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1ro de junio de 2005

Y Francia dijo "no" / Me gustaría ser francés

 

Y Francia dijo "no"

Por José Luis Manzanares
Estella Digital,
1° de junio del 2005

Confieso que lo ocurrido en Francia con la Constitución europea ha sido para mí una bocanada de aire fresco tras la monótona campaña del "sí" en el referéndum español. Teníamos que votar a favor, teníamos que ser los primeros, teníamos que indicar a todos los europeos (y europeas) el camino a seguir. Decantarse por el "no" era -¿para qué vamos a engañarnos?- políticamente incorrecto. Bastaría con la oposición de un solo país para que el Tratado se convirtiera en letra muerta y nuestro esperanzador futuro común se ocultara tras negros nubarrones. No importaba que pocos ciudadanos de a pie conocieran de verdad el farragoso texto. Nuestros parlamentarios ya se habían pronunciado y bien merecían un voto de confianza con la ratificación popular como puro trámite.

Se hayan equivocado o no con su voto, los franceses nos han dado a muchos una lección de democracia, en cuanto a la limpia y equilibrada discusión previa, y de soberana defensa de sus intereses sin complejos de ninguna clase. O quizá, con algún complejo de grandeza que, llegado el momento, les sirve para escoger la opción que consideran mejor para su país, pues, en definitiva, de su país se trata en primer término. Alemania, el otro gran motor de la Unión Europea, buscó refugio en el europeísmo para borrar su pasado inmediato y poder mostrarse de nuevo en sociedad. Pero Francia fue la única potencia vencedora de la Europa continental. Francia continúa llamándose -al menos para los franceses- la Gran Nación y su bandera es, por antonomasia, la tricolor. Francia no necesita hacerse perdonar nada ni hacer méritos ante nadie. Francia va a lo suyo sin esbozar siquiera una sonrisa de disculpa. A Francia es difícil darle consejos desde fuera, vengan de más allá del Rin o de más acá de los Pirineos. La vida del general De Gaulle podría ilustrarnos sobre cómo participar en una empresa colectiva sin renunciar a la defensa de intereses particulares.

Carece de sentido consolarse ahora con los doscientos veinte millones de habitantes que suman las poblaciones de los países que ya han votado afirmativamente. O con fórmulas de repesca silenciadas anteriormente. No habrá Constitución europea contra la voluntad de Francia. El rechazo del Reino Unido -donde tal vez no se llegue ni al referéndum- sólo certificaría la defunción del proyecto. Francia, Alemania y el Reino Unido son los tres pilares esenciales de la Unión Europea. Después, nos guste o no, venimos todos los demás. Se recomienda no perder el tiempo con reproches que no llevan a ningún sitio o con fórmulas voluntaristas que mal pueden enderezar el rumbo de un proceso que ha fracasado estrepitosamente en Francia. Lo mejor sería volver a barajar e iniciar una nueva partida.


Por Juan Francisco Martín Seco
Estrella Digital
. España, junio del 2005.

Nadie puede negar la madurez política que caracteriza siempre a la sociedad francesa. Los aires de Fronda provienen una vez más de Francia. De nuevo, este país se ha constituido en barricada frente al conservadurismo y a la explotación. En el "no" francés está representada una buena parte de la sociedad europea dispuesta a decir basta a un proyecto neoliberal construido al margen de los ciudadanos y que contradice precisamente los valores de la vieja Europa.

La campaña realizada por los poderes institucionales en el referéndum francés ha estado repleta, al igual que lo estuvo en el español, de todo tipo de medidas abusivas y, lo que es aún más grave, de falacias y de mentiras. Se ha utilizado, desde luego, el catastrofismo más absoluto. Es argumento muy querido y utilizado profusamente desde siempre por los conservadores y, sobre todo, por aquellos que portando siglas de izquierdas practican la política de la derecha. Para justificar lo que desde el punto de vista político resulta injustificable, se acude al no hay alternativa; se repite una y otra vez que no hay marcha atrás posible: esto o el caos.

El discurso, sin embargo, ha mudado de forma radical tan pronto como se han conocido los resultados y se ha confirmado el triunfo del "no". Milagrosamente, los poderes de todo tipo se han apresurado a cambiar su perorata catastrofista por el aquí no ha pasado nada, sin duda en un intento de seguir adelante como sea con su proyecto. Se afirma que nueve países europeos han ratificado ya la Constitución, pero lo cierto es que de esos países tan sólo España lo ha hecho por referéndum. ¿Cuál habría sido el resultado si en Italia, Alemania o Austria se hubiese consultado a los ciudadanos? ¿Qué habría ocurrido si el referéndum español se hubiese celebrado después del francés y del holandés? Se dice torticeramente que más del 70% de los españoles ha dicho que sí, pero lo cierto es que sólo uno de cada tres ciudadanos del censo electoral votó afirmativamente. Una enorme abstención, como la que se produjo en nuestro país, deslegitima la consulta, especialmente en un tema de tamaña trascendencia.

Giscard d’Estaing ha sido pionero, y sin cortarse ni un pelo, en cuanto se percató de que el "no" parecía imparable, se apresuró a proponer un nuevo referéndum. Es distintivo de la casa en el ámbito europeo. Pocas evidencias tan reales como el hecho de que la construcción europea se está realizando al margen de los ciudadanos. Se ha procurado contar con ellos lo menos posible, y cuando la consulta resulta inevitable, se intenta que ésta sea entre el sí y el sí. Al principio, se bombardea con todos los medios institucionales nacionales e internacionales; se amenaza con enormes catástrofes, con que las plagas de todo signo caerán sobre el país, e incluso sobre toda Europa, en el caso de que el "no" consiga la victoria. Pero si todas estas presiones y coacciones no dan resultado y los ciudadanos no se dejan convencer, inclinándose finalmente por el "no" como en esta ocasión han hecho los franceses, entonces no queda otro remedio que convocar referéndum tantas veces como sea necesario para torcer la voluntad popular.

Giscard d’Estaing se puso la venda antes de tener la herida, pero en realidad sólo evidenció lo que ha ocurrido en el resto de ocasiones en que los ciudadanos han votado en contra de los tratados. Se ha optado por repetir los referéndums hasta lograr el sí. Así ocurrió en Dinamarca con ocasión del Tratado de Maastricht y en Irlanda con el de Niza. También a los noruegos se les hizo votar dos veces a ver si de este modo se decidían a incorporarse a la Unión Europea. Aunque en este caso, el "no" ha seguido predominando. La postura es de tal impudor que cuesta creer que se pueda plantear con tal descaro. ¿Qué diríamos de alguien que siempre que pierde en un juego o en una competición afirma que no vale y que hay que repetir la prueba hasta que consiga ganar? Puestos a repetir un referéndum, sería más bien el español y no el francés el que tendría que celebrarse otra vez, ya que en este último la participación ha sido superior al 70%, mientras que en nuestro país tan sólo votó el 42% del censo electoral.

Los seudoprogresistas, uno de cuyos prototipos puede ser Cohn-Bendit, arremeten contra el "no" de izquierdas argumentando que el rechazo de la Constitución no conduciría a más Europa sino a menos Europa. Pero el problema no radica en el más o en el menos, sino en qué tipo de Europa se quiere. Los franceses han dicho "no" a esta Europa, a una Europa neoliberal que hace imposible el Estado social. Los mandatarios internacionales deberían haberse dado cuenta de la repulsa, o al menos de la indiferencia, que esta Europa provoca en la mayoría de los ciudadanos europeos. ¿Acaso la enorme abstención en las pasadas elecciones al Parlamento de la Unión no era ya una señal clara de ello? Debe de haber muchos intereses en juego cuando nada les hace modificar la trayectoria del proceso. También ahora seguro que pretenderán pasar por encima del referéndum francés. Y es que el análisis sobre la bondad o no de este proyecto se efectúa siempre en clave nacional, se pretende contestar a si la Unión Europea es buena para tal o cual nación, pero esa pregunta debería hacerse con respecto a las clases sociales. Ciertamente resulta muy lucrativa para las fuerzas económicas, pero desastrosa para las clases populares, ya sean éstas polacas o alemanas.

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