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1ro de marzo de 2007

¿Un nuevo éxodo?
Otra Iglesia es posible para América Latina.

 

Por Víctor Codina, sj *
Cuarto intermedio (Cochabamba) No. 78, Febrero de 2006.
REVISTA CLAR No. 2 • Abril - Junio 2006

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Los expertos aconsejan que no se comience un artículo con interrogantes. Pero en este caso creo necesario comenzar este ensayo no afirmando sino preguntando. Esto se comprenderá mejor al acabar de leer estas páginas.

El sueño del papa Juan

El papa Juan XXIII, hijo de campesinos pobres, que nunca renegó de su origen humilde, un mes antes de comenzar el Concilio Vaticano II que él mismo había convocado, dijo claramente que la iglesia del Concilio tenía que ser la iglesia de todos y todas, pero particularmente la iglesia de los pobres (septiembre 1962).

Pero como todos los profetas se adelantan a su tiempo y no son siempre bien comprendidos por sus coetáneos, tampoco el sueño de Juan XXIII fue tomado demasiado en serio por los obispos del Concilio Vaticano II, fuera de algunas excepciones, como la intervención profética del Cardenal de Bolonia Giácomo Lercaro que abogó por una conversión de la iglesia al Cristo pobre. Esto se explica porque los obispos y teólogos que jugaron un papel decisivo en la marcha del Concilio eran centroeuropeos, más preocupados por los problemas de la modernidad secular que por la pobreza. Tampoco la mayoría de los obispos del Tercer Mundo que tomaron parte del Concilio parecían demasiado conscientes de la pobreza injusta de sus propios países. Sólo un grupito de obispos del Tercer Mundo, liderados por Helder Cámara, se atrevió a lanzar un manifiesto profético pidiendo una conversión de la iglesia a los pobres.

El resultado fue que en los documentos conciliares apenas se hace mención al tema de los pobres y la pobreza [1] . Es más, cuando el Vaticano II habla de la iglesia como Pueblo de Dios en el capítulo II de la Constitución sobre la iglesia, no menciona el libro del Éxodo. Es todo un símbolo. Esto significa que el Vaticano II estaba más preocupado del Pueblo de Dios en cuanto realidad religiosa y eclesial (laós en griego) que en del pueblo mismo sin más (ójlos), que es el que en el Éxodo es liberado de su esclavitud y opresión de Egipto y al que Jesús le hace milagros.

América Latina redescubre el Éxodo

La situación de pobreza injusta y dependencia de los países ricos que vivía América Latina, hizo que, poco a poco, después del Vaticano II, su iglesia despertase y comenzase a releer el Éxodo con una especial sintonía. Como el clamor de los israelitas en Egipto llegaba al cielo y Dios se compadecía de sus sufrimientos y buscaba su liberación (Éxodo 3), así el clamor de los pueblos de América Latina llegaba ahora al cielo en busca de liberación. El tema de la liberación comienza a hacerse presente en la iglesia y la teología latinoamericana. No es una liberación únicamente de la esclavitud del pecado, sino ante todo una liberación de las situaciones de pobreza injusta que sufren los pueblos del continente. El Dios de la tradición bíblica está siempre más preocupado por el sufrimiento humano que por el pecado.

Para Dios el pecado es aquello que hace sufrir a las personas. Es significativo que la II Conferencia de obispos latinoamericanos, reunidos en Medellín para aplicar y recibir el Vaticano II, comience hablando del Éxodo. Es en el año 1968, el mismo año del mayo francés y de la primavera de Praga. Dice así Medellín en la Introducción a sus documentos:

"Así como otrora Israel, el primer Pueblo, experimentaba la presencia salvífica de Dios cuando lo liberaba de la opresión de Egipto, cuando lo hacía pasar el mar y lo conducía hacia la tierra de la promesa, así también nosotros, nuevo Pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas" [2].

Desde entonces en América Latina el Éxodo constituyó el paradigma liberador de la fe, de la iglesia, de la teología. Desde los documentos pastorales de los obispos a las comunidades de base, todos hablaban del Éxodo, aun con el peligro por parte de algunos sectores de simplificar excesivamente el paralelismo entre el Antiguo Testamento y el presente de América Latina, identificando a los dictadores con el faraón, a los líderes populares con Moisés, al Mar Rojo con el capitalismo que había que atravesar, la tierra de promisión con el socialismo…

Evidentemente el sentido profundo de la Pascua judía del Éxodo sólo llega a su plenitud desde la Pascua de la muerte y resurrección de Jesús, pero esto no anula el sentido profundamente humano e histórico del Éxodo, que fue una liberación social, política y económica. Jesús vino para darnos vida en abundancia (Juan 10,10) y para hacernos libres (Juan 8, 32), comenzando con la vida y la libertad más elementales que es el poder vivir una vida humana digna.

En ese entonces la iglesia de América Latina y el Caribe ha vivido un momento de gran vitalidad, con una clara opción por los pobres: los laicos y laicas se comprometen en las luchas por la justicia de sus pueblos, los sacerdotes se acercan a los marginados, la vida religiosa se inserta en medio de los sectores populares, los obispos defienden los derechos de los pobres y algunos de los obispos se convierten en verdaderos Santos Padres de América Latina, surge una reflexión teológica original y llena de vida en torno a la liberación, nacen las comunidades de base, se vive una espiritualidad liberadora, florece un numeroso grupo de mártires que dan su vida por el Reino siguiendo a Jesús.

Podríamos decir que el sueño de Juan XXIII de la Iglesia de los pobres, que no se pudo expresar en el Vaticano II, se plasmó en la América Latina de los años 60-80. Aun hoy, cuando se quiere reflexionar sobre lo que supuso la vida y la teología de estos años, se acude al paradigma del Éxodo [3].

Del Éxodo al Exilio

Pero en la década de los 90 las cosas comenzaron a cambiar. Ya en 1989, con la caída del muro de Berlín, se crea una nueva situación sociopolítica en todo el mundo. El capitalismo aparece como el triunfador de la contienda, el denominado Neoliberalismo se impone como el único camino de salvación. El Imperio Norteamericano se siente como una suerte de mesías universal, llamado por Dios para implantar en todo el mundo su propio estilo de vida. Se afirma que ya se ha llegado al final de la historia (Francis Fukuyama) y que en adelante todo será igual, siempre habrá más de lo mismo.

A esta situación post marxista se añade la post modernidad, con su carácter light: crítica a los grandes relatos, compromisos provisionales, razón débil, renuncia a las utopías, deseo de aprovechar el día y el instante (el "Carpe diem" del poeta latino Horacio), paso del mito de Prometeo al mito de Narciso, sustitución de la sociología por la psicología, búsqueda de una religiosidad tranquilizante y nebulosa (New Age), etc. Indudablemente también la post modernidad aporta valores positivos que luego recogeremos: una mayor sensibilidad hacia la cultura, la mística, el cuerpo, la afectividad y sexualidad, el género, la ecología, la vida cotidiana, lo pequeño, etc.

A este clima generalizado se une la situación eclesial de invierno post conciliar, que contrasta con la primavera eclesial del primer post concilio. Esta situación, que se inició ya en los últimos años de Pablo VI, se ha prolongado durante el largo pontificado de Juan Pablo II, aunque, como veremos luego, al final de su vida éste pareció darse cuenta de que había que revertir la situación.

Esta época coincide en América Latina con la caída de las dictaduras y la implantación de democracias débiles, el cese de la mayoría de las guerrillas, la falta de alternativas al sistema Neoliberal, la corrupción, la violencia e inseguridad ciudadana, el narcotráfico... Los países, aunque en su macroeconomía parecen crecer, en la práctica son cada vez más excluyentes de los sectores populares. Los pobres son cada vez más pobres: son los excluidos, las masas sobrantes, los insignificantes (Gustavo Gutiérrez), los "nadies" (Eduardo Galeano), las víctimas (Jon Sobrino). Esta situación genera un contexto totalmente diverso al de los años 60-80. El Éxodo parece ya algo lejano e imposible. Ahora no se sabe quién es el faraón, no hay Moisés, no se sabe qué mar Rojo hay que atravesar, no se divisa ninguna tierra de promisión. Por esto esta situación se asemeja más al exilio de Israel, a los años en que el Pueblo de Dios vivió en Asiria y Babilonia, sin reyes, ni templo, ni sacerdotes, creyendo que Yahvé les había abandonado y había dejado de cumplir sus promesas [4] .

Estos años constituyen para América Latina y la iglesia un tiempo de prueba, de silencio, de perplejidad, de impotencia, de desilusión, sin profetas, con peligro de abandonar los grandes ideales de Medellín de la iglesia de los pobres, de la liberación. Para muchos la liberación y el Éxodo es simplemente una moda que, afortunadamente, ya pasó. Pero este ha sido un tiempo fecundo de reflexión y de conversión, de resistencia, de cultivar la esperanza, como sucedió también a los Israelitas en el exilio. Para la iglesia latinoamericana, para muchas de sus cristianas y cristianos comprometidos, este tiempo de invierno y Exilio ha ayudado para una purificación, conversión al misterio pascual del Señor, profundización y apertura al Espíritu, radicalización en su opción por los pobres. La misma teología de la liberación, sin dejar de lado su opción evangélica por la liberación de los pobres, se ha abierto a otros temas: los indígenas y afroamericanos, las mujeres, las religiones, la vida en su riqueza poliforme, la cotidianidad, la ecología, la gratuidad, la afectividad y sexualidad, el cuerpo, la fiesta [5].

La esperanza nace en medio del fracaso del Exilio

Los israelitas en el Exilio reflexionaron sobre lo sucedido, purificaron su fe en Yahvé, hicieron memoria de la historia de salvación vivida y la recogieron en nuevos libros de la Escritura, releyeron a los profetas anteriores al Exilio, fortalecieron sus vínculos comunitarios, escucharon a los nuevos profetas como Jeremías, Ezequiel y sobre todo el llamado Segundo-Isaías [6]. Este profeta consuela al pueblo en nombre de Dios (Isaías 40,1-2), dice que Dios no se ha olvidado de su pueblo como una madre no se olvida de su hijo (Isaías 49,14-16), llama a Dios el defensor (Goel) del Pueblo (Isaías 41,14; 47,4; 49,26). Yahvé hará brotar ríos en los cerros pelados y vertientes en medio de los valles, convertirá el desierto en lagunas y la tierra seca en manantiales (Isaías 41,18). Los que fueron salvados en tiempo del Éxodo de Egipto, atravesando el mar Rojo, ahora volverán a Sión -Jerusalén- entre gritos de alegría (Isaías 51,10-11). Será un nuevo Éxodo.

Y, curiosamente, no son los jefes de Israel ni sus dirigentes religiosos quienes hacen retornar al pueblo a su patria, sino que Yahvé se servirá de un rey pagano, Ciro de Persia, quien vencerá a Babilona y liberará a los exiliados de su cautiverio. El profeta llama a este rey "ungido" (es decir mesías) (Isaías 45, 1) y "pastor" (Isaías 44, 28). El pueblo regresa a su patria lleno de alegría (Isaías 54-55) después de 48 años de exilio.

Pero algunos no quieren regresar, pues están bien instalados en el exilio. De los que regresan, algunos parece que no han aprendido las lecciones del pasado y vuelven a una religiosidad más ritual y legalista que vital. Otros se desaniman ante las dificultades con las que se encuentran en su patria desolada y ante la amenazas de otros Imperios enemigos. Pero el conjunto del pueblo de Israel experimenta la presencia salvífica de Dios en un nuevo Éxodo.

Otro mundo es posible

A comienzos del segundo milenio, en el año 2001, cuando el Neoliberalismo parecía más seguro y triunfante agrupando en Davos a sus dirigentes más representativos, 16 mil personas se reúnen en Porto Alegre (Brasil) para proclamar que "otro mundo es posible". En 2002 son 40 mil; en 2003, 70 mil; en 2004, 100 mil en Mumbay (India); en 2005, de nuevo en Porto Alegre, 155 mil de más de 150 países. En 2006 la reunión se descentraliza: Caracas (Venezuela), Bamako (Malí), Karachi (Pakistán). Es el llamado Foro Social Mundial.

Que miles de personas, hombres y mujeres de todos los países, de diversas culturas y religiones, de todas las razas, sobre todo de pueblos del Tercer mundo, se atrevan a desafiar el ambiente cerrado y hostil del Imperio Neoliberal y proclamen que no se puede seguir más por este camino de explotación y exclusión, es un acontecimiento histórico, una verdadera revolución pacífica, que unida a otros signos de protesta que han ido apareciendo en todo el mundo (las Contra-cumbres), indica que algo está cambiando en nuestro planeta.

Los pueblos pobres no soportan más la exclusión a la que los somete el sistema globalizador neoliberal. Las jóvenes y los jóvenes no quieren seguir viviendo al ritmo loco de un mundo que les cierra el camino al porvenir y destruye salvajemente la naturaleza. Las mujeres dicen basta a su marginación secular y a ser consideradas meramente como objeto de explotación, placer y consumo por parte del machismo. Los pueblos indígenas de Asia, África y América Latina desean participar activamente en la construcción de un mundo diferente.

El Foro Social Mundial constituye un hecho histórico significativo que los analistas sociales y políticos comienzan a estudiar [7]. Es una verdadera revolución pacífica, tal vez comparable al mayo del 68 estudiantil, que se resiste a aceptar que la situación actual sea irremediable, que no haya salida posible, que hayamos llegado al final de la historia.

Los postulados de la post modernidad de que los grandes relatos han desaparecido, de que sólo hay un pensamiento único, de que las utopías han muerto, de que no hay alternativa, de que sólo nos queda la resignación pasiva… parecen entrar en crisis.

Desde el punto de vista teológico y eclesial, el Foro Social Mundial aparece como un auténtico signo de los tiempos, como un tiempo oportuno, lo que bíblicamente se llama kairós, un tiempo de gracia. El Éxodo no ha pasado de moda, la liberación sigue vigente, el clamor de los pobres es más estridente que nunca, surge de nuevo la esperanza. Es un momento de presencia del Espíritu en todo el mundo.

Parece que, como el pueblo de Israel, estamos pasando del Exilio a un nuevo Éxodo [8]. Resurge la esperanza en medio del fracaso y la depresión.

Y como sucedió en el Exilio del pueblo de Israel, donde no fueron sus dirigentes religiosos o políticos quienes acabaron con aquella situación de cautiverio, sino el rey pagano de Persia, también ahora no son las iglesias ni las religiones las que llevan la vanguardia de este movimiento, sino que son la sociedad civil y los movimientos sociales y populares los que proclaman que debe acabar este tiempo de cautiverio y de exclusión mundial. La iglesia deberá escuchar su voz con humildad y dejarse evangelizar por el pueblo pobre. El Espíritu sopla fuera de la iglesia. Y la iglesia ha de discernir este signo de los tiempos [9].

El gigante dormido está despertando

En América Latina esta situación nueva se comienza a vivir con gran intensidad. Desde hace años se constataba que el pueblo pobre, campesino, indígena era como un gigante dormido que en cualquier momento podría despertar. Ahora el gigante está despertando, ha despertado [10].

Los movimientos sociales, populares, indígenas de toda América Latina despiertan de un letargo secular. Los zapatistas de México, los movimientos indígenas en Ecuador, Guatemala, Perú y Bolivia, están abriendo nuevos caminos de participación y de búsqueda de una nueva sociedad igualitaria, equitativa, inclusiva, respetuosa de culturas milenarias, de sus organizaciones, de la naturaleza, de su cosmovisión.

También están surgiendo líderes populares, que propugnan una izquierda que parecía ya enterrada con las derrotas de Salvador Allende en Chile y de los sandinistas en Nicaragua. Las figuras de Ignacio Lula, Hugo Chávez, Tabaré Vázquez, Néstor Kirchner y el triunfo reciente de Evo Morales en Bolivia, apuntan a un estilo nuevo de política y suscitan en el pueblo grandes esperanzas. Algo está cambiando también en América Latina. ¿Un nuevo Éxodo?

Todo esto no significa que el camino esté allanado en el futuro. Hay dificultades y problemas internos y externos. El Imperio no tolera que se lo cuestione, como ya sucedió con Cuba, el Chile de Allende y la Nicaragua de los sandinistas. Tampoco todos los sectores de la población que han disfrutado de sus beneficios están dispuestos a perder sus privilegios, como sucede en Venezuela y Brasil. Son como los israelitas que no querían dejar Babilonia porque estaban cómodos y bien instalados.

Tampoco se garantiza que la corrupción no penetre las filas de los nuevos gobiernos, como ha sucedido en Cuba y en Brasil, ni que no se vuelvan a implantar los viejos hábitos del pasado, como sucedió en Israel con quienes regresaban del Exilio. El camino está minado, lleno de dificultades y espinas, como también se presentó a los israelitas que volvieron a Palestina luego del Exilio.

¿Otra Iglesia es posible?

La situación de invierno eclesial que se ha vivido luego del Concilio ha dañado profundamente a la iglesia. En el mundo occidental la iglesia institucional ha perdido credibilidad, muchos católicos y católicas prescinden totalmente de las normas éticas que proclama el magisterio, disminuye la participación de fieles en las celebraciones dominicales, muchos sectores han abandonado la práctica sacramental, otros dejan silenciosamente la iglesia, aumenta el agnosticismo, hay crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas. ¿Se deberá esto únicamente a la modernidad secular?

En América Latina, aunque la situación de momento es diferente, algunos de estos síntomas comienzan a darse ya también entre nosotros y nosotras. El mismo Documento de participación hacia la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño reconoce que, en la práctica, se prescinde de Dios en la vida, emerge un laicismo militante, hay una agresividad nueva contra la iglesia, crece el número de los que abandonan la iglesia católica para ir a otras denominaciones [11].

Esta situación está pidiendo otro estilo de iglesia, una iglesia más evangélica y pascual en seguimiento del Jesús de Nazaret que predicaba que el Reino de Dios había llegado, una iglesia más preocupada por el pueblo todo que por aumentar los miembros del Pueblo de Dios, una iglesia más participativa, dialogante con las culturas y las religiones, toda ella corresponsable, sencilla y pobre, solidaria con los que sufren, respetuosa de las diferencias, sin discriminar a nadie, abierta a los signos de los tiempos que están surgiendo en la historia y que claman por "otro mundo posible".

Como ya hemos insinuado antes, el mismo Juan Pablo II, al final de su pontificado dio signos que apuntan hacia un nuevo estilo de iglesia: las conversaciones de Asís con los representantes de todas las religiones para trabajar por la paz y la justicia del mundo (1986 y 2002); el deseo de que las demás iglesias cristianas repiensen junto con él el papel del papado en la iglesia (carta encíclica Que todos sean uno, 1995, n 95-96), lo cual significa que se daba cuenta de que el actual estilo del ejercicio del primado romano se ha convertido más en objeto de división que de unidad entre los cristianos y cristianas; la petición de perdón, durante el jubileo del 2000, por los pecados de la iglesia sobre todo durante el segundo mileno; la exhortación a que toda la iglesia vuelva al espíritu del Vaticano II y a la opción por los pobres (Ante el tercer milenio, nn 36 y 51). ¿No pueden estos signos ser el anuncio de una nueva primavera que apunta tímidamente luego del duro invierno?

El pontificado actual del papa Benedicto XVI puede representar un cambio de rumbo, haciendo que muchos y muchas -como ha insinuado Hans Küng luego de su audiencia papal- pasen de una cierta decepción inicial a una nueva esperanza.

La V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, convocada para el 2007 en Aparecida (Brasil) puede convertirse también en un signo de esperanza, si todos y todas colaboramos a que su lema "para que nuestros pueblos en Él tengan vida" se pueda realizar plenamente, buscando ante todo el Reino de Dios y su justicia.

Y ahora los interrogantes

¿Serán todos estos incipientes brotes en la sociedad y en la iglesia signos de una posible primavera que apunta en el horizonte? ¿Hay algo nuevo que está naciendo en el mundo y en concreto en América Latina? ¿Estaremos ante un nuevo Éxodo luego del largo Exilio social y eclesial? ¿Se realizará el sueño del papa Juan de una Iglesia de los pobres al servicio del mundo? ¿O por el contrario, el viento helado del invierno quemará las tiernas yemas primaverales que comienzan a brotar?

Dejemos de momento los interrogantes abiertos. Aunque hay que confiar en el Espíritu del Señor que en última instancia dirige la historia, de la responsabilidad social y eclesial de todos nosotros y nosotras depende en gran parte el que este brote de utopía se vaya haciendo realidad.

* Víctor Codina Jesuita, escritor y teólogo, es profesor de la Universidad Católica
Boliviana en Cochabamba, ahurtadosj@yahoo.es

Notas :

Notas

[1Dos excepciones son el número 8 de la Constitución sobre la iglesia (Lumen gentium) y el número 1 de la Constitución sobre la iglesia en el mundo contemporáneo (Gaudium et spes) donde se alude a los pobres.

[2Medellín, Introducción, n 6.

[3L.C. Susin (ed). El mar se abrió: Treinta años de Teología en América Latina. Santander 2001.

[4V. Codina. Del Éxodo al Exilio. Cuarto Intermedio n 41, noviembre 1996, 59-71

[5P. Trigo. ¿Ha muerto la teología de la liberación? La realidad actual y sus causas. Revista Latinoamericana de Teología (San Salvador), n 64, enero-abril 2205, 45-74; n 66, septiembre-diciembre 2005, 287-313.

[6J. Vitorio. Proclamar la esperanza en medio del fracaso: Teología bíblica del Exilio. Christus (México), marzo-abril 2005, 10-16.

[7Ver, por ejemplo, Porto Alegre 2005: La liberación es posible. Éxodo (Madrid), números 78/79, mayo-junio 2005.

[8JMª Vigil, "Otro mundo es posible" ¿Otra democracia, otra sociedad, otro estilo de vida, otra manera de relacionarnos…son posibles? ¿Otra alternativa de vida?. Testimonio (Santiago de Chile), n 212, noviembre-diciembre 2005, 14-20. Todo este número de la revista Testimonio está dedicado al tema otro mudo es posible.

[9JB. Libanio. Otra Iglesia para otro mundo. Testimonio, l.c. 56-63.

[10X. Albó publicó en 1986, en el n 1 de la revista Cuarto Intermedio, un profético artículo con el nombre "Cuando el gigante despierte". En el n 77 de esta revista, en noviembre del 2005, se ha vuelto a publicar el artículo con el título "El gigante despierta" porque, transcurridas dos décadas, la realidad ha confirmado las intuiciones del pasado. Esto vale no sólo para Bolivia, sino para toda América Latina.

[11Hacia la V Conferencia del episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento de participación . 2005, 145-148.

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