Portada del sitio > Los Primos > Paraguay > Las penas son del pueblo en Paraguay
En un ambiente de desencanto popular, de inmovilismo de las fuerzas progresistas y de descrédito del gobierno, se ha recordado en Paraguay el tercer año de la victoria electoral de Fernando Lugo, que terminó con 70 años interrumpidos de despotismo y absolutismo del Partido Colorado.
El triunfo del 20 de abril del 2008 fue conmemorado en dos actos presididos por el mandatario, en las ciudades de Concepción, al noreste del país, en horas de la mañana, y en Asunción, a media tarde, en un populoso barrio, con una asistencia poco numerosa y sin el fervor y la alegría de aquel memorable domingo de hace tres años, convertido en una fiesta nacional, con la presencia solidaria de miles de extranjeros.
En el balance, queda claro que el cambio esperado y prometido por el pueblo no se ha dado, y que la derrota de la rosca colorada no ha significado su pérdida de las riendas del poder económico, parlamentario y judicial, sino que, en cierta forma, librada de la responsabilidad administrativa, se ha fortalecido la práctica de su maquinaria, con sus métodos autoritarios, prebendarios y corruptos, típicamente estronistas.
Hay tres claras diferencias con los gobiernos anteriores, y se dan en el plano de la salud, con la gratuidad de los servicios en los hospitales públicos, aunque hay insuficiencia en personal e insumos, en la asistencia a las familias más pobres, que pasó de 10 mil a 90 las beneficiadas, y en el rescate de parte de los derechos del país en la explotación energética de la Represa de Itaipú, binacional con Brasil.
Los discursos de Lugo, conceptualmente pobres como siempre, este miércoles destilaron oportunismo, ofreciendo algunas migajas sociales, como la condonación de las deudas por el uso del agua potable a las familias más necesitadas, y la promesa de que la electricidad llegará a todos, “porque es un contrasentido que tengamos capacidad para exportar y no cubramos las necesidades de toda nuestra gente”.
Desacertada fue también la oración, porque anunció el aumento del 10 por ciento del salario mínimo, frente a la cúpula sindical con la que abría acordado entre 15 y 18, lo cual provocó su inmediata reacción, reiterando su decisión de convocar una huelga general el tres de mayo, tras una consulta con las bases el día primero.
Capítulos principales del programa de gobierno que le permitió ganar las elecciones hace tres años, fueron aludidos muy superficialmente por el ex Obispo, tal la reforma agraria, un imperativo ineludible para cualquier gobierno que se precie de decente y eficaz, en un país con el más desigual régimen de tenencia de la tierra del mundo.
El 2.5 por ciento de la población de seis millones 300 mil paraguayos, acapara el 86 por ciento de las mejores tierras del país, frente a unas 240 mil familias que viven en el más absoluto abandono, injusticia que genera un intenso éxodo rural que agrava la alta tasa de desocupación urbana.
En penoso contraste, Paraguay es el cuarto exportador mundial de soja y su venta al exterior de maíz, girasol y algodón está en aumento, así como la carne, con volúmenes inéditos de altísimo enriquecimiento para una minúscula clase de hacendados, entre quienes hay familias que aparecen vinculadas con el contrabando de estupefacientes y de armas, cuyas pistas clandestinas sirven para un diversificado tráfico aéreo.
El 2010 cerró con un Producto Interno Bruto (PIB) del 14.5 por ciento, jamás visto en el país, lo cual generó algarabía en las filas oficialistas y en el gremio agro-exportador, primer beneficiado y agraciado por el Estado que lo mantiene exonerado de impuestos.
El pueblo continuó excluido de esos festejos, por la sencilla razón de que lo único que podrá estimularlo e identificarlo con el gobierno será una política de justicia y equidad social, en la cual es esencial el desarrollo integral del país, el cual, hasta ahora, sólo figura en los discursos, cuando Lugo ya ha cumplido más de la mitad de su mandato.
Desde el 20 de abril del 2008, el país exhibe dos imágenes contrapuestas que se han ido conformando por todo el territorio nacional, tras el alegre arranque del triunfo que convirtió las calles en una fiesta masiva, premio al empeño y sacrificios del pueblo que, durante años, busca reconstruir la patria independiente y progresista que supo ser entre 1811 al 1865, cuando fue arrasada por la Guerra de la Triple Alianza.
A tres años de la gesta cívica, la proyección muestra un rostro de Paraguay muy diferente al esperado, porque hay decepción general y una inocultable pena entre los sectores populares que más se invirtieron en la campaña electoral victoriosa.
En resumen, el pueblo no siente, no percibe el cambio prometido y aunque un alto porcentaje aún cree que es posible, la conducción política no da señales en esa dirección, generando desmovilización y descreimiento, a pesar de que todavía Lugo tendría posibilidades de revertir la situación.
La cuestión se plantea entre su deseo o interés en hacerlo, entre sus convicciones y sus emociones, entre su entereza moral y su debilidad ante influencias externas a su función, como podría ser la de su entorno familiar, en el que destaca su hermano Pompeyo, un impudoroso y mitómano personaje.
Sin duda que la responsabilidad mayor por el marasmo en el que se encuentra el país, en el que sólo está conforme y feliz el tercio de la población que está encima de la clase media alta, recae en el ex Obispo y en todo su equipo de colaboradores, así como en las fuerzas políticas y gremiales que lo catapultaron.
El espejo refleja una inexplicable inoperancia e ineptitud, que agravan las rencillas internas en el gabinete y en el propio Frente Guasu, el conglomerado de fuerzas populares que apoyan el proceso de cambios, con crecientes críticas al mandatario.
Esos males quizás podrían explicarse por la impotencia de la resquebrajada Alianza para el Cambio, acuerdo que aún encabeza Lugo, ante los retos que la realidad presenta, con su estela irresuelta de pobreza e injusticias sociales y por la ambición de poder, de capitanear y, en algunos casos, tal vez los menos, de angurria personal.
En la perspectiva del 2013, el teatro político nacional aparece sumamente confuso. La alianza tiene enormes dificultades para rearmarse y recuperar la mística del 2008, tal lo demostrado en el acto central de conmemoración del tercer aniversario, en el que su principal fuerza electoral, el Partido Liberal Radical Auténtico, estuvo ausente.
Nada sorprendente ese sabotaje, dado que la cúpula del PLRA, a diferencia de sus bases, se sumó al luguismo por frio cálculo electorero y por la necesidad que entonces tenía el partido de encontrar una tabla de salvataje a su desvanecida existencia de los últimos años.
La victoria de Lugo surtió tres efectos entre la familia liberal. 1) la base del partido se identificó con el proceso de cambios, 2) sorprendió a los dirigentes, que se han caracterizado en las últimas décadas por una falta total de vocación de responsabilidad de gobernar, prefiriendo el cómodo papel de opositores, y 3) en masa vieron que se les presentaba una oportunidad excepcional para ocupar cargos, muy pocos para hacer avanzar el proceso y muchos para enriquecerse, propósito que aún les anima.
En el Partido Liberal, cuatro fracciones libran una guerrita interna, coincidentes en sólo un objetivo: ocupar en el 2013 el gobierno.
Nunca sus primeros dirigentes hablan del Estado, como tampoco de un programa mínimo, ni mucho menos de un proyecto país, corriendo el mismo riesgo, en el hipotético caso de ganar, que cometió la Alianza de llegar al Palacio de los López con un enunciado de plataforma, pero sin definiciones prácticas y realizables, entre otras cosas por la ignorancia e inexperiencia del oficio de gobernar, que adolece buena parte de sus integrantes.
La diferencia liberal con la izquierda, aún dividida y en dificultosa ruta de definiciones ideológicas, reside en que ésta interpreta aún a la alianza como la herramienta más idónea y única, en su vertiente unitaria, que puede salvar al proceso de cambios, por encima de todas las falencias y renunciamientos que el pueblo registra.
Paralelo a esos desaciertos, y a la confusión de ideas que predomina en el espectro político nacional, el Partido Colorado, algo herido en las recaudaciones que hacía en los entes del gobierno y profundamente en su orgullo de mandamás, de arreador de manadas, de patrón de estancias cimarronas, y de jefe de la mentalidad autoritaria aún reinante, aunque en disminución, está en plena campaña de recomponer sus filas.
Por su trayecto, hábitos y cultura, es una organización política que continúa sufriendo la carencia de una matriz ideológica constructora de nación, con algunos leves esbozos en su historia de 130 años, que han sido sepultados por la corrupción de sus cúpulas y su abyecta incultura, verdadera afrenta para sus mejores hijos y para la inteligencia de la propia sociedad.
En base a la inversión de dinero, por muchos millones de dólares en constante aumento, y a su inmensa mayoría de adherentes, que lo hace el mayor partido del país, la actual dirigencia colorada abriga la esperanza de recuperar el gobierno en las elecciones del 2013, postulando al empresario Horacio Cartes a la presidencia.
Advenedizo en política, pero exitoso en sus numerosas empresas rurales, industriales y en la navegación aérea, el nuevo mandamás colorado es una persona que llega envuelto en una imagen popular que contrapone la figura de un narcotraficante y contrabandista, con la de un emprendedor osado que generalmente calcula con acierto sus operaciones, como la de haber comprado el Club de Fútbol Libertad, hace unos años, con el cual continúa acumulando triunfos.
La herencia de años de represión ideológica, de censura del pensamiento libre y crítico, de aplicación de programas de enseñanza formadora de hombres sometidos al poder, y cuando poseer un libro era un delito para el régimen, que voluntarios difundían los medios de comunicación que, igual que ahora, están al servicio de la anti-historia, ha generado un tremendo déficit de capacitación política en el país, que en esta coyuntura social, se vuelve muy evidente y perjudicial.
Unos y otros, los dirigentes políticos del país, con raras excepciones, prosiguen analizando la realidad y la reacción popular como antaño, sin advertir los cambios sociológicos internos, ni la nueva y contagiosa dinámica que se registra entre los pueblos en todo el mundo, clamando justicia y libertad.
La población paraguaya registra un tercio de juventud, parte de la cual desquicia de la política porque la identifica con la corrupción, el atraso cultural y los privilegios que gozan impunemente las grandes familias delictivas, pero entre ella se manifiesta de diversas maneras un alto porcentaje que piensa que es posible vivir en un país mejor, a condición de sepultar la amoralidad predominante.
Bajo los puentes, y a pesar de los plaguicidas que riegan las transnacionales, aún el pueblo se las ingenia para que continúe corriendo agua limpia y, sin hablar mucho, en honor a sus poco asumidas raíces indígenas, entre muchos paraguayos crece una fuerte reacción contra la somnolencia institucionalizada y la ausencia de una política económica con sensibilidad social.
En los próximos meses, todo el país puede ser escenario de grandes movilizaciones populares, las que podrían cercar al gobierno y al sistema, entre dar solución a los grandes problemas de desempleo y carestía de la alimentación y la vivienda que sufre el grueso de la población, o responder con una sangrienta represión policial, que es la máxima expresión de la razón de todo Estado fracasado.
Argenpress. Buenos Aires, 26 de abril de 2011.