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Instaladas sobre el filo de la deuda, las economías occidentales flaquean de crisis en crisis. Reuniones y cumbres « excepcionales » donde se juega la suerte de un país, de un continente, conforman, a partir de ahora la cotidianidad de los responsables políticos. Desde hace tres años, éstos han asumido el rol de « acompañante » de las finanzas. Pero se abre otra pista, que ya suscita temores y controversias : ¿quién teme a la desglobalización ?
Al principio, las cosas eran simples : existía la razón — que procedía por círculos (con M. Alain Minc en el medio) —, y luego, la enfermedad mental. Los racionales habían establecido que la globalización era la realización de la felicidad ; todos los que no poseían el buen gusto de creer en ella estaban para el encierro. « Razón » sin embargo enfrentada a un leve problema de coherencia interna ya que, queriendo demostrar su preocupación por la discusión conducida según las normas de la verdad y del mejor argumento, no por ello hubiera impedido el debate durante dos décadas y no hubiera aceptado abrirlo al espectáculo de la crisis mas grande del capitalismo.
Le Monde no duda en dar la « bienvenida al gran debate sobre la desglobalización », y lo introduce (como « bienvenida », sin duda) a través de una editorial que explica que la desglobalización es « absurda » y, para ser equitativo con los puntos de vista, a través de una entrevista que certifica que es « reaccionaria » [1] — en efecto, no es lo mimo y ambas merecían ser mencionadas.
La temporalidad de la macroeconomía querrá que los terribles efectos de la mega-austeridad europea realmente se sientan en Francia a partir del primer semestre de 2012. En el cruce del delirio de las finanzas, de las políticas económicas bajo tutela de los mercados y de las deslocalizaciones que continúan durante la crisis, la globalización promete mostrarse en sus mas variadas formas... ¿Obligará finalmente a que el debate presidencial plantee las verdaderas cuestiones ? ¿Cuáles ? — desempleo, precariedad, desigualdades, pérdidas de soberanía popular — se dirigen directamente a una sola : la globalización. La ruptura con las alternancias sin alternativa ahora toma simplemente el nombre de « desglobalización ».
El nombre es simple pero el debate complicado, donde la discusión intelectual rediseña el paisaje político, con sus inesperadas fracturas y sus dudosas recuperaciones, pero siempre contra la comunidad de los intereses dominantes : los que no quieren aparecer cada vez que se plantea la pregunta « ¿A quien beneficia la globalización ? » y quienes, luego de haber luchado para que el debate no tuviera lugar, luchan ahora para hacerle decir « de nuevo ».
Este es un trabajo de historiador que requeriría el despliegue completo del abanico de los argumentos globalizadores, desde los más estúpidos (la « globalización feliz », este punto de vista ya se aseguró un lugar en la historia) hasta los mas engañosos, que actualmente no han sido todos abandonados ya que todas las municiones son buenas para salvar lo que puede ser. Así, por ejemplo, repitiendo el gesto de « La mondialisation n’est pas coupable » de Paul Krugman de 1998 (aún no elegido « Premio Nobel » de economía), que anteriormente había imitado estigmatizando a los « enemigos de la globalización [2] », el economista Daniel Cohen siempre cuida excluir la financiación del perímetro de la globalización — es verdad que nunca fue muy cómodo defenderla, menos aún desde 2007, en la que se la dejará, sensatamente fuera de este debate.
Aquí reconoceremos un procedimiento típico, mucho tiempo utilizado en el seno de lo que podríamos denominar la izquierda quejosa, muy ligada a continuar mostrándose solidaria con el asalariado que sufre (de todos modos es de izquierda), lamentando hasta las lágrimas que haya desigualdades, precariedad y mucha infelicidad, pero decidida sobre todo a no vincularlas a sus causas estructurales : la liberalización financiera y el poder accionario, la construcción europea tal como elige deliberadamente exponer las políticas económicas a la disciplina de los mercados financieros, la libre competencia y no falseada, resumiendo, todas esas cosas intocables que implícitamente constituyeron, si se permite, esta audacia geométrica, el contexto del círculo de la razón, es decir del círculo de los que « quieren estar allí », el contexto de las cosas a decir (contra el encierro de las cosas que no deben decirse) para continuar dándole la mano al ministro, ser invitado a la televisión, ser consultado por los partidos (de izquierda, de derecha) — en una palabra, querido por las instituciones.
Pesadilla a gran escala
Pero aquí tenemos la crisis que arrastra todo — y su terrible amenaza al ridículo. El infierno no son los demás, ¡son los archivos ! Todos reman muy fuerte (pero, tranquilos, sin sacrificar jamás lo esencial) para que se olviden de sus posiciones en el pasado : nadie como la disuelta Fondation Saint-Simon, La República de las ideas, Terra Nova y otros lindos fragmentos del aparato ideológico de la globalización para organizar el esquivo et la deflexión. Resta que los medios discursivos del pasado sean revisados. No hablar de « eso » era posible cuando la globalización no se había convertido en una pesadilla a gran escala. Se aliviaría la suerte de los desdichados a través de los procesos exclusivamente internos y cuidando permanecer en el « contexto », sin cuestionar nada : reforma fiscal (seguro necesaria) y sobre todo e-du-ca-ción !
Se iba a educar a los « perdedores » — para hacerlos « altamente competitivos ». ¡Ah ! la educación, la economía del saber, la knowledge-based economy que hizo las delicias de la Comisión Europea, motivo perfecto para devolver a los tontos la responsabilidad de hacerse empleables y no hablar más de las causas estructurales que destruyen el empleo. Sin contar sus agradables horizontes, necesariamente de largo plazo (ya que se trata de un asunto de formar los imbéciles), que autorizan a no hacer nada mientras tanto. Ahora bien, « cosas estructurales » conocidas con el nombre de globalización, se hace difícil no hablar más, ya que sus daños, tolerables mientras sean silenciosos, de pronto tuvieron el mal gusto de hacerse ruidosos.
Por supuesto, podremos esforzarnos en mantener algunos antiguos argumentos. Así por ejemplo, la tesis de la « tecnología », que sostiene que la infelicidad del pueblo no proviene de la globalización sino de las computadoras — sobre las cuales ¿ud. no querría que volviéramos ?, pregunta el Sr. Pascal Lamy [3]. Daniel Cohen, que aun sostiene lo que queda de esta tesis — perfectamente adecuada a la de la economía del saber —, responsabiliza a la productividad a través de la tecnología y no a la globalización, por las destrucciones de empleos y las desigualdades [4] : ya que solo los bien-educados se superan con las computadoras y ganan la apuesta reservada a los competentes — los otros, qué lástima… Curiosamente, los desafíos de la globalización (ya reducida a los intercambios) y de la « productividad », que son evocados en forma de una antinomia (o una, u otra, y más la segunda que la primera), nunca son mostrados en su posible relación de complementariedad, quizás incluso de causalidad : ya que después de todo, que es lo que sostiene la loca carrera a la productividad sino las formidables presiones de la competencias « no falseada » (con asalariados chinos a 100 euros mensuales, no puede decirse que la competencia no es leal... Veremos que pasará cuando África a 15 euros ¡entre en el juego !) y la conminación al permanente aumento de la rentabilidad financiera, expresión misma del imperio de las finanzas accionarias [5], es decir ¿los pilares de lo que podemos denominar globalización ?
El economista Patrick Artus, que había anunciado en 2008 a propósito de la « globalización » que « lo peor [estaba] por venir [6] », lo pensó dos veces y a partir de ahora cree que sería una locura « rechazar la globalización [7] » con, a falta de un sentido muy firme de la continuidad, un argumento lleno de esperanza : « eso » fue un poco duro hasta ahora, pero no hay que aflojar sobre todo ahora, ¡« eso » pronto dará sus frutos ! Esquema neoliberal desgastado pero graciosamente a la moda, el llamado a la paciencia emocionará sin duda a quienes se acuerdan de los quince años de deflación competitiva a base de ajustes de largo plazo y de paciencia que darían sus frutos, pero « al final » — que todavía esperamos. Sí, sin duda, China terminará por armarse de instituciones salariales maduras propias para solventar un mercado interno y, de gran exportadora, pasará a convertirse en uno de nuestros grandes clientes — ¿pero exactamente cuándo ? ¿En diez años ? ¿Quince ? ¿Una solución para llegar hasta allá ? ¿O la paciencia rendirá sus frutos ? ¿Y qué hay de la idea que, como China a 150 euros se convertirá en su momento en víctima de las deslocalizaciones en Vietnam a 75, la globalización no conoce un previsible rebote en dirección al continente africano — ¡aún totalmente a alistar ! y que romperá todos los precios. ¿Todavía una última vuelta de paciencia durante medio siglo más para que África cumpla con su propio recorrido ?
Evidentemente, el desastre presente cambia a los ex amigos de la globalización quienes, no decidiéndose a declararse sus enemigos, manifiestan sin embargo la necesidad de borrar la impresión de haber encontrado poco para decir. Por una serie de correcciones de trayectoria que debe realizar la performance de ser insensibles como tales — no caer en flagrante contradicción, aún menos dar a entender que podrían haberse equivocado — operando reales efectos de reposicionamiento, ambos se esfuerzan en encontrar que « volver a decir ». Pero solo lo mínimo, y según lo que los acontecimientos en curso autoricen, para mantenerse siempre en el centro de gravedad del discurso legítimo — tal como ahora exige por ejemplo mostrarse firme al menos en palabras, con las finanzas — y así continuar « perteneciendo ». Entonces, sí, apurados por el curso de las cosas, Daniel Cohen concede reservas que sin duda había retenido por mucho tiempo en el poder accionario, y Artus se entrega a improbables distinciones entre « mundialización » y « globalización » para preservar lo que puede ser... pero también dejar algo para criticar. Incluso M. Lawrence Summers, ex-asesor económico de Barack Obama e importante desregulador del Presidente William Clinton (1993-2001), admite que los asalariados de Estados Unidos poseen « buenas razones » para pensar que « lo que es bueno para la economía global no necesariamente lo es para ellos » [8]…
Los crujidos del sistema y las cachetadas repetidas de lo real terminaron por abrir brechas donde los argumentos demasiado tiempo prohibidos lograron resurgir — es verdad que un sistema cuya defensa obliga a sus amigos a la retórica del « globalmente positivo [9] » está generalmente mas cerca de los desechos de la historia que de su apoteosis. Algo desorientado, el economista Elie Cohen constata que « el discurso de la globalización feliz es difícil (sic) de sostener hoy [10] ». La palabra « desglobalización », cuya paternidad se le atribuye al economista filipino Walden Bello [11], se convirtió lógicamente en el significante de un horizonte político deseable para todas las furias sociales que la globalización no deja de generar. Ya que finalmente, las cosas son más simples : si fácilmente se acordó denominar « globalización » a la configuración presente del capitalismo, debería entonces hacerse también tan fácilmente para entender en la « desglobalización » la afirmación de un proyecto de ruptura con este orden.
Sin embargo, es verdad que hay varias maneras de « romper ». La del diputado socialista Arnaud Montebourg [12] sigue siendo europea — le deseamos suerte con Alemania cuando se trate de volver a someter las políticas económicas a la disciplina de los mercados y a la independencia del Banco Central... Un poco a imagen del « efecto Fabius » en 2005 (que había tomado partido por el « no » en el referéndum sobre el tratado constitucional europeo), Montebourg, candidato respetable en la primarias de un partido « respetable », indiscutiblemente hizo dar un salto cuantitativo de legitimidad al debate sobre la desglobalización y hacer audibles discursos que no lo eran. Como el del economista Jacques Sapir, cuya forma es mas radical, ya que, en el abanico de soluciones que prevé, no duda en incluir la opción de la restauración de soberanía nacional (a través de la salida del euro) si todos las otras fracasaran [13] ».
Quedamos mezclados con este aporte quizás involuntario, pero en todo caso objetivamente constituido por una parte de la izquierda crítica con las peores desfiguraciones de la desglobalización, y principalmente la que persiste en la fantasmagoría obsidional, el « síndrome de la fortaleza », a base de murallas, de puentes levadizos y de economía autarquía. Creíamos reservado al cronista del Figaro Alexandre Adler la antinomia que solo concibe que Corea del Norte y la forma « reino-ermitaño » como opuesto dialéctico de la globalización, pero he ahí que las alusiones de los firmantes de Attac vienen a alimentar cada uno en su momento, esta figura imaginaria que con una mirada arrojada sobre una historia económica reciente basta para validar.
Ya que si, se remite a nuestras normas (además singularmente y sintomáticamente desplazadas) de hoy la configuración fordista del capitalismo de posguerra tiene todo de la desglobalización, en vano buscaríamos allí los cercos y las torres de observación, las economías herméticamente cerradas y los proyectos de autosuficiencia. Terrible incapacidad del pensamiento del tercero excluido que solo concibe el mundo globalizado o el infierno de las naciones, pero nada entre ambos, y contra lo que hay que recordar sin cesar la posibilidad de la esfera internacional, que quizás podría escribirse inter-nacional para que pueda decir lo que quiere decir, saber que puede haber naciones y vínculos entre las naciones.
Se duda que el periodo 1945-1985 haya ignorado los intercambios externos — sin duda el comercio internacional estaba menos desarrollado que hoy... pero no es cierto que sea un defecto. Se duda que esta restricción, en un régimen de intercambio que nuestras normas actuales calificarían indiscutiblemente de proteccionista, haya sostenido la guerra que nos promete Lamy cada vez que se trata de no seguir al librecambio— y, catastrófica convergencia retórica, algunos altermundista anuncian que derechos aduaneros « nut[rírían] la xenofobia y el nacionalismo [14] », o sea, de Lamy entre líneas.
También sería bueno recordar que el « horror nacional-proteccionista » fordista fue una época, sin duda imperfecta, de pleno empleo, de crecimiento — es verdad que sin consciencia ecológica — y de paz entre países avanzados, en efecto relativa solamente, pero sin embargo... Se duda de que el principio nacional haya sido abolido incluso en el mundo supuestamente globalizado ya que, informamos a los liberales y a los altermundistas, ¡aún hay naciones ! Existe China, Estados Unidos, de los cuales, curiosamente, nunca cuestionamos ni el nacionalismo ni las afirmaciones de soberanía. Estos dos países se reirían mucho si les pidiéramos fundirse en más amplios conjuntos. Y, algo sorprendente, estas incorregibles naciones no se declaran necesariamente la guerra y ¡tampoco nos la declararon !
Se duda finalmente que las relaciones entre las naciones deban concebirse bajo la exclusiva perspectiva de la mercadería, y nos deja un poco pasmado que la Javel [Cloro-Lavandina] liberal haya terminado por limpiar los endeudamientos al punto de hacer olvidar que trabar un poco la circulación de los capitales no impide en absoluto promover la mas grande circulación de obras, de estudiantes, de artistas, de investigadores, de turistas, como si la circulación comercial se hubiera convertido en el indicador exclusivo del grado de apertura de las naciones ! — y solo la mala fe puede pretender que la desglobalización quiera liquidar las « correctas » circulaciones con las « incorrectas ».
Pero, se dira, que Attac se deshizo rápidamente de su primera etiqueta « anti-globalización », precisamente para redefinirse como « altermundista ». Quizás por acá pasa la línea divisoria de las aguas teóricas, como lo señala el recurrente temor de los firmantes a ver « un conflicto de clases transformado en conflictos de naciones [15] ». Partiendo de una profunda cuestión, este enunciado es consagrado a la inanidad si cree poder operar la negación del hecho nacional, o más bien de los nacionales, y de las relaciones de antagonismo que se suceden casi necesariamente. Pero aún ahora, y siempre por el mismo efecto trágico del tercero excluido, « antagonismo » es inmediatamente entendido como « guerra », y como negación absoluta de relaciones de cooperación que por otra parte podrían estar unidas.
Deseos piadosos y relaciones concretas
Salvo que se persiga la quimera de una humanidad totalmente reconciliada, habrá que hacerse a la idea de que la comunidad humana en el amplio sentido está necesariamente atravesada por antagonismos, que algunos de ellos se establecen según los trazos de las naciones.
Es evidente sin embargo, que todos los antagonismos no responden a la gramática nacional, sino a otras gramáticas, y a veces transversales — el antagonismo de clase, por ejemplo. ¡Pero no debería elegirse entre estas múltiples gramáticas solamente la de su preferencia ! En cuanto a saber si una de ellas goza de alguna primacía, es una cuestión que no admite ninguna respuesta general, pero cada vez se encuentra determinada por la configuración especial de las estructuras del capitalismo. Puede observarse que el asalariado chino y el asalariado francés se sitúan en la misma relación de antagonismo de clase respecto de « su » capital, solo que las estructuras de la globalización económica los coloca en una relación de antagonismo mutuo — contra la cual ninguna denegación podrá hacer nada.
Recurrir a la solidaridad de clase franco-china procede de un universalismo abstracto que ignora datos estructurales concretos y de su poder para configurar conflictos objetivos — es decir, irónicamente todo los que Karl Marx reprochaba a los « jóvenes hegelianos de izquierda » : más que descontar « esencias » (la « esencia » del asalariado o la « esencia » de la lucha de clases) que producen por sí mismas improbables efectos, será mejor pensar en rehacer las estructuras reales que determinan realmente las (múltiples) relaciones en las que entran los diferentes grupos sociales.
Así en algunos países, las estructuras de las finanzas accionistas y los retiros capitalizados colocan objetivamente en conflicto diversas fracciones del propio salariado : pensionados (que poseen interés en la rentabilidad financiera) contra asalariados (de quienes las extraen), asalariados-despedidos de un centro de producción contra asalariados-accionistas del mismo grupo (cuyos títulos van a valuarse), etc. Es absolutamente en vano llevar a todas estas personas a solidaridades de clase abstractas contra las estructuras que las destruyen concretamente y configuran objetivamente sus intereses bajo relaciones antagónicas — en cambio es más útil rehacer las estructuras (aniquilar las finanzas accionistas, promover sin cesar la distribución) para crear las condiciones concretas propias para reconstruir las unidades rotas y, entonces, para poder hacer prevalecer una cierta gramática de antagonismo contra los demás.
Del mismo modo, las estructuras presentes del librecambio y de la circulación de las inversiones directas prohíben que se actualicen las solidaridades posibles entre asalariados franceses y asalariados chinos. He aquí entonces la paradoja desapercibida de los « globalizadores ». Lejos, como se oye a menudo, que un proteccionismo racional y negociado perjudica los intereses de los asalariados de los países emergentes (destacaremos al pasar que sistemáticamente, en esta discusión, la suerte de los asalariados nacionales es considerada como perfectamente nada despreciable), en cambio bien se podría permitirles adelantar el paso a regímenes de crecimiento más autocentrados, recurriendo funcionalmente a la extensión y a la estabilización del ingreso salarial.
Solo cuando los salariados nacionales son substraídos de las relaciones antagónicas a las que los condena el librecambio, pueden desplegarse solidaridades transversales (transnacionales), haciendo entonces prevaler la gramática clasista sobre la gramática nacionalista — en suma, respetar el « hecho de clase » salarial. Al igual que la « competencia no falseada » en realidad no es mas que un proteccionismo disfrazado (y de la peor especie) [16], se podría entonces, al contrario de los creen ciertos altermundistas, que varias formas de proteccionismo transparentes y racionalmente negociadas tengan buenas propiedades creando posibilidades de desarrollo autónomas, aunque (razonablemente) inter-actuantes, y creando las condiciones concretas de las solidaridades transnacionales de clase.
Pero la cuestión de la desglobalización no se agota en absoluto en la del proteccionismo (a donde los globalizadores querrían relegarla), aún menos en algunos argumentos necesariamente parcelarios. Llamaría además a ingresar allí, no por sus consideraciones económicas, sino por el problema fundamental en el que toma verdadero sentido, problema propiamente político de la soberanía y de sus posibles circunscripciones [17] — que no se limitan en absoluto al perímetro de las actuales naciones. Dato fundamental de la vida de los pueblos, la soberanía es, pero a modo de olvido, el punto común de todos los defensores de la globalización, que ignoran sistemáticamente los requisitos más esenciales, como testimonia el confuso concepto de « gobernabilidad ». « El problema central es el de la gobernabilidad mundial », repite sintomáticamente Daniel Cohen ( [18]. ¡No ! el problema central es el de la constitución de entidades políticas auténticamente soberanas, única manera de dotarse a sí mismas de la fuerza capaz de oponerse a la fuerza del capital. Y cuya negación se mantiene en la quimera de las « instituciones internacionales fuertes » [19], este perfecto oxímoron que sin embargo hace decir a Daniel Cohen que « sin instituciones internacionales fuertes, seguiremos en el caos », que entonces hay que reescribir : « seguiremos en el caos ». Si hubiera un solo principio general para dirigir el debate sobre la globalización, este podría ser el siguiente : no podemos dejar a los pueblos durante mucho tiempo sin soluciones de soberanía.
Una definición finalmente muy simple
Pero también se podría, exactamente lo contrario, llevar la controversia de la desglobalización a una cuestión de identificación convencional finalmente muy simple, bajo la cruda luz de la coyuntura actual. La competencia no falseada entre economías con estándares salariales considerablemente diferentes ; la permanente amenaza de deslocalización ; la coacción accionaria que exige rentabilidades financieras sin límites, de tal magnitud que su combinación produce una compresión constante de los ingresos salariales ; el desarrollo del endeudamiento crónico de las familias ; la absoluta licencia de las finanzas para desplegar sus operaciones especulativas desestabilizadoras, llegado el caso, a partir de las deudas de las familias (como en el caso de los subprime) ; la toma de rehenes de los poderes públicos conminados a ir al auxilio de las instituciones financieras desconcertadas por las crisis recurrentes ; la distribución del costo macroeconómico de estas crisis por parte de los desempleados, sus costos para las finanzas públicas por parte de los contribuyentes, los usuarios, los funcionarios y los pensionados ; la desposesión de los ciudadanos de cualquier empresa en la política económica, a partir de ahora regulada según los únicos deseos de los acreedores internacionales pese que les cueste a los cuerpos sociales ; la entrega de la política monetaria a una institución independiente fuera de cualquier control político : a todo esto podríamos decidir denominar globalización a través de un lenguaje poco exigente.
De ahí que decir simplemente algo favorable para la desglobalización no es otra cosa que declarar no querer más de eso !
* Economista, autor de « La Crise de trop. Reconstruction d’un monde failli », Fayard, 2009.
Le Monde diplomatique. París, agosto del 2011
Traduction del francés para El Correo de : Vanesa Gatti
Este obra está bajo una licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Basada en una obra en www.elcorreo.eu.org.
El Correo. París, 3 de diciembre de 2011.
[1] Le Monde : editorial, 1º de julio de 2011 ; Zaki Laïdi, « Absurde démondialisation », 29 de junio de 2011 ; Pascal Lamy, « La démondialisation est un concept réactionnaire », 1º de julio de 2011.
[2] Daniel Cohen, La Mondialisation et ses ennemis, Grasset, Paris, 2004.
[3] Pascal Lamy, op. cit.
[4] « La mondialisation est-elle coupable ? », entrevista con Daniel Cohen y Jacques Sapir, Alternatives économiques, n° 303, Paris, junio 2011.
[5] Isabelle Pivert, « La religion des quinze pour cent », Le Monde diplomatique, marzo 2009.
[6] Patrick Artus y Marie-Paule Virard, Globalisation, le pire est à venir, La Découverte, Paris, 2008.
[7] Patrick Artus, « Ce n’est pas le moment de refuser la mondialisation », Flash économie, Natixis, n° 472, 21 de junio de2011.
[8] Lawrence Summers, « A strategy to promote healthy globalisation », Financial Times, Londres, 5 de mayo de 2008.
[9] Daniel Cohen, « Sortir de la crise », Le Nouvel Observateur, Paris, 7 de septiembre de 2009.
[10] « Elie Cohen : “L’idéologie de Davos a buté sur la crise” », Nouvelobs.com, 26 de enero de 2010.
[11] Walden Bello, Deglobalization : Ideas for a New World Economy, Zed Books, Londres-New York, 2002. Le mot a d’abord été employé par Bernard Cassen en 1996 : « Et maintenant... démondialiser pour internationaliser », Manière de voir, n° 32, noviembre 1996.
[12] Arnaud Montebourg, Votez pour la démondialisation !, Flammarion, Paris, 2011.
[13] Jacques Sapir, La Démondialisation, Seuil, Paris, 2011. Ver también del mismo autor, « S’il faut sortir de l’euro... », document de travail CEMI-EHESS, Paris, abril 2011.]].
En este punto preciso el debate se crispa por izquierda. No hubiéramos imaginado en efecto que miembros del consejo científico de la Asociación para la tasación de las transacciones financieras y para la acción ciudadana (Attac) puedan alarmarse por la circulación del tema de la desglobalización, menos aún en lo términos de la estigmatización del « repliegue nacional » que resuenan extrañamente con las habituales fulminaciones del editorialismo liberal, y preparan el terreno de la asimilación a las « políticas [que] se abren camino bajo los disfraces más diversos [[« La démondialisation, un concept superficiel et simpliste », por nueve miembros del Consejo Científico de Attac, 6 de junio de 2011.
[14] Pierre Khalfa, « Les impasses de la démondialisation. Réponse à quelques contradicteurs », Mediapart, 20 de junio de 2011.
[15] Ibid. ; Jean-Marie Harribey, « La démondialisation heureuse ? », blog d’Alternatives économiques, Paris, 16 de junio de 2011.
[16] « La “menace protectionniste”, ce concept vide de sens », en La Crise de trop, Fayard, Paris, 2009.
[17] « Qui a peur de la démondialisation ? », La pompe à phynance, Les blogs du Diplo, 13 de junio de 2011.
[18] « La mondialisation est-elle coupable ? », op. cit.
[19] Ibid.