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6 juin 2013

El imperialismo nos está atenazando
Texto completo.

par Alberto Rabilotta *

 

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Cuando el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, anunció que su gobierno firmará un acuerdo de colaboración con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y que Colombia eventualmente entraría a esa organización belicista, a la sorpresa siguió una reflexión que ordenó partes del rompecabezas que faltaban en el diseño del destino que el decadente imperio estadounidense quiere asignar a Latinoamérica y el Caribe, o mejor dicho, a esos países de nuestra región que han osado adoptar políticas socioeconómicas que favorecen el desarrollo para reducir la pobreza.

Países que defienden la soberanía nacional para garantizar los márgenes necesarios de independencia frente al neoliberalismo, y que ponen parte de la dirección de este proceso en manos del Estado, de los gobiernos y parlamentos electos democráticamente, y peor aún, que consultan el rumbo a seguir con los movimientos sociales y parecen determinados a que Nuestra América sea per secula seculorum una región de paz, diálogo, equidad económica, justicia social, solidaridad y amistad entre pueblos hermanos.

La primera y básica reacción fue que con su declaración, Santos confirmó las denuncias sobre las injerencias y planes subversivos de EE.UU. y Colombia hacia Venezuela hechas recientemente por el gobierno del Presidente Nicolás Maduro. Y también que el conocido titiritero de Washington vuelve a mover los hilos de la agitación de las fuerzas reaccionarias para deslegitimar y derrocar a gobiernos electos democráticamente, como es el caso del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, el de Cristina Fernández en Argentina o el de Evo Morales en Bolivia.

Asimismo se refuerza, con la declaración de Santos, lo que muchos sospechaban, que la « tenaza » imperial está en marcha para crear las condiciones « legales » (en las cortes supremas, por ejemplo), de que seguirán las campañas mediáticas y políticas para sembrar la confusión, desestabilizar las sociedades y hacer retroceder los avances logrados en muchos de nuestros países, como por ejemplo en El Salvador.

Y es en ese contexto que Santos quiere formalizar una colaboración que el gobierno y los militares de su país tienen desde hace décadas con EE.UU. y varios países claves en la política imperial, que forman parte de ese bloque militar estando o no en la OTAN, como Israel, por ejemplo.
Sobre todo me remito al esclarecedor análisis sobre las implicaciones geopolíticas de la decisión del gobierno colombiano que hizo el doctor Atilio Borón [1], quien al mismo tiempo nos hace ver el otro elefante con el cual convivimos en el salón durante 15 años : « Hasta ahora el único país de América Latina « aliado extra OTAN » era la Argentina, que obtuvo ese deshonroso status durante los nefastos años de Menem, y más específicamente en 1998, luego de participar en la Primera Guerra del Golfo (1991-1992) y aceptar todas las imposiciones impuestas por Washington en muchas áreas de la política pública, como por ejemplo desmantelar el proyecto del misil Cóndor y congelar el programa nuclear que durante décadas venía desarrollándose en la Argentina. Dos gravísimos atentados que suman poco más de un centenar de muertos –a la Embajada de Israel y a la AMIA- fue el saldo que dejó en la Argentina la represalia por haberse sumado a la organización terrorista noratlántica. »

¿El « patio trasero » de la OTAN ?

Por mi parte veo que esta declaración de Santos fue hecha cuando en La Habana, Cuba, su gobierno negocia acuerdos con las guerrillas de las FARC para poner fin a algunos aspectos de la violencia política, económica y social que desde hace más de medio siglo marca la trágica historia de Colombia.

También en el momento en que se anuncia que la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) está elaborando una doctrina militar del Continente que busca precisamente liberar a las Fuerzas Armadas de Unasur de la dominación que EE.UU. ha ejercido sobre ellas a lo largo de las últimas seis décadas, y cuyo resultado ha sido la antidemocrática y sangrienta historia que han sufrido la mayoría de nuestros países.
Por todo esto, y lo que se me escapa, no es posible evitar ver un « carácter subversivo » en la posición de Santos, ni tampoco temer el resurgimiento a escala suramericana de las políticas que llevaron a disputas fronterizas entre países hermanos, al establecimiento de bases militares y a carreras armamentistas. Y a convertir a las Fuerzas Armadas en árbitro y opción de poder cuando se activan las fuerzas reaccionarias dirigidas por las oligarquías locales para revertir los cambios efectuados democráticamente por vía política y que favorecen a los sectores populares.

Por eso mismo me parece que hay muchos aspectos que estudiar a partir de la intención de Colombia de incorporarse a la OTAN, porque no importa la forma que se asegure tendrá esa participación, es difícil pensar que será pasiva, sea por la extremadamente violenta historia que caracteriza a los militares y grupos de poder en ese país, sino también por la voracidad que los intereses monopolistas y transnacionales tienen sobre los recursos naturales de Colombia y la región, que además de hidrocarburos –lo cual sería suficiente para despertar los instintos de rapiña imperial-, dispone en abundancia de agua dulce, metales preciosos, tierras arables, etcétera.

Una OTAN a « geografía y membresía variable »

Recordemos que en el norte de nuestro hemisferio tenemos en « residencia permanente » a dos miembros fundadores de la OTAN (EE.UU. y Canadá), que han quedado excluidos de la Celac pero para poder seguir teniendo alguna influencia sobre nosotros no dejarán que se hunda la OEA, ese antiguo « ministerio de colonias ».

También convivimos con otras dos potencias de la OTAN. Francia –que convirtió sus colonias en Guadalupe, Martinique y la Guayana francesa- en « territorios de ultramar »-, y Gran Bretaña con su ilegal ocupación del territorio argentino de Islas Malvinas, donde dispone de una base militar.
Dato importante, estas dos ex potencias imperiales han vuelto a cultivar su larga tradición en materia de « repartirse el mundo », como demuestra la irresistible tendencia que les aqueja a intervenir militarmente de manera directa e indirecta en el Oriente Medio y África : Libia, Siria, Mali, y con perspectivas de ampliarse a Irán.

O sea que es puro cuento eso de que la OTAN tiene una « zona geográfica » específica para su membresía o intervenciones militares conjuntas. A fuerza la tuvo durante la existencia de la Unión Soviética, por razones de estrategia militar y porque no había otra opción que adaptarse a la correlación de fuerzas de un mundo bipolar.
Desde hace dos décadas la realidad muestra que el área de intervención de este agresivo bloque militar del imperialismo es de « geografía y membresía variable », lo que le permite inmiscuirse y actuar donde y como quiera, con quien se deje inducir, pero siempre para proteger sus intereses y apropiarse de los ajenos.

OTAN-TPP, mismo combate y mismos objetivos.

La adhesión de Colombia a la OTAN, lo piense así o no el Presidente Santos, terminará siendo un brazo de la tenaza que ha puesto en marcha el imperio. El otro brazo es la negociación para incorporar a Colombia, Perú, Chile y México al Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP, su sigla en inglés).

Kintto Lucas, Embajador Itinerante de Uruguay para Unasur, Celac, Alba y la Integración [2], subraya la importancia de Unasur como « un bloque que más allá de las diferencias políticas o económicas de los países que lo integran, ha logrado levantarse como espacio de acuerdos y entendimientos desde la diversidad y ha generado un proceso integrador diferente », y que se trata de la « propuesta más importante de integración desde toda América del Sur » porque las anteriores –como Mercosur- « fueron condicionadas por el libre comercio, porque apostaban a eso, no a la integración ».

Sobre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el Embajador Lucas escribe que « surgió con la necesidad de consolidar un espacio amplio que promueva un proceso integrador desde la pluralidad latinoamericana, desde procesos más diversos y complejos, pero sin la tutela de Estados Unidos », y que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), « surgió como una propuesta frente a otro intento de imposición estadounidense como el Alca ».

Y enfatiza que « el mayor enemigo de la integración es el modelo de desarrollo () por ahora hegemónico (que) apuesta al libre comercio mal entendido, donde quienes dirigen el mercado terminan siendo las grandes corporaciones, la política comercial se basa en los tratados de libre comercio con las grandes potencias, tratados neocoloniales que van contra la integración y la política económica favorecen la especulación financiera, las importaciones y el consumismo. »

Por todo eso debemos analizar la declaración de Santos sobre la OTAN y la negociación de esos cuatro países para incorporarse el TPP en el amplio contexto de la « tenaza » de un imperialismo que en su etapa de « hegemonía explotadora » necesita incorporar a esos importantes países a un Acuerdo que tiene por objetivo la dominación estadounidense sobre toda la región del Pacífico, dando así la oportunidad de reconquistar una gran parte o la totalidad del « patio trasero » de EE.UU., nuestra región, del que recientemente y con tanto tacto diplomático habló el Secretario de Estado John Kerry.

Estados Unidos no está solo en este plan. El gobierno Conservador canadiense del primer ministro Stephen Harper tampoco aceptó la derrota del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), lo que explica las subversivas agendas de Ottawa y Washington hacia los gobiernos latinoamericanos que buscan rescatar su soberanía, como quedó en evidencia en el golpe de Estado contra el Presidente Manuel Zelaya en Honduras, y en las acciones subversivas contra las políticas de rescate de soberanía socioeconómica de los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, por ejemplo.

Canadá, cabe recordarlo, es el país desde donde operan muchas transnacionales del sector extractivo (mineras, petroleras, empresas de oleoductos, etcétera), y de manera creciente las firmas del sector financiero (bancos y firmas privadas de inversiones, compañías de seguros, etcétera) presentes en América latina y el Caribe.
Después de haber sido un país con un importante sector industrial –que no sobrevivió al Acuerdo de Libre Comercio con EE.UU.-, Canadá se ha convertido en un país cuyas grandes empresas –cotizadas en las bolsas y por lo tanto propiedad de la oligarquía financiera global-, dependen casi exclusivamente de la extracción de rentas en el exterior, aunque vale recordar que la educación para jugar ese papel comenzó hace muchísimas décadas, primero en los países del Caribe (con los bancos) y luego en Brasil (minería, generación eléctrica, etcétera) y México (petróleo).

No es un secreto en Ottawa que el gobierno Conservador defiende con uñas y convicción los intereses de esas transnacionales mineras que están provocando verdaderos desastres sociales y ecológicos en países latinoamericanos - Guatemala, Chile, Perú y Honduras, entre otros-, y también en Europa, África y Asia.

Ahora bien, si uno reflexiona un poco sobre los objetivos del TPP, como hicimos en el anterior artículo « Otoño del imperio y del capitalismo », es evidente que el principal objetivo de ese Acuerdo (que no será Tratado para evitar que sea discutido punto por punto, analizado y puesto a votación en los parlamentos) es imponer esa « hegemonía explotadora » del imperialismo estadounidense a toda la región del Pacífico con el evidente objetivo de impedir que se extienda el (hasta ahora) exitoso modelo chino de regulación capitalista mediante el intervencionismo y la planificación estatal.

Hacia América latina el TPP tiene por objetivo liquidar el modelo de desarrollo que el Embajador Lucas define como « más soberano, vinculado a la producción nacional, con la idea de cambiar la matriz productiva y dejar de ser solo países primarios exportadores, con una visión desde el sur, desde nuestros países ».

Por último, y para no dejar de lado otro actor importante de la rapiña neoliberal y socio de la OTAN, o sea los principales países de la Unión Europea, hay que destacar que aun jugando banda aparte –con la propuesta de un acuerdo de libre comercio entre la UE y los países de la Celac-, en la cuestión de fondo tienen una convergencia total con EE.UU., porque la única posibilidad de concretar su ambicioso proyecto es reimponiendo el neoliberalismo a rajatabla –el neoliberalismo al estilo de la prisión de Guantánamo, con « chaleco de fuerza » y grilletes- en nuestra región.

TPP y « hegemonía explotadora ».

El TPP no pertenece a la categoría de acuerdos de libre comercio del pasado. En tanto que pieza fundamental de la « hegemonía explotadora » se trata de una versión rígida, extremadamente vinculante e institucionalizada de « comercio administrado » entre países asimétricos, y al servicio exclusivo de los intereses de monopolios y transnacionales del país dominante. En suma, la potencia imperial dominando a países despojados de sus soberanías y reducidos a la categoría de “mercados”.
Estos países devenidos « mercados » están llamados a proporcionar sus recursos naturales, su inteligencia colectiva convertida en mano de obra barata, sus mercados de consumo interior, todo.

También deberán despojarse de toda intención fiscal que afecte a esos monopolios y transnacionales –la carga tributaria recaerá con doble fuerza sobre la población trabajadora local-, de toda intención de justicia social –los sindicatos que defienden a los trabajadores y los movimientos sociales que defienden el medio ambiente no son de la partida-, y en un espíritu de generosidad deberán hacerse cargo de las eventuales consecuencias ambientales y sociales de la acción depredadora de esos monopolios y transnacionales.

Un comercio administrado, pero no por los Estados y en beneficio del empleo, de las empresas nacionales o del desarrollo económico del país.
Nunca debemos olvidar que aun siendo menos restrictivo y explotador que el TPP, el Tratado de libre comercio de América del Norte (TLCAN, EE.UU., Canadá y México), nunca favoreció a México, el país con menor desarrollo. Esto es válido para los otros países latinoamericanos y caribeños que suscribieron acuerdos de libre comercio con potencias industriales.

La época del « tigre » mexicano.

Durante la negociación del TLCAN, a comienzos de los años 90, los « expertos » y ministros de México, EE.UU. y Canadá nos decían a periodistas y analistas económicos que cubríamos las negociaciones, en reuniones públicas y privadas, en entrevistas y seminarios, pero siempre con esa seriedad y aplomo que no admite la menor duda, que México « será el principal ganador », que « despegaría » y sería un « tigre » como los nacientes « tigres » de Asia, como Corea del Sur, Hong Kong o Taiwán. Del « dragón » chino que estaba incubándose todavía no se hablaba.

Los articulistas y « analistas » de respetadas páginas financieras remachaban con insistencia que con el TLCAN los mexicanos tendrían mejores salarios y empleos más seguros, y que el destino de México era el de ser la « locomotora » de toda América Latina.

Mis numerosas dudas –como analista y corresponsal de Notimex en una época en que teníamos acceso a los documentos y a los negociadores, una cosa que se extinguió poco tiempo después-, expresadas en diálogos y preguntas concretas a Jaime Serra Puche, Ángel Gurría y demás ministros y funcionarios mexicanos implicados directamente en las negociaciones, y a sus contrapartes estadounidenses y canadienses, no tenían la menor cabida en el triunfalismo de esa época.

Una década más tarde, a comienzos del milenio, Corea del Sur y la « atrasada » China pasaron a convertirse en potencias económicas regionales, y luego mundiales. Sus niveles de educación y de desarrollo social se habían disparado 20 años antes. Los ingenieros y funcionarios estaban formados, el orden social garantizaba una fuerza laboral disciplinada y apta para las tareas a venir.

Mientras tanto, y después de casi 20 años de libre comercio con el vecino estadounidense que era nada menos que la locomotora de la demanda mundial, México sigue siendo un país con poco desarrollo industrial propio.

Corea del Sur, por citar un ejemplo, inunda desde hace años los mercados mundiales con sus productos electrónicos y automotores. Las marcas LG, Samsung y Daewoo, o Kia y Hyundai, son omnipresentes en todos los países latinoamericanos.

A veces me gustaría preguntarle ahora a esos (ex) ministros mexicanos que negociaron en TLCAN en que mercados están los productos industriales concebidos y fabricados por industrias mexicanas que puedan competir con las firmas surcoreanas, taiwanesas o chinas.

El mundo a la inversa de los asiáticos.

El TLCAN, como pensábamos muchos, tampoco permitió a México solucionar los graves problemas sociales y económicos de base, entre ellos la pobreza, la educación, etcétera. Por experiencia y con pena no puedo dejar de pensar que la entrada de México en el TPP acentuará este declive.

El relativo éxito de Corea del Sur y de China, y anteriormente de Japón, en realidad se debe a que más allá de las enormes diferencias políticas, estos países asiáticos comparten una milenaria convicción de que el Estado y la organización social deben primar sobre la economía, algo que es anatema al neoliberalismo dominante desde hace más de tres décadas en el mundo occidental.

Se puede decir que en la práctica, sin cacareo y siempre con los respetuosos modales asiáticos, estos países nunca aplicaron o invirtieron los principios del modo de operación neoliberal, que consiste en achicar e inmovilizar el Estado, sus instituciones y el sistema político con el chaleco de fuerza de las reglas e instituciones del « sistema de derecho internacional » confeccionado para favorecer a los monopolios y transnacionales.

Como señalaban los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver [3], hace algún tiempo era perceptible que las transnacionales implantadas en esos países no necesariamente son parte integrante o responden como se debe a las necesidades del sistema imperial, y que quizás y sin saberlo estaban sirviendo a las estrategias de esas potencias emergentes y competidoras.
TPP al estilo de la prisión de Guantánamo, con « chaleco de fuerza » y grilletes.

Por eso el Presidente Barack Obama, que sin duda de manera consciente asumió la tarea de dirigir esta « hegemonía explotadora », impulsó la ampliación del TPP y un diseño que no deja escapatoria alguna a la rapiña rentista del imperio, porque inhabilita o directamente elimina los instrumentos que los Estados y las sociedades tienen a su disposición para ejercer su soberanía en esferas de importancia vital, desde la economía y el bienestar social hasta la protección del medio ambiente.
Es, en definitiva, la versión más radical y agresiva del utópico sistema neoliberal (que es distópico en su resultado), porque su objetivo es hacer imposible que cualquier gobierno signatario, salvo el de EE.UU. -que como se sabe solo aplica su Constitución, que le impide subordinarse a decisiones o reglas de otras jurisdicciones, extranjeras o internacionales, pero promueve el derecho de aplicar extraterritorialmente sus leyes-, pueda tomar medidas defensivas hacia las empresas de los países miembros para proteger el medio ambiente, a sectores económicos y empresas locales. O cambiar sus políticas fiscales o monetarias para proteger el empleo o la sociedad general, por ejemplo.

En definitiva, el TPP es la sumisión al dictado imperial, a las leyes estadounidenses, lo que en la práctica llevará –por ejemplo- a que los países signatarios se verán presionados u obligados a modificar sus leyes y constituciones de manera a permitir todo lo que esos monopolios y transnacionales pidan.

Y la lista de deseos es infinita, como las ansias de acumulación de la plutocracia que domina : derecho de explotación de recursos energéticos convencionales y del gas o el petróleo de esquito ; explotación a cielo abierto de los minerales ; privatización del agua o su control bajo derechos de extracción ; reducir a un mínimo las exigencias, trámites y evaluaciones de impacto ambiental en proyectos extractivos -incluyendo la construcción de rutas, oleoductos, gasoductos, depósitos y puertos-, en los proyectos industriales de alto riesgo o en explotaciones agropecuarias que utilicen semillas y animales genéticamente modificados, y sus consiguientes productos químicos de alto riesgo para el medio ambiente y la salud humana, y un largo etcétera.
En fin, es la consagración del « reino de la libertad » para las empresas monopolistas y transnacionales.

En el capítulo de la « protección a la propiedad intelectual », un terreno cada día más importante en el sistema imperial basado en la extracción de rentas, los países signatarios serán los veladores y ejecutores del respeto a esas reglas, que en la práctica implican no solamente una costosa dependencia, una posible interdicción –como cuando EE.UU. impone sanciones comerciales, como con Cuba e Irán-, y en todos los casos el entorpecimiento, impedimento y encarecimiento del desarrollo científico e industrial nacional.

La gravedad de la ampliación de los derechos de propiedad intelectual, que ha llegado a lo vivo, al genoma humano, a los genomas de todo lo viviente, sea animal o vegetal, está bien enmarcada en el caso de la empresa estadounidense Myriad Genetics, que patentó dos genes marcadores del cáncer de mama, como subraya el economista Joseph Stiglitz en su artículo « Vidas vs. Beneficios » (6 de mayo 2013, Project Syndicate), y en las patentes de semillas y ahora de animales genéticamente modificados de Monsanto y otras empresa, así como en los productos farmacéuticos (ver también de Joseph E. Stiglitz y Arjun Jayadev « La patentemente sabia decisión de la India », Project Syndicate del 8 de abril pasado).

Miremos al pasado para ver el retroceso.

Para ver el alcance del TPP vale la pena recordar que en el Acuerdo de Libre Comercio que Canadá firmó con EE.UU. en 1987, que sirvió de patrón para la subsiguiente ola de liberalización comercial, fue posible para el socio menor, Canadá, después de arduas negociaciones, proteger de la aplicación de ese Acuerdo –mediante su exclusión- a sectores de interés público (educación y salud, las contrataciones, compras y licitaciones para obras de infraestructura de los servicios públicos federales, provinciales y municipales) o productivos (sector lácteo y cría de aves ; la producción y comercialización de cereales).
Hace tiempo que esto dejó de ser el caso, ahora las exclusiones son casi imposibles, y lo serán aún más con el TPP.

Bajo el TPP los monopolios y transnacionales de EE.UU. podrán ejercer una vigilancia total de los mercados y emprender costosos litigios –contra el Estado signatario, empresas o individuos locales-, y en todos los terrenos imaginables, desde las subvenciones y restricciones nacionales (¿regionales ?) hasta la propiedad intelectual, pasando por la composición de origen de los productos, etcétera.
Litigios que serán resueltos por « árbitros » designados por las partes, pero que en su mayoría provienen, como se ha constatado en los litigios bilaterales -EE.UU. y Canadá-, de esferas influenciadas o directamente al servicio de las firmas transnacionales de abogados y expertos creadas en EE.UU., Canadá y los principales países europeos para litigar a su favor en materia de derecho comercial internacional en cualquier rincón del globo.

No es difícil, para quien cubrió algunos de esos litigios y las negociaciones comerciales, imaginar lo conflictivo y desgastante que será para el futuro de la integración suramericana el tener en su seno a varios países que responderán en primer lugar a las reglas del TPP.
El comercio intrarregional podrá sufrir por los reclamos y litigios que las transnacionales presentarán contra las « subvenciones » que hacen competitivos los productos finales o componentes de importación provenientes de empresas que utilizan los mecanismos regionales, o de los países vecinos que tienen políticas de estímulos fiscales o económicos a nivel nacional o regional, como es el caso con el petróleo venezolano.

¿Cómo evitar litigios y disputas entre países vecinos cuando se apliquen con mano de hierro las reglas sobre los contenidos de origen o de la propiedad intelectual en el informal comercio que caracteriza amplias regiones fronterizas ? ¿Cuál será la reacción a explotaciones extractivas permitidas en el marco del TPP que tengan graves efectos ambientales en las poblaciones y el medio ambiente de países vecinos ?
¿Cómo impedir que la corrupción, las componendas, la explotación y la violencia que marcarán esta utopia final del neoliberalismo traspase las fronteras nacionales, no alcancen las instancias regionales ? ¿Cómo pensar que Colombia, Perú y Chile pueden tener y operar simultáneamente dos políticas económicas contrapuestas ?
Gran parte de todo esto es válido para el resto de países que no están en el TPP pero deberán convivir y respetar las reglas del TPP en su comercio con países vecinos.

¿Qué sucederá cuando las políticas comerciales, de inversiones y de propiedad intelectual basadas en el intercambio justo y solidario entre los países de la región deban convivir con las políticas totalmente opuestas, basadas en la extracción de rentas, del TPP ? ¿Es esto posible o deseable ?

¿Cómo tratarán los países miembros del TPP las inversiones intrarregionales en energéticos, en transportes o en servicios financieros para la promoción agroindustrial, por ejemplo, que confieren ventajas a los países miembros ?

Por todo esto es lógico deducir que el TPP ha sido concebido como el antídoto contra lo que constituye el éxito de las principales economías emergentes, donde los Estados planifican o conservan un papel gestor en la dirección de los asuntos económicos y sociales.

La conclusión es que una presencia tan importante del TPP en América Latina –México, Colombia, Perú y Chile- servirá al imperio de plataforma para minar los esfuerzos de integración regional, crear constantes, costosas y desgastantes disputas comerciales y económicas.

EE.UU. y Canadá nunca abandonaron la idea de una Suramérica dominada por el neoliberalismo, y es evidente que ahora están jugando con los aliados que disponen en la región para impedir en la práctica una integración regional que descarte los principios neoliberales.
Pero una cosa es querer y la otra es poder. Nuevamente, como con el ALCA, el destino de la región depende de la determinación, de la movilización de los pueblos y de los gobiernos latinoamericanos.

Montreal, Canadá.

Alberto Rabilotta, Montreal, Canadá.

El Correo. París, 6 de junio de 2013.

* Alberto Rabilotta es periodista desde 1967, en México para la « Milenio Diario de Mexico ». Corresponsal de Prensa Latina en Canadá (1974)
Director de Prensa Latina Canadá, cobertura América del Norte (1975-1986). Corresponsal de la Agencia de Servicios Especiales de Información, ALASEI, (1987-1990). Corresponsal de la Agencia de Noticias de Mexico, NOTIMEX, en Canadá (1990-2009
Columnista bajo seudonimos (Rodolfo Ara y Rocco Marotta) de « Milenio Diario de Mexico » (2000-2010). Colaborador de ALAI, PL, El Correo, El Independiente y otros medios desde el 2009.

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Notes

[3Caos y orden en el sistema-mundo moderno, Giovanni Arrighi y Beverly J. Silver, edición Akal, páginas 284-85.

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