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3 de abril de 2004

América Latina
"Ni perros ni latinos"

 

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Samuel P. Huntington

Hace medio siglo muchos locales de Texas anunciaban: "No se admiten perros ni mexicanos". Seguramente el conocido profesor Samuel P. Huntington, de la Universidad de Harvard, no respaldaría este veto. Pero por amor a los perros, no a los mexicanos, contra los cuales despotrica de manera contumaz en su reciente y polémico libro ¿Quiénes somos?.

Según su tesis, los mexicanos, y en general los latinos, conforman una cultura renuente a integrarse en la sociedad, cuya lengua y credo representan graves amenazas contra Estados Unidos. Textualmente dice: "El más inmediato y serio desafío contra la identidad tradicional de América (léase Estados Unidos) procede de la continua e inmensa inmigración de latinoamericanos, especialmente de México, y su alta tasa de fertilidad, comparada con la de los nacionales". Esa supuesta horda oscura que invade a la América anglosajona y forma en el seno del Paraíso un planeta aparte se caracteriza, según el profesor, por ser poco ilustrada, hablar otra lengua, representar una cultura distinta, quitar el trabajo a los nativos, constituir una carga para el Estado, rechazar a los demás y llamar a sus hijos (es literal) José y no Michael.

La doctrina anti-hispánica remata con un interrogante de corte fascistoide:

¿Cómo sería Estados Unidos sin ellos?
 Y responde: mucho mejor: habría menos pobres y hablarían inglés. Su razonamiento, por supuesto, omite lo que se perdería la sociedad estadounidense -cuya fuerza emana de ser un crisol de culturas- si prescindiera de lo que significa la latina, ejemplo histórico de mestizaje pacífico y rica en mil aspectos: desde la gastronomía y la música hasta la ecología.
La propuesta de este gurú de la derecha, pues, no es integrar sino expulsar; no es consolidar sino apartar.

Varios contradictores han atacado las premisas de Huntington. El novelista Carlos Fuentes lo llama "Racista Enmascarado" y el periodista Andrés Oppenheimer apunta cómo Miami prueba que la prosperidad no es enemiga del espíritu latino inmigrante. Las estadísticas demuestran que los latinos dan más de lo que reciben al Estado y la seguridad social estadounidenses, y que es falso que no se integren en la sociedad receptora. Lo no se avienen es a renegar de su cultura original, y suman la otra a la una, como aprendieron a hacerlo cinco siglos atrás.

Sobran argumentos a los mexicanos para justificar su emigración.

 Primero, su sociedad demostró que es capaz de mezclar razas y culturas, cosa que no pueden alegar a su favor los hijos de los pioneros estadounidenses, pues sus padres simplemente acabaron con los indígenas sin mezclarse con ellos.

 Segundo, si hay alguien con mayor vocación americana que los Huntington -por blancos, protestantes e ilustres que ellos fueren- son estos descendientes de los milenarios habitantes del continente.

 Tercero, nadie debe extrañarse de que los Jiménez y los Moreno se sientan en su medio cuando circulan por territorios que fueron despojados a sus predecesores: ¿no es más eufónico en San Antonio o Los Ángeles un José que un Michael?

 Cuarto, la misma globalización que impulsa al capital del norte a comprar empresas en el sur envía el trabajo del sur a mercados mejor remunerados en el norte. ¿No dicen que se trata de abolir las barreras económicas?

 Y, quinto, mexicanos y latinos no roban empleo a nadie, sino que, en su mayor parte, ejecutan labores que los demás desprecian. Según John Kenneth Galbraith, "si los indocumentados fueren expulsados, el efecto en la economía norteamericana sería desastroso".

Huntington lleva tiempos inventado fantasmas. Hace unos años habló de una "Guerra de Civilizaciones" entre islam y cristianismo, que la historia reciente y juiciosos ensayistas como su colega Stanley Hoffmann se han encargado de rebatir. Más que un combate religioso bipolar, el mundo asiste a numerosos choques internos y un enfrentamiento entre medios globales de lucha: el terrorismo y la ley. Su nuevo blanco es más modesto e indefenso que una civilización: los latinos. Pero persiste su obsesión de acusar a otros por los males que ve a su alrededor. Siempre la amenaza es ajena, externa, de otra cultura.

Son tiempos peligrosos para que le salga ideólogo al racismo, pues ciertas circunstancias están avivándolo. En España, la responsabilidad de una banda fanática marroquí en el atentado del 11 de marzo promueve un temor general a los árabes. Es injusto. Pagan inocentes por criminales, pues en la matanza perecieron siete marroquíes y 47 extranjeros. Mientras tanto, el integrismo judío de Israel niega 130 visas a religiosos católicos, y en Irak los enemigos de la invasión andan a la cacería de rubios.

En ese sentido, Huntington no hace más que dar apoyo teórico a los instintos más primarios. Triste papel para quien forma parte de un mundo, el académico, donde el humanismo debería ser piedra angular.

Editorial de El Tiempo
El Tiempo. Colombia, 1° de abril del 2004

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