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19 décembre 2007

Estados Unidos le disputó Inglaterra América Latina a principios del siglo XIX.

 

Francia se preparado para invadir España con el supuesto objetivo de rescatar a Fernando VII de los liberales, que lo tenían atenazado. Podría argumentarse que era necesario que el Reino Unido actuara para impedir que Francia se apoderara del antiguo Imperio español. Lo cierto es que el inglés George Canning -sucesor de Castlereagh en el Foreign Office- era lo bastante astuto para darse cuenta de que la mayor amenaza para los intereses comerciales de Gran Bretaña en las nacientes repúblicas era Estados Unidos, sin duda más que dispuesto a aprovechar el vacío dejado por el colapso de España y las vacilaciones del Reino Unido durante la administración de Castlereagh. Estados Unidos buscaba imponer su influencia y su propio "protectorado", al sur de sus fronteras.

En agosto de 1823, Canning había perfilado frente a Estados Unidos la nueva política británica con notable concisión :

1- Damos por imposible que España recupere sus colonias.

2- Consideramos que el reconocimiento de los nuevos Estados independientes es cuestión de tiempo.

3- Sin embargo, no estamos dispuestos a poner ningún obstáculo en el camino de un acuerdo entre ellos y la madre patria, por la vía de negociaciones amistosas.

4- No es nuestro objetivo tomar posesión de ninguna parte del continente.

5- No podríamos ver con indiferencia que alguna parte del continente fuera transferida a otra potencia.
El intríngulis estaba en el punto 5 : en apariencia dirigido a Francia, también era una clara advertencia a Estados Unidos para que no se precipitara a lanzarse sobre los nuevos estados. Sin embargo, Canning no tardó en hacer una proclamación dramática : "Vuelve a prevalecer la fuerza de la sangre ; madre e hija se mantienen juntas a pie firme contra el mundo".

John Quincy Adams, embajador estadounidense en Londres, -anti-británico visceral, que seguía siendo escéptico en cuanto a las intenciones del Reino Unido- había decidido que, pese "a la fuerza de la sangre", la hija le ganaría de mano a la madre : el 23 de diciembre de 1823 había promulgado la Doctrina Monroe, colocando a Canning ante un fait accompli que auguraba la desintegración de toda su estrategia política. Canning se había distanciado de las potencias europeas ; le faltó valor para reconocer oficialmente a las nuevas repúblicas sudamericanas y, en ese momento, Estados Unidos declaraba que Sudamérica estaba fuera del alcance de todas las potencias europeas... incluido el Reino Unido.

Canning contraatacó con su vigor característico. Se retiró de las protestas angloamericanas conjuntas contra la clausura por parte de Rusia del estrecho de Bering y contra sus intentos de colonizar la costa la costa noroeste de América del Norte. También rompió las negociaciones sobre límites de los territorios de noroeste. Informó falsamente a las potencias europeas de que la Doctrina Monroe había sido consecuencia de la diplomacia británica, algo que estaban muy dispuestas a creer.

Conforme se desmoronaba la alianza continental, los franceses aceptaban no utilizar la fuerza para perseguir sus reclamos sobre América Latina ; los austriacos se apartaban a regañadientes ; los rusos gritaban impotentes su indignación. Canning despachó a toda prisa tres delegaciones a México, Colombia y Buenos Aires, con la intención de allanar el camino para el inminente reconocimiento oficial. Las tres delegaciones remitieron informes favorables a Londres, pero fue el muy hábil Woodbine Parish -jefe de la delegación enviada a Buenos Aires-, quien reveló de modo decisivo hasta qué extremo podía aprovechar el Reino Unido el potencial económico del continente. El comercio de importación-exportación de gran envergadura estaba ya, de hecho, en manos británicas : casi 40 compañías británicas operaban allí ; casi un cuarto del caudal de fondos los recogía Londres y, la mitad de la deuda pública, también la pagaba Londres.

Canning urgió al Rey y al Parlamento a negociar un tratado comercial "que haría las veces de reconocimiento diplomático de estado, con el cual concluiría". También urgió al gabinete de reaccionarios acérrimos -encabezados por el duque de Wellington- a reconocer oficialmente tanto a México como a Venezuela :

En la práctica, la gran cuestión [...] para nosotros parece ser que, en el caso de que los recursos españoles se incorporen de verdad a los franceses, semejante logro del poder francés pueda ser contrarrestado. No titubeo en decir que tendrá que ser apartando los recursos de América Latina de los de España. Y (por lo menos desde este punto de vista) es una afortunada circunstancia que este estado de cosas ya se haya producido y que estemos en condiciones de aprovecharla.

Para su satisfacción, en diciembre de 1824 Canning ya había conseguido su objetivo. "La hazaña está lograda", declaró, "la fosa está cavada, la América española es libre. Y, si no manejamos de mala manera nuestros intereses, será inglesa".

La princesa Lieven, esposa del embajador ruso en Londres, informaba entusiasmada : "No puede usted imaginar cómo ha cundido aquí la locura a propósito de las empresas en Sudamérica [...].

Todo el mundo, desde las damas hasta el hombre a pie, arriesga dinero de bolsillo o sueldos en esas empresas. En una semana se han hecho grandes fortunas. Acciones en las minas de oro de Real del Monte compradas a 70 libras, se han vendido una semana después a 1.350. Las fortunas repentinas y la pasión por especular recuerdan al Mississippi Bank de los tiempos de la regencia". Se acordaron créditos que sumaban en total unos 20 millones de libras. Se crearon compañías mineras con un capital total de 14 millones de libras. Está demás decir que el hechizo no tardó en romperse. Pero Canning seguía exultante :

Es cosa hecha [...]. Los yanquis pegarán gritos de triunfos, pero son ellos quienes van a salir perdiendo con nuestra decisión. El grave peligro de la época -un peligro que la política del sistema europeo había alimentado- era la división del mundo entre europeos y americanos, republicanos y monárquicos. Por un lado, una liga de gobiernos desgastados ; por el otro, un rosario de naciones jóvenes con Estados Unidos a la cabeza. Nos hemos deslizado entre ellos y nos hemos plantado en México. Estados Unidos ha querido ganarnos de mano en vano ; y una vez más somos el vínculo entre América y Europa. Seis meses más... y el daño habría estado hecho.

Canning hizo despliegue de su acostumbrada brillantez y sofrenó la interferencia directa en los asuntos latinoamericanos con el argumento de que :

[...] conservar la monarquía en cualquier parte de Sudamérica tenderá a romper el impacto del divorcio inevitable, mediante el cual el Nuevo Mundo está a punto de separarse del Viejo [...].

Pero llevar la idea adelante como propuesta o proyecto nuestro está fuera de discusión. La monarquía en México o la monarquía en Brasil curarían los males de la democracia universal y evitarían que se trazara la línea que más me atemoriza : América versus Europa. Como es natural, Estados Unidos apunta a esa división y ambiciona la democracia que conduciría a ella.

Después de los años vacíos y desperdiciados por Castlereagh, Canning formulaba una política con visión de futuro, que garantizaba la eterna gratitud de los Estados latinoamericanos y, lo que es más importante, frustraba las tempranas pretensiones imperialistas de Estados Unidos.

Fuente : Robert Harvey en "Los Libertadores"

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