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En estos primeros años del siglo XXI convergen profundos cambios en nuestros países y en el mundo. En Nuestra América (Latina, originaria, etc), y particularmente en Suramérica, se advierten nuevas tendencias en los siguientes campos.
La cuestión social : las grandes desigualdades que históricamente caracterizan a nuestros países, son reconocidas como el principal problema y un obstáculo fundamental al desarrollo. Las políticas para atender a los sectores vulnerables, erradicar la pobreza, educar e impulsar la cohesión social, ocupan actualmente una prioridad en las políticas públicas.
Desde éstas, vuelven a plantearse ideas que constituyen el gran aporte del pensamiento latinoamericano a la estrategia de desarrollo económico. Entre ellas, las siguientes :
La cohesión social, la impronta nacional y social de los liderazgos, la democracia y el pensamiento crítico capaz de ver el mundo desde nuestras propias perspectivas, constituyen la densidad nacional. En estos primeros años del siglo XXI se ha fortalecido la densidad nacional de nuestros países. Una de sus consecuencias es la revalorización de la importancia de la integración regional que se refleja en el notable acercamiento de los contactos políticos entre los gobiernos, el fortalecimiento de esquemas de integración como el Mercosur y la creación de un nuevo espacio de convergencia, la Unasur.
El contexto mundial
Lo que está en crisis en la actualidad no es la mundialización, que es una consecuencia inevitable del avance de la ciencia y la tecnología. La crisis es del neoliberalismo y de los estados neoliberales, cuya impotencia para administrar las fuerzas de la mundialización provoca descalabros, como los que hemos vivido en nuestra propia experiencia y suceden, actualmente, en otras latitudes.
En China y otros países emergentes de Asia, el dinamismo de sus economías obedece, precisamente, a que no se han sometido al canon ni al Estado neoliberal. Prevalecen en estos países estados nacionales, capaces de administrar la mundialización de impulsar el desarrollo. Las turbulencias y asimetrías en el orden mundial contemporáneo reflejan la coexistencia de « estados nacionales » en los países emergentes y « estados neoliberales » en el antiguo centro hegemónico.
Los ’latino’americanos no tenemos, al menos todavía, mayor influencia en la resolución de los problemas del orden global. Sin embargo, disponemos de una capacidad decisiva para determinar si estamos, en ese orden, ejerciendo nuestro derecho al desarrollo o nos resignamos a reproducir nuestra histórica condición periférica.
Administrar la mundialización es una condición necesaria para desplegar el potencial de desarrollo de nuestros países y ocupar una posición simétrica, no subordinada, en las relaciones internacionales. Para tales fines es imprescindible la gobernabilidad de la economía. Todos los países que despliegan exitosamente su potencial de desarrollo dentro del orden global mantienen una fuerte solvencia fiscal, superávit en sus balances de pagos en cuenta corriente, elevadas reservas internacionales genuinas no fundadas en deuda, sistemas monetarios asentados en la moneda nacional, tipos de cambio que sustentan la rentabilidad de la producción de bienes transables [1] sujetos a la competencia internacional.
Nuestros países no han alcanzado, todavía, altos niveles de desarrollo económico y social. Sin embargo, en el plano de la cultura, son potencias de primera magnitud. El desafío consiste en poner la realidad económica y social a la misma altura de los niveles alcanzados en la cultura.
La integración es un instrumento fundamental para impulsar el desarrollo nacional de nuestros países y fortalecer su posición conjunta en el orden mundial. La integración se despliega en tres planos : las políticas nacionales, las reglas del juego de la integración y la proyección conjunta hacia el resto del mundo.
La clave del éxito de la integración no radica en la delegación de soberanía a órganos supranacionales comunitarios. La experiencia de la Unión Europea alcanza para demostrar cómo la cesión de soberanía termina subordinando a las partes más débiles al poder hegemónico de los más fuertes. Mucho peor, cuando en el régimen comunitario, como sucede en la Unión Europea, prevalece el paradigma neoliberal.
Nuestra integración no radica en la cesión de soberanía, sino en la construcción solidaria de la soberanía que nos falta en la ciencia y la tecnología, el desarrollo industrial y la inclusión social. En materia financiera, en tiempos recientes, se han dado pasos positivos en tal sentido, a través del desendeudamiento externo, la acumulación de reservas internacionales y los controles de los capitales especulativos. La integración consiste entonces en la complementación de las soberanías nacionales a través de reglas realistas de la integración.
Las diferencias actuales de dimensión de las economías no deben inducir a la suposición de que el destino de la integración es reproducir, en el espacio regional, una relación centro-periferia, entre un centro industrial y una periferia principalmente proveedora de alimentos y materias primas. El mejor socio es el plenamente desarrollado.
Tenemos así por delante el desafío de construir una relación viable, mutuamente conveniente, para lo cual es necesario profundizar el desarrollo industrial y tecnológico, integrar las cadenas de valor de la producción primaria con la participación creciente de componentes provenientes de nuestro propio acervo, impulsar el protagonismo de las empresas nacionales y regionales para el acceso conjunto a los mercados internacionales.
La emergencia de China, y otros nuevos centros dinámicos en la economía mundial, es un hecho positivo porque amplía las fronteras de la proyección internacional de Nuestra América. Pero plantea el riesgo de reactivar el antiguo modelo centro-periferia que, en el pasado, nos subordinó a la situación de proveedores de productos primarios e importadores de manufacturas y capitales.
Es necesario avanzar, simultáneamente, en los tres planos de integración : construir, a partir de la fortaleza de las densidades nacionales, una densidad bilateral, mercosureña y suramericana, fundada en la inclusión social, la eficacia de los liderazgos, la consolidación de la democracia y el pensamiento crítico. Cada país tiene la mundialización y la integración que se merece, en virtud de la fortaleza de su densidad nacional.
Cuanto más se consoliden las situaciones nacionales más fluidos serán los intercambios, cuanto más flexibles y realistas las normas mejor serán las respuestas frente a los cambios en las situaciones nacionales y, finalmente, cuanto más solidaria sea la proyección conjunta en el escenario global, más libertad de maniobra tendrán las políticas nacionales y comunitarias.
Página 12. Buenos Aires, 27 de enero de 2013.
* Aldo Ferrer. Profesor emérito. Universidad de Buenos aires. Embajador argentino en Francia. Este texto es una reproducción de los pasajes salientes de la exposición « Transformaciones de América ’Latina’ en la última década, en el contexto mundia », realizada el 21 de enero de 2013, en el Encuentro con Intelectuales suramericanos « Caminos progresistas para el desarrollo y la integración regional », realizado en el Instituto Lula de San Pablo. |
[1] Aquellos bienes que se pueden consumir dentro de la economía que los produce, y se pueden exportar e importar. Generalmente, tienen bajos costos de transporte y pocos aranceles