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Por Por Íñigo Herraiz
AIS, 25 de agosto del 2004
Juventud sin rumbo
En el sector 7 de Villa El Salvador (Lima, Perú), un templito levantado junto a la cancha de fútbol recuerda a la última víctima de la violencia pandillera. En ese preciso lugar, hace un par de meses, la habitual " bronca " entre bandas rivales, avivada por el consumo de drogas y alcohol, tuvo como fatal desenlace la muerte de un joven a puñaladas. No es un caso aislado, la historia se repite por todo el continente americano, donde las pandillas juveniles encuentran en la frustración y la falta de expectativas de futuro de jóvenes y adolescentes el terreno abonado para su propagación.
En Perú, el fenómeno es relativamente nuevo, pero en poco tiempo ha adquirido dimensiones considerables. Se calcula que sólo en Lima, la capital peruana, operan unas 500 pandillas, que suman un total de 10.000 integrantes con edades comprendidas entre los 11 y los 23 años. En Villa El Salvador, su número apenas supera el millar, pero es suficiente como para mantener atemorizados a sus cerca de 400.000 habitantes. "La expresión violenta viene de un grupo minoritario, pero sus acciones tienen consecuencias en la vida cotidiana de la mayoría de la gente", declara el alcalde de éste distrito limeño, Jaime Zea.
El grueso de la actividad pandillera se concentra en las noches de los fines de semana. Es cuando los pandilleros se reúnen en grupos de 15 o 20 para beber alcohol (pisco mezclado con refrescos) y consumir drogas (marihuana y pasta de coca). Luego vienen las peleas, el vandalismo, los robos, los asaltos y, en el peor de los casos, los asesinatos. Envalentonados por los estimulantes, no responden ante nadie ni nadie se atreve a plantarles cara. Ni siquiera los encargados de velar por la seguridad ciudadana, que suelen ser pocos y escasos de medios. "La policía no se mete cuando hay bronca -cuenta el ex-pandillero José Carvajal, alías ’Chavo’-. Porque si se baja el patrullero, las dos bandas que pelean se ponen de acuerdo para pegarle a él".
Ante este panorama, es poco lo que pueden hacer las autoridades locales para combatir la violencia juvenil, máxime cuando las causas que la originan van mucho más allá de sus competencias. Algunas son de sobra conocidas: la violencia y los abusos en el ámbito familiar, las penurias económicas, el desempleo, la deficiente educación, la influencia publicitaria... Otras tienen que ver con el difuso legado de los años de violencia terrorista de Sendero Luminoso. "Años atrás no había pandillas, las ’barras bravas’ surgen a medida que retrocede el terrorismo. Se ha producido un traslado de esa violencia", explica el regidor Jaime Zea.
Problema continental
Con todo, el problema en Perú dista mucho de ser tan grave como en Centroamérica, donde las pandillas, conocidas como "maras" (abreviatura de Marabunta), tienen una tradición más larga y más violenta. En Honduras, Guatemala y El Salvador, a los factores que explicarían el auge pandillero en el país andino (pasado violento incluido), se suma la particularidad de que el fenómeno ha sido importado (vía inmigración o vía deportaciones) directamente de su lugar originario: Estados Unidos. Allí, en los suburbios de la ciudad de Los Ángeles, surgieron en la década de los 70 las primeras pandillas.
Si hablamos de cifras, en Honduras, sirva de ejemplo, se estima que existen alrededor de 30.000 pandilleros integrados en 500 pandillas, que han sumido al país en un clima generalizado de miedo. La respuesta del gobierno hondureño ha sido el plan ’Cero Tolerancia’, que tiene su adaptación salvadoreña en el programa ’Mano Dura’, y su versión regional en las declaraciones conjuntas contra las pandillas juveniles que han firmado los mandatarios centroamericanos. Se trata, por lo general, de medidas represivas, que no atacan la raíz del problema y que algunas organizaciones de Derechos Humanos han denunciado como "técnicas de contrainsurgencia", propias de la época de la Guerra Fría.
En Honduras, la ONG Casa Alianza, que trabaja con niños de la calle en todo Centroamérica, asegura que han muerto más de 2.200 menores de 23 años desde 1998. Según esta organización, los cuerpos policiales están detrás de un alto porcentaje de estas muertes que, en un 90% de los casos, se han producido en las filas de los pandilleros. Lejos de escandalizar a la población, éstos abusos empiezan a ser aceptados como un mal menor: un pandillero muerto es un pandillero menos.
Víctimas o verdugos
La violencia juvenil se ha convertido en muchos países de América en un problema de seguridad pública de primer orden, que genera una fuerte alarma social. A la hora de enfrentarla, sin embargo, la opinión está dividida entre quienes consideran a los pandilleros víctimas de la sociedad, y quienes les consideran sus verdugos. Las respuestas políticas suelen estar en sintonía con ésta última visión, pero existen iniciativas locales que apuestan por un trabajo más a largo plazo.
Bajo el lema "Un joven con proyecto de vida es un pandillero menos", la ONG peruana ’Tierra de Niños’, en colaboración con la española ’Ayuda en Acción’, ha puesto en marcha en Villa El Salvador un programa preventivo de la violencia juvenil que ha cosechado excelentes resultados. Su apuesta consiste en ofrecer a los jóvenes y adolescentes del distrito un espacio donde puedan pasar su tiempo libre y desarrollar sus capacidades. Eso es precisamente la Casa Infantil Juvenil de Arte y Cultura (CIJAC). Con un atractivo programa de talleres de teatros, danzas y zancos, entre otras cosas, han conseguido que muchos chavales se apunten a ésta iniciativa, dejando atrás su pasado pandillero.
José Carvajal, ’Chavo’ es uno de ellos. La pandilla ’Los Inmortales’ fue su refugio frente al asfixiante clima familiar. Allí encontró el reconocimiento, el protagonismo y el afecto, que no obtenía en su hogar. Pero ahora ha descubierto en el CIJAC un lugar donde expresarse sin usar los puños a través de los zancos. "El joven es por naturaleza enérgico e impulsivo y nuestra tarea es transformar toda esa energía en positivo" , afirma Percy Avilés, presidente de ’Tierra de Niños’, que insiste, no obstante, en que el trabajo preventivo se enmarca dentro de un programa mucho más amplio que va desde la educación temprana (de 0 a 3 años) hasta la capacitación laboral.
Propuestas locales como éstas, que parten de un enfoque integral, deben marcar el camino a seguir para los dirigentes políticos. A ellos les corresponde activar las medidas que ayuden a revertir los graves problemas estructurales que lanzan a miles de jóvenes y adolescentes a los brazos de las pandillas juveniles.