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27 août 2004

Las falsas contradicciones en el gobierno boliviano

 

Es casi convencional que el término ’gobierno’, con minúscula, supone un alcance conceptual lato y omnicomprensivo de todas las esferas de actuación del Poder Público. Escrito con mayúscula, la voz ’Gobierno’, tiene un alcance limitado y estricto, referido únicamente al Poder Ejecutivo.

Por Wilson Jaime Villarroel Montaño
26 de agosto 2004

En Bolivia se ha presentado, en los últimos días, una crisis de gobierno que evidencia ciertas contradicciones por efecto de la ley dialéctica del desarrollo y evolución históricas de toda sociedad humana. Si estas contradicciones son tan notables, es porque la amenaza exterior es menos ominosa, es decir, se ha resuelto favorablemente una primera contradicción general con el movimiento popular, incluido el último conflicto social con los transportistas, que no configura, necesariamente, una reivindicación popular. Este conflicto oportunista, por el que hoy discurrimos con alguna sensación de alarma, será resuelto más temprano que tarde. Por tanto, la dialéctica -y la contradicción emergente- se ha trasladado al interior del elemento triunfante, es decir, al gobierno boliviano.

Como telón de fondo, hemos superado la grave crisis de legitimidad de los detentadores del poder político en mérito a un referendo hábilmente utilizado en beneficio de la consolidación (legitimidad) del primer elemento referencial del sistema político boliviano cual es la institución presidencial. Carlos Mesa, en diciembre de 2004, será señalado por la prensa, unánimemente, como el hombre del año.

Hoy, el presidente Mesa salta a escena como el nuevo hombre fuerte del sistema político lo que le permite apropiarse de cuanto espacio público pueda arrebatar al otro factor de poder, notoriamente disminuido en su legitimidad, que es el Parlamento. Empero, éste a pesar de su apuntalamiento institucional de última hora, no puede competir con el presidente, su salvador providencial.

La embriagante sensación de triunfo del presidente Mesa y el apoyo popular que a momentos se acrecienta en sus casi cotidianas apariciones en vivo por televisión, le llevan a adoptar actitudes y comportamientos mesiánicos y bonapartistas, próximos al autoritarismo. Este fenómeno nos recuerda un otro análisis, hacen más de siete meses atrás, anticipando esta curiosa circunstancia histórica.

Ya alguien, intuitivamente, ha comparado a Carlos Mesa con Hugo Chávez. Los resultados fueron sorprendentes en el parecido del discurso que ambos manejan, especialmente cuando están en contacto con la prensa. Creemos que la similitud, en todo caso, pasa tan sólo por el caudal político acumulado de líderes que hoy se encuentran en la cresta de la ola popular. En verdad, no es escaso el parecido pero, a poco que se estudie con detenimiento, las disimilitudes son en extremo notables.

En rigor, Mesa se encuentra en las antípodas de Chávez, al menos en lo que a orientación política se refiere y, a riesgo de banalizar la comparación, Mesa es más bien un hombre del sistema y el ’establishment’, en tanto Chávez es la negación del mismo. Empero, ambos tienen en común su ansia obsesiva de contar con el apoyo popular y, según evolucionen los acontecimientos, es posible que su sino sea gobernar países notoriamente divididos o segmentados. Y es que en Bolivia constatamos -y ratificaremos- gravísimas fracturas sociales atribuibles a la desigualdad social y económica, a la fuerza explosiva del movimiento autonómico o, finalmente, a la imposibilidad de satisfacer las excesivas expectativas que hoy se hace la ciudadanía con respecto a su presidente.

El presidente Mesa arrastra, detrás suyo, el poderoso aluvión de la legitimidad política que sólo a su conjuro personal puede extenderse al Parlamento, el otro pivote sobre el que gira el sistema político. Lo curioso del caso es que ambos estamentos -el presidencial y el congresal- hoy se enfrentan en una parodia de confrontación política, en realidad la pugna por la preponderancia de uno de ellos sobre el otro, aunque sin discutir -porque es un tema no debatible- la pervivencia del modelo exportador y del sistema político obsoleto y disfuncional, ambos herencia gravosa de Sánchez de Lozada.

Pero, ¿por qué se ha presentado, incluso son rasgos desestabilizadores, semejante contradicción ? ¿Hay fractura o fisuramiento gubernamental ? ¿Amenaza ruina ?

A los ojos del observador profano, el Poder se manifiesta como un todo uniforme y casi monolítico pues, por lo general, es espacio de detentación de un determinado grupo social o económico, de una fracción social o de una élite política que combina las anteriores caracterizaciones. Sin embargo, ahondando el análisis se vislumbran ciertas contradicciones internas que revelan la sorda pugna por mayores y mejores espacios de decisión, la disparidad de intereses circunstanciales entre quienes conforman el gobierno, los precios de la estrategia y tácticas adoptadas, los temores sobre el futuro o los adversarios, los costos de transacción en los proyectos en curso, etc.

Y es que la incertidumbre sobre la vigencia del sistema político ha cedido paso a la certeza de su supervivencia. Hoy los temas de discusión son distintos. Tanto el modelo económico -exportador y aquiescente con los poderosos factores económicos transnacionales- como el sistema político en su caracterización tradicional, se mantienen vigentes y conforman el proyecto político del gobierno boliviano de la hora actual. Resuelta esta cuestión hamletiana del ser o no ser, únicamente se discute quien prevalece sobre quién.

Algunos analistas creen vislumbrar el reavivamiento de la crisis sistémica, tal como ocurrió en meses pasados. Es una visión equivocada y alarmista. No hay fisuras ni fracturas gubernamentales porque el fondo de la cuestión está pacíficamente aceptado. Sólo se discute la forma y el ropaje o barniz : una ley ’corta’ o ’larga’ de hidrocarburos, el porcentaje del cuoteo del Poder Judicial, Ministerio Público o sistema regulatorio, los tiempos de inserción en el TLC con Estados Unidos, etc.

Empero, es también cierto que estas contradicciones aumentarán progresiva y paulatinamente, pero sólo en el mediano plazo y en relación inversamente proporcional al cuántum de la legitimidad presidencial. Si bien la popularidad no mide la legitimidad, es un buen baremo de aproximación. Por ello, las contradicciones únicamente se harán más manifiestas -y en su momento serán insuperables- en la medida en que disminuya la legitimidad del presidente Mesa, cuyos síntomas de anemia política podremos advertirlos en la pérdida de popularidad por efecto :

 a) del inevitable desgaste de imagen en el ejercicio de la función pública ;
 b) de la previsible carencia de respuestas efectivas — a las notabilísimas expectativas ciudadanas y, primordialmente,
 c) de la deficiencia congénita (disfuncionalidad) del sistema político actual cuyo factor emblemático (el Parlamento) es hoy impotente en su cometido de promover la satisfacción de la creciente demanda ciudadana.

El último aserto lo fundamos en que los sucesos de Octubre de 2003, además de interpelar gravemente el sistema político, restaron, peligrosamente, legitimidad política al Congreso. La composición actual del Parlamento no está ajustada ni corresponde a las realidades actuales. Por ello, a nuestro parecer, era imperativa -técnicamente hablando- una renovación del Congreso a fin de relanzar el sistema político al tiempo que se pretendía consolidar el proceso democrático con la adopción, en paralelo, de mecanismos de participación directa. El presidente Mesa, a contrapelo de la Historia, prefirió intercambiar -a favor suyo- los contenidos del referendo así como preservó -y aún reforzó, imprudentemente- el Parlamento actual. Sembró vientos y hoy cosecha tempestades.

Sin embargo, el momento en que estas contradicciones amenacen quiebre institucional no es todavía, ni remotamente, el momento presente o actual. Incluso, es posible prever que la solidez de la reputación y legitimidad presidencial resuelvan la contradicción en su favor permitiendo el encuadramiento congresal a sus designios, ratificándose así su prevalencia personal y su capacidad de liderazgo político recientemente adquirido. A la manera de Roosevelt, Mesa perfila un claro caudillaje moral que, en nuestros países, pinta con aguafuerte la rémora institucional del presidencialismo latinoamericano.

Aceptamos, sin duda, que la contradicción enunciada 2C restaron, peligrosamente, legitimidad política al Congreso. La composición actual del Parlamento no está ajustada ni corresponde a las realidades actuales. Por ello, a nuestro parecer, era imperativa -técnicamente hablando- una renovación del Congreso a fin de relanzar el sistema político al tiempo que se pretendía consolidar el proceso democrático con la adopción, en paralelo, de mecanismos de participación directa. El presidente Mesa, a contrapelo de la Historia, prefirió intercambiar -a favor suyo- los contenidos del referendo así como preservó -y aún reforzó, imprudentemente- el Parlamento actual. Sembró vientos y hoy cosecha tempestades.

Sin embargo, el momento en que estas contradicciones amenacen quiebre institucional no es todavía, ni remotamente, el momento presente o actual. Incluso, es posible prever que la solidez de la reputación y legitimidad presidencial resuelvan la contradicción en su favor permitiendo el encuadramiento congresal a sus designios, ratificándose así su prevalencia personal y su capacidad de liderazgo político recientemente adquirido. A la manera de Roosevelt, Mesa perfila un claro caudillaje moral que, en nuestros países, pinta con aguafuerte la rémora institucional del presidencialismo latinoamericano.

Aceptamos, sin duda, que la contradicción enunciada ra Gonzalo Sánchez de Lozada antes de su partida al exilio y ostracismo, configuran un frente gubernamental amplio, monolítico y cabedor en el que, sin embargo, no hay espacio para el quiebre institucional. Las disputas conyugales son, a lo sumo, avatares y contingencias -graciosas, como toda desavenencia entre jóvenes amantes- que no ponen en peligro, en absoluto, la unión dichosa entre quienes aman, de verdad, el actual modelo exportador y su sistema político.

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