Una salida creativa, solidaria y desprejuiciada frente a las necesidades que emergen en los momentos de crisis. Un proyecto literario para las voces silenciadas del continente.
Por Tamara Novelle (*)
APM. Buenos Aires, 9 de Julio de 2008.
Surgió en 2003, en una pequeña verdulería del barrio porteño de Almagro, y se convirtió en un proyecto modelo para varios países latinoamericanos que padecieron también las consecuencias del sistema neoliberal, donde la falta de recursos impulsó a muchos a recorrer las calles en busca de los desechos de otros.
Pero convertir la basura en libros fue sólo uno de los móviles de su nacimiento. Eloísa, "la editorial cartonera", también dio a luz para generar espacios a aquellos que tienen mucho para decir, para que lo hagan sin prejuicios ni limitaciones, desde las orillas.
Los años ’90, bajo la presidencia de Carlos Menem, fueron años caracterizados por el desarrollo de un modelo de libre mercado. Las únicas reglas válidas eran las del juego de oferta y demanda, dando lugar a una gran especulación financiera y la caída de las industrias nacionales.
Estas bajaron sus persianas y dejaron a millones de argentinos en las calles. La falta de trabajo originó que, para sobrevivir, varios de ellos -trabajadores de la construcción, de servicios, empleadas domésticas, obreros fabriles- tuvieran que salir a revisar las bolsas de basura que se acumulaban en los barrios, en busca de elementos reciclables que pudieran ser vendibles por algunos centavos.
Pero el fenómeno cartonero estalló en el año 2002, cuando los niveles de desocupación superaron el 20 por ciento y se terminó con la paridad dólar-peso vigente hasta entonces, subiendo los precios del papel, los metales y el vidrio, que mantenían sus valores en la moneda estadounidense.
Se estima que más de 40.000 personas recorrían la ciudad de Buenos Aires, en busca de algún desecho. Y fue entonces cuando el "cartoneo", una actividad individual, se transformó en una manifestación cultural, en la que el trabajo comunitario dio paso a la creación de asociaciones y cooperativas contrarias a la lógica del capitalismo.
El escritor Washington Cucurto y el artista plástico y diseñador gráfico Javier Barilaro editaban por entonces, de manera independiente, pequeños relatos.
Atentos a lo que ocurría en la ciudad, idearon una forma de sumar a su proyecto literario a un grupo numeroso que copaba las calles en busca de basura.
Además de difundir literatura, los libros serían libros cartoneros, elaborados uno por uno, de manera totalmente artesanal, con diseños de tapas irrepetibles. En agosto del 2003, con la colaboración de la poetisa Fernanda Laguna, que aportó el capital para abrir la sede estable "No hay cuchillos sin rosas", Eloisa daba sus primeros pasos y muchos cartoneros comenzaron a sumergirse, en medio de temperas, colas de pegar, cartones y fotocopias, en la creación de libros.
"Si en los años peronistas el proletario fue el obrero industrial, y en los primeros de los noventa el repositor de supermercado, enseguida el posmenemismo convirtió al proletario en cartonero", señaló Barilaro, quien pensó en Eloisa como "una empresa con conciencia social".
El alma de Eloisa es creativa, solidaria, desprejuiciada. De Almagro se trasladaron a La Boca, un barrio ribereño con casas de paredes hechas con chapas de todos los colores, a pocos metros de la Bombonera, el mítico estadio de fútbol del club Boca Juniors.
Hasta allí llegan hoy turistas extranjeros y vecinos atrapados por la curiosidad de conocer más de cerca que es lo que hay en ese colorido local cubierto de estantes llenos de libros con raras tipografías y pinturas, adornado con móviles de cartón con formas de lunas y estrellas, afiches de Evo Morales y el Che ; una mesa de trabajo, algunas sillas libres para los invitados y una pequeña imprenta obtenida hace un par de años, gracias a una donación de la embajada Suiza, lo que permitió suplantar a las viejas fotocopias por modernas impresiones.
Miriam Sánchez invita a pasar y a compartir una tarde donde nunca faltarán la cumbia y los mates.
Está acompañada por María Gómez, estudiante de Comunicación Social, que se acercó a realizar un informe para la Universidad de Lomas de Zamora y de ahí en más no dejó de trabajar en la editorial ; Juan Guillermo, colombiano que desde ya hace ya dos años se sumó al grupo ; Alejandro Miranda, un chileno que vino a estudiar cine hace cuatro meses a Buenos Aires y quedó atrapado por el proyecto ; y Renzo, de Perú, que maneja la imprenta. Trabajan y se divierten.
Cada uno de quienes están allí lo eligió y lo disfruta. Todos saben qué hacer y lo hacen con entusiasmo. No hay caras de pesar ni hastío, pese a que les quedan sólo algunas horas para completar la entrega de 1.200 ejemplares que espera una fundación alemana.
Están acostumbrados a trabajar bajo la mirada de periodistas, investigadores, diseñadores, fotógrafos, niños del barrio que se acercan a pasar el rato. Han recibido visitas de todas partes del mundo. Hasta la BBC se mostró interesada en documentar un espacio donde el trabajo dignifica y no existen los liderazgos o divismos.
El cartón que es utilizado en Eloisa se les compra a los cartoneros a un valor cinco veces más alto que el que pagan otros compradores. El kilo se abona a 1.50 pesos (unos 50 centavos de dólar) y el dinero que se obtiene de la compra de los libros se distribuye entre sus trabajadores.
"Esto es una cooperativa, funciona como tal. Acá todos hacemos todo, desde pintar tapas, hasta definir el diseño de alguna solapa, atender a la gente que viene a comprar, leer los textos que nos acercan, recibir a los periodistas, escribir. Hacemos los libros que vendemos acá y también algunas cosas que nos encargan", comenta Alejandro.
Frente a él, Miriam, fanática de Leo Mattioli y amante de las cumbias románticas, agrega "acá se la pasa bien. Yo hace un año empecé. Estaba con mi marido cartoneando y entré para ver que hacían. Pedí ir al baño, pasé, me gustó, pinté una tapa. Después vine un par de veces más hasta que un día le pregunté a María si me podía quedar y acá estoy, ahora soy una cartonera famosa, salgo en los diarios, en la tele. Me gusta".
Miriam es un personaje encantador. Mientras canta los coros de alguna canción que suena en la radio cuenta que viaja de lunes a sábados desde un barrio humilde de Florencio Varela, ubicado a unos treinta kilómetros de Buenos Aires, que trabaja desde las 14 a las 20 horas y que a veces la acompaña su cuñado.
Si bien dejó de cartonear hace algunos meses, se muestra feliz del hallazgo que tuvo en el día. "Salí a tomar un poco de aire hace un rato y encontré una lata de cola para pegar gigante, nos viene "re bien". En la calle hay de todo, hay que saber buscar".
También comenta que escribió algunas líneas para una publicación que se distribuye por Alemania -"pero como está en alemán ni me acuerdo que dice"- y que le gusta lo que vende, que no leyó todo, pero tiene algunos favoritos y recomienda "No hay cuchillos sin rosas", un libro con la historia de la editorial y una antología de relatos y poesías de autores latinoamericanos ; "Salón de Belleza", de Bellatín y "La cartonerita", un poema de Cucurto.
Pero Eloisa también fue pensada para darle un espacio a muchas voces que suelen estar silenciadas por las grandes editoriales.
"Llamalo como quieras. Lo marginal, lo alternativo, lo "gore", "border", lo que muchos consideran baja literatura de Argentina, Perú, Chile, México, Costa Rica, Uruguay, Brasil ; tiene un espacio en Eloisa", sostiene Alejandro.
Ya hay casi doscientos títulos, muchos de autores poco conocidos y otros renombrados que escriben para la editorial. En los estantes conviven textos de Washington Cucurto, Fabián Casas, Fogwill, Ricardo Piglia, de Enrique Lhin, César Aira, Damián Ríos, Alan Pauls, que se mezclan con otros autores, muchos de ellos publicados por otras editoriales cartoneras latinoamericanas.
Para sus fundadores, la editorial se originó "desde un lugar de reapropiación de las estéticas populares, ante la colonización estética que se ejecuta desde los países dominantes".
Muchas veces lo que se autocalifica como "alternativo" no deja de ser una reproducción del orden establecido y se cierra ante la diversidad y complejidad cultural que asiste a la sociedad. Sin embargo, muchos de los relatos que conforman a Eloisa procuran dar cuenta de un libro que nos involucre, con un lenguaje propio, que intente dar cuenta de los distintos discursos que cohabitan en la sociedad, recuperando ciertas idiosincrasias que son amenazadas ante el proceso de la globalización.
"Se publican sólo autores latinoamericanos, que escriben sobre las cosas que nos pasan, lo que sentimos, lo que vivimos. Se busca que quienes los lean se sientan reflejados, que sientan que eso que pasa en el libro también les pasa a ellos. No se trata de libros que pertenecen a determinada elite, o que se cierran a un círculo intelectual, sino que son populares. La editorial publica autores a los que le cerraron las puertas más de una vez por no cumplir con los cánones establecidos", sostuvo Alejandro, el joven que trabaja en la editorial.
Para su compañero colombiano, Juan Guillermo, muchos de los que se acercan a la editorial "llegan invadidos por el morbo de saber qué es esto de cartoneros haciendo libros y no toman a la editorial muy en serio", en cuanto a trabajo creativo, estético, literario, "pese a que lo que se busca es hacer libros que sean accesibles, baratos, para que puedan ser leídos por todos. Son textos cortos, que se venden a precios bajos. No son objetos de lujo".
En alguna oportunidad, Cristian De Nápoli - escritor de "Palitos de Agua" o "Música del Mundo", ambos libros de poesía editados por Eloisa Cartonera- definió a quienes conforman la editorial como "los hijos de Boris Spivacow (editor responsable del Centro Editor de América Latina-CEAL)" y señaló que si el CEAL editó mil títulos, "nosotros hasta los 999 no paramos". No suena casual la comparación que deslizó De Nápoli en referencia al proyecto editorial que tuvo su esplendor durante los años sesenta y setenta en la Argentina.
Para Boris, ser editor podía ser un oficio como cualquier otro, como fabricar salchichas que le gusten al público, para que las coman y quieran más, o tratar de invitar a los lectores a indagar sobre los distintos aspectos del pensamiento, del sentimiento, de la expresión humana.
Siempre eligió la segunda opción. Fue un personaje convencido de que el arte y la cultura mejoraban a los pueblos y que, junto a la lucha política, son los grandes elementos de la transformación de las sociedades.
Consideraba que el libro no era sólo el texto, el autor, el papel, el lomo, el diseño, sino que era el objeto que se hace para la gente. Y entonces tenía que ser bello, debía estar bien hecho, debía gustar porque en eso había una noción de fraternidad hacia los demás. Procuró que los precios fueran bajos, aunque para ello hubiese que desafiar todas las leyes del mercado capitalista y constantemente viviese al borde de la quiebra.
Sobre su experiencia en el CEAL, Amanda Toubes, quien se desempeñara como directora de colección, definió que "era un espacio común construido por diversas personas enfrentadas con el sistema. Un espacio que al mismo tiempo era de gran producción, donde había solidaridad y una alegría compartida en el hacer más allá de las diferencias". Una acertada descripción que coincide con lo que es hoy el espíritu de Eloisa.
Pero para sorpresa de sus gestores, Eloisa logró además lo que también soñó durante años Boris con el Centro Editor : La construcción de una red de editoriales en América Latina. A tan sólo cinco años de su nacimiento, Eloisa ya tiene sus hermanas editoriales cartoneras en Bolivia, Chile, Perú, Paraguay, Brasil y México.
Si bien en cada país la experiencia es distinta, todas tienen un objetivo en común : "Acercar la literatura a la calle y evidenciar la calle en la literatura".
Sarita Cartonera comenzó a funcionar en Lima, Perú, a principios del 2004. Mandrágora en Cochabamba, Bolivia, a fines de ese año. Yerba Mala hizo lo propio en La Paz, Bolivia, durante el 2006 ; Animita en Chile, a fines del 2006 ; Yiyi Yambo, en Paraguay, en la primavera del 2007 ; Dulcinéia Catadora, en Brasil, en el 2007 y la recientemente creada, que ya va por su segundo título, La Cartonera, de México.
Todas ellas se definen como "un proyecto artístico, social y comunitario sin fines de lucro, donde los cartoneros cruzan ideas con artistas y escritores, con el fin de democratizar el libro, la lectura, la creación literaria y artística originales".
"Se intenta tener contacto con las editoriales. Nos pasamos libros, muchos de los escritores que publicaron en Eloisa también lo hicieron para las otras editoriales cartoneras. Participamos en foros, exposiciones, ferias. La red se va expandiendo y el proyecto ya no tiene fronteras. Si bien en cada lugar se vive de manera diferente, el denominador común es generar un espacio alternativo frente a las grandes editoriales comerciales y eso se está fortaleciendo", destacaron quienes trabajan en la editorial de La Boca.
(*)Tamara Novelle participó en el taller virtual Periodismo, Medios de Comunicación y Movimientos Sociales en América Latina, recientemente organizado por el Portal de Estudios en Comunicación y Periodismo (PECyP).