Accueil > Empire et Résistance > Bataille pour l’information > Detras de la evidencia humanitaria un moralismo bien político.
Piedad en vez de rebeliôn
Hoy, cuando se invoca en Occidente el "derecho de injerencia" y el ejército ocupa el campo antes reservado al humanitarismo, la confusión de géneros crea un factor de riesgo para el personal de las organizaciones no gubernamentales (ONG), sobre todo el local. La compasión que inspira la figura de la víctima no debe enmascarar el carácter profundamente político de las intervenciones humanitarias.
Por Bernard Hours *
El Diplo , Buenos Aires, septiembre 2008.
Hubo que esperar las inevitables desviaciones -el precio del éxito de la acción humanitaria- para que sus objetivos e incluso su moralidad se vieran expuestas a la sospecha. Fue así como las desventuras del Arca de Noé [1] en Chad, a principios de 2008 fueron objeto de una cobertura mediática critica en un ámbito que en otra época sólo habría evocado sus "buenas intenciones". Ya en 2004, durante et tsunami que afectó al sudeste asiático, se había cuestionado la capacidad de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) para administrar las importantes donaciones recibidas.
La acción humanitaria descansa sobre un conjunto coherente de prácticas y principios que, presentados como necesarios y morales, constituyen una ideología. Ese modo de ver el mundo descansa a su vez sobre tres pilares que merecen ser examinados : la universalidad de los derechos humanos, una afirmación tan simpática como problemática ; la construcción de la figura de la víctima, sin la cual no hay salvataje posible, y la injerencia como derecho de acceso no negociado con las víctimas.
La "agenda" de la ayuda
La universalidad de los derechos humanos es un postulado sin el cual no hay acción humanitaria legítima. Pero, ¿cuál es la naturaleza del sujeto portador de esos derechos, que hoy se reproducen en sectores como la salud, la educación o la seguridad ? No es el de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de 1789, que era un sujeto político, sino un ejemplar de la especie, un cuerpo biológico cuya existencia debe ser salvada del hambre, de una epidemia o de una catástrofe natural. Es aquel al que apunta la medicina de urgencia, cuyo símbolo planetario y marca transnacional es Médicos Sin Fronteras (MSF). El derecho a la vida es un producto del siglo XX tardío y de la edad humanitaria, que comienza con la Cruz Roja pero se estructura durante los años ’80, en un contexto de despolitización y moralización generales.
Por otra parte, puede uno preguntarse en qué medida el cuerpo de la víctima es sujeto u objeto. Su dignidad es abstracta y está relativizada por las circunstancias (campos de refugiados, por ejemplo). Ser un hombre toda¬vía es un estatus ; ser una víctima ya es un
estado. Las víctimas son por definición impersonales e intercambiables. Aparecen, como extras pasivos de un marketing emocional, en las cartas que envían las ONG. La desigualdad y la ausencia de reciprocidad caracterizan la relación entre salvadores y salvados.
De hecho, la mayoría de los individuos afectados no se piensan, en principio, como víctimas, sino como individuos confrontados a un drama. En efecto, los hombres luchan desde la noche de los tiempos contra la violencia de la naturaleza, de los poderes, de la sociedad. Los filipinos arrollados todos los años por un tifón, o los bangladesíes que chapotean en las repetidas inundaciones enfrentan la crisis que se integra a su destino de seres humanos, de personas dignas inscritas en un territorio riesgoso. La mirada del otro, extranjero, es la que los convierte en víctimas. El Sistema de Asistencia Médica de Urgencias (SAMU) sólo llega si se lo llama. En cambio, la acción humanitaria desembarca. Ella misma es la que decide venir y decreta la urgencia. A menudo salva, pero según su propia "agenda".
Por otra parte, la gestión de la cantidad de víctimas, que justifica la intervención, resulta particularmente instructiva. Dicha cantidad a veces está subestimada, a veces sobreestimada. Algunos Estados, por ejemplo en América Latina (durante el ciclón Mitch, de 1998, en Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador) tienden a sobreestimar el número para inscribirse en la agenda humanitaria global, contrariamente a lo que ocurrió en Birmania o, en menor medida, en China durante el terremoto de 2008.
Al exigir, en nombre de un deber de intervención poco discutible, un libre acceso a las víctimas, los humanitarios del siglo XX produjeron un "derecho" de injerencia que, en la práctica, parece más une espina política para todos los Estados que una victoria de la humanidad sobre sí misma. Este derecho es cada vez más resistido, incluso bajo su forma seductora, "lírico-kouchneriana" [2]. En efecto, apareció en una época (fines de la década de 1980) en que las pretensiones occidentales podían parecer universales. Pero esto ya no ocurre.
Las lecciones de moral exportadas tienen menos éxito en una época en que el crecimiento económico está cambiando de hemisferio. De China a Rusia, regímenes autoritarios, y en muchos otros Estados, la injerencia humanitaria es percibida como una cortina de humo que genera tensiones políticas superfluas. Últimamente se culpa a las acciones humanitarias ; cada vez más, se las considera responsables de los desórdenes locales, en particular en aquellos lugares donde los Estados débiles quedan bajo la tutela de los interventores multilaterales (ONG, servicios humanitarios, militares).
Cuando las desgracias se prolongan, como en Haití, todos esos extranjeros bien pagos, que manejan 4x4, reciben piedrazos y hasta son secuestrados con la esperanza de recibir un rescate... o, más probablemente, como un grito de furia o de desesperación.
En Afganistán, dos miembros de Acción Contra el Hambre fueron secuestrados en julio y fueron liberados recién después del pago de un rescate. En Sri Lanka, varios miembros de esa misma asociación fueron asesinados en 2006. Muchos voluntarios de MSF fueron capturados en Daguestán o en la República Democrática del Congo desde 2005. Estos fenómenos se observan en las zonas de conflicto donde las ONG conviven con militares o cascos azules. En esos lugares, la intención humanitaria sirve cada vez menos de salvoconducto ; es el caso de Palestina, Eritrea, Sudán, Yemen, Sri Lanka. Y aun menos en Irak o Afganistán.
El meollo del problema está en la ausencia de legitimidad política de la injerencia. Esta última parte de la base de una sociedad civil mundial que no existe, y otorga un mandato universal (como los derechos) a interventores cuya nacionalidad, recursos e ideología parecerían estar mágicamente neutralizados. Niega la territorialidad de la existencia humana, la inserción de los hombres en un tejido tanto geográfico como político (es decir, entre otras cosas, en Estados soberanos).
Pero la crisis que golpea a la globalización capitalista y financiera lleva a los Estados a volver a un primer plano. Puede pensarse que el "derecho de injerencia" se verá aún más debilitado por ello. Tanto más cuanto que la existencia de políticas públicas de ayuda inscribe la acción humanitaria en el terreno de competencia de los países más soberanos, mientras que los capitalistas multilaterales financian las ONG a gran escala en los países menos soberanos.
Las contradicciones surgen una tras otra. El episodio tragicómico del "Arca de Noé" muestra a la vez el papel central que desempeña el pretexto de salvataje de la vida biológica, en este caso inventado de pies a cabeza, y los efectos absurdos de un uso demagógico de la injerencia, del cual no resultan ajenas algunas declaraciones intempestivas de ciertos cuadros políticos. Independientemente de la seriedad de la mayoría de sus actores, la acción humanitaria es víctima de la utilización abusiva que lleva a cabo el espectáculo de la desgracia de los demás. Un marketing descarado envía a las bocas de las estaciones de subterráneo a jóvenes disfrazados con trajes extravagantes que ensalzan los méritos de Médicos del Mundo o de Acción Contra el Hambre como si se tratara de publicitar un dentífrico, en busca de donadores que ya están cansados a fuerza de ruegos, golpes bajos y causas múltiples para apoyar.
La causa humanitaria, que durante mucho tiempo estuvo en manos de ONG fundacionales, como MSF, Médicos del Mundo o Acción Internacional Contra el Hambre (AICF, ahora rebautizada Acción Contra el Hambre), se vio transformada por la implicación de los Estados en los años ’90. Esta apertura en el juego puso fin a cierto angelismo asociativo. En Francia, Bernard Kouchner y Claude Malhuret fue¬ron los primeros secretarios de Derechos Humanos del Estado, de izquierda y de derecha respectivamente. Ellos institucionalizaron y oficializaron el papel de las ONG. Comprometidos con el antitotalitarismo de los últimos años de la URSS (en torno al foco afgano), estos dos médicos invocaban por entonces unos derechos humanos cuyo apoliticismo se evaporó con el fin de la Guerra Fría [3].
En efecto, a principios de los ’90 pare¬ció que el antitotalitarismo había sido ampliamente apoyado por Estados Unidos y que el ejercicio de las funciones ministeriales confrontaba a los interesados con la necesidad de asumir las consecuencias de su discurso. Desde entonces, la vocación de los trabajadores humanitarios por ocuparse de las "catástrofes políticas" llamadas "totalitarismos" disminuyó notablemente. No obstante, las recientes catástrofes naturales en Birmania y los acontecimientos del Tíbet, en China [4], muestran la permanencia del "antitotalitarismo".
La moralidad como ideología
Para los Estados, la acción humanitaria es un campo estratégico donde los militares se codean con los médicos, para gran perjuicio de estos últimos. Las organizaciones multilaterales, entre ellas la Unión Europea, financian programas a gran escala mientras, al mismo tiempo, se implementan otras líneas de crédito para el "mantenimiento de la paz’’, sobre todo mediante la Organización de Naciones Unidas (ONU). Estos actores se cruzan, no se coordinan e inundan los países más pobres con una multitud de interventores que producen más desorden que orden.
Ni los Estados ni las organizaciones multilaterales pueden dejar en manos de las asociaciones por mucho tiempo el monopolio de la emoción, la solidaridad y la generosidad. Así pues, el trabajo humanitario se ha convertido en un mundo donde se entrecruzan políticos demagogos, profesionales cansados y preocupa¬dos, capitalistas tecnocráticos multilaterales inscritos en lógicas burocráticas y financieras, donantes suspicaces o desganados que tienden a privilegiar las causas que tienen más cerca [5]. Hay circo por¬que hay espectáculo : el de la desgracia ajena, mercancía mediática cuya inflación no le preocupa a nadie.
La acción humanitaria es un elemento central de la globalización moral de nuestros días. La economía de mercado, el capitalismo, se ven obligados a "blanquear" las ganancias que surgen de su explotación globalizada. El trabajo infantil, los ritmos productivos, las horas extras impagas, todas exacciones en un universo de desregulaciones múltiples, deben ser maquilladas.
De esa gran cantidad de excluidos, producto (le la violencia social, muy pocos se identifican como víctimas. Al dar pruebas de moralidad, de pseudotransparencia, de caridad ; un impuesto general de normalidad moral adecua a los donantes, Estados y empresas a una humanidad que también es moral. El universo de la acción humanitaria es pospolítico. Es aquel de los trucos de la conciencia limpia que lanzaron algunas ONG, empresas de moralidad que hoy han sido superadas por sus propias criaturas. El siglo XX fue el de la cuestión social. El XXI deberá manejar una cantidad considerable de víctimas de la naturaleza y de la eco¬nomía de mercado, productora de exclusiones planetarias multiplicadas [6].
En este incendio, algunos profesionales, voluntarios y almas benévolas han echado más leña al fuego. Lo que hacen es útil y generoso. No es la solución. La acción humanitaria contribuyó a eclipsar, en parte, el desarrollo, sustituyéndolo por la noción de "lucha contra la pobreza", más próxima a la medicina de urgencia puesto que aparece como una verdadera patología, una enfermedad.
A fuerza de encubrir la injusticia detrás de la angustia, esta ideología nos propone estándares siempre mínimos de una vida que no es más que sobrevida. (¿Estar moribundo es la condición esencial para recibir asistencia ? ¿Acaso eso es moral ? ¿Y humano ?) En el extremo opuesto a las aspiraciones del Humanismo, la ideología humanitaria convalida la idea de un mundo repartido entre los competentes por un lado y los enfermos o refugiados por el otro. Contribuyendo a la instauración de un apartheid planetario, estas estrategias del desastre se inscriben en una tutelarización, global, moral y securitaria.
En el Norte, instrumento de gobernanza moral y tráfico político, la puesta en escena de las catástrofes permanentes invita a los ciudadanos a olvidar los movimientos sociales de ayer en pos de un universo de compasión y volátiles golpes al corazón, donde sólo hay lugar para la emoción que tiende a empañar la conciencia de la injusticia : los vencidos se rebelan, pero las víctimas hacen llorar. En particular, a todos los que en ellas encuentran personas más maltratadas que ellos mismos. En el mejor de los casos, la emoción humanitaria produce indignación. Impide la rebelión.
Traducción : Lucía Vera
* Antropólogo, director de investigación en el Insti¬tut de Recherche pour le Développement (IRD), autor de L’idéologie humanitaire ou le spectacle de l’altértré perdue (L’Harmattan, parís, 1998) y, en colaboración con Niagale Bagayoko Penone, de Etats, ONG production des normes sécuritaires dans les pays du sud. (L’Harmattan, París, 2005).
Notas :
[1] ONG francesa acusada de intento de secuestro de niños en Chad bajo falsos pretextos humanitarios.
[2] Bernard Kouchner, médico y político francés, es cofun¬dador de Médicos Sin Fronteras y actual ministro de Relaciones Exteriores y Europeas.
[3] Nicolas Guilhot, The democracy makers. Human rights and the politics ofglobal orden, Columbia University Press, Nueva York, 2005.
[4] Slavoj Zizek, "Un poco de perspectiva", Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo de 2008.
[5] Pierre Micheletti, "L’humanitaire victime des logiques d’Etat", Le Monde diplomatique, París, junio de 2007.
[6] Yves Dezelay, Bryant Garth, "Droit de I’homme et philanthropie hégémonique", Actes de la recherche en sciences sociales, N° 121-122, París, marzo de 1993.