wall Street Journal. Para los documentos de la RAND Corporation, ver: Dobbins, J., Cohen, R.S., Chandler, N., Frederick, B., Geist, E., DeLuca, P., Morgan, F.E., Shatz, H.J. y Williams, B. (2019). « Overextending and Unbalancing Russia: Assessing the Impact of Cost-Imposing Options ». Santa Monica: RAND Corporation.

[40Cuatro años después y ante el fiasco de su anterior receta, el mismo laboratorio de ideas del Pentágono abogaba contra una larga guerra. Ver: Charap, S.y Priebe, M. (2023). « Avoiding a Long War: U.S. Policy and the Trajectory of the Russia-Ukraine Conflict ». Santa Monica: RAND Corporation.

[41La declaración de Aleksei Arestovich puede verse en: Roman Vynnytskiy (18 de febrero de 2019). « Predicted Russian - Ukrainian war in 2019 » - Alexey Arestovich [YouTube].

[42El 14 de octubre de 2022, cuando le preguntaron si lamentaba haber iniciado la guerra, Putin respondió: « todo el mundo debe entender que lo que está pasando es, dicho suavemente, desagradable, pero si hubiéramos esperado más habríamos tenido lo mismo pero en peores condiciones para nosotros ». Para la ruta inmediata que desembocó en la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, véase: Roberts, G. (2022). « Now or Never: The Immediate Origins of Putin’s Preventative War on Ukraine. Journal of Military and Strategic Studies » ; 22(2): 3-27.

[43Sobre este importante aspecto, ver: Petro, N.N. (2023) « The Tragedy of Ukraine. What Classical Greek Tragedy Can Teach Us About Conflict Resolution ». Berlín: De Gruyter Contemporary Social Sciencies.

[44El esquema UE 27+1 (Rusia), significaba que el espacio europeo era gobernado por Bruselas y se ampliaba el desequilibrio a su favor con acuerdos con los vecinos de Rusia que incrementaban la presión de seguridad contra Moscú. Rota la ilusión redentora de la « Casa Común europea » de Gorbachov, Rusia pasó a proponer fórmulas más modestas: en 2008 un esquema de « Gran Europa » con una propuesta de nueva seguridad europea integrada; y en 2010 con una propuesta de Unión Rusia/UE « de Lisboa a Vladivostok ». Ya no tenían la ambición redentora de Gorbachov, pero eran propuestas para una convivencia que reconociera « nuestros legítimos intereses ». Cuando todo eso fracasa, se produce la ruptura.

[45Baerbock, A. (25 de febrero de 2022) Baerbock über Sanktionen – « Das wird Russland ruinieren ». Redaktions Netzwerk Deutschland.

[46Von der Leyen, U. (3 de marzo de 2022). Von der Leyen: « Rusia está aislada y las sanciones están erosionando su economía ». NegociosTV [YouTube].

[47Las sanciones han dado un impulso extraordinario a ese proceso, pero todo eso ya comenzó en 2003 con la nacionalización del sector energético, con el caso Jodorkovski. A finales de los noventa parecía que el sector energético iba a pasar a ser controlado por Occidente cuando Mijaíl Jodorkovski, dueño de la petrolera Yukos, se disponía a vender una gran parte de su imperio a Exxon Mobil y Chevron Texaco. Incluso se jactaba de que gastándose 10.000 millones de dólares podía hacerse con la presidencia de Rusia, así que fue encarcelado diez años a modo de ejemplo para otros oligarcas. Fue un episodio de la operación dirigida por Putin para retomar el control del sector energético por parte de los « capitalistas políticos ».

[48Sergei Gláziev es un economista ruso de izquierdas que ha ocupado cargos de responsabilidad en el Gobierno.

[49Putin, V. (29 de septiembre de 2023). Apertura de la Conferencia Parlamentaria Internacional « Rusia - América Latina ». Discurso del presidente de Rusia Vladimir Putin. Duma Estatal de la Asamblea Federal de la Federación de Rusia.

[50A modo de ejemplo, el secretario del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev, arremetió contra « el proyecto colonial-imperialista Occidental » y su « civilización depredadora », ofreciendo al mundo, especialmente al sur global, la « vía alternativa » de Rusia. Ver: Razvedchik (septiembre de 2023). « La quiebra del imperio de los parásitos».

[51Una consecuencia ideológica: Rusia repudia la hegemonía liberal de la UE y su culto a la diversidad de género y los modos de vida occidentales, y abraza un conservadurismo con el que conecta no solo con los conservadores europeos sino sobre todo con un tradicionalismo patriarcal absolutamente mayoritario en el sur global. Ver: Diesen, G. (2021). « Russian Conservatism: Managing Change under Permanent Revolution ». Lanham: Rowman & Littlefield Publishers.

[52En 2023, Rusia fue el segundo exportador de gas licuado a la UE, por detrás de EE.UU. Pese a la guerra de Ucrania y a lo proclamado por las sanciones, nunca se había comprado tanto gas licuado ruso, naturalmente a través de países terceros. India, por ejemplo, exporta grandes cantidades de productos energéticos rusos a la UE. Ver: Leister, C.M. (30 de noviembre de 2023). « LNG: Russland plötzlich zweitgrößter EU-Lieferant nach den USA – und Europa verdient nochdamit ». Berliner Zeitung.

[53Hersh, S. (27 de septiembre de 2023). « Un año de mentiras sobre el Nord Stream ». CTXT.

[54des Garets Geddes, T. y Leonard Buisson, S. (1 de marzo de 2023). « The Future of the EU and declive occidental its Strategic Autonomy by CICIR Analyst Zhang Jian ». Sinification.

[55Reinbold, F. y Löwisch, G. (3 de diciembre de 2023). « Ich schäme mich für unser Land ». Die Zeit.

[56Expongo aquí, de forma casi textual, la tesis de Glenn Diesen en su libro: Diesen, G. (2021). « Europe as the Western Península of Greater Eurasia ». Lanham: Rowman & Littlefield Publishers.

[57Secretariat of the Council & Council of the European Union (2010). « Project Europe 2030: challenges and opportunities: a report to the European Council by the reflection group on the future of the EU 2030 ». Brussels: Publications Office of the European Union.

[58Poch-de-Feliu, R. (2003). « La gran transición». Barcelona »: Editorial Crítica.

[59The State Council Information Office of the People’s Republic of China (2023). « A Global Community of Shared Future: China’s Proposals and Actions ».

[60Bello, W. (2019). « China: An Imperial Power in the Image of the West? » Bangkok: Focus on the Global South.

[61Jiwei, C. (2019). « Democracy in China. The coming Crisis ». Cambridge, (Massachusetts): Harvard University Press.

[62Poch-de-Feliu, R. (2022). « La maldición de la autocracia», « La invasión de Ucrania » Ctxt; y Poch-de-Feliu, R. (2018). « Entender la Rusia de Putin. De la humillación al restablecimiento». Madrid: Akal.

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