Portada del sitio > Argentina > Nuestra infancia > Argentina: Niños en peligro
Cifras muy preocupantes y entristecedoras ha publicado LA NACION acerca de ciertos aspectos de la mortalidad infantil y de la incidencia que numerosos problemas sociales tienen en esa etapa de la vida que concluye con el despertar de la adolescencia.
Anualmente mueren en la Argentina entre once y trece mil menores de un año y, a juicio de los pediatras, el 60 por ciento de tales fallecimientos se produce por causas evitables como accidentes, enfermedades para las que existen vacunas e infecciones diversas.
Si se toma un segmento más abarcativo de población aparecen muchos otros datos que asimismo obligan a la reflexión, porque, con terca insistencia, no hacen más que pintar hechos que ciertamente no obedecen a fatalidad alguna, sino que son evidente producto de actitudes sociales, cuando no de específicas decisiones, por acción o por omisión, esto último sobre todo en los frecuentes casos en los cuales los eufemismos porfían en mencionar demoras, postergaciones y dilaciones.
Si 230.000 adolescentes argentinos no estudian ni trabajan, si el 50 por ciento de los niños que son utilizados para realizar trabajos -algo que, en ocasiones, incluye actividades como la mendicidad compulsiva- no reciben nada en compensación, o si la mitad de los indigentes está viviendo los años de su etapa formativa, de suerte que sin saberlo tienen ya condicionada su evolución futura, no son circunstancias que racionalmente quepa atribuir a la naturaleza de las cosas, sino que son el obvio resultado de la desidia, de la indiferencia egoísta, del discrecionalismo administrativo y de la ineptitud política.
Aun si se admite que una proporción de esas fallas de carácter son inevitables y que se encuentran en todos los regímenes, todas las épocas y todos los países, es forzoso que la atención pública repare en que, al parecer, en el medio local ellas habrían tendido a acentuarse durante las últimas décadas. Así, de cuarenta años a esta parte ha ocurrido -según uno de los testimonios expuestos en este diario- que "de tener casi la mitad de la mortalidad infantil que Chile hemos pasado a duplicarla", relación que, por supuesto, contiene el significativo descenso de la mortalidad infantil que los avances médicos han hecho posible a uno y a otro lado de la Cordillera. Sin salir del ámbito latinoamericano, fenómenos similares se registran a propósito de Uruguay, Venezuela y Cuba.
En lo que toca a la referencia con que se inician estas líneas, o sea las muertes de bebes de hasta un año, impresiona la terminología que al respecto utilizan los pediatras, centrada en la expresión "nueva morbilidad", para englobar el conjunto de riesgos que acechan la vida de esas criaturas, en primer lugar enfermedades mal o tardíamente diagnosticadas, pero también la desnutrición endémica, el maltrato, el abuso sexual y -en instancias posteriores de la existencia, cuando se las alcanza- flagelos como los trastornos de aprendizaje, la marginalidad, la delincuencia, las drogas y el alcohol.
Hay que proteger a los niños y a los adolescentes en problemas; hay que resguardarlos de privaciones y peligros y, en especial, hay que rescatarlos para la dignidad personal, el interés humano, el respeto, la solidaridad: "Los chicos de la calle -se lee en esa nota- se hacen transparentes. Los vemos y seguimos caminando. La sociedad no se escandaliza y ésa es la peor forma de violencia...".
Pues bien, todos sabemos que eso no debe, no puede ser.
La Nación junio 2002