Portada del sitio > Cibersociedad > LA CRUELDAD SIN TRAMA :« El imperativo cibernético »
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Las órdenes del biopoder tecnológico y su obediencia inconsciente. La sociología de las redes y la teoría cultural digital, a principios de los años 2000, sostenían que la tecnología cibernética abriría un espacio radicalmente democrático, horizontal y descentralizado.
La sociología de las redes y la teoría cultural digital, a principios de los años 2000, sostenían que la tecnología cibernética abriría un espacio radicalmente democrático, horizontal y descentralizado. La utopía se basaba en la supuesta horizontalidad de la comunicación, que daría voz a cualquiera y reduciría la centralidad de los grandes medios. Sin embargo, rápidamente, la concentración neoliberal se trasladó a unas pocas corporaciones —Google, Amazon, X, TikTok— y el sueño de la libre circulación de la información, la participación política directa y el empoderamiento desde abajo se desvaneció como castillos en el aire.
El neoliberalismo articulado con la tecnología cibernética generó una nueva expresión del capitalismo que algunos denominan tecno-neoliberalismo, tecno-feudalismo, anarcocapitalismo o dictadura del capital. La fusión entre el neoliberalismo y la revolución de Internet no trajo mayores libertades, como muchos creían, sino, por el contrario, el reinado de imperativos sacrificiales y de obediencia a goces crueles que hoy funcionan como mandatos estructurales.
El cuerpo explotado del capitalismo industrial y la extracción de plusvalía devinieron en dato: el algoritmo como nueva metáfora del cuerpo. Un plus de goce cibernético que es aportado voluntariamente por el individuo conectado. La subjetividad cayó rendida en la trampa, ofreciéndose a los algoritmos, que operan como imperativos.
Los actuales señores de la nube, amos del universo, conforman nuevas oligarquías tecno-financieras. Ya no buscan solamente acumular riquezas, sino datos, control de la información, colonizar la vida y el futuro, modelar el comportamiento social, los mercados, las elecciones y los gobiernos. La revolución de Internet, que se presentó como una promesa de democracia y libertad, resultó ser un espacio hipercontrolado por las lógicas del mercado y la manipulación política.
Lo que parecía un espacio de libertad, igualdad y placer regulado se transformó en fragmentación, discursos de odio, vigilancia y explotación de datos. El espacio fue finalmente ocupado por algoritmos: un biopoder que se convirtió en un dios oscuro, que captura, ordena, exige goce cibernético compulsivo y modela el deseo. El sujeto se siente atrapado en ese exceso de goce digital: consumo, odio, autoerotismo hiperconectado y sin límite, que arrasa con el cuerpo, el lazo social, el sujeto y el pensamiento crítico. Se trata de un empuje donde el sentido y la trama argumental quedan fuera de juego. ¿Quién no cae seducido, atrapado, identificado, hipnotizado ante el canto de sirenas que representan las redes? El nuevo erotismo cibernético se traduce en una autoalienación compulsiva y adictiva.
Una nueva realidad —la virtual—, un cuerpo inédito y un goce no mediado por el lenguaje sino por los algoritmos, irrumpen como hiperconexión, pura compulsión no regulada que destruye, se impone y gana hegemonía. La vida se virtualiza a partir de redes, aplicaciones, Zoom, WhatsApp, generando una imposibilidad de desconexión en esta sociedad de la infodemia y el cansancio.
El aporte de datos implica una servidumbre voluntaria, una obediencia inconsciente y una reproducción circular del sistema, sin un exterior o una regulación que lo limite. « Dame datos », dice Google. « ¿Aceptás cookies? ». Y la subjetividad cae rendida en la trampa, ofreciéndose voluntariamente.
El mundo devino pantalla superyoica, y la subjetividad obedece a los mandatos: se satisface en el sufrimiento, se regocija entre la autodestrucción y la destrucción del otro. La subjetividad responde irracionalmente al superyó cibernético con una obediencia hipnótica.
La obediencia a la tecnología cibernética produce una trama de identificaciones, ideales, creencias y mecanismos de captura psíquica que conducen a que las personas adhieran ciega e hipnóticamente a posiciones violentas, neofascistas, contrarias a la vida y los derechos, que en definitiva hacen existir al poder. Es una obediencia que no piensa, solo actúa, cumpliendo al pie de la letra la voluntad de goce: la orden de estar conectados sin corte ni descanso.
Tanto Freud como Lacan nos enseñaron que la obediencia al superyó produce sacrificio y sufrimiento en el yo. ¿En qué se convierte quien se somete incondicionalmente al capricho del superyó? En un siervo, un esclavo, instrumento del goce del Otro. Es un modo de masoquismo moral que inflige daño, ofrendando su sangre y su vida a la sed del dios oscuro.
Nos encontramos hoy con individuos alienados y sometidos que no se perciben como tales ni se hacen cargo de su sumisión. Al contrario, se creen libres e independientes, cuando en realidad mantienen una relación fascinada, acrítica y sugestionada con el poder. Son sujetos que habitan una sociedad de masas uniformadas y adormecidas en una hipnosis colectiva, que se cree libre y ciudadana, siendo en verdad esclava de la nube —y sin reconocerse como tal. La causa de esta esclavitud ya no se puede atribuir únicamente a un poder exterior: está interiorizada, es inconsciente y produce una subjetividad que ama sus cadenas y se siente seducida por aquello que causa su propia ruina.
La obediencia ciega y acrítica a cualquier mandato es servidumbre voluntaria. Aunque se presente como sadismo, esconde masoquismo: le otorga al Otro una consistencia y un poder total sobre sí. La obediencia hipnótica a los algoritmos que controlan las conductas y las elecciones ha puesto en jaque a las democracias y constituye uno de los mayores flagelos de la humanidad.
Si el discurso capitalista es un rechazo de la imposibilidad, resulta urgente restituir los tres imposibles que planteaba Freud: el análisis personal, la política y una verdadera pedagogía emancipatoria y desde la imposibilidad, ser capaces de inventar las salidas.
Nora Merlin* para Página 12
Página 12. Buenos Aires, 4 de septiembre de 2025