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Por Lluís Bassets *
Del Alfiler al Elefante. España, 23 abril, 2008.-
El neocon, a diferencia del liberal puro, cree en el Estado y en su capacidad transformadora. También cree, a diferencia del conservador clásico, en alguna especie de redención. Por eso es prometeico, a veces de forma extremada. Una parte de los neocons tienen sus orígenes en el troskismo. Internacionalistas y revolucionarios, quieren imponer sus ideas y sus valores en todo el mundo, y por la fuerza. Con una revolución conservadora y americana. Son bolcheviques de derechas. Su confianza en la superioridad de la tecnología generada por el hipercapitalismo norteamericano es ciega, y de ahí que confíen en que esta superioridad se traducirá en la imposición rápida de su hegemonía en las zonas del mundo donde todavía reina la oscuridad. Se lanzan a la guerra con la convicción de que la superioridad tecnológica y la riqueza de su país es fruto de un designio divino.
El neocon es maniqueo hasta el extremo. No puede concebir que haya bien alguno no ya en la alteridad, sino incluso en el término medio. En realidad detesta el término medio mucho más que la alteridad absoluta. Esta idea suya, de orígenes morales, se traduce en táctica electoral. Su programa político no quiere saber nada de apaciguamiento de los enemigos, de alianzas que dividan al adversario y de pactos que resuelvan los contenciosos, y su estrategia electoral pasa por cerrar filas con su electorado más fiel sin hacer concesiones al centro. Polarizar la vida política, obligar a que los centristas se definan y se radicalicen, arrinconar a la oposición en un extremo y encastillarse ella misma en el otro son los instantes excelsos de su táctica preferida.
El neocon halló su momento de gloria después del 11 S, cuando los atentados de Washington y Nueva York le dieron la oportunidad de aplicar la panoplia de las peores ocurrencias políticas : guerra preventiva, acción unilateral, limitación de derechos y libertades, tribunales de excepción, legalización de la tortura, escuchas ilegales, poderes máximos al ejecutivo… El acoplamiento de su estridente ideología con el fundamentalismo cristiano proporcionó mayorías oceánicas a Bush en 2004 y dio pie al ataque de soberbia (la hibris griega) que llevaría a su perdición.
El neocon está en franco retroceso en Estados Unidos, aunque nunca hay que lanzar las campanas al vuelo. La siembra ha sido larga y profunda. Tan extensa que llegó a todo el mundo. A Italia, por ejemplo, donde la sintonía político-religiosa produjo extraños frutos : los teocons de Ratzinger, católicos que simpatizan con los neocons por su lucha contra lo que denominan relativismo ; o los ateos del Papa, laicos sin práctica ni creencia, que se interesan por el catolicismo como ideología cultural neocon, y por la fe como instrumento de poder sobre los electorados. O a España, donde tuvimos los neocons hispanos o hispanocons, en clave celtibérica y legionaria, una extraña subespecie del neocon norteamericano que creía en la supremacía norteamericana con idéntica pasión que un neocon de Manhattan.
Pero el hispanocon creía además en la supremacía española y dentro de la supremacía española en la supremacía de su capital, Madrid, convertida en capital conservadora latinoamericana y global. Como no podría ser de otra forma, era antieuropeísta y despreciaba a Francia y Alemania, y no digamos ya a Italia, sobre todo en los tiempos en que estos dignos vecinos estaban dirigidos por Chirac, Schroeder y Prodi respectivamente. Toda una venganza de la historia española, que permitía convertir a los dos imperios en guerra en 1898 en los nuevos aliados cien años después.
El supremacismo hispano era de dos direcciones : de cara adentro, con una visión del Estado radial y de una España castellana, orgullosa y sin complejos ; de cara a fuera, colocándose al lado de Estados Unidos como socio estratégico en Europa, al mismo título que Reino Unido, y con una especial proyección en América. El Aznar de Perejil y del GAL de las Azores fue el hispanocon en su apogeo. Hay que hablar de él en pasado : fue y ya no es, lo que queda es una sombra, aunque esta sombra parece que se llama esperanza y de ahí que sean muchos quienes quieran creer en su resurrección.
Es lógico que el espectro del hispanocon no haya digerido todavía la derrota que sufrió hace cuatro años, aquel 14 de marzo que llevó a Zapatero a La Moncloa. Y es más lógico todavía que no haya perdonado a quien recibió en su propia mejilla aquella derrota vicaria, Mariano Rajoy, y que le tenga más ojeriza cuando finalmente, cuatro años después, este último no haya conseguido lavar la afrenta y acceda en cambio a admitir su derrota y doblar la rodilla reconociendo lo que todos ya sabían, que Zapatero es el presidente del Gobierno. Por eso ahora vuelve a salir todo.
No hay debate de ideas, claro que no, entre Rajoy y Aguirre, pero las corrientes ideológicas de fondo que condujeron a este punto regresan a la superficie y arrastran a quienes encuentra a su paso. La mayoría electoral e incluso social que obtuvo el PP en 1996 fue resultado de una vocación primigenia por el centro reformista, con la que aquel Aznar de la primera legislatura circulaba por las mismas aguas que Clinton, Schroeder, Blair y Prodi. Luego llegaron dos catalizadores : la mayoría absoluta, que permitió desenvainar el programa neocon oculto de Aznar ; y el 11-S., que le proporcionó la credibilidad y el marco de referencia propiamente neocon. Entonces empezó a navegar con Berlusconi, Bush y aquel Blair que desertó de la Tercera Vía.
Ahora Esperanza es quien se deja llevar por la corriente y lleva en su mano la antorcha hispanocon, debidamente alimentada por Federico y Pedrojota. Y Mariano es quien resucita la vieja vocación de un clásico y eficaz sincretismo entre liberales, conservadores, demócrata cristianos e incluso socialdemócratas, que permita el regreso al poder. Aunque los caracteres estén bien acomodados a las respectivas posiciones políticas, los papeles y las supuestas ideas son intercambiables.
Los militantes, excitados por tantos años de combate cuerpo a cuerpo, están por lo primero : el hispanocon es lo que les pone. Los votos sólo llegarán por lo segundo : imposible superar al PSOE sin una gran formación capaz de abarcar desde el extremo derecho hasta el centro sin dejar de rebañar bien en Cataluña y País Vasco, algo que le repugna al hispanocon. Mientras tanto, Zapatero y los suyos se frotarán las manos durante varias legislaturas si esta indecisión dura más tiempo del estrictamente necesario.
* Lluís Bassets es periodista y director del Diario El País de España