Es necesario superar esa visión defensiva que oscila entre la conducta mendicante y el gesto belicoso, para reemplazarla por una relación madura, digna y pragmática con el mundo.
Por José Eduardo Jorge
8 de junio del 2002
La reforma política. El debate sobre el régimen de tipo de cambio y el desarrollo de una vocación exportadora
La política argentina no está haciendo nada para mitigar su desprestigio interno y externo con los pasos tortuosos que viene dando en su intento de administrar la crisis y demorar su propia renovación, ya reconocida como una exigencia mayoritaria de la sociedad. Un instinto de supervivencia condujo de modo forzado a la coalición de gobierno a modificar la ley de quiebras y derogar la de "subversión económica".
El gobierno espera ahora que, cumpliendo con el otro requisito fundamental del FMI -el compromiso para reducir el déficit de las provincias-, estará en condiciones de lograr un acuerdo con el organismo que le permita reconstruir las relaciones políticas y económicas con el mundo, cuyo congelamiento advirtió una vez más el presidente Duhalde en sus visitas a España e Italia.
El cierre de la negociación con el Fondo es la instancia que están aguardando también los varios presidenciables -y posiblemente el mismo gobierno- para fijar un cronograma de elecciones anticipadas. La discusión que comienza a plantearse es si los comicios adelantados deben involucrar o no a todos los cargos electivos del país. La renovación completa exigiría una reforma constitucional. Un grupo de diputados justicialistas propone que los legisladores o funcionarios declaren la caducidad de sus mandatos. Muchos legisladores del PJ y la UCR no comulgan con la iniciativa que, entienden, podría ser perjudicial para sus partidos.
Pero la necesidad de oxigenar el sistema político ha quedado expuesta una vez más en las últimas encuestas. Un sondeo nacional de Gallup mostró que el 70% de la población atribuye la crisis a causas políticas, cuando en enero esa cifra era del 53%. El 58% cree que la forma de superarla es cambiar la dirigencia y el 46% quiere elecciones anticipadas (1).
La reforma política
Otra cuestión pendiente es la reforma política. Las diversas iniciativas, entre ellas la que surgió del pacto entre Duhalde y los gobernadores -que incluía la reducción de la estructura del Estado y la limitación del gasto del poder legislativo-, están frenadas en el Congreso debido a la previsible falta de voluntad para su tratamiento. Más que la reducción del costo de la política, el punto central de una verdadera reforma del sistema de representación es la eliminación de la lista sábana. Por esa misma razón, es la cuestión que genera las reacciones más elusivas.
La idea de facilitar la participación de ciudadanos independientes y de nuevos partidos es correcta en esencia, pero se convertiría en un artificio si llevara a una competencia desigual entre éstos y las grandes estructuras tradicionales, que utilizan abiertamente los recursos de la administración estatal para sus campañas electorales.
Idealmente, el proceso de renovación no debería plantearse en absoluto como un duelo entre partidos "nuevos" y "tradicionales". También estos últimos tendrían que transformarse a través de un cambio profundo de su cultura política, que implicaría poner fin al clientelismo, estimular el surgimiento de nuevas figuras y adoptar formas de organización más horizontales y vinculadas con los ciudadanos. Un escenario improbable, pues requiere ante todo actitudes de renunciamiento por parte de políticos que, por formación y tradición, conciben su función de dirigentes como un derecho vitalicio.
La política tradicional cederá la reforma más exigua que pueda e irá a las urnas con la intención de "revalidar títulos". El radicalismo querrá demorar una salida electoral en la que teme ser devastado. El peronismo, que da muestras de vitalidad con sus varios presidenciables, trabaja para afrontar la contienda en la oportunidad más favorable. Frente a Reutemann, De la Sota y el ascendente Rodríguez Saá, la sociedad encuentra hoy como alternativas a la centroizquierda representada por Elisa Carrió y Luis Zamora y al espacio de centroderecha que ocupan López Murphy, Mauricio Macri y Patricia Bullrich.
¿Son ellos los "nuevos dirigentes" que están buscando los argentinos ? ¿Serán capaces de alcanzar un consenso para salir de la crisis ? ¿Estará entre esas figuras nuestro Adolfo Suárez, capaz de conducir al país a un Pacto de la Moncloa ? La palabra "transición" aplicada para calificar el tiempo que vivimos confunde el significado del que vendrá. La "renovación política", que hoy es incipiente, debe aún desplegarse y madurar. Lo hará durante la verdadera transición, que será el gobierno que surja de los próximos comicios. La etapa que transcurre es la de confusión, producto de ideas y prácticas anacrónicas que han amplificado la crisis más allá de lo que los argentinos merecen padecer.
El debate sobre el régimen de tipo de cambio
Si el tiempo electoral no se ha acelerado más es porque nadie quiere apresurarse a afrontar los costos políticos del empinado declive económico y social que el país tiene aún por delante. La creciente inflación sigue socavando el poder adquisitivo de los argentinos, especialmente de los que perciben ingresos más bajos, arrojando a una proporción cada vez mayor por debajo de la línea de pobreza. Las últimas estimaciones oficiales cifran esa cantidad en el 50%. Un informe de la Fundación Capital advierte que, de mantenerse la tendencia actual de aumento de los precios, a fin de año sería pobre el 60% de la población.
El temor a la hiperinflación y a la aparición de focos de conflicto social, especialmente en el segundo cordón del Conurbano, incita a algunos hombres de la política a esperanzarse con una nueva convertibilidad que alivie la incertidumbre creada por el régimen actual de flotación cambiaria. ¿Está destinada la Argentina, para recuperar la estabilidad, a vivir bajo un régimen de convertibilidad o, aún más, a renunciar a tener una moneda propia y avanzar hacia la dolarización ? Ambas alternativas cuentan con defensores entre los economistas locales y extranjeros. Rudiger Dornbusch, por ejemplo, promueve una convertibilidad temporaria ; Jeffrey Sachs, la adopción de la moneda norteamericana.
Se ha abierto un debate en todo el mundo no sólo sobre el régimen de tipo de cambio más conveniente para nuestro país y otras economías emergentes, sino además sobre las causas económicas de fondo del colapso argentino. La explicación más extendida es que la fuerte expansión del gasto estatal era incompatible con el sistema de convertibilidad. El creciente endeudamiento para financiar ese gasto finalizó con una crisis de confianza y la fuga de capitales. Pero hay voces cada vez más numerosas que atribuyen los problemas a la rigidez propia de nuestro régimen cambiario. Durante la segunda parte de los noventa la Argentina sufrió una serie de shocks externos que fueron minando la salud de la convertibilidad : la apreciación del dólar, la devaluación del real brasileño, el descenso en el precio de los commodities y la disminución del flujo de capitales. Fue la caída de la actividad económica la que llevó entonces a un aumento del déficit.
Stiglitz, que defiende una explicación de este tipo, arguye que los shocks externos no fueron una cuestión de "mala suerte" : los mercados financieros son intrínsecamente volátiles y un sistema de tipo de cambio fijo está condenado a fracasar por su falta de flexibilidad. Se ha observado que las crisis financieras de los noventa en México, Tailandia, Indonesia, Corea del Sur, Rusia, Brasil y Turquía, involucraron tipos de cambio fijo o bandas cambiarias.
Flotación administrada
En un trabajo difundido recientemente, Morris Goldstein, del Institute for International Economics, desaconsejó a las economías emergentes tanto los regímenes de tipo de cambio fijo como la dolarización. Propone a cambio un tipo particular de flotación administrada, que llama managed floating plus, con políticas destinadas a eliminar el "miedo a la flotación" (2).
Se trata de un sistema de "flotación" porque las autoridades no deberían anunciar públicamente ningún objetivo de tipo de cambio, que estaría determinado principalmente por las fuerzas del mercado. Pero es también un régimen "administrado" : a diferencia de lo que ocurre en la flotación pura, se podrían utilizar varias políticas para suavizar fluctuaciones excesivas de corto plazo, aunque no intervenciones en gran escala que alteren la tendencia fijada por el mercado.
El "plus" incluye dos componentes :
– a) El anuncio público de un objetivo numérico de inflación, con un horizonte de tiempo para alcanzarlo, respaldado por un compromiso institucional y un Banco Central independiente de las presiones políticas ;
– b) Un conjunto de medidas para reducir los desajustes monetarios, típicos de las economías emergentes, que se producen cuando en un país o sector las deudas están denominadas en una moneda (por ejemplo, dólares) y sus activos en otra. Aquí parece residir la causa principal del "miedo a la flotación", ya que una fuerte devaluación en presencia de importantes deudas en dólares provoca quebrantos generalizados en los sectores bancario o empresario.
Para prevenir este desajuste se podría, entre otras cosas, permitir al mercado de cambios moverse lo suficiente para recordarle a los agentes el riesgo de cambio, o publicar indicadores de "desajuste" ; también, tomar decisiones más drásticas, como prohibir al gobierno endeudarse en moneda extranjera.
Tanto la convertibilidad (en el pasado) como la dolarización han sido presentados como sistemas capaces de establecer en la Argentina una disciplina fiscal y monetaria que el país no parece estar dispuesto a adoptar espontáneamente. Se ha dicho incluso que la flotación es para adultos, pero que los políticos argentinos son "niños irresponsables", de modo que la opción "menos mala" para nosotros sería la dolarización (3).
En lugar de buscar soluciones forzadas, tal vez es tiempo de encarar el problema en su totalidad : la renovación de la dirigencia y la cultura política es condición indispensable para que la economía vaya por senderos normales. En la Argentina el "miedo a la flotación" se alimenta también de la desconfianza hacia nuestros políticos.
Junto con un régimen cambiario que ofrezca la suficiente flexibilidad para la política económica, la recuperación del país podría apoyarse en las exportaciones, pues tendremos durante varios años -como resultado de la improvisada salida de la convertibilidad- un tipo de cambio favorable, así como la ventaja de una infraestructura moderna : autopistas, puertos, telecomunicaciones y un parque industrial con una antigüedad promedio de cinco años.
Una nueva actitud hacia el mundo
¿Será capaz la Argentina de desarrollar una verdadera vocación exportadora, que nunca tuvo ? Un dólar alto significará una ventaja inicial, pero sería un error hacer descansar toda la estrategia en los bajos costos internos. Una política exportadora exitosa, como hemos argumentado en otro artículo, tampoco puede confiar sólo ni principalmente en nuestras ventajas comparativas, aunque debamos insistir en que las naciones industrializadas dejen de subsidiar sus producciones primarias.
La clave será desarrollar ventajas competitivas, que no puedan ser neutralizadas con facilidad y que, por consiguiente, proporcionen el impulso para un crecimiento sostenible. Bienes y servicios con mayor incorporación de tecnología y de mejor calidad permitirán elevar paulatinamente los salarios en dólares y, con ellos, las condiciones de vida de la población. La crisis puede significar entonces la oportunidad para formular una agresiva política exportadora que involucre al gobierno, las empresas y al sistema científico y tecnológico.
El cambio fundamental para convertirnos en una nación exitosa en la economía y la política internacional consistirá, posiblemente, en adoptar una actitud diferente hacia el mundo. Ante el nuevo fracaso del país y el trato inusualmente duro que está recibiendo por parte de los principales centros políticos y financieros, hemos visto aflorar otra vez el sueño trasnochado de una Argentina insular, autosuficiente.
Es necesario superar esa actitud esencialmente defensiva que oscila entre la conducta mendicante y el gesto belicoso, para reemplazarla por una relación madura, digna y pragmática con la comunidad de naciones y los organismos multilaterales. No se trata de asumir a regañadientes que "este es el mundo (injusto) en el que nos toca vivir". Las asimetrías económicas y políticas del sistema internacional han sido también un dato inicial para otras naciones, que han sabido remontarlas. A mediados del siglo XIX, las potencias occidentales obligaron por la fuerza a Japón a hacer penosas concesiones comerciales. El deseo de autodeterminación no indujo a los japoneses a aislarse de Occidente, sino a tomar de él lo que fuera más útil para construir su propia grandeza.
La Argentina no debe ver el mundo como un escenario hostil en el que sólo cabe rendirse, confrontar o aislarse, sino como una fuente de oportunidades que requieren, para ser aprovechadas, trabajar con inteligencia defendiendo los intereses de la nación. La mayor dificultad para lograr esa mancomunión de esfuerzos no está en el mundo exterior, sino en nosotros mismos.