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En un momento de creciente complejidad geopolítica, el concepto de esfera de influencia ha regresado con fuerza al vocabulario de analistas, diplomáticos y estrategas. Tras décadas en las que parecía haberse diluido bajo la lógica del multilateralismo, la globalización y la expansión de los marcos normativos liberales, hoy se asiste a una reconfiguración del poder global que revive las lógicas tradicionales de competencia entre grandes potencias.
Las acciones de actores como Rusia en Europa del este, o de China en el Indo-Pacífico y África, revelan una voluntad clara de redefinir zonas de influencia bajo una lógica estratégica que recuerda a los equilibrios propios de la Guerra Fría, aunque con nuevos instrumentos y objetivos. Las esferas de influencia, desde una perspectiva del realismo, son una manifestación natural del sistema internacional, caracterizado por la lucha por el poder y la necesidad de preservar el equilibrio. Para autores como Hans Morgenthau, las grandes potencias tienden a establecer zonas de influencia no solo como medida de seguridad, sino como mecanismo para proyectar su prestigio, asegurar sus intereses vitales y minimizar la incertidumbre estratégica. En este sentido, el mundo actual -marcado por la erosión del liderazgo estadounidense, el auge de potencias revisionistas y la ineficacia de determinados marcos multilaterales- crea un contexto propicio para que resurja esta lógica.
A partir de este punto, el denominado neorrealismo interpreta las esferas de influencia como un subproducto del orden anárquico internacional. Su máximo exponente, J. Mearsheimer, sostiene que, en ausencia de un árbitro global, las potencias buscan alcanzar la hegemonía regional y, para ello, tratan de asegurar su entorno inmediato impidiendo que otras potencias penetren en él. Desde esta óptica, la expansión de China en el Indo-Pacífico, la reafirmación rusa en el espacio postsoviético o la creciente presencia de Estados Unidos (EE. UU.) en ciertas regiones responden a una dinámica de competencia sistémica, en la que cada potencia trata de consolidar su posición y limitar la de sus rivales.
Hablar hoy de esferas de influencia no es, por tanto, una evocación nostálgica del pasado, sino una necesidad analítica para comprender cómo se están reorganizando las relaciones internacionales en un contexto competitivo. El abandono de la lógica cooperativa en favor de una política de bloques, las guerras por delegación, las presiones sobre Estados periféricos y el uso instrumental del poder económico y tecnológico son señales claras de este retorno. Por lo cual recuperar el concepto de esfera de influencia permite, así, leer con mayor precisión los patrones de comportamiento de las grandes potencias y anticipar escenarios de conflicto o contención.
Cuando se menciona el término esfera de influencia se alude indudablemente a un espacio de configuración de poder y proyección estatal en múltiples niveles. En esencia, el término busca referenciar a una región o zona donde una potencia de primer orden - definidas por sus altas capacidades relativas al poder blando y duro desplegadas de forma simultánea- orienta sus esfuerzos para ejercer una influencia dominante. En este sentido, a través del despliegue de distintas capacidades, los Estados que disponen de esferas de influencia propias orientan sus acciones a excluir las injerencias de otras potencias. Dando lugar a un conjunto de prácticas de control y exclusión que se dan en una estructura jerárquica internacional.
Históricamente, las esferas de influencia han sido un fenómeno constante en las relaciones internacionales desde el siglo XIX hasta el final de la Guerra Fría, periodo que incluye desde el reparto colonial hasta los enfrentamientos proxies en Centroamérica en la segunda mitad del siglo XX. No obstante, las esferas de influencia alcanzaron su punto álgido en el último periodo mencionado, donde se asumió por parte de los países la división del mundo en dos bloques geográficos e ideológicos bajo el liderazgo de superpotencias. Esto suponía de facto la creación por parte de las potencias de un marco relacional cuya máxima se reducía a « conmigo o contra mí » en el imaginario colectivo estatal.
No fue hasta que se celebró la Conferencia de Bandung en 1955 cuando un grupo de países africanos y asiáticos deciden buscar una alternativa a este alineamiento impuesto, y del cual surgió el denominado Movimiento de Países No Alineados (MPNA), liderados por Nehru, Sukarno y Nasser. Esta reacción puso de manifiesto el desistimiento por parte de determinados países de obedecer o introducirse dentro de las doctrinas nacionales de influencia [1].
Esta asimilación teórica suponía establecer una asociación entre las esferas de influencia y un orden antiguo que generaba conflictos. Menciones que ya se atribuían ya incluso en la década de 1920, definiendo el término como un « anacronismo peligroso » [2] empleado desde el bando occidental únicamente con el fin de contener a la Unión Soviética en el este. Abandonando esta lógica cuando ya no era necesario en términos geopolíticos y estratégicos para el desarrollo europeo. En relación con la evolución expresamente teórica del concepto, a partir de los enfoques realistas se tiende a asumir las esferas de influencia como un resultado natural de la distribución de poder en un orden internacional anárquico. Aludiendo a Morgenthau nuevamente, y aunque nunca emplease el término formalmente, el establecimiento de zonas de predominio por parte de las potencias era un paso natural de cara a asegurar sus intereses vitales.
Este tipo de analogías sirven para entender cómo las grandes potencias orientan sus acciones hacia la hegemonía mediante la división de zonas de interés que impulsen su seguridad frente a otro competidor. Y, en la práctica, esto implica que potencias como Rusia, China, India o EEUU consideren inaceptables la intrusión de rivales en lo que consideran sus propias áreas vecinas estratégicas [3].
Por otra parte, las esferas de influencia también pueden ser comprendidas como arreglos factuales donde los poderes predominantes dominan la política exterior de países vecinos al mismo tiempo que sus competidores asumen determinadas limitaciones a la hora de involucrarse directamente en determinados territorios. No obstante, esta asunción no implica una aceptación moral de la esfera de influencia como tal. Existen, pues, constantes intentos de detraer dicha influencia en pro de la propia, dando como resultado picos de tensión que puedan derivar en escaladas de conflicto entre potencias. Por tanto, estas esferas reflejan, de forma descriptiva, los límites prácticos del poder e influencia de un Estado, llegando incluso a ser pactadas para reducir las posibilidades de conflicto. Por ello, y como ejemplo reciente de este fenómeno, es esencial comprender las dinámicas que se encuentran dentro de este concepto aplicado a un caso clarificador, Europa. Siendo ésta un escenario tradicional de equilibrio de poder y reparto de influencia hasta nuestros días.
El continente europeo ha sido desde el siglo XVI el escenario geopolítico clásico en el cual se decidía el equilibrio de poder global [4]. Sin embargo, en tiempos recientes ha experimentado un declive histórico relativo a su influencia internacional en términos geopolíticos. Desde prácticamente Westfalia (1648) hasta mediados del siglo XX, las grandes potencias europeas competieron -marcando un punto de inflexión en la historia- por configurar esferas de influencia tanto dentro como fuera del continente. A través de sus colonias y esfuerzos imperialistas buscaban consolidarse en el exterior [5], mientras que, por su parte, la constante búsqueda de acuerdos, conflictos y posterior reparto de zonas de Europa entre las principales casas reales buscaban establecerse en el interior [6]. Incluso el hecho de que las dos guerras mundiales -a las que se puede incluso aludir como guerras civiles europeas [7]- y la Guerra Fría hayan tenido lugar principalmente en territorio europeo conlleva a concluir que Europa ha sido teatro principal del equilibrio de poder contemporáneo. Primero como epicentro del enfrentamiento entre imperios en las décadas que comprenden de 1914 a 1945 y, posteriormente, como frontera entre dos esferas globales de influencia desde 1947 [8] hasta la caída de la URSS en 1991. No obstante, desde 1945 ya es plausible observar cómo Europa, devastada por la guerra y nula de plenas capacidades, cede su liderazgo estratégico a potencias externas que, de facto, ejercen sus intereses sobre el territorio desde entonces. Quedando plasmado en la división continental realizada en Yalta por los vencedores de la guerra y apostando por la lógica bipolar como principal criterio de división, marcando así el inicio del declive que terminará por la pérdida de sus posesiones coloniales y, por tanto, al declive relativo de su poder internacional.
División de Europa en dos bloques antagónicos tras la Segunda Guerra Mundial.
Fuente : PressBooks
A principios de la década de los noventa, con una URSS en descomposición y el nacimiento de nuevos Estados, llevó a un mayor protagonismo de la mayor organización supranacional de nuestros tiempos, la Unión Europea. Y aunque la Unión adquiere entonces un marcado carácter de notoriedad como actor económico y normativo, la narrativa recurrente ha sido la de una UE que se ha acomodado bajo el paraguas de seguridad estadounidense y que, falta de autonomía estratégica, ha sido incapaz de responder a desafíos clave para su seguridad, como el conflicto de Ucrania o las amenazas provenientes del Norte de África. Como resultado, hoy se alude a Europa [9] como un ente focalizado en la diplomacia y la regulación, cuyas herramientas no son capaces de adoptar soluciones en un sistema aún regido por la búsqueda de intereses estatales a través del empleo de herramientas y acciones coercitivas [10] Este tipo de visión apunta a que, pese a la prosperidad y desarrollo alcanzados en el continente, el hecho de carecer de un poder militar y unidad para influir en un entorno global cada vez más complejo determinan que pase a un segundo orden de potencias.
Este tipo de análisis ya se pronunciaban en la década de los noventa, donde se estimaba que, tras la desaparición de una amenaza común como lo era la URSS, Europa se fragmentaría y perdería relevancia estratégica [11].
La ausencia de visión geopolítica, su obsesión legalista y su constante renuencia a proyectar poder militar más allá del marco que ofrece la OTAN para algunos países europeos han llevado a que el teatro antaño protagonista en cuanto a proyección de poder internacional se refiere, haya pasado a un segundo plano. A lo anterior se suma otros indicadores que terminan de confirmar esta tendencia.
Una demografía en fuerte descenso, menor cuota del PIB mundial de la Eurozona en proporción al auge de otras potencias como China o India, o el descenso del gasto militar relativo [12], hacen que la UE cada vez sea menos capaz de competir por sí sola, manifestando la alta dependencia de su contraparte estadounidense.
Esta visión obedece a que siguen considerando vigente su posición internacional bajo una correlación de fuerzas que nace hace ocho décadas y que ya ha dejado de corresponder a la realidad económica y demográfica de Europa. Donde su desplazamiento es más aún efectivo cuando se observa el crecimiento de potencias « emergentes » [13] como India o China y tiene como principal causa subyacente una debilidad estratégica in crescendo. Ejemplo de ello es que los países de Europa Central y Oriental buscan cada vez más el amparo estadounidense frente a un grado mayor de vulnerabilidad que encuentra en Europa, que sigue haciendo un esfuerzo inconmensurable por « reincorporarse al curso de la Historia » [14] y obligándose a adquirir mayores responsabilidades en torno a su seguridad y vulnerabilidad.
Esto no implica que la Unión haya perdido todo su poder. En contraste al declive relativo en poder duro, su potencia comercial, normativa y regulatoria hace que siga siendo un actor de peso, liderando estándares globales de comercio, medio ambiente o sociales que pueden ser interpretados como otra forma de poder no convencional. Pero, indudablemente, este tipo de argumentos se asumen como válidos en un escenario internacional abierto y orientado a la multilateralidad, dos elementos que en estas décadas anteriores han perdido peso en contraposición del poder duro [15]. Y, por tanto, dejan de ser útiles en un mundo de esferas de influencia rivales. Y aunque los mapas aún la sitúen en el centro del mundo, la realidad es que cada vez más se observan fenómenos diferentes que aluden a un cambio de ciclo en el que el Atlántico deja de ser un escenario referente, dejando un hueco que está siendo acaparado por el Indo-Pacífico. Una región que acapara el 60% del PIB mundial, el 65% de la población total y una serie de escenarios de confrontación en disputa que opacan totalmente las bondades del teatro europeo, dejando tras de sí historia construida a través de los siglos y dando pie a una nueva etapa en la que incluso la Unión tiene visión estratégica propia.
Visión del Indo-Pacífico desde el punto de vista europeo.
Fuente : Observatorio del Indo-Pacífico.
El término Indo-Pacífico ha emergido en el vocabulario geopolítico reciente para denominar una vasta región que abarca desde las costas orientales de África hasta el Pacífico Occidental [16]. Y lejos de ser un simple constructo geográfico, el Indo-Pacífico responde a una lógica estratégica de redefinición del tablero de poder global. En esta región convergen algunas de las economías más dinámicas y de los Estados con mayor proyección geopolítica del siglo XXI como India o China, hasta potencias emergentes - según el ámbito- como Pakistán, Japón, Corea del Sur, Indonesia, Vietnam, entre otros. Cada uno, con capacidades propias de proyección regional y global, configura un espacio de interacciones complejas y densas, donde se entrecruzan alianzas, rivalidades históricas, tensiones territoriales y ambiciones hegemónicas.
Además de su peso demográfico y económico, el Indo-Pacífico acoge algunos de los conflictos latentes o activos más delicados del escenario internacional, desde los enfrentamientos cíclicos entre India y Pakistán hasta la crisis permanente en torno a Taiwán, pasando por la disputa por el control del Mar del Sur de China, punto neurálgico de las principales rutas marítimas de comercio global. Convirtiendo esta región en un espacio decisivo, donde se está dirimiendo el equilibrio de poder del siglo actual. Siguiendo esta lógica, la centralidad estratégica del Indo-Pacífico respecto a las esferas de influencia reside, precisamente, en que ha dejado de ser un espacio periférico para convertirse en el núcleo de intereses de los principales protagonistas del sistema internacional. En términos realistas, el ascenso económico y militar de China, sumado al crecimiento de India y a la proyección de potencias de segundo orden como Japón, Australia o Corea del Sur, ha desplazado el centro de gravedad del poder mundial desde el Atlántico hacia el eje Asia-Pacífico. Como ejemplo, EE. UU. ha respondido a esta transformación con un giro estratégico en su visión geopolítica [17], acompañado de un notable refuerzo de su presencia en la región, articulando una red de alianzas y acuerdos de defensa [18] que buscan contener la expansión china y asegurar su influencia.
Principales asociaciones en el Indo-Pacífico.
Fuente : The Economist.
Bajo el mandato de Biden, el país profundizó su cooperación con países clave del sudeste asiático como India, Vietnam, Filipinas o Malasia, no sólo en términos militares, sino también mediante mecanismos de inversión, transferencia tecnológica, comercio y fortalecimiento institucional [19]. Estos vínculos, más allá de su valor bilateral, son la expresión moderna de una esfera de influencia, en tanto buscan consolidar un entorno regional favorable a los intereses estratégicos estadounidenses, disuadir la proyección militar de China y garantizar la continuidad de un orden liberal favorable a la visión estadounidense.
Visión del Indo-Pacífico desde el punto de vista estadounidense.
Fuente : Observatorio del Indo-Pacífico.
En el lado opuesto, China ha impulsado su propia área de influencia en la región, combinando una creciente presencia naval con instrumentos económicos y diplomáticos [20]. Bajo esta lógica, Pekín busca establecer una zona de predominio estratégico en su periferia inmediata, con especial énfasis en el Mar del Sur de China, el estrecho de Malaca y las rutas que conectan con el Índico. Esta esfera de influencia se manifiesta tanto en la construcción y militarización de islas artificiales [21] como en el uso selectivo de incentivos económicos y presión política sobre países del sudeste asiático.
Al igual que EE. UU., China estructura alianzas, ofrece protección, provee financiación y define marcos institucionales para proyectar su visión del orden internacional [22], con la diferencia de que lo hace desde una concepción más autoritaria del poder interno y la soberanía [23]. El resultado es un espacio cada vez más dividido entre dos polos de poder : uno centrado en Washington y otro en Pekín, que se enfrentan no sólo en términos estratégicos, sino también en modelos de gobernanza, desarrollo y visión civilizacional.
En este tablero, también aparece un tercer actor con una presencia más marginal pero significativa : Rusia. Su proyección hacia el Pacífico, debilitada por la guerra en Ucrania y su creciente dependencia energética con respecto a China, no alcanza aún los niveles de influencia que tuvo en Eurasia. No obstante, Moscú mantiene vínculos estratégicos con actores clave como India [24], Corea del Norte y, sobre todo, con la propia China, con la que ha profundizado una alianza de conveniencia frente a Occidente.
Posicionamiento regional frente a China en el Pacífico Sur.
Fuente : DLG
Aunque su capacidad de proyección en el Indo-Pacífico es limitada, Rusia actúa como potencia residual que refuerza ciertas dinámicas de polarización, especialmente en términos de cooperación militar y diplomática. Y, en el caso de que se tuviera que posicionar en uno u otro lado de las esferas comentadas, la opción china parece la más viable para con sus intereses. En este sentido, la región no responde a una estructura rígida, sino a una estructura más compleja de alianzas cruzadas, estrategias de autonomía relativa y juegos de poder indirecto, donde actores intermedios buscan preservar márgenes de maniobra sin alinearse completamente con ninguna de las dos potencias dominantes.
El Indo-Pacífico representa, así, la manifestación más avanzada de una reconfiguración del orden internacional basada en esferas de influencia. Esta región reúne todos los elementos que definen esa lógica : rivalidad hegemónica entre superpotencias, equilibrio de poder entre actores primarios y secundarios, formación de alianzas defensivas y ofensivas, espacios de confrontación directa (en lo comercial o lo militar) e indirecta (como en el caso de Taiwán), e incluso actores disruptivos con capacidad de desestabilización regional, como pone de relevancia el caso de Corea del Norte.
No obstante, la peculiaridad del Indo-Pacífico radica en que esta confrontación trasciende la mera disputa de poder geográfico, tratándose incluso de una pugna entre visiones del mundo y modelos políticos, económicos y culturales. Afectando, por ende, a la concepción de esferas de influencia, donde ya no solo delimitan zonas de control estratégico, sino que también encarnan proyectos civilizacionales contrapuestos. De ahí que la región se haya convertido no solo en el epicentro de la competición geopolítica global, sino también un ejemplo revelador de cómo se estructuran las fuerzas que componen las esferas de influencia actuales.
El concepto de esfera de influencia, lejos de ser un vestigio anacrónico del orden westfaliano o una reliquia de la Guerra Fría, ha reaparecido con fuerza como una lente privilegiada para comprender la lógica que rige el comportamiento de las grandes potencias en este siglo. Frente a la narrativa que prometía un mundo regulado por normas, instituciones y mecanismos cooperativos, la dinámica actual del sistema internacional revela un retorno sostenido de la lógica de poder, la competencia estratégica y la fragmentación de los marcos globales. En este contexto, las esferas de influencia resurgen no solo como una realidad empírica observable, sino como una categoría analítica indispensable para comprender la configuración del orden emergente.
Así pues, la teoría de las relaciones internacionales ha sostenido que, en un sistema anárquico y competitivo, las potencias tienden a delimitar espacios de influencia para asegurar su entorno inmediato, proyectar poder y contener amenazas externas. Por lo que se observa que esta racionalidad estratégica no ha desaparecido con el final de la Guerra Fría, sino que ha mutado y se ha adaptado a las nuevas condiciones de poder. La ausencia de un liderazgo global claro, la erosión de los consensos normativos internacionales y la emergencia de potencias emergentes han propiciado un entorno donde las zonas de influencia vuelven a adquirir centralidad, aunque bajo formas más complejas y difusas.
A diferencia de las divisiones geopolíticas rígidas del siglo XX, las esferas contemporáneas ya no se limitan a la ocupación territorial o al control militar directo. La influencia se ejerce ahora a través de una combinación de medios : inversiones estratégicas, presencia tecnológica, interdependencia económica, normas regulatorias y redes diplomáticas. Esta hibridación de instrumentos permite a las potencias moldear su entorno sin necesidad de imponer una dominación formal, operando a través de vínculos asimétricos y estructuras de dependencia funcional. En este sentido, las esferas de influencia actuales no solo delimitan espacios geográficos, sino también campos normativos, económicos y civilizatorios.
Como resultado, la revitalización de este concepto tiene implicaciones profundas para el análisis del sistema internacional. En primer lugar, constata el retorno de una lógica bipolar en la que la competencia entre grandes potencias reconfigura las reglas del juego global. En segundo lugar, introduce una creciente volatilidad en la política internacional, donde los márgenes de autonomía de los Estados intermedios se ven reducidos por las presiones contrapuestas de bloques en formación, con puntuales excepciones como el caso de la India, cuyo poder le otorga cierto margen de actuación. En tercer lugar, aumenta el riesgo de conflictos indirectos, escaladas regionales y disputas prolongadas, dada la negativa de las potencias a ceder terreno en sus respectivas zonas de interés estratégico.
En este escenario, la pregunta crucial no es si las esferas de influencia deben existir -porque, de hecho, ya operan-, sino cómo pueden ser gestionadas para reducir el riesgo de confrontación abierta. ¿Es posible establecer mecanismos de arreglos tácitos entre potencias que delimiten sus zonas de interés sin derivar en conflicto ? ¿Pueden coexistir distintas visiones del orden mundial sin generar una guerra sistémica ? Estas preguntas remiten a la necesidad de pensar más allá del paradigma actual y asumir, desde una perspectiva crítica, que el mundo actual responde a marcos de gestión del poder más directo, realistas y adaptativos.
Miguel Ángel Melián Negrín*
IEEE.ES. España, 1° de septiembre de 2025.
[1] Tal y como lo eran la Doctrina Monroe en el hemisferio occidental o la Doctrina Breznev y formar un bloque aparte, orientado a maximizar sus beneficios en pro de sus intereses nacionales, sin comprometerse con uno u otro bloque. Este tipo de iniciativas marcaría el inicio del desprestigio de las esferas de influencia que, sumada a la etapa poscolonial en múltiples regiones del globo, terminarían por asociar este término con valores antaño apegados a las doctrinas imperialistas [[Varios autores identifican una gran connotación negativa a este término, atribuyéndole una interpretación que se basa en una fuerte asociación con las prácticas imperialistas que van desde el colonialismo hasta la suzeranía.
[2] La analista Mira Milosevich-Juaristi lo abarca en su artículo « Las raíces de la actual cultura estratégica de Rusia », publicado en el Real Instituto Elcano.
[3] Un ejemplo reciente de ello son las consideraciones del Profesor J. Mearsheimer de la situación actual del conflicto Ucrania-Rusia, donde argumenta que la expansión constante de Occidente hacia las cercanías de las fronteras rusas -definidas desde hace siglos como su esfera de seguridad vital- han llevado a la situación de crisis actual. El autor lo expone en el siguiente artículo : Why the Ukraine Crisis Is the West’s Fault. JOHN J. MEARSHEIMER is R. Wendell Harrison Distinguished Service Professor of Political Science at the University of Chicago. September/October 2014
[4] No obstante, hay que recalcar que la principal potencia global hasta el siglo XVIII fue China, cuyo descenso comenzó a partir de la obligada apertura al comercio con Gran Bretaña, dando origen al conocido como « Siglo de la Humillación » en el siglo XIX.
[5] Por ejemplo, repartiendo sus colinas en África o Asia, donde la predominancia de Gran Bretaña, España, Francia, Portugal o Países Bajos llegaron a suponer un control de una gran parte del globo.
[6] Véase el Concierto de Europa de 1815, el cual sirvió a las potencias europeas para repartirse el continente tras la caída definitiva de Napoleón, afectando a territorios de las actuales España, Francia, Italia, Austria, entre otros.
[7] Así lo define el ex director del Real Instituto Elcano Emilio Lamo de Espinosa en una intervención para el medio La Nueva Crónica.
[8] Quedando Europa dividida bajo la denominada « Cortina de Hierro », término acuñado por W. Churchill.
[9] Asimilando erróneamente que Europa se compone únicamente de la Unión Europea y dejando de lado el resto de países europeos que completan el continente.
[10] En el artículo « ¿El declive de Europa ? » Una visión maquiavélica, de Miguel Otero, se subraya cómo la Unión Europea es incapaz de responder eficazmente a los retos de seguridad el Este, poniendo como ejemplo de que, si se da el caso de que Rusia lleve sus tanques a Polonia, la Unión no tendría la capacidad necesaria para poder hacer frente a esta amenaza.
[11] El ejemplo más significativo es el que realiza J. Mearsheimer en « Back to the Future : Instability in Europe after the Cold War ».
[12] El cual se pretende mejorar con las recientes medidas aprobadas por la Comisión para destinar 800.000 millones a la industria de defensa europea.
[13] Si se analizan algunos casos desde el punto de vista histórico, como puede ser el de China, se puede observar que el término emergente no define correctamente al país asiático. Ya que, hasta el siglo XIX, fue la primera potencia en términos económicos, comerciales e incluso tecnológicos, poniendo de relevancia que no están emergiendo nuevamente, sino que intentan recuperar su antiguo rol en el sistema internacional.
[14] Así lo definen Emiliano Alessandri y Domènec Ruiz Devesa en el artículo « La mejor opción para Europa es hacerse cargo de su propia seguridad y defensa ».
[15] Así lo ejemplificaba recientemente el exembajador español Jorge Dezcallar en una entrevista relativa a la decadencia actual de Europa.
[16] El profesor en Relaciones Internacionales, Juan Luis López, abarca el concepto en su artículo « El Indo-Pacífico como nuevo eje geopolítico global ».
[17] Que toma forma desde el año 2011 y ha ido construyéndose en las diferentes administraciones estadounidenses hasta nuestros días, definiendo una estrategia global con el Indo-Pacífico como eje central para su seguridad, hegemonía y defensa. Este tipo de conceptualizaciones estratégicas se cristalizan en documentos como la US Indo-Pacific Strategy.
[18] Como el AUKUS, el QUAD y otros acuerdos de asociación estratégica como el caso de Vietnam o Filipinas.
[19] Algunos ejemplos : Acuerdo EE. UU.-India en Cooperación militar en 2023 ; Acuerdo de Asociación Estratégica con Vietnam en 2022 ; Acuerdo de Defensa con Filipinas en 2024 ; Renovación del Acuerdo de Defensa con Japón en 2024.
[20] Por ejemplo, la conocida Iniciativa de la Franja y la Ruta.
[21] Además de su tradicional conflicto con otros países regionales por el control de las Islas Spratly, las Paracel u otras, China también ha tenido recientemente un pico de tensión con Japón al introducirse en su espacio aéreo sin consentimiento. Concretamente, sobre las Islas Senkaku. Para más información se recomienda acceder al siguiente enlace.
[22] Desde mejorar la interlocución con organizaciones como la ASEAN hasta impulsar la ampliación de los denominados BRICS, pasando incluso por negociar un marco de libre comercio con países vecinos como Japón y Corea del Sur.
[23] Tanto nacional como de otros países, ya que, una de las prerrogativas de la política exterior china es la no intervención en los asuntos internos de otros países. Política que se contrapone frontalmente con la desplegada por EEUU en estas décadas anteriores.
[24] Cuya estrategia oscila entre situarse convenientemente en medio de sus socios estadounidenses para cuestiones relacionadas con la tecnología y la defensa y, al mismo tiempo, en cuestiones energéticas con los rusos.