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1er décembre 2005

Los extremos políticos en América del Sur

 

Por John C. Campbell
De Foreign Affairs En Español
, Octubre-Diciembre 2005

La guerra ha llegado al continente americano. La política del Buen Vecino experimenta su prueba de fuego. ¿Tendrá garantizada Estados Unidos la colaboración de las repúblicas latinoamericanas en las medidas que encuentra necesarias para su propia seguridad durante la actual crisis y después ? Éste es sobre todo un problema político. Los acuerdos firmados en Rio de Janeiro, tan alentadores como puedan serlo, en sí mismos no le ofrecen una solución completa ni permanente. Los planes más excelentes que los estrategas norteamericanos han diseñado para la defensa naval y militar de América del Sur habrán de quedarse en el papel a menos que los gobiernos sudamericanos encuentren políticamente posible permitirnos usar las bases necesarias. Lo mismo ocurre con la cooperación intergubernamental esencial para combatir la quinta columna nazi. De manera similar, las medidas de guerra económica contra el Eje planteadas por Washington sólo serán eficaces si son apuntaladas por la confianza y la concordia políticas. Las repúblicas latinoamericanas son estados soberanos, celosos de su soberanía. Si intentáramos basar una política de defensa común sólo en su dependencia económica respecto de nosotros, es casi seguro que nos salga el tiro por la culata. Entonces, a fin de que nuestra política atraiga el grado necesario de respaldo en los diversos campos en que están involucrados nuestros intereses, debemos comprender y tomar en cuenta las fuerzas políticas que operan hoy en todos esos países, y en especial en las mayores repúblicas de América del Sur.

En aquellos países las etiquetas políticas a menudo significan muy poco. Los antiguos partidos establecidos — conservadores o liberales o radicales, como sea que los llamen — , así como los partidos más recientes que pretenden ser revolucionarios, generalmente se ocupan más en mantenerse en el poder que en elaborar doctrinas políticas. El personalismo [1] ha sido la fuerza más potente ; por lo común, la gente ha seguido a los hombres más que a los programas. Ello no significa que estos últimos sean ignorados. La postura doctrinaria formal de un partido específico a menudo indica a la potencia extranjera por la que los dirigentes partidistas tienen simpatía y con la cual, si se presenta la ocasión, se proponen colaborar. Y eso, en tiempos de guerra mundial, es lo que más interesa a los observadores extranjeros.

En los extremos de la izquierda y la derecha están grupos que, si bien pequeños en número, son importantes en términos políticos. Se inspiran tanto en las corrientes e ideologías mundiales como en las condiciones características de la escena local. Los comunistas y fascistas pertenecen principalmente a la primera clasificación. Han tomado sus teorías y sus programas directamente del exterior. Los comunistas son parte de una organización mundial ; siguen la línea del partido, y su lealtad primaria es a Stalin y a la Unión Soviética. Los fascistas, aunque suelen llamarse nacionalistas y glorifican al cien por ciento el patriotismo, son abiertos defensores del totalitarismo según el modelo de la Alemania nazi o de la España nacionalista ; inconscientemente algunos, pero muchos con plena conciencia, actúan como agentes de un movimiento mundial dirigido por Berlín. Como los comunistas, han importado un sistema prefabricado y quieren ponerlo a prueba en su país. Otros grupos se han dado menos a la imitación, son más pragmáticos y están más al tanto de las realidades condicionantes de su entorno. Los socialistas, por ejemplo, han modificado en gran medida las doctrinas marxistas que trajo de Europa una generación previa. Y por supuesto hay en la derecha algunos grupos nacionalistas que sencillamente representan los elementos extremistas de los partidos conservadores tradicionales, hombres ambiciosos cuyas tendencias no se apartan mucho de los conceptos del Estado disciplinado, la élite dirigente y el prócer a caballo ; éstas no son teorías importadas, sino antiguas tradiciones innegablemente nativas en América Latina.

Si bien la estructura social y económica de América Latina no ofrece una base real para el crecimiento del comunismo o del fascismo, tampoco ha dado solidez y permanencia a las instituciones liberales y democráticas. El futuro de la democracia de ningún modo está asegurado. En la evolución social de América Latina, y en la determinación de sus características políticas predominantes, evidentemente tendrán cierto papel los llamados extremistas. Tienen organización y dirigentes de nota, y cuentan con programas específicos de políticas y de acción. El impacto completo de la guerra en las condiciones en sus países pueden darles la oportunidad de obtener el premio al que aspiran : el poder político. Por el momento, tenemos que reconocer que, aunque el "fantasma rojo" alarma tanto a los conservadores de América del Sur y a los intereses de negocios extranjeros instalados allí, prácticamente todas las fuerzas de la izquierda de hecho dan un sólido respaldo a las políticas internacionales en que Estados Unidos está comprometido. Sin embargo, en el extremo de la derecha sería difícil encontrar grupos que aun hipócritamente apoyen la democracia o crean en la colaboración con Estados Unidos. Ello saldrá a la luz en el siguiente análisis de los partidos extremistas, de izquierda y derecha, en los principales países de América del Sur.

I. EL EXTREMO DE LA IZQUIERDA

En la mayor parte de los países sudamericanos las organizaciones comunistas surgieron después de la Revolución bolchevique en Rusia. Crecieron a expensas de los anteriores grupos socialistas y sindicalistas y lograron tomar el control de importantes sindicatos. Los dirigentes comunistas ahora controlan la Confederación Sindical Latinoamericana, federación de organizaciones sindicales nacionales vinculadas con la Internacional Roja de Sindicatos de Moscú.

En conjunto, la influencia de los comunistas ha sido leve, ciertamente desproporcionada con el grado de represión con que han sido tratados por los diversos gobiernos. Después de todo, América Latina no tiene un gran proletariado industrial y sus pueblos son muy individualistas. Sin embargo, el comunismo ha tenido un atractivo para algunos intelectuales, entre ellos Luis Carlos Prestes, dirigente de la fallida revuelta izquierdista de 1935 en Brasil. El fracaso de esa intentona puso en evidencia la debilidad de la dirigencia comunista y la clara falta de respaldo popular. En São Paulo, el mayor centro industrial de América Latina, no hubo ningún tipo de disturbios. Parecería que el comunismo ha sido más un espectro que una amenaza real, un chivo expiatorio para los políticos farisaicos y patrióticos ansiosos por desacreditar a la oposición. El presidente Vargas se refirió al peligro rojo como justificación de su coup d’état de 1937 ; pero resultó que los "comunistas" arrestados o exiliados eran opositores políticos del presidente que alegaban contra la nueva y autoritaria constitución.

Hay organizaciones comunistas activas en Argentina, en especial en la capital federal y en la provincia de Córdoba, aunque el grueso de la clase trabajadora argentina apoya a los muy respetables partidos Radical y Socialista. Los comunistas han sido brutalmente tratados por los gobiernos provinciales, y se ha invocado contra ellos la prohibición nacional de partidos financiados o dirigidos desde el extranjero. Una decisión reciente de la Corte Suprema les negó el derecho constitucional a la libre reunión, con base en la noción de que quienes se organizan para destruir la constitución en nombre de ideologías extremistas no tienen derecho a solicitar su protección. Los intentos comunistas de realizar reuniones públicas "en respaldo a la Unión Soviética y sus gloriosos aliados democráticos", aun antes de que el "estado de sitio" hiciera ilegales todas esas manifestaciones, concluyeron con arrestos y traumatismos craneales. Pero, a través de sus propias organizaciones y publicaciones, y de las de los disidentes socialistas, siguen haciendo sentir su influencia.

Uruguay y Colombia son países democráticos cuyos gobiernos se sienten lo suficientemente seguros para tolerar la oposición comunista o aceptar sin problemas el respaldo comunista. En consecuencia, los comunistas pregonan allá la línea del partido sin obstáculos, y se muestran en gran número, con sus banderas rojas, en todos los mítines a favor de los Aliados y en contra de los nazis. El único miembro comunista de la Cámara de Diputados uruguaya se ha expresado con vigor contra la penetración nazi en América Latina. Desde junio de 1941, cuando tuvieron lugar los ataques de los ejércitos nazis contra la Rusia soviética, dio todo su apoyo al gobierno en cuestiones vitales de política internacional y reforma constitucional. El Partido Comunista de Colombia, que se reunió en su Primer Congreso Nacional en el verano de 1941, no dejó ninguna duda respecto a su cambio de actitud hacia la guerra : "La causa de los miles de ciudadanos soviéticos que están muriendo es la causa de todos los pueblos que luchan por la libertad y el progreso [ . . . ] El pueblo colombiano reconoce que será un honor contribuir con su grano de arena a la tarea de aplastar a Hitler".

Chile es el único país en donde el Partido Comunista tiene un peso real. Con una sólida base en la fuerza de trabajo fuertemente organizada, sobre todo en las industrias propiedad de estadounidenses en el norte, los comunistas fueron, hasta el deceso del presidente Aguirre Cerda, parte esencial de la coalición gobernante del Frente Popular. Aunque no ostentan puestos en el gabinete, tienen cuatro senadores y 15 diputados en la legislatura. Resistiendo los furiosos ataques de los partidos de derecha y la hostilidad de sus supuestos aliados, los socialistas, se han mantenido con tenacidad en su posición como partido con reconocimiento legal. En varias ocasiones han hecho oportunos cambios en el nombre del partido y alguna vez fueron salvados por el veto, de Aguirre Cerda, de una iniciativa que tenía la finalidad de expulsar a sus representantes electos de sus escaños ganados para el Congreso.

Como es natural, el tema exterior ha sido de la mayor importancia para el Partido Comunista de Chile. Antes de la guerra germano-rusa estaban reñidos con los radicales y los socialistas. Al seguir la línea de Moscú apuntaron sus armas propagandísticas contra el "imperialismo pluto-democrático" y discretamente dejaron atrás a Hitler. Hoy todo eso ha cambiado. Los fascismos del exterior y del interior han proporcionado un nuevo pegamento para cohesionar al Frente Popular de Chile. El ataque de Hitler contra Rusia reunió esta frágil coalición en el tema de la guerra, y la posibilidad de una victoria del general Carlos Ibáñez de inclinación fascista, suscrita por todos los partidos de la derecha en las recientes elecciones presidenciales, crearon en la izquierda al menos una unión temporal, en la cual se aceptó a los comunistas, aunque a regañadientes, como miembros de importancia.

En justicia, los socialistas de América del Sur no pueden ser llamados extremistas, si bien en algunos países se les considera ser tan extremos como para negarles la existencia legal. Sin embargo, sea como sea, son el grupo más importante que puede llamarse propiamente izquierdista, y como tal merece la atención.

Si examinamos el conjunto de los estados sudamericanos, encontramos que sólo en tres hay partidos socialistas activos : Argentina, Uruguay y Chile. Los socialistas nunca fueron muy importantes en Brasil, y desaparecieron de ese país luego del fracaso de la revuelta izquierdista de 1935 y la abolición de todos los partidos políticos en 1937. Sus dirigentes, hoy en el exilio, han perdido seguridad en la disposición de su país a un régimen socialista y algunos se han acercado al punto de vista de aquéllos cuya oposición al presidente Vargas se basa en su cancelación de las libertades civiles y las instituciones democráticas.

En Perú hubo partidos de filiación socialista hace varios años, pero tras las desafortunadas elecciones de 1936 han desaparecido del panorama. El auténtico partido socialista de Perú es la APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), que propugna por una especie de socialismo cooperativo agrarista para Perú y toda América Latina. [2] Aunque proscrita, amigos y enemigos la reconocen por igual por tener el mayor número de seguidores entre los peruanos que cualquier otro partido. Los apristas se oponen tanto al presidente de Perú como a Hitler, y a ambos los llaman dictadores ; y, olvidando sus años de fustigar al imperialismo yanqui, hoy sus proclamas incitan a América Latina a ponerse hombro a hombro con Estados Unidos en defensa de la democracia.

Colombia nunca ha tenido un movimiento socialista organizado de importancia, quizá debido a que el Partido Liberal en el poder se ha acercado a la izquierda lo suficiente para incluir a grupos que normalmente se esperaría que fueran socialistas. El periodo de gobierno de López de 1934 a 1938 tuvo en efecto un carácter informal de Frente Popular, y el doctor López contó con el respaldo de los pocos socialistas y comunistas de Colombia. Si bien sus opositores conservadores le atribuyen ser revolucionario y promotor de la guerra civil, él mismo y sus seguidores lo describen como reformador liberal de avanzada. Cosa curiosa, es casi el único dirigente izquierdista en América del Sur que no es hoy un ferviente partidario de una plena colaboración con Estados Unidos, hecho de alguna importancia dado que parece probable su reelección como presidente este año. Insiste en que deberían definirse estrictamente las obligaciones panamericanas de Colombia, pues sostiene que si los compromisos son vagos e ilimitados se perderá independencia en la toma de decisiones y los atributos de la soberanía. Sin embargo, López y sus seguidores son enemigos acérrimos del fascismo y esperan su derrota en la actual guerra.

En los países de la mitad meridional del continente los socialistas se han ganado un sitio de honor en la vida política. A pesar de la escasa representación en los parlamentos nacionales de Argentina y Uruguay, son respetados por su integridad y por sus dirigentes capaces y distinguidos. Éstos han tendido a crear su propio tipo de pensamiento socialista, dando menos atención a las enseñanzas de Marx que a los problemas específicos que encaran los subdesarrollados países fronterizos. Han trabajado en difundir la educación y en consolidar los heterogéneos elementos en una comunidad nacional democrática. Con más razón para ser aislacionistas que los socialistas estadounidenses, han repudiado todas las ideas de neutralidad estricta en la guerra. Se han puesto a la delantera en exponer la penetración nazi, en dejar en claro su respaldo a Gran Bretaña y en invitar a una auténtica cooperación panamericana contra las potencias totalitarias. En Argentina han ocupado un lugar destacado en las actividades de Acción Argentina, organización de alcance nacional formada para combatir contra la propaganda totalitaria y pregonar el patriotismo y la lealtad a los ideales e instituciones democráticos. El senador Palacios, veterano importante del partido, fue la primera figura pública en declarar que "Von Thermann (el embajador alemán) debe irse de aquí". En julio de 1940, durante los aciagos días de la tragedia de Francia, el Partido Socialista Argentino reafirmó su fe en la democracia y su determinación de apoyar la causa aparentemente perdida, sucediera lo que sucediera. "No podemos ser inmunes al destino de las causas en conflicto", dijo en una declaración. "Como americanos y como socialistas nos sentimos obligados con el destino de las instituciones libres, las conquistas de la civilización que establecen la libertad de conciencia, la igualdad de las razas y los derechos de los trabajadores." Una declaración igualmente valiente provino del Partido Socialista Uruguayo en julio de 1941, cuando su dirigente, Emilio Frugoni, afirmó que para su partido y su país no debería haber ningún género de neutralidad. Dijo : "Inglaterra, nuestro amigo probado, que defiende nuestra soberanía y nuestra libertad de comercio, no puede ser tratada del mismo modo que Alemania, el enemigo de la democracia que viola todos nuestros derechos y nuestras libertades, así como las del mundo entero".

Los socialistas argentinos y uruguayos han tomado tan en serio la crisis bélica que han abandonado sus acariciados proyectos de nacionalización de las industrias y artículos básicos en propiedad de extranjeros "mientras aquélla dure". Su reacción ante las noticias del ataque a Pearl Harbor fue instantánea. Los pocos que por casualidad estaban en Nueva York el 7 de diciembre se reunieron con un dirigente y otros apristas peruanos en una declaración conjunta para invitar a las repúblicas latinoamericanas a respaldar a Estados Unidos, incluso al grado de declarar la guerra. En Montevideo y Buenos Aires, sus respectivos comités ejecutivos nacionales proclamaron que en este continente americano, cuyas libertad y unidad fueron atacadas, no podría haber espacio para la neutralidad. En vísperas de la reunión de Rio de Janeiro los socialistas argentinos resolvieron ofrecer "un respaldo completo e irrestricto a Estados Unidos y a Gran Bretaña".

En Chile, aunque el Partido Socialista ha defendido sustancialmente los mismos principios, sus dirigentes son hombres de una estatura menor. Quizás esto se deba a que, a diferencia de los socialistas argentinos, han probado los frutos del poder político y no pueden permitirse apegarse demasiado estrechamente a los principios. El problema que más les ha preocupado ha sido sus relaciones con sus socios del Frente Popular, los radicales y los comunistas. Esta lucha de facciones, en la cual graves temas de la política interna y exterior se han vuelto una especie de pasatiempo político, ha amenazado no sólo con dividir a la coalición de gobierno, sino también al propio Partido Socialista. Sin embargo, es a los socialistas a los que debe atribuirse gran parte del crédito de abrir los ojos de Chile ante el peligro de su quinta columna. Su periódico, Crítica, ha clamado contra los nazis y es consistentemente amistoso con las democracias. Oscar Schnake, ministro de Desarrollo Económico y primera opción de los socialistas para la presidencia, visitó Estados Unidos en 1940 y regresó a Chile con un préstamo bancario para exportaciones e importaciones y un gran entusiasmo por la política exterior del presidente Roosevelt. Desde entonces los socialistas se han mantenido como amigos firmes y confiables de Estados Unidos.

La actitud adoptada por los representantes del gobierno chileno en la Conferencia de Rio fue de cooperación titubeante en la defensa hemisférica. Tales titubeos fueron el mero resultado del temor a un ataque por parte de Japón. En cualquier caso, el ministro de Asuntos Exteriores Rossetti representó a un gobierno fuertemente sacudido por la reciente muerte del presidente y atrapado en medio de la tormenta de una campaña electoral. Ahora la elección del doctor Ríos, candidato de izquierda, ha puesto en claro la situación. Los partidos de derecha cerraron filas con Carlos Ibáñez. Únicamente la unión sólida de todos los grupos, de los comunistas a los católicos liberales, era capaz de vencerlo. De hecho, no es exagerado decir que los votos de los izquierdistas chilenos pueden haber salvado el futuro de la cooperación panamericana en Chile.

Esto en cuanto a la actitud de la izquierda sudamericana en torno a los temas de la guerra. Los comunistas, a pesar de su buena organización, apenas tienen algún peso. La influencia que posean caerá del lado de la amistad con Estados Unidos y así seguirá siendo mientras demos asistencia a la Rusia soviética. Los socialistas son más importantes, y por mucho. Considerados en conjunto con la APRA en Perú, los lopistas en Colombia y los ahora silenciosos elementos democráticos en Brasil, conforman el elemento en la política sudamericana que, más que cualquier otro, parece representar a las fuerzas del futuro. Conforme se extienda la educación es probable que el idealismo de sus dirigentes, en combinación con su conciencia de las realidades sociales, les dé cada vez mayor influencia. Conforme avance la industrialización, el sector laboral organizado ofrecerá a los partidos socialistas una espina dorsal económica de la que hasta ahora han carecido. Es más, aunque es obviamente débil, sí existe una tradición democrática en América del Sur, y los socialistas parecen representarla con más autenticidad que cualquier otro grupo político. Su postura ante la guerra, por tanto, no es sorprendente. Su actual actitud y su promesa de crecimiento futuro dan a la política del Buen Vecino y al movimiento por la solidaridad hemisférica algo más real sobre lo cual construir que las meras promesas de los dictadores de la actualidad.

II. EL EXTREMO DE LA DERECHA

El impacto de la guerra en las emociones latinoamericanas y su dislocación de la vida económica ha sido, como es natural, explotado por los ambiciosos dirigentes de los grupos nacionalistas que se hallan en el extremo de la derecha. La aparición de estos grupos, casi inadvertida hasta hace pocos años, puede rastrearse hasta diversos factores económicos, a las obvias fallas en la operación de la pseudo-democracia, y a las fuertes influencias ideológicas ejercidas por Europa en América del Sur. El conjunto de circunstancias muy parecidas que permitieron la aparición de los falangistas en España, los rexistas en Bélgica y los partidarios de la "Guardia de Hierro" en Rumania produjo en América del Sur una floreciente cepa de "nacionalistas". Una juventud desilusionada, incapaz de cumplir sus aspiraciones de carrera, molesta con la deshonestidad y la ineficiencia gubernamental y animada por lo que les pareció los heroicos logros de los pueblos europeos "reanimados" por la dirigencia dictatorial constituyó el núcleo de nuevos partidos, cuyo propósito confesado es acabar con toda la estructura constitucional de la democracia y crear un orden nuevo. A estos jóvenes, muchos de ellos sinceros idealistas, se sumaron otros elementos que no eran ni sinceros ni idealistas. Hubo políticos ambiciosos y oficiales del ejército que vieron en el movimiento una posibilidad de llegar al poder que, de otro modo, no alcanzarían. Los agentes que trabajaban a favor de los intereses de las potencias totalitarias vieron cómo este incipiente fascismo nativo podía inclinarse a favor de Hitler y Mussolini. Los elementos reaccionarios de los partidos conservadores tradicionales vieron en ello a un aliado necesario en estos tiempos de grandes trastornos cuando los partidos de izquierda empezaban a hablar de establecer una "auténtica democracia".

Tales fueron las fuerzas que sostenían lo que puede llamarse el nuevo nacionalismo en América del Sur. Es un tipo especial de nacionalismo por el hecho de que a sus seguidores no les interesa en lo más mínimo la idea de que la ambición de Alemania por el dominio mundial implique una amenaza a la soberanía de su propia nación. Proclama que defenderá esa soberanía contra cualquiera y contra todos los que la violen. Tiene su propia creencia de que el único peligro real proviene del norte. La amenaza real para la independencia de su país, en su perspectiva, no es un putsch nazi o una invasión nazi, sino la demanda estadounidense de materias y bases estratégicas y una completa cooperación bélica.

En sus términos más simples, el argumento de estos partidos se reduce a la tradición de todo el siglo XIX de que el liberalismo, la democracia y el gobierno constitucional nunca han sido aplicables a América del Sur y que el intento de establecerlos allí tendría resultados deplorables. Han invitado a un regreso a su "verdadera" tradición, que es la de la España católica, la España de Fernando e Isabel y de Felipe II, no la España que luego fue atribulada por las ideas de la Ilustración y de la Revolución francesa. Ello los convirtió en los favoritos ideológicos del general Franco, y aunque sería una exageración atribuirles la planeación de reconstruir la unidad de la España imperial, sí hablan mucho de estrechar los lazos con la "madre patria". Disponen de una variedad de dictadores para escoger a sus propios héroes nacionales. Los nacionalistas argentinos se han entregado a la rehabilitación y glorificación del tristemente célebre Rosas, y a rebajar a Alberdi, Sarmiento y los otros padres fundadores. Los nacionalistas chilenos miran con una especie de admiración nostálgica a Portales, hombre fuerte de hace un siglo, y los colombianos a Bolívar, a quien reverencian menos como libertador que como gran héroe militar, la encarnación de la voluntad nacional, el dictador popular. En Perú los nacionalistas han llegado tan lejos como a crear un culto a Pizarro, quien, independientemente de cualquier otra cosa que haya sido, ganó más que nada su fama por ser el asesino de miles de los peruanos originarios. En cada caso, la "tradición nacional" que se rescató del pasado ha significado dos cosas : el gobierno de un hombre fuerte y la hispanidad. [3] al que nunca le interesan mucho las definiciones. Gobernó Chile como dictador absoluto de 1927 a 1931. En distintas ocasiones contó con el respaldo de los comunistas y de la Vanguardia Popular Socialista, y siempre de su propio "partido nacionalista" conformado por sus amigos personales. Durante la reciente campaña habló a periodistas estadounidenses de su determinación por "mantener una forma democrática de gobierno en Chile", pero a los chilenos prometió al mismo tiempo "orden y control de reuniones irresponsables y una política exterior que dejaría a Estados Unidos luchar su propia guerra". Se han citado sus palabras de que Chile cuidará sus propias costas y no otorgaría bases a ninguna potencia extranjera. [4] Ello se parece al programa de la Vanguardia Popular Socialista. De hecho, González von Marees apoyó a Ibáñez en su carrera por la presidencia. Sería un profeta irreflexivo quien hubiera llamado a los nacionalistas de Chile una insignificante minoría sin futuro.

No es fácil decir cuál es el partido nacionalista de derecha en Perú. Todos los partidos — y hay más de 12 — pretenden ser auténticamente representativos del espíritu nacional peruano, y muchos de ellos se ubican en la derecha. Incluso la APRA, que antes en este artículo clasificamos como partido popular de izquierda, a menudo ha sido llamada fascista por parte de observadores neutrales debido a su nebuloso programa de ofrecer todo a todos y a sus hábitos de recurrir fácilmente a la violencia. Pero recientemente ha sido más objeto que sujeto de actos de terrorismo. Y el mero hecho de que a pesar del tamaño de sus seguidores no esté en el poder es prueba de que no ha aprendido lo suficiente las lecciones del fascismo como para ponerlas en práctica. Sus más recientes pronunciamientos muestran una completa devoción por la democracia.

El genuino partido nacionalista de Perú, en el sentido en que hemos estado usando el término, es la Unión Revolucionaria o, para hablar en términos estrictos, el ala de la Unión encabezada por el general Luis Flores. Este grupo ha sido proscrito por el gobierno, y el propio Flores está en el exilio, pero aún cuenta con lugartenientes en el país que mantienen ondeando su bandera hasta que la fortuna dé un nuevo vuelco. La ideología nacionalista de este grupo es firmemente conservadora, mucho más que la de los grupos nacionalistas comparables en Argentina y Chile. Con centro en Lima, ciudad imperial de los virreyes, es intensamente pro-hispánica. Para estos hombres la nación peruana debe tener inevitablemente una cultura española y un alma católica. Consideran desafortunado que las dos hayan sido corrompidas por los venenos del materialismo, la democracia y el "indianismo". Les gustaría volver a los ideales de los conquistadores, [5] o a los tratos con que parecía adecuado vestir a esos caballeros que llevaban la espada y la Cruz.

En la práctica están limitados a la propaganda clandestina, en la cual atacan a sus compañeros en la ilegalidad, los apristas, más a menudo de lo que hace el gobierno que ha proscrito a ambos. Pues de hecho, en objetivos y principios básicos, la Unión Revolucionaria no está muy alejada de los actuales gobernantes de Perú. Sin embargo, la Unión no puede perdonar al régimen su hipócrita servicio a la democracia, como tampoco su cooperación con Estados Unidos. Como es natural, estaría encantada si Alemania gana la guerra. No se sabe si Flores ya ha fincado un trato de asistencia mutua con los nazis, pero hay fuertes sospechas de que le están proporcionando ayuda financiera. Al parecer, el verdadero nacionalista, si juzgamos por algunos de los latinoamericanos que se arrogan ese nombre, es el que intenta librar a su país de un imperialismo extranjero vendiéndolo a otro.

Por ahora Colombia no tiene un partido nacionalista. Lo tuvo hace unos cuantos años, un pequeño grupo de jóvenes universitarios que no encontraban nada admirable en la democracia y estaban fuertemente influidos por los escritos de Charles Maurras en Francia y por los aparentes logros de Mussolini en Italia. Sin embargo, este grupo nunca fue otra cosa que un vástago del Partido Conservador y luego ha vuelto al redil. Sus miembros están desalentados por su falta de éxito y han perdido mucho de su ardor original. Insisten en la necesidad de una regeneración nacional, de una vuelta a la vida pública del verdadero espíritu de Bolívar, de la afirmación de la soberanía nacional, del repudio a la política de seguir servilmente a Estados Unidos. Condenan los acuerdos suscritos en La Habana en 1940 y los recientes de Rio de Janeiro, basándose en que debilitan la posición de Colombia como nación independiente ; en este punto, su perspectiva no es muy diferente de la del doctor López, a quien detestan. Les falta organización y apoyo popular, y hasta la fecha no se han aliado a la causa del Eje para compensar esta debilidad. A menos que logren hacerse del control del Partido Conservador, de lo cual no hay probabilidades inmediatas, parecen destinados a permanecer en su actual oscuridad por algún tiempo.

Sería un error generalizar a partir de lo anterior. Sin embargo, una comparación punto por punto de los programas de todos los partidos nacionalistas de América del Sur pone de manifiesto un sorprendente acuerdo que no puede atribuirse por completo a la semejanza de las condiciones locales. Todos repudian el sufragio universal, la democracia parlamentaria, el liberalismo económico, a los marxistas, a los judíos y la influencia de Estados Unidos. Todos favorecen el orden, la disciplina, la organización funcional del Estado, la planificación económica, la nacionalización de las empresas extranjeras, el principio de autoridad y la dictadura política. Todos son encarnizados opositores de los británicos y los estadounidenses ; confían en que la guerra concluya con la victoria del Eje. No hay que buscar mucho para hallar la explicación. Las ideologías de todos estos partidos, independientemente de la circunstancia local, pueden trazarse en gran medida hasta una fuente común : el fascismo europeo. Desde luego, el rechazo al dominio de las Grandes Potencias es una consecuencia natural entre pueblos orgullosos por tradición pero débiles en lo material ; pero la misma forma que los nacionalistas han tratado de dar a ese rechazo la han tomado en lo esencial de Europa. En el actual conflicto, aunque su consigna en general es "neutralidad estricta", inevitablemente se ponen al lado de los regímenes que les dieron vida. Es difícil determinar qué tan en general y cuán activamente han estado colaborando con los agentes del Eje en América del Sur ; pero la reciente investigación del Congreso en Argentina sobre las actividades "antiargentinas" ha arrojado muchas pruebas positivas en ese sentido.

Una cosa es cierta. Los nacionalistas tienen plena conciencia de que su propio destino está ligado con el resultado de la guerra. La victoria de Alemania podría llevarlos al poder. La victoria de las democracias sería un golpe del que no se podrían recuperar así de fácil. Si el Eje es derrotado, por lo menos tendrían que cambiar su fórmula y quizá perderían por completo su identidad al ser reabsorbidos en los partidos conservadores tradicionales.

Es una verdad que los extremistas de la derecha, al igual que los de izquierda, no son cuantiosos. Sin embargo, hay que tomarlos en serio por dos razones. Primero, gozan del respaldo de militares de alto rango y de alguna simpatía de muchos miembros de los poderosos partidos conservadores. En un periodo en el cual los conservadores tuvieron que elegir entre la democracia — que muchos de ellos defienden sólo porque ha favorecido sus intereses económicos — y la dictadura de un Molina o un Ibáñez, podrían preferir la última alternativa. Segundo, la política sudamericana carece del baluarte de clase media que posibilite que un sistema democrático establecido se burle de sus márgenes extremos, o se burle de ellos. Ahí donde el poder político pueda cambiar, y de hecho lo haga, por medios distintos de las elecciones democráticas, ningún grupo de hombres ambiciosos será tan pequeño como para no notarlo.

En los últimos años ha habido en el mundo una gran confusión en cuanto a qué es la izquierda y qué la derecha. Naciones con las más variadas ideologías oficiales y sistemas constitucionales se han acercado a un tipo uniforme de Estado monolítico desde direcciones diferentes. Algunos se han mostrado dispuestas a relegar sus teorías políticas a la condición de "asuntos de gusto", como lo plantea Molotov. Los cambios de frente contradictorios efectuados por Stalin y Hitler han confundido más las cosas. Sólo los seguidores más ciegamente leales han sido capaces de los reajustes mentales ordenados por teóricos oficiales de Berlín y Moscú. En América del Sur, sólo Hitler y Stalin han sido capaces de mantener camarillas de seguidores así de fieles. Ello no significa que cualquiera con la etiqueta de marxista o fascista pueda ser considerado agente extranjero. Muchos de ellos tienen raíces en el suelo nativo. La lucha por la independencia económica y una economía más equilibrada es un término concomitante natural de la condición semicolonial de estos países. En esta lucha, ambos tipos de extremistas afirman ser los adalides naturales de los intereses de su país.

No queda del todo justificado tratar de ajustar todos los variados fenómenos de la política sudamericana en el marco de una simple lucha entre las fuerzas progresistas, que en esta guerra favorecen a las democracias, y las reaccionarias y nacionalistas, que apoyan al Eje. Tampoco ha de esperarse que en un tiempo de crisis como éste los funcionarios que manejan las políticas de Estados Unidos se sientan acompañados de cerca tras la fachada de la solidaridad continental para determinar quién es un sincero demócrata y quién no lo es. A menos que la fachada se venga abajo, estaremos satisfechos con dejar las cosas como están. Pero a la larga, si hemos de ganarnos el respaldo de los pueblos de América del Sur, entendiéndolos como distintos de sus gobiernos, tendremos que aprender a reconocer a nuestros amigos naturales y a nuestros enemigos naturales tan pronto como los encontremos. Las Potencias del Eje aprendieron a hacerlo ya hace mucho.


Notas :

Notes

[1En español en el original. [N. del T.]

[2Para mayor información sobre los orígenes y la historia temprana de la APRA, ver Carleton Beals, "Aprismos : the Rise of Haya de la Torre", Foreign Affairs, enero de 1935.

[3En español en el original. (N. del T.)] Lo primero es algo muy arraigado en América del Sur, y lo segundo agrega a la dictadura una buena reputación en el terreno de la teoría nacionalista moderna. Puede haber cambio social, pero éste debe ser dirigido por "el espíritu de la jerarquía y la disciplina". Este nuevo orden basado en la tradición y en las realidades sociales, según sus defensores, irá en paralelo con el nuevo orden europeo de Hitler, Mussolini y Franco.

Hay muchos cartuchos disponibles para los nacionalistas en su guerra propagandística. Pueden perorar contra el egoísmo y la corrupción de los funcionarios públicos, la incompetencia de los legisladores, la imperante falta de disciplina. Pueden señalar al increíblemente bajo nivel de vida, al hecho de que la "democracia" como ha sido practicada ha sido el coto de caza de una privilegiada minoría. Por encima de todo, pueden poner en la picota a los explotadores extranjeros, los grandes intereses de negocios (en su mayoría británicos y estadounidenses), "los ladrones de nuestra riqueza nacional". Es así como han quitado a los socialistas y comunistas la bandera de "Abajo el imperialismo" y lo han enarbolado en su propio mástil. Su doble llamado al orgullo nacional y a lo que parece ser el interés económico puede dar a su movimiento una fuerza inusitada.

Los representantes brasileños de esta corriente de pensamiento y acción fueron los camisas verdes integralistas, cuya organización ha sido ahora aplastada por el presidente Getulio Vargas. Pero en esta tierra donde hoy son ilegales todos los partidos políticos los integralistas no necesitan lamentarse demasiado por haber perdido su propio programa. Pueden encontrar la esencia de éste en los pronunciamientos oficiales de Vargas y sus ministros. En efecto, el "Nuevo Estado" es un franco intento de crear el tipo de estado nacional disciplinado al que aspiraban. No sólo prescinde de elecciones y parlamentos, poniendo en su lugar una simbólica jerarquía de corporaciones y sindicatos ; da a estas medidas el respaldo de una teoría, que no es otra cosa que la doctrina europea del nacionalismo integralista. Hace unos cuantos meses Plinio Salgado, jefe emigrado del movimiento integralista, emitió en Lisboa un manifiesto que llamaba a todos sus seguidores a apoyar completamente al actual gobierno, por dos razones : primero, porque el presidente Vargas había emprendido, punto por punto, el programa integralista en todas sus características ; segundo, porque la unidad nacional era absolutamente necesaria a la vista de la amenaza de ataques del exterior. Como lo miraba Plinio Salgado, que trabaja a favor de la victoria del Eje, la amenaza del exterior proviene, por supuesto, no de Alemania sino de Estados Unidos. Ahora que Brasil ha roto relaciones con el Eje, no puede estar seguro de la necesidad de la unidad nacional en apoyo del presidente Vargas. Quizá, como muchos de nosotros, se havisto reducido a la mera especulación en cuanto a cuáles son los objetivos verdaderos del sonriente dictador.

La "solidaridad" de Brasil con Estados Unidos, afirmada poco después de que entramos en guerra y que ahora es obligatoria por los acuerdos logrados en Rio de Janeiro, parece indicar que incluso una dictadura con tendencias totalitarias puede ser un miembro leal de un frente americano constituido para resistir los ataques del totalitarismo europeo y asiático contra este hemisferio. La política de "apaciguar" a Vargas, mediante la compra de café conforme al precio por él fijado y la concesión de préstamos "políticos", después de un periodo de incertidumbre, ha conducido al menos a un éxito temporal. A pesar de ello, el futuro no ofrece seguridades. En la última década la tradicional amistad casi desapareció de las relaciones brasileño-estadounidenses ; se han reducido a un proceso de regateo y venta. Al parecer hemos negociado bien. Pero los éxitos de Vargas han elevado el prestigio de su régimen, no sólo entre su propio pueblo, sino en otras partes. Los nacionalistas extremos de otros estados sudamericanos son hoy grandes admiradores del "experimento" de Vargas. Los indicios que éste ofrece de que el sistema de los dictadores europeos, o algo que se le parezca, puede crecer y florecer sobre el terreno del Nuevo Mundo constituyen una inspiración para elementos en otros países que no sienten hacia nosotros otra cosa que mala voluntad.

En Argentina no hay un movimiento nacionalista unido. Hay varios grupos que alientan con fuerza el mismo evangelio, pero cada cual con sus propios dirigentes, su propia organización, su propio periódico. No ha surgido un Führer que predomine en el movimiento y junte a todas las facciones en torno suyo. En el verano de 1941, hubo un intento de reunirlos a todos en torno al general Juan B. Molina, cuya lealtad a la actual constitución democrática es, por decir lo menos, dudosa. Los partidarios de Molina incluso pidieron al ministro del Interior que reconociera al nuevo partido, que habría de organizarse con apego al Alto Consejo del Nacionalismo Argentino, con la suprema autoridad del "Jefe del Movimiento". El objetivo confesado del partido era perseguir la tarea de la "reivindicación nacional" con cambios en las instituciones políticas del país, la eliminación de la tutela extranjera (i. e., británica y estadounidense) y reformas sociales y económicas. El ministro del Interior, negando el reconocimiento, concluyó que los objetivos y métodos del movimiento entraban en flagrante conflicto con la constitución, como lo hacía su organización propuesta en líneas militares. Afirmó que manifiestamente era contrario a la argentinidad,* con lo que implicaba que si el nacionalismo en general era algo bueno, este tipo específico se pasaba de la raya. Eso fue lo último que se ha escuchado del Alto Consejo del Nacionalismo Argentino, aunque bien puede estar prosperando en la clandestinidad. Si supiéramos más acerca de él, también podríamos saber más de la aún inexplicada conjura militar que el gobierno sofocó a mediados de septiembre de 1941.

El actual gobierno argentino de Ramón S. Castillo no ve con gran simpatía las actividades de estos nacionalistas. Atrapado entre sus críticas y la hostilidad de los elementos democráticos, se ha refugiado en una política negativa de supresión general. Se instituyó el recientemente proclamado estado de sitio. Sin embargo, esta política de "neutralidad" en el conflicto político interno acaba facilitando las cosas a los nacionalistas, así como la insistencia en la estricta neutralidad en la esfera internacional las facilita a Hitler. Los dos problemas están entrelazados. En ambas esferas el gobierno encuentra que su concepción de su deber de mantener el orden público y dirigir las relaciones internacionales de la nación lo obliga a suprimir o pasar por encima de los sentimientos de la gran mayoría de la gente. Algunos oficiales del ejército y políticos de tendencia fascista, que no carecen de influencia en los círculos del Partido Conservador, aplauden estos métodos. Sienten, con razón, cierta satisfacción al haber contribuido a hacer improbable cualquier cooperación sincera y enérgica al esfuerzo bélico común del continente americano.

Uruguay, vecino de Argentina al otro lado del estuario del Plata, destaca por sus fuertes tradiciones democráticas. Sin embargo, también tiene su Partido Nacionalista, hábilmente manejado por el doctor Luis Alberto de Herrera. Por razones de solidaridad política, Herrera ha mantenido relaciones estrechas y amistosas con los nacionalistas argentinos a pesar de las conocidas inclinaciones de éstos de considerar a su país como una provincia argentina destinada, a la larga, a volver a la patria. Los herreristas no son sólo un grupo de jóvenes desequilibrados. Son los descendientes directos de los antiguos blancos (conservadores), y del partido minoritario más grande de Uruguay. Debido a una extraña estipulación constitucional, tienen derecho a tres puestos en el gabinete y a la mitad de los escaños del Senado. No son abiertamente antidemocráticos, aunque su propaganda nacionalista apenas oculta sus fuertes simpatías por el totalitarismo. Se oponen a toda acción que contribuya a la defensa continental. Cuando Japón atacó a Estados Unidos, el gobierno uruguayo trató de hacer que el Senado aprobara rápidamente una iniciativa para aceptar ayuda financiera. El doctor Herrera habló contra la iniciativa declarando que el conflicto era estrictamente un asunto entre los amarillos y los rubios,* y que por tanto no era de la incumbencia de Uruguay ni de América del Sur. El mantenimiento de la neutralidad a ultranza es una política inalterable.

La política de Herrera también era incompatible con la del presidente de Uruguay, el general Baldomir, quien pidió, en marzo del año pasado [1941], la renuncia de los tres ministros herreristas. Pero la posición estratégica de los herreristas en el Senado siguió creando una situación de peligro. Al haber fracasado el intento de Baldomir de reformar la constitución, debido a la obstrucción de aquéllos, acabó recurriendo a medios inconstitucionales para destituirlos. El 21 de febrero disolvió el Congreso y los sustituyó con un Consejo de Estado designado a su gusto. Así fueron expulsados los nacionalistas de los salones gubernamentales. Sin embargo, pueden felicitarse al haber desempeñado un papel importante en ocasionar la fractura temporal del sistema democrático en Uruguay. Ahora se verán forzados a recurrir a la conspiración y a la violencia para perseguir sus fines.

Los nacionalistas de Chile han tenido una buena organización y cierta medida de éxito político. La Vanguardia Popular Socialista, antes conocida como Movimiento Nacional Socialista de Chile participa en las elecciones y hoy cuenta con dos diputados en el Congreso, uno de los cuales es Jorge González von Marees, en quien los periodistas estadounidenses ven al agente del hitlerismo, una especie de Gauleiter de Chile. No hay, sin embargo, ninguna prueba de esta acusación. González sostiene que esa historia es ridícula, que su movimiento es puramente nacional. Su consigna es : "Chile para los chilenos". Pero en la cuestión de la guerra admite ser pro-alemán ; primero, por la semejanza de su filosofía política y el programa del partido con los de los nazis ; segundo, por la convicción de que una derrota de Alemania dejaría a Chile y el resto de América Latina bajo el completo dominio de Estados Unidos. Sostiene que el "imperialismo yanqui" ya ahoga a Chile y le roba su riqueza, y que después de la guerra ello sería peor. Esto sólo puede evitarse con la victoria de Alemania.

Una facción de menor fuerza es el Movimiento Nacionalista Chileno del general Ariosto Herrera, ahora en el exilio como consecuencia del fracasado putsch de 1939. Guillermo Izquierdo, su actual jefe, proporciona talento, organización y oratoria. Este grupo deplora la disposición de la Vanguardia a participar en el "podrido" sistema democrático y en particular en su "traición a la causa nacionalista" cuando apoyó al candidato del Frente Popular en 1938. Elusivo de las elecciones, Izquierdo ha organizado su partido en formaciones militares uniformadas y aspira a tomar el poder por la fuerza. En todos los demás respectos su programa se parece al de la Vanguardia. Es antidemocrático, antimarxista, antisemita, anticapitalista, antiyanqui. Sin embargo, Izquierdo dice que es menos germanófilo que González y se lamenta por las pequeñas naciones que los nazis han aplastado. Siente mayor afinidad con Roma, Madrid y Vichy, las capitales del fascismo latino, que con Berlín.

Hasta hace poco el grueso de las personas de inclinación conservadora en Chile han seguido la tradición, que es democrática al menos en sus formas. Pero el odio por el Frente Popular hoy parece haber causado que en número considerable se hayan vertido a favor de un aventurero político que, a lo largo de una espectacular carrera, no ha mostrado ningún respeto a las formas democráticas : el general Carlos Ibáñez. A Ibáñez se le puede llamar un extremista nato, del tipo de caudillo [[En español en el original. (N. del T.)

[4New York Times, 17 de enero de 1942.

[5En español en el original. (N. del T.)

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