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La historia está plagada de hechos y batallas gloriosas, de héroes intachables con una perfección a la europea, pero también de grandes omisiones y tergiversaciones cuando se cuenta la historia indígena.
Por María Victoria Romero
APM. Buenos Aires, 8 de octubre de 2007.
El mito, las bondades exaltadas, la perfección y la idealización, las fisonomías caballerescas, caras blancas y ojos claros, aún en aquellos hombres de los pueblos originarios (previos a la llegada de Colón), forman parte de un fragmento del legado histórico que heredamos y que comenzamos a apropiarlo desde la escuela primaria.
La historia de las naciones de esta parte del Continente tiene la sensación de comenzar con su descubrimiento por Europa y más atrás en el tiempo, parece no haber indicios de vida alguna, de la cultura e historia de los pueblos antes de la conquista.
En la historia universal no está presente el drama latinoamericano. El relato oficial produce silencios y no cuenta la opresión, la esclavitud y el maltrato a los nativos una vez iniciados los procesos de colonización y evangelización.
Asimismo, otros héroes anteriores no existen en la historia de las aulas. Pocas veces o ninguna en los libros de historia se nombra a Tupac Amaru; tampoco prolifera su imagen, homenajes ni monumentos del "cacique indio" que resistió y combatió hasta la muerte la tiranía colonial.
No es casual esa omisión histórica. Los paradigmas eurocéntricos demostraron el carácter parcial que los impregna. En "Los silencios y las voces de América Latina", Alcira Argumedo explica que esos paradigmas se revelan incapaces de dar cuenta de la totalidad de los fenómenos procesados contemporáneamente en cada momento histórico.
Y agrega que en momentos en que Emmanuele Kant se planteaba que es La Ilustración, en América Latina se producía la revolución indígena más importante de su historia. "Excluido de la actualidad ilustrada de Kant -continúa Argumedo- pero cronológicamente contemporáneo en la historia", los "amentes" protagonizaban el más decisivo levantamiento de masas populares de América del Sur, rebelión a la que le siguió el descuartizamiento de José Gabriel Condorcanqui, conocido como Tupac Amaru.
"Nos oprimen en los obrajes, cañaverales, cocales, minas y cárceles de nuestros pueblos, sin darnos libertad…nos recogen como a brutos y ensartados nos entregan a las haciendas para labores", escribe Boleslau Lewin en "La rebelión de Tupac Amaru y los orígenes de la Independencia de Hispanoamérica".
Kant planteaba que el pueblo americano no era susceptible de ninguna forma de civilización, y que los americanos casi no hablaban, no se hacían caricias, no se preocupaban de nada y eran perezosos. Incapaces de gobernarse estaban destinados a la extinción.
Sin duda el filósofo ignoraba que ya en el siglo I, cuando las tribus nómades de sus antepasados germanos se acercaban recién a las costas del mar Báltico, más de doscientos años antes de que llegaran al Imperio Romano, la civilización mochica en América, había desarrollado una fina artesanía de joyas. "Cabe recordar que, hacia esa época, también otras culturas americanas como la maya o las de Tiahuanaco y Teotihuacan, habían alcanzado altos niveles de esplendor", señala la socióloga argentina.
Pero no hay que ir hasta Europa para encontrar ese relato sobre América Latina. El historiador argentino Felipe Pigna sostiene que la civilización para Domingo Faustino Sarmiento, maestro, militar y presidente argentino en 1868, era la expansión de las ciudades, el desarrollo de las comunicaciones, el progreso, la cultura europea. Mientras que a la barbarie la situaba en el campo con sus costumbres atrasadas y las características de los gauchos y los indios, mezcladas con el atraso dado por la tradición hispánica. "En una carta de la década le aconsejaba a Mitre (Presidente argentino 1862-1868): ’no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes’". Idea que plasma en su obra "Facundo: civilización y barbarie".
Ese desprecio por el otro diferente, ese moreno que daba vergüenza a las elites, es un elemento que se repite en varias naciones latinoamericanas, evidenciado en las omisiones y las tergiversaciones existentes en los relatos escritos y en las imágenes. En algunos retratos Simón Bolívar, uno de los grandes libertadores de América del Sur, aparece como un hombre opuesto a lo que era físicamente: él era moreno, flaco y no demasiado alto. En ese sentido, hay múltiples mitos en torno a las figuras de los próceres.
Una leyenda ubica a Bolívar jugando pelota con el príncipe de Austria, futuro Fernando VII, tres años mayor que él. En medio del juego, un pelotazo le quita el sombrero al príncipe. "Pretenden ver en este accidente un augurio de lo que en el futuro perdería Fernando, ya rey, con Bolívar", escribe Rafael Marrón González sobre los mitos en torno a la figura del prócer en el periódico "El Correo del Caroní". También se lo coloca en la Guardia de Honor de la princesa María Luisa, futura reina de Etruria, pero tampoco existe evidencia alguna de esta posición en la corte.
"Además es difícil aceptar que un desconocido de ultramar, indiano para más señas, pudiera desplazar en tan disputado cargo a los hijos y protegidos de los nobles españoles. Estas anécdotas falsas que colocan al futuro Libertador en íntima relación con la corte española, son producto de la mentalidad aristocrática pueblerina que trata de imponer la tesis del Bolívar redentor de los oprimidos, pero manteniéndose como digno exponente de la superioridad de su clase", sostiene González.
Y agrega que el bronce y el mármol transmigraron la dimensión demasiado humana del Bolívar real: altivo, humilde, vengativo, autoritario, cruel, bondadoso, inquieto, justo, injusto, enamorado, inflexible, terco y genial. Sencillamente un hombre de carne y hueso, con debilidades, fortalezas, defectos y virtudes, al que los llaneros llamaban ’culo e`fierro’ y los granadinos ’longaniza’ ".
La historia de los pueblos originarios masacrados y el relato de los libertadores de América sufren las omisiones, vacíos históricos y culturales con los cuales América Latina se acostumbró a vivir. Las narraciones, la imagen pictórica y fotográfica oficiales tienden a la perfección e idealización de quienes hicieron la historia de América Latina, resistieron y lucharon contra las opresiones, sin necesidad de contar con caballos blancos, gran estatura y pertenecer a la aristocracia.