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Como para el peronismo y el nacionalismo revisionista (Rosas, Perón) el temor a la ruptura con el sistema de « los negros », « los grasas », « los descamisados » –pues estas no son palabras « cariñosas » sino la forma en que ellos ven su base de apoyo- el kirchnerismo tiene como fundamentos la defensa del capital, la difusión de la creencia en la unidad nacional entre explotados y explotadores (« somos todos argentinos »), el rechazo de la lucha de clases a la que acepta sólo como mera redistribución de los ingresos pero manteniendo la subordinación de los trabajadores al capital.
El kirchnerismo teoriza un capitalismo keynesiano y asistencialista pero favorece fundamentalmente al gran capital financiero e industrial.
Recupera de Perón la esperanza de formar un bloque con una burguesía nacional prácticamente inexistente y que vive del aparato estatal y construir una « Argentina potencia ». Su nacionalismo es autista (ve a la Argentina separada del mundo y de ahí que supuestamente hayamos estado « blindados » contra la crisis mundial) y excluye de los planes estratégicos una integración regional a la que ve sólo como complemento de sus necesidades y que no hace nada por promover ni facilitar.
El estatalismo kirchnerista es además trucho. A diferencia del nacionalismo de Perón y de los militares antes de éste (como Mosconi o Savio) el Estado para el kirchnerismo no tiene una función estratégica sino que está para ayudar a los capitalistas a mantener alta sus tasas de ganancia, a costa de una caída de los salarios reales de los trabajadores y de un aumento de la productividad de los mismos. El kirchnerismo no pensó jamás en reestatizar las grandes empresas privatizadas, en planes estratégicos para la energía y en la inevitable substitución de los combustibles no renovables, los ferrocarriles, la marina mercante fluvial y marítima ni en un desarrollo industrial real por lo menos reduciendo la renta agraria, como hizo Perón con el IAPI. No tiene planes ni para mañana, tapa agujeros, acepta la primarización de la economía como algo inevitable y fatal.
A diferencia del desarrollismo cepalino que intentó Frondizi sustituyendo importaciones y desarrollando con tecnología y capitales extranjeros algunas palancas básicas de la economía, en el neodesarrollismo kirchnerista no hay por otra parte ni siquiera un asomo de estrategia. Su pragmatismo es extremo y desesperado: saca del pozo pero después de dejarla hundir a Aerolíneas Argentinas o buscar salvar a YPF como empresa mixta después de haber contribuído a su derrumbe por acción u omisión y, al mismo tiempo, acepta destruir los glaciares, la gran minería devastadora, la sojización de las tierras cultivables o concede viviendas sin plan urbanístico y del desarrollo territorial alguno.
En el plano internacional, Perón intentaba la payasada de la Tercera Posición mientras para el kirchnerismo todo se reduce a una retórica sudamericanista pero da por perdidos en manos de Estados Unidos a México y Puerto Rico, de los que jamás habla, y las posiciones concretas del gobierno (las tropas en Haití, el conflicto con Irán, el pago de la deuda externa, etc) se someten a las exigencias de Washington. El país sigue practicando una política internacional neoliberal y u dependencia no se reduce sino que aumenta. Las diferencias con los planes de Washington (ALCA, por ejemplo) son la expresión de la resistencia por parte de un gobierno que quiere representar los intereses históricos de una fantomática burguesía nacional pero no ofrece ninguna alternativa ya que la integración en el Mercosur es antes que nada una mezcla entre arreglos internos de filiales de grandes empresas transnacionales ubicadas en Brasil o en Argentina y los conflictos de intereses entre industrias livianas y exportadores-importadores de ambos países.
Como Alfonsín, al cual idealiza, el kirchnerismo aspiró en ciertos momentos a superar el yrigoyenismo y el peronismo de Perón y crear un « tercer movimiento histórico ». Pero, como Alfonsín, lo hizo apoyándose no en los trabajadores y menos aún en una doctrina « justicialista » con pretensiones de no ser capitalista, sino en las clases medias y en los sentimientos democráticos. Por eso no corporativizó los sindicatos para dominar totalmente la burocracia sindical -que es un instrumento burgués y parte del Estado-, como hizo Perón, sino que busca apoyarse en el aparato clientelar estatal (gobernadores e intendentes) y tener una relación directa, personal, entre el Líder o la Jefa y la polvareda humana de la « base » plebeya en la que los trabajadores se disuelven.
El gobierno de Perón tenía dos patas: la burocracia sindical sometida como corporación al aparato del Estado, la cual controlaba el movimiento obrero, que lo apoyaba, y la mayoría del ejército y amenaza a ambas « patas » una con la otra, actuando como árbitro y líder. CFK se apoya, en cambio en un doble vacío: en que le deja la desunión y desprestigio de la oposición y en el que existe a su izquierda, debido al sectarismo de los herederos varios de Nahuel Moreno y de Silvio Frondizi y a la carencia ideológica de los mismos, que no han estudiado el país ni proponen políticas creíbles y posibles, que afecten en lo inmediato al sistema, y se limitan a la necesaria pero insuficiente defensa de los derechos democráticos y lucha sindical antiburocrática. Hablar de bonapartismo o cesarismo es hacerle demasiado honor: baila en la cuerda floja sobre ese vacío.
Ideológicamente, su « filósofo » es nada menos que Ernesto Laclau, que propone que CFK sea un nuevo De Gaulle y habla de un régimen « populista » porque para él no existen las clases ni la lucha de éstas. Perón trataba de darle cierta dignidad a su política reaccionaria y utilizaba a Jauretche, Marechal (con su catolicismo y todo), Scalabrini, Ramos que intentaban teorizar para el poder, formando una especie de trágico coro griego. El kirchnerismo se expresa en cambio mediante « 678 » y las tan « esclarecedoras » Cartas Abiertas que, en su arameo básico, se limitan a aplaudir al poder, como si fueran una hinchada de fútbol cualquiera.
La principal ruptura con los gobiernos anteriores posteriores a la dictadura es el castigo a los militares y la defensa de los derechos humanos en general. Y la principal ruptura con ellos y con el propio peronismo de la primera hora y con todos los gobiernos desde entonces es la reducción importante del peso y la presión en la política estatal de los aparatos represivos (de la Iglesia, en primer lugar, aunque en buena parte como resultado de la instauración de los valores del Consenso de Washington, que debilitó las religiones, y también de las fuerzas armadas, como consecuencia del desastre político y moral de las mismas con la dictadura y la guerra de las Malvinas).
Eso es positivo y, en cierta media, resultado de un intento deliberado del kirchnerismo de ampliar su base de maniobra apoyándose en el consenso popular en ese terreno.
Otra diferencia con el peronismo de Perón es la mucho menor represión a las huelgas y manifestaciones (que aquél no las aceptaba) y la libertad de prensa no sólo para los medios monopólicos son también para los órganos sindicales y de partido. Ambas cosas se explican en gran medida por la situación políticosocial imperante a partir del 2001 cuando el gobierno salido del duhaldismo no tenía amenazas reales ni por la izquierda social, dada la desorganización y pulverización de los trabajadores, ni por la derecha, dada la ruptura de ésta con las clases medias urbanas en los cacerolazos.
Hay continuidad en cambio en la corrupción del menemismo y de la Alianza y gobiernos sucesivos en la corrupción de la policía y de la administración y esa continuidad está asegurada por el papel dirigente en el gobierno de ex miembros destacados de esos gobiernos del pasado. También existe continuidad con el peronismo en el decisionismo verticalista que pone al Presidente por sobre todo y todos aunque formalmente funcionen los poderes republicanos de control del poder ejecutivo. Igualmente la hay en la despolitización organizada que se expresaba en el « del trabajo a casa » y que se expresa ahora en el fútbol para todos y a toda hora. Existe continuidad, por último, en la política antiindígena de Perón y de todos los gobiernos sucesivos, a pesar de la demagogia y las declaraciones pour la gallérie [para la foto].
Además, como en toda la historia argentina, donde los únicos partidos fueron el socialista y el comunista, el kirchnerismo, así como el peronismo político o el radicalismo, no es un partido sino una alianza transitoria amorfa entre diversos intereses opuestos y personalidades burguesas locales. Moyano por su parte remeda a Vandor en su intención vana de controlar un peronismo que depende sólo de su Líder y CFK gobierna como un rey francés del Medioevo, mediando entre los duques provinciales o del Conurbano y enfrentando continuas Frondas de su personal gobernante. Por otra parte, así como los Kirchner fueron, como se decía antes, gente de Menem y de Duhalde, sus ministros y cuadros vienen del duhaldismo, de Alsogaray, del menemismo o hasta del desarrollismo frondizista.
La desocupación, el trabajo en negro, la desunión de los trabajadores, todo lo cual es funcional para su política que consiste en mantener salarios reales baratos y alta tasa de ganancia para construir un aparato industrial y un mercado interno, o sea, un país para unos 20 millones de habitantes nada más, lo necesario para negociar con Brasil en el Mercosur y para atraer algunas inversiones.
La necesidad de expropiar la renta agraria a los grandes trusts cerealeros y a la oligarquía en general y de reorganizar el transporte por ferrocarril y vías fluviales, (no sobre ruedas que favorece sólo a las empresas del automotor, contamina los campos y es carísimo en energía).
La obtención de la soberanía alimentaria en un siglo donde los alimentos serán cada vez más caros y no se puede producir para el consumo animal de otros países o para combustibles dejando de plantar o de criar animales para el consumo humano. La despreocupación total por un plan territorial no sólo para la Argentina sino para todo el Mercosur (por ejemplo, por un tren Buenos Aires-Sao Paulo).
La defensa del ambiente: el extractivismo neodesarrollista llevó al gobierno a considerar a nivel cero los costos ambientales: agua, glaciares, tierras arables, aire (instaló usinas térmicas a carbón, apuesta a las usinas nucleares, cuando tiene a mano los vientos y las mareas de la Patagonia y grandísimos ríos).
El gobierno no sólo no hizo nada contra la gran minería y la soya sino que promovió a ambas con energía y las convirtió en sus ases en la manga.
Está la izquierda social, están las luchas antiburocráticas o reivindicativas, están los militantes obreros y sociales de muchas organizaciones y de los partidos miembros del FIT aunque no se acuerden sino raramente de colaborar entre sí y de buscar una política común. Pero no hay una izquierda política de algún peso porque esos partidos ponen un signo de igual entre la burocracia sindical y los trabajadores peronistas, lo cual es falso porque entre ambos grupos existe una relación dialéctica donde la alianza de « las bases » con la burocracia deriva de que los obreros comparten en su mayoría la defensa del sistema y la búsqueda de cómo escalar posiciones dentro del mismo y luchan por salarios y condiciones de trabajo mejores, que la burocracia puede llegar a obtener, pero también combaten los métodos y los chanchullos de los burócratas.
Los sindicatos son aparatos burgueses, reformistas con respecto al sistema, además de « escuela elemental » de lucha de clases, porque en ellos los trabajadores negocian el precio y las condiciones de venta de su mercancía, como cualquier pequeño patrón. El simple obrerismo es por lo tanto insuficiente: hay que educar para que los trabajadores comprendan que son explotados, que lo que hay que cambiar es el régimen y no sólo las condiciones de la explotación. Eso se hace con la lucha por las mentes, que desde el siglo XIX nadie da, y con análisis concretos de situaciones concretas que vayan enseñando política nacional e internacional.
La izquierda revolucionaria es muy carente en esos terrenos. El PTS tiene el mérito de editar a Trotsky y a otros revolucionarios, pero no hay seminarios, discusiones, congresos de la izquierda para discutir ordenada y democráticamente ni la situación nacional, ni la crisis mundial y la situación europea, ni China, ni el problema agrario, ni el neodesarrollismo y el extractivismo de los gobiernos « progresistas », ni el peronismo de hoy, ni nada. El FIT no tiene ni una revista porque hay sectas, como el PO, que temen la discusión ya que la razón siempre se opone a la fe y el gurú se basa sólo en la fe de sus discípulos.
Precisamente por lo dicho anteriormente
No sé si para una alternativa al modelo kirchnerista de capitalismo distribucionista, pero para una política anticapitalista se necesita antes que nada saber dónde estamos parados y, sobre esa base, cuáles podrían ser los escenarios en los próximos años. O sea, tener una política y no sólo consignas agitativas, para el problema de la tenencia de la tierra y de la producción rural, para la defensa del ambiente, para el transporte y la producción petrolera y automovilística, para la lucha contra la criminalidad en los barrios suburbanos, para la política impositiva y la creación de puestos de trabajo. Todo eso región por región y discutido en los barrios y pueblos, con los vecinos. Es decir, planes de desarrollo alternativos, posibles, viables, a condición de imponer soluciones políticas. No se puede correr detrás de los acontecimientos y, frente a las acciones y decisiones del campo burgués, reaccionar yendo o no yendo a una manifestación o yendo con otras consignas más o menos « rojas ».
Es necesario propagar esa tarea mediante un diario único de la izquierda, plural, donde los debates sean sobre las cosas y no sobre el sexo de los ángeles y no sean canibalescos. Es indispensable tener una revista teórica, que arme en la comprensión del mundo y de la historia. Todo eso en el lenguaje de la gente común, sin rebajar el contenido pero prestando atención a la forma para no tirar las cartas sólo entre gitanos. Es necesario-fundamentalmente- darse cuenta de que la idea misma de socialismo ha sido prostituída por el stalinismo y espanta en la ex URSS, toda Europa oriental, China, Camboya, Laos y no atrae en el resto de los países. La inmensa mayoría de la humanidad espera un capitalismo mejor, más justo, no derribar al capitalismo. En la crisis más vasta del capitalismo y de su civilización los socialistas somos un puñado. Por lo tanto, hay que nadar contra la corriente, conquistar las mentes, convencer. No basta con un obrerismo activo y abnegado ni con el sindicalismo honesto. Es necesario educar en el socialismo. Eso significa que los socialistas mismos deben aprender democracia en sus grupos y partidos, a aceptar y reconocer las minorías y dejar que la experiencia compruebe quién tenía razón y, antes que hablar a los trabajadores, deben aprender a escucharlos, a entender que quieren y cuál es la dinámica interna de lo que dicen cuando desarrollan que son forzosamente ideas burguesas, porque la burguesía ejerce la hegemonía cultural. Al mismo tiempo, hay que educar en la autogestión, en la autoorganización independiente del Estado y de los partidos, incluso de los partidos de izquierda, si se quiere ganar sectores de la izquierda social kirchnerista y de la Juventud Sindical. La práctica de la autogestión formará cuadros y les obligará a politizarse, además de enseñarles democracia.
Guillermo Almeyra para El Correo.
El Correo. París, 4 de noviembre de 2012.
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