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8 de noviembre de 2006

Animalada presentada como un cuento de adas

Por 3.000 euros argentinos adoptan un embrión español que nacerá en mayo en Buenos Aires.

 

Por Silvia Pisani
La Nación
. Buenos Aires, 8 de Noviembre de 2006.

Madrid.- Embarazada de varias semanas, el dejo porteño de María se matiza con ternura y paciencia cuando habla del hijo que llegará cuando sea otoño en Buenos Aires. Y con la frescura de una madre primeriza cuenta el asombro ante la vida que le crece, como a muchas otras mujeres que esperan. Un relato de embarazo que se repite desde hace milenios, salvo por un detalle: su hijo es adoptado. Será el primer embrión español adoptado por una pareja argentina.

María y su marido, Pablo, vinieron a buscarlo a España. Y, como cualquier matrimonio, lo hicieron abiertos a lo que viniera: varón, mujer, morocho, rubio, zurdo, diestro. Sólo que en lugar de dárselo en brazos lo rescataron de los 196 grados bajo cero en que, como embrión, hibernaba, abandonado. Y lo pusieron en el cuerpo de su madre adoptiva, donde hoy crece y late, esperando nacer.

El embarazo de este matrimonio con problemas de fertilidad es uno de los 68 que produjo el Instituto Marqués, una reconocida clínica catalana de reproducción asistida, mediante un programa inédito de adopción.

Ocurrió cuando, al encontrarse con "cientos" de embriones desatendidos por sus padres biológicos, los ofreció a quienes quisieran adoptarlos. Y la respuesta interesada vino de todos lados, incluso de nuestro país, según pudo saber LA NACION.

Es que, sin discriminar ciudadanía, la posibilidad de su adopción está amparada por la nueva legislación española, tan innovadora en el terreno que son muchos los extranjeros que adoptan aquí un embrión porque en su país no pueden hacerlo. Se trata de embriones "sobrantes" de personas que se sometieron a técnicas de fertilización asistida. Y que, con el paso del tiempo, quedan olvidados.

"Teníamos muchos. Uno de ellos, que acaba de nacer, esperó hasta trece años en el congelador: el máximo del que se tenga registro. Nunca se nos cruzó la idea de eliminarlos. Hemos hecho esto sin fines de lucro y ha sido una experiencia de mucha intensidad", dijo la doctora Marisa López Teijón, jefa del programa de adopciones que acaba de concluir.

Cuenta cosas que, por momentos, parecen de ciencia ficción. Tal el caso de este embrión que batió el récord de resistencia. Fue dejado congelado hace 14 años por una pareja que logró tener gemelos por fecundación in vitro y que ya no quería más hijos. Pasados más de dos lustros, los médicos lo incluyeron en este programa de adopción y, tras toda esa espera, lo recibió una pareja de Girona.

"Para los padres, muchas veces es difícil tomar la decisión de qué hacer con los embriones que sobran. Hay un 61 por ciento que lo deja en manos de la clínica. No quieren ni saber del tema", dijo López Teijón.

Ese costado de la historia fue el que abrió la puerta a la paternidad a este matrimonio porteño que llegó al altar superados los cuarenta años.

Para ellos, el deseo de ser padres pasó, durante años, por el tamiz del catolicismo que practican. "Intentamos muchas cosas, pero ninguna que significara seleccionar o matar vida. Para nosotros, un embrión es una persona. Lo que hicimos fue adoptar un niño que esperaba, en el frío, la oportunidad de vivir", dice María, en charla telefónica con LA NACION desde Buenos Aires.

Por indagar sobre el destino de embriones congelados a través de Internet supieron del programa de adopciones. "Llamé y me atendieron muy bien desde el primer día. Y todo lo hicieron fácil", recuerda la futura madre, que quedó embarazada en agosto último.

Todo el proceso les costó 3000 euros. "Para un argentino es mucho dinero, pero es menos de lo que veníamos pagando por otras opciones que intentamos pero que, igual, no dieron resultado", añade. Tuvieron que viajar a Barcelona, fueron tres veces a la clínica y, en la última cita, María recibió dos embriones; sólo uno de ellos avanzó en embarazo.

"Fue un momento intenso, Pablo estaba conmigo. Los dos, muy emocionados, aunque, en rigor, y visto objetivamente, el trámite de la implantación no difiere mucho de una consulta ginecológica. Aunque esta vez yo rezaba", dijo.

Lo que piden es reservar su identidad. "No porque estemos haciendo nada malo, sino porque quiero que mi hijo crezca en paz. Cuando llegue el momento, sabrá que es adoptado y que pasó por un congelador. Pero es un chico como cualquier otro y hoy mi embarazo es igual al de cualquier otra mujer", dice María. Tanto que el obstetra que ahora la sigue se enteró del origen del niño cuando ella decidió contárselo. Y no antes.

"Aquí, incluso, aconsejamos no decir nada a los hijos. Creo que a nadie hace bien decirle que esperó años en el congelador, y no tengo en claro cuánto agrega a la historia. Pero cada uno es libre", dice la doctora López Teijón, convencida de que, en la materia y aun por las vías ortodoxas, es mucho lo que se calla.

"El diez por ciento de los hijos no son de sus padres declarados", ironiza la especialista.

María y Pablo no quieren secretos entre ellos ni con su hijo. Sus familiares más directos conocen la historia. "A mi hijo lo espera un batallón de primos, los dos somos de familia bastante numerosa". Ambos trabajan; él se desempeña como profesional y ella se emplea como asistente en una empresa. Viven en Barrio Norte y están felices.

Junto al futuro porteñito, hay otros 16 embriones del programa de adopciones que esperan ver la luz, pero los otros 15 lo harán un poco antes.

El será el último de esta historia, pero la clínica no desecha que la adopción de embriones se repita en el futuro y sus integrantes dicen que les encantaría que otras instituciones siguieran el camino.

El primero, en cambio, hoy se llama Gerard, nació en Barcelona en septiembre del año pasado y es famoso. El porteñito, dicen sus padres, no lo será. Al menos, no por esta parte de su peculiar historia.

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