Portada del sitio > Los Primos > Colombia > Un balance desastroso y vergonzoso para Colombia
Los logros del gobierno, a mitad de su mandato, poco lucen si se analizan sobre lo concreto, tomando como referencia que Uribe fue electo presidente con un programa de guerra para acabar con el movimiento guerrillero en los dos primeros años.
Por Insurrección
Colombia, 10 de agosto del 2004
En esta guerra se está utilizando el terror y la guerra sucia para intimidar y doblegar la voluntad popular. Se han intensificado las desapariciones forzosas, el desplazamiento y las ejecuciones de civiles ajenos al conflicto, que luego son presentados como guerrilleros dados de baja en combate. Testimonios de crímenes de este tipo abundan en todas las zonas de operaciones, el país y la comunidad internacional no los conocen porque los medios los tapan y la justicia los ignora.
A pesar de la ofensiva intensa en estos dos años, la guerrilla no ha sido derrotada, ni ha recibido golpes estratégicos que comprometan su futuro. Han sido debilitados algunos frentes guerrilleros y arrasadas zonas enteras, con un alto costo para la población, que es la más afectada con la acción combinada de las fuerzas militares del gobierno, de los paramilitares y la Fiscalía, esta última divirtiéndose con detenciones masivas, llamadas ’pescas milagrosas’.
Los que sufren las barbaridades de las fuerzas represivas convierten sus angustias y sufrimientos en odios que anuncian explosiones sociales.
Desde luego la guerrilla tuvo que adecuarse a las nuevas modalidades enemigas, y hacer ajustes tácticos, replantear líneas operacionales y ajustar sus movimientos a la nueva situación.
Este momento táctico y algunos golpes propinados a la insurgencia están siendo interpretados con triunfalismo por el gobierno, que los muestra en cifras, sacadas entre líneas, para concluir que está ganando la guerra. Propósito difícil, por los resultados reales y porque el conflicto interno es más que la guerra que conciben y enfrentan Uribe y sus acólitos.
Las medidas adoptadas por el gobierno para ganar la guerra, entre otras la militarización de la vida del país, la restricción de las libertades y derechos ciudadanos y el desvío del torrente de las finanzas públicas para ese fin, están trayendo graves repercusiones al agrandar el hueco fiscal, agudizar la crisis humanitaria, polarizar el país y, lo más peligroso, dar pasos hacia la dictadura civil.
El balance de estos dos años en lo social es desastroso. Los índices de desarrollo humano (IDH) cayeron en picada. Según datos oficiales del Departamento Nacional de Planeación, el 67% de los colombianos viven en la pobreza con ingresos inferiores a 69 dólares al mes y más de ocho millones sobreviven con menos de un dólar al día. Situación agravada con la privatización de la salud pública y el cierre de la mayoría de los hospitales por falta de recursos financieros.
A la economía del gran capital le ha ido bien. Los informes macroeconómicos registran que en estos dos años se reactivó y está creciendo cerca al 4% del PIB. De ser cierta esta tendencia, el crecimiento estaría vinculado a la esfera de la economía de exportación, las rentistas y la beneficiada con el incremento de la deuda externa. Porque los 30 millones de colombianos que reciben 69 dólares, entre todos ingresan menos de U$S 2.100 millones al mes, cifra que no puede dinamizar la economía ni hacer crecer el mercado interno.
En estos dos años también se disparó la concentración de la riqueza y la brecha entre pobres y ricos se hizo más grande, favorecida por las políticas fiscales del gobierno y la reducción de las cargas laborales, con el pretexto de estimular la inversión y crear nuevos empleos, lo cual resultó falso pues el desempleo sigue creciendo.
En cuanto a la paz el país no puede esperar un balance positivo. No fue incluida en las prioridades del gobierno de Uribe y fue la ausente en los cien puntos de su agenda. Esto es entendible, conociendo la lectura simplista y unilateral que tiene del conflicto interno y la concepción autoritaria con que maneja los problemas del país.
En su cabeza no cabe una solución política que tenga como base la justicia social, la democracia participativa, la dignidad y la soberanía nacional. Por eso le apuesta a la guerra y ha involucrado al país en ella, creyendo equivocadamente que al resolver el conflicto armado queda resuelto el conflicto interno, cuyas causas reales son de índole histórica y social.
Lo que intenta mostrar como dinámica de paz es la comedia en la mesa de negociación con narcotraficantes y paramilitares, que sin ser actores políticos les dio tal categoría para lavarles los crímenes atroces, legalizar las astronómicas fortunas y saldar sus deudas con la justicia.
El balance de los dos años de gobierno de Uribe es desastroso y vergonzante para el país de las mayorías. Y con sus pretensiones reeleccionistas, son muchos los ciclones que nos esperan a los colombianos y graves las repercusiones para el resto del continente.
En consecuencia, los colombianos no podemos permitir, con indiferencia y pasividad, que el país continúe hundiéndose a nuestros pies y naufraguemos en el mar de las desesperanzas, para que unos pocos sigan viviendo en puerto seguro. No podemos seguir desgastándonos, cada quien intentando llegar a la orilla por su propio esfuerzo.
A los grandes problemas que tiene Colombia acumulados hay que encontrarles salida propia, sumando los esfuerzos de los patriotas y direccionándolos hacia enfrentar las causas originarias, planteando la refundación del nuevo país donde impere la justicia social, se garantice el ejercicio de la democracia real, se defienda el interés nacional, se proyecte el desarrollo pensado en función de la equidad social y, por fin, los colombianos podamos vivir en paz.
Cada quien tenemos que hacer esfuerzos unitarios y pensando en el país de las mayorías señalarnos propósitos convenidos que recojan en un programa mínimo los principales problemas a resolver. Esto está a la orden del día y todos le debemos apostar, sin exclusiones e imposiciones, respetando las diferencias.
El ELN desde 1996 formuló la propuesta de Convención Nacional, como un proceso de encuentro con el país, con sus problemas y su gente, para entre todos pensar y tejer el nuevo país en torno a un gran acuerdo nacional.
Seguimos trabajando, propiciando acercamientos entre actores políticos y sociales, entre distintas lecturas de los problemas del país y posibles salidas a los mismos. Seguimos creyendo que en los acercamientos descubrimos que son menos las distancias y que estas es posible acortarlas cuando se pone al centro el interés nacional, el bienestar de las mayorías y el futuro de las nuevas generaciones.
Un nuevo país es posible, construyamos la nueva Colombia entre todos!