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Se estaban yendo todos. Primero fue el vecino del quinto, amigote de la familia que había venido por pura cábala. Tras de él mi primo que, con la excusa de un examen o algo parecido, optó por marcharse en discreta retirada. El matrimonio del segundo saludó y sin más comentarios se sustrajo por la puerta de servicio. En su huida se cruzaron con mi padre que venía retrasado y no entendió lo que estaba sucediendo. Bastó que echara un vistazo a la pantalla para comprenderlo todo. El desastre avanza –concluyó categórico. Entre tanto mi madre abría las ventanas como quien dice : hay mejores cosas para mirar. Pero era inútil : la proximidad del papelón cubría todo brillo posible.
Se acercaba un resultado deshonroso y mejor no asistir a su consumación. Hoy lo llamaríamos fingir demencia. Nos pasaban como postes. Dos tiros en los palos nos dejaron sin aliento. La sensación era como si nuestro equipo estuviese paralizado. Llegaban con una facilidad estremecedora. Perder por goleada con Brasil pintaba un escenario calamitoso. Un campeón del mundo eliminado en octavos de final. O sea, hacer las valijas y ya. Cuando iban veinte asomó la cabeza de mi viejo desde una puerta y preguntó : ¿Y ? -Siguen cero a cero, pero en cualquier momento nos embocan- fue mi lacónica respuesta. Lo mismo a los treinta. Y cuando terminó el primer tiempo tampoco puede decirse que fue un alivio. Más bien la prolongación de una agonía.
Comenzó la segunda parte y durante varios minutos siguió el baile. Hasta que promediando los treinta cambió la sensación. El partido se emparejó. Quién lo hubiera pensado. Dicen que el trámite –el teatro- de un juego escribe los avatares de la existencia mejor que cualquier compendio filosófico. Es decir : lo impredecible al comando de la experiencia. Esto lo digo ahora porque en ese momento creo que estábamos sin posibilidad alguna de reflexión. La paliza del primer tiempo nos había dejado sin aliento. Fue ahí mismo que una cierta esperancita echó luz en medio de tanta noche ¿Y si llegamos al alargue ? Podemos aguantar y en los penales quizás les ganamos. Si tuvimos suerte de durar hasta aquí ¿por qué no en la carambola de una definición donde el azar es el capo ?
Pero Argentina tenía algo más que eso. Estaba Maradona en la cancha. Con un tobillo destrozado que a puros pinchazos le silenciaba el dolor, Maradona estaba en la cancha. Con cuántos partidos mal perfilados te habrás encontrado allá en tu infancia de Fiorito, Diego querido. Porque lo que hiciste ese día, en ese partido, donde todo iba mal, transmite una enseñanza hoy imprescindible ¿Quién dijo que todo está perdido ? dice la canción y vos le pusiste no solo el corazón, sino la inteligencia, el alma, el cuerpo y ese tobillo arruinado pero lleno de coraje. Inteligencia y coraje. Vuelvo entonces al living de mi casa, a la pantalla de ese televisor de los años noventa que transmitía el mundial de Italia. Maradona está en la cancha. Partido imposible.
Y de pronto : Diego. El capitán roba una pelota detrás de la mitad del terreno y encara. Con el país al hombro. La inteligencia en acción. El símbolo al servicio del equipo. Elude a uno, a otro, les cuerpea a los varios que se le vienen encima para que así descuiden al Socio y cuando ya está en el borde del área, desliza la asistencia para que El Pájaro le ponga el moño a esa obra de arte de Maradona y Caniggia. Y no es una metáfora. Hay momentos en que el juego alcanza el más exquisito nivel del arte. « La pelota no se mancha » traduce el respeto que este pequeño e inmenso gladiador tuvo por un juego al que supo elevar a la dignidad de arte.
Maradona nos maravilló con su arte. Nos hizo mejores. Maradona hizo poesía con su cuerpo. La pelota no se mancha significa también que Diego jamás fue violento. Le pegaron pa´que tenga y sin embargo jamás contestó con golpes lo que prefirió devolver con jugadas, con creación, con entrega. Todos los jugadores que compartieron un equipo con Maradona atestiguan que su presencia les hacía rendir mucho más. Diego se ponía al hombro el equipo y también el campeonato. Ese cuerpo jamás eludió responsabilidades, al contrario, quizás cargó con demasiadas. Así vos jugaste al fútbol, Diego. Como artista y trabajador infatigable. Y si bien -no sin razón- tu gol contra los ingleses es el más recordado, en el actual momento prefiero traer a escena lo que hiciste aquella tarde contra Brasil en Italia ’90. Porque cuando estábamos en el peor momento mostraste lo que se debe hacer en tales circunstancias.
A cinco años de tu partida nos seguís enseñando lo que es luchar contra la adversidad. A puro talento, valentía, decisión. Sin violencia alguna. Hoy el Desastre avanza. Nos tienen en un arco. Necesitamos organización, lucha, coraje. Inteligencia. Los símbolos al servicio del conjunto. Como hiciste vos, desde las entrañas de ese pueblo que fue tu infancia y también es nuestro único futuro posible. Pueblo. Siempre.
Sergio Zabalza* para Página 12
Página 12. Buenos Aires, 26 de noviembre de 2025