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La democracia en Francia está hablando y no queremos oírla. Nos está haciendo dudar de la posibilidad de una sociedad republicana universalista
La primera vuelta de las elecciones legislativas en Francia está llegando a su fin bajo la mirada atónita de sus vecinos europeos. La Rassemblement national (RN) parece haberse impuesto el 30 de junio como primera fuerza política del país. Un terremoto iniciado por el presidente Macron en un movimiento que tantos electos franceses siguen denunciando. Una semana loca de negociaciones e instrucciones de voto antes de la segunda vuelta.
El mismo día, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, en vísperas de asumir la presidencia de la Unión Europea, anunció la creación de un nuevo grupo parlamentario, Patriotas por Europa, que reúne a un partido austriaco de extrema derecha y al movimiento populista del ex primer ministro checo Andrej Babis. Los extremos tienen el viento a favor en nuestras viejas democracias.
Podemos decidir de observar estos acontecimientos con distanciamiento. Suiza nunca vivirá el caos que vive Francia; su sistema político y su cultura la protegen de esta espantosa debacle. El Presidente no tendría el derecho, ni siquiera la idea, de disolver el Parlamento. El poder siempre es compartido, y el compromiso exige, en última instancia, moderación de ideas. La centralización, que agranda las diferencias, es imposible en un país tan federalista.
Pero Francia es un faro político. Ha erigido principios republicanos que sitúan el universalismo en la cima de sus valores. Este pilar, heredado de la filosofía de La Ilustración, afirma la existencia de la unidad del género humano y del Estado de Derecho para todos los ciudadanos. Es el rechazo del particularismo, del privilegio y de la desigualdad de derechos.
Ver a Francia alejarse de esto es empezar a dudar de la posibilidad de una sociedad humanista. Es el vértigo de una democracia que conduce a lo que más temen algunos demócratas. Porque, a pesar de la pulcritud, la RN es efectivamente un partido de extrema derecha. Tiene sus raíces en fundadores con una ideología negacionista, segregacionista, neofascista y racista. Y aún quedan rastros de ello. Las recientes declaraciones del líder Jordan Bardella sobre la exclusión de los franceses con doble nacionalidad de ciertos empleos son sólo un ejemplo.
Pero, ¿de qué sirven los valores republicanos si es imposible encontrar un médico o un policía en tu barrio? Los particularismos, privilegios y desigualdades que refuta el universalismo republicano es precisamente lo que denuncian muchos franceses que votaron RN. Es también lo que ha llevado a la extrema derecha a ganar escaños en otros lugares en las elecciones europeas.
Fuera de Francia, lo único que podemos hacer es intentar de comprender y respetar los resultados de las urnas. Esperar que la crisis abra una nueva puerta. Una sacudida, un proyecto, un mitin distinto de los construidos sobre el fracaso y la cólera. Esperar que la democracia haga nacer una nueva constelación centrada en la búsqueda real de soluciones a problemas que son igualmente reales. Sólo entonces la República Francesa podrá volver a servir de faro en una Europa que tanto lo necesita. Mientras tanto, sólo puede ser motivo de preocupación.
Madeleine von Holzen* pour Les Temps
Les Temps. Genève, le 30 juin 2024
Traducido del francés para El Correo de la Diáspora por : Carlos Debiasi
El Correo de la Diáspora. París, le 2 de julio de 2024.