Portada del sitio > Imperio y Resistencia > Unión Europea > La cooperación Unión Europea-América Latina ¿Al servicio de las políticas
Por Gérard Karlshausen
América Latina en Movimiento (431-432). Ecuador, 5 de mayo de 2008.
Intercambios científicos, tecnológicos, las experiencias de gestión, la formación… sectores
que pueden contribuir a un tipo de desarrollo económico pero que corresponden sobre todo a los intereses de los actores dominantes sobre los mercados internacionales.
Pero, en un continente marcado por una tremenda desigualdad en la distribución de
riquezas y que cuenta con 40% de habitantes
considerados oficialmente como pobres, las
medidas comerciales impulsadas por la UE y
los Estados latinoamericanos (con grandes
diferencias en sus capacidades y voluntad respectivas
de promover alternativas) tienden a
aumentar pobreza y tensiones. La cooperación
juega acá otro papel: suavizar los efectos
sociales y medioambientales de las políticas
de liberalización impulsadas por los acuerdos,
poner en la medicina neoliberal un poco de
azúcar mediante programas llamados de
cohesión social: impulsan, entre otras cosas,
los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)
en los países o regiones mas débiles. Esto no
es una sorpresa. Minimalistas, los ODM quieren
más curar las llagas sociales causadas por
políticas comerciales injustas que promover
los derechos humanos cuyo respeto integral
debería ser la primera prioridad de toda cooperación.
¿Integración desde adentro o desde
afuera?
Los procesos de integración regional que
conoce AL son importantes intentos que podrían
contribuir a fortalecer un desarrollo más
eficaz, equitativo y sostenible en cada región.
Con este objectivo, la UE dedica una parte de
su ayuda a apoyar estos procesos. Pero nuevamente
lo hace en un enfoque prioritariamente
comercial y económico, lo que corresponde
a sus intereses. La integración regional
no puede ser el fruto de grandes acuerdos
internacionales ni la suma de acuerdos de
liberalización del comercio que corresponden
en primer lugar a las expectativas de los grandes
operadores internacionales. Es un proceso
social, económico, cultural, institucional…
que debe surgir de una voluntad de los pueblos
y de sus gobiernos en el marco de debate
demócratico que dé la palabra a los movimientos
sociales y ciudadanos de cada región.
Una integración regional duradera requiere
tiempo, nace de adentro, de búsquedas compatidas.
Las políticas que fomentan la competencia
comercial o la lucha por las inversiones
acaban dividiendo más que uniendo. Y si
permiten uniones, estas son, sobre todo,
alianzas de sectores «ganadores».
Colocando como ejemplo su propio modelo de
integración, que en sí conlleva enseñanzas
interesantes, la UE olvida el tiempo y las protecciones
que necesitó, su debilidad social y
política actual (sin hablar de la impotencia
crónica de su diplomacia), sus carencias en
materia de Derechos Humanos (especialmente
de cara a las poblaciones migrantes) y la
adhesión muy leve de sus ciudadanos a sus
proyectos (que lleva la casi totalidad de los
Estados europeos a ratificar el Tratado de
Lisboa sin pasar por consultas populares).
La UE podría proponer a AL una cooperación
que rescate los mejores elementos de su propia
intergración y saque lecciones de sus lagunas
así como de las propias experiencias de
los pueblos latinoamericanos. Pero, en el
marco de sus prioridades meramente comerciales,
prefiere programas de integración que
fomenten uniones aduaneras como en
América Central o medidas de convergencias
macro-económicas como en el Mercosur.
Apoya tambien en este marco iniciativas
interparlamentarias tomando como ejemplo
el modelo del Parlamento Europeo pero olvidando
el poder reducido que tiene esta instancia
y el poco caso que hace la Comisión de
sus opiniones sobre todo si cuestionan el
fondo neoliberal de sus políticas.
Otra cooperación es posible… y existe
Europa y América Latina son continentes ricos
de historias e intercambios que echaron las
bases de ámplios movimientos sociales y ciudadanos.
Estos, por supuesto, no han esperado
la llamada cooperación al desarollo para
trabajar juntos y experimentar, en multiples
sectores, alternativas a un modelo de crecimiento
que crea desiguadad y pobreza en
ambos continentes. Fomentar alianzas entre
autoridades públicas y organizaciones de ciu-
dadanos para gestionar y desarrollar los recursos
disponibles podría ser el eje de una nueva
cooperación que apoye proyectos diseñados
por y con las poblaciones en lugar de reforzar
el poder de los sectores dominantes que suelen,
a lo mejor, regalar las migajas de sus
riquezas.
De la gestión comunitaria del agua a las redes
de economía social, de las propuestas campesinas
en favor de una agricultura familiar que
se dedique, en primer lugar, a alimentar bien
a las poblaciones y a mantener un mundo
rural cuidadoso del medio ambiente, de las
experiencias de comercio justo a las políticas
que permitan a la microempresa contribuir a
un desarollo equilibrado, por ejemplo, en el
marco municipal… las vías alternativas que
proponen los pueblos son numerosas. No son
siempre exitosas. Conocen también sus problemas.
Pero dibujan un mundo que responde
más a las expectativas que expresan los
ciudadanos y ciudadanas cuando sus miradas
rebasan el horizonte que les ofrece un modelo
(también promocionado por los grandes
medios de comunicación) de consumismo en
un marco de desigualdad y de pobreza creciente.
Merecerían entonces más atención,
más repeto, y más recursos.
Europa, que pretende promover otro modelo
de asociación que sus grandes vecinos del
Norte, debería crear instrumentos ágiles que
permitan a los movimientos y organizaciones
de base expresar sus propuestas, articularlas
y recibir de manera ágil el apoyo que merecen.
Estas iniciativas son los verdaderos ladrillos
de una cohesión social que sea otra cosa
que una pomada sobre las heridas causadas
por el modelo de desarollo neoliberal que
prioriza los intereses comerciales y económicos
de algunos.
Gérard Karlshausen, CNCD (red CIFCA)
Bélgica.