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7 de enero de 2004

"Ciudadanía transnacional se consolida en las Américas" Entrevista con Saskia Sassen

 

Por Noticias Aliadas
Noticias Aliadas, 22 Diciembre del 2003

Saskia Sassen, socióloga, demógrafa y economista, es una "ciudadana transnacional". Nació en Holanda, creció en Argentina, reside en Estados Unidos y realiza investigaciones alrededor del mundo. Es autora de ¿Perdiendo el control? La soberanía en la era de la globalización (2002), La ciudad global (2001), Guest and Aliens (1999) y Globalization and its Discontents (1998). Docente de la Universidad de Chicago y del London School of Economics, integra junto con el lingüista Noam Chomsky y otros prestigiosos intelectuales de Estados Unidos un movimiento contra la guerra y las políticas ultranacionalistas de ese país.

Recientemente presentó en Buenos Aires su último libro "Ciudades transformadas". Cambio demográfico y sus implicaciones en el mundo en desarrollo, investigación que realizó en varios países con el auspicio de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. En esa ocasión, Miguel Lara Hidalgo, colaborador de NOTICIAS ALIADAS, conversó con Sassen sobre el Estado en América Latina y la "urbanización" de las ciencias sociales.

En su libro ¿Perdiendo el control? La soberanía en la era de la globalización, usted cuestiona "la tendencia explícita o implícita a utilizar el Estado-Nación como el marco abarcador de los procesos sociales, políticos y económicos". ¿Cómo explica que gobiernos como los de Venezuela, Brasil y Argentina traten de rescatar las funciones públicas del Estado?

Hay dos tendencias distintas en juego. El neoliberalismo y el poder del Fondo Monetario Internacional y de Estados Unidos disminuyeron la autonomía del Estado-Nación sobre todo en los países del sur. Por otro lado, los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, y Luis Inácio Lula Da Silva, de Brasil, quieren usar al Estado como base política para implementar los cambios que consideran necesarios en sus naciones. Un Estado socialdemócrata puede ejecutar medidas y aportar recursos que beneficien a los ciudadanos y a la economía local.

En este sentido, recobrar el rol del Estado es un desafío que puede movilizar el apoyo popular como hemos visto en Venezuela y Brasil. Cualquiera diría que el presidente de Argentina, Néstor Kirchner, ha entendido esto al anunciar una revisión de las privatizaciones y los bienes todavía en manos estatales. Ningún político se hubiera pronunciado así en la década del 90.

El neoliberalismo reorientó componentes claves de la economía hacia los mercados financieros globales, y produjo espectaculares ganancias para una elite, concentrada principalmente en las grandes metrópolis. Esos grupos representan aproximadamente el 20% de los habitantes de las 40 ciudades globales del mundo.

La crisis argentina, que realmente empezó en los 90, es una de las instancias más dramáticas del carácter excluyente de las políticas neoliberales. En cambio, el proyecto que vemos ahora en Venezuela, Brasil y quizás un poco en la Argentina, busca canalizar los recursos nacionales para favorecer a mucho más que ese 20%.

Cada vez más personas se autodenominan "ciudadanas del mundo", identificadas con valores universales o grupos afines. ¿Qué sentido tiene la ciudadanía nacional cuando los Estados pierden poder de decisión en un mundo globalizado?

Las condiciones para una "ciudadanía transnacional" están consolidándose. Si bien algunos grupos son auténticamente trasnacionales -como las comunidades de Internet, los foros sociales mundiales o el voluntariado internacional-, la ciudadanía trasnacional es un componente de una experiencia mucho más compleja: la ciudadanía tradicional. En este caso, los derechos formales relacionados con el Estado nacional siguen siendo el elemento crucial.

La enorme cantidad de personas de todo el mundo que se conocen por primera vez en la calle, en los trabajos, en los barrios de las ciudades globales, o el encuentro con otros inmigrantes en empleos altamente profesionalizados, produce una suerte de "trasnacionalismo in situ". Por ejemplo, pudiera aventurarse la relación entre la situación de los inmigrantes y la aparición de prácticas políticas con cierto grado de informalidad. Los inmigrantes, incluso los ilegales, a menudo se convierten en nuevos sujetos políticos.

Lo rescatable del fenómeno "ciudadanía transnacional" es que abre la posibilidad de generar nuevas formas de poder lateral entre grupos con pocos recursos, y desarrollar políticas transnacionales que movilicen a más y más sectores dentro de un mismo país en torno a proyectos globales o propiamente nacionales.

¿En qué medida gobiernos con políticas marcadamente nacionalistas como Estados Unidos o Cuba necesitan de un "enemigo" para legitimar su existencia?

Hasta cierto punto sí lo necesitan, pero las motivaciones son diferentes. El caso de Cuba es un proyecto de poder que tuvo como misión el bien colectivo. En Estados Unidos, un partido político quiere detentar el poder a toda costa porque el poder representa control militar, riqueza económica e influencia ideológica para ese partido y las elites con las cuales está articulado.

En segundo lugar, el contenido del proyecto importa. Es una pena haber eliminado tantas libertades en Cuba, pero logró un sistema médico excelente, vivienda y un salario para cada ciudadano. Eso es mucho más de lo que puede mostrar Estados Unidos, donde tenemos 50 millones de pobres, que equivalen a cinco veces la población de la isla; 40 millones de trabajadores sin seguro médico y tasas de mortalidad infantil en áreas pobres mucho más altas que en Cuba.

Es verdad que cada país tiene una especie de necesidad de crear atmósferas de crisis para justificar acciones de gobierno. Cuba es una mezcla de obsesión de poder con una política social en la cual muchos todavía creen. En Estados Unidos, las medidas que limitan libertades civiles y otorgan derechos de explotación en Irak a grandes compañías, responden al interés de un pequeño grupo de políticos del Partido Republicano y de las firmas asociadas. En este sentido, la diferencia entre ambos países es casi escandalosa.

Usted plantea la necesidad de "urbanizar las ciencias sociales", ¿a qué se refiere?

A que la comprensión de los procesos sociales pasa cada vez más por investigar qué ocurre en la ciudad. En primer lugar, las metrópolis son lugares estratégicos dentro de la economía global por varias razones: a) son puentes entre el Estado nacional y el mundo; b) constituyen escenarios para implementar medidas que aminoren el poder de las grandes compañías extranjeras, por ejemplo, asegurando vivienda para la clase media empobrecida, estableciendo impuestos para los nuevos ricos y las grandes ganancias de las corporaciones, promoviendo la responsabilidad ciudadana y garantizando estándares laborales que eviten abusos a los trabajadores.

En segundo lugar, la coexistencia de agudas concentraciones de poder y pobreza otorga a la ciudad un carácter político único. Las ciudades muestran claramente las contradicciones de la globalización pues concentran a sectores líderes del capital internacional junto a crecientes poblaciones excluidas: inmigrantes, mujeres, indígenas, afrodescendientes, habitantes de barrios pobres.

La globalización adquiere formas concretas en el modo en que se reconocen luchas recurrentes de una ciudad a la otra, por ejemplo, los reclamos de las comunidades de gays y lesbianas. Esto nos hace indagar también en el ejercicio de la ciudadanía y el rol de la sociedad civil. La pérdida de influencia de los gobiernos nacionales abre camino a nuevas formas de poder a niveles subnacionales, locales o barriales. Y justamente las ciudades están construyendo esa nueva geografía política.

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