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28 de marzo de 2005

Típico caso para estudio sobre desinformación y propaganda de la prensa de los Estados Unidos

 

En este clásico artículo de propaganda norteamericana se puede desmenuzar la estructura de desinformación empleada por los medios de prensa modernos de ese país. Un estilo influenciado por el sport que tiene tanta importancia en la Universidades norteamericanas. Un estilo calificable de "runner line" o sea que guarda siempre un aparente rigor de análisis haciendo correr la información de un lado o del otro, pero siempre pegada, a la línea de la veracidad a fin de lograr marcar puntos contra un objetivo deseado.

Opinión:
Un Chávez para la casa, otro para salir

Por Tomas Eloy Martínez
El Nacional - Domingo 13 de Marzo de 2005
© The New York Times, 2005

Hace dos décadas, Venezuela parecía no existir para los diarios norteamericanos.

Durante meses no aparecía mención alguna a sus remezones políticos ni al éxito de sus explotaciones petroleras.

Cierta vez le pregunté al embajador de ese país en Washington a qué lo atribuía y me respondió que cuando no hay noticias es porque sólo hay buenas noticias.

Tarde o temprano tenían que pasar cosas, sin embargo, porque tanto las extremas diferencias sociales como la corrupción se aceptaban sin protestas, como si fueran fatalidades naturales.

El primer síntoma apareció en febrero de 1983, cuando la moneda nacional -el bolívar- se precipitó desde una meseta de estabilidad que había durado varias décadas hacia un foso sin término.

En las oquedades de los cerros, los almaceneros empezaron a despachar a través de una reja infranqueable. La clase media escondió sus joyas y sus relojes, los poderosos protegieron sus casas con muros de cemento, mientras los desposeídos avanzaron cada vez con más confianza sobre los rincones vedados de la capital.

Por fin llegaron. En febrero de 1989 se precipitaron sobre el valle de Caracas y empezaron el saqueo. Vaciaron las estanterías de los supermercados, zapatearon sobre el techo de los Mercedes Benz, irrumpieron en las cocinas de los restaurantes exclusivos y se treparon a los jets privados de los grandes empresarios.

El gobierno ordenó reprimir. Dos días más tarde, anunció que habían muerto 380 personas. En los cerros, sin embargo, fueron veladas más de 2.000.

Desde entonces, pero sobre todo desde 1999, cuando el comandante Hugo Chávez se hizo cargo del Gobierno -dejándose reelegir dos veces, la última a través de un referéndum- Venezuela aparece en los diarios norteamericanos y del mundo entero casi todos los días.

A mediados de febrero, The New York Times publicó la noticia de que el gobierno de Chávez estaba reforzando su poderío aéreo con 24 aviones de combate Super Tucano comprados a Brasil, los que se sumarían a los 10 helicópteros militares y a los 100.000 rifles de asalto que llegaron desde Rusia. La noticia alarmó al Departamento de Estado, no por el monto de la compra -nada excepcional- sino porque parte de esos embarques podrían caer en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

"Nos preocupa cómo Venezuela resguardará esos armamentos", dijo el vocero de la cancillería, en Washington.

"Pero sobre todo nos preocupa a dónde van a parar los rifles que van a ser reemplazados".

Las naciones tienen derecho a comprar todo aquello que puedan pagar, sin que nadie se inmiscuya. Pero lo cierto es que en la venta de las armas y en todo el espeso tejido de alrededor -tráfico de drogas, secuestro de personas, violencia incesante- hay más de un país involucrado.

No es un secreto para nadie que el presidente Hugo Chávez mantiene relaciones paternales con las FARC. De hecho, Rodrigo Granda, canciller del ejército guerrillero, fue visto varias veces mientras se desplazaba sin inquietud por los restaurantes de Caracas, antes de que lo detuvieran en Cúcuta, una ciudad colombiana de la frontera.

Chávez encabezó una de las marchas de protesta por la captura de Granda, que había sucedido, según él, dentro del territorio venezolano. La captura creó un incidente serio con el gobierno de Álvaro Uribe, que tardó semanas en ser zanjado. Apenas Granda quedó detenido en una cárcel de Bogotá, se supo que podía estar involucrado en el secuestro y asesinato en Asunción, Paraguay, de Cecilia Cubas, hija del ex presidente paraguayo, Raúl Cubas Grau -lo que dejó a Chávez en posición desairada.

Lo menos explicable de todo es que, mientras el mandatario venezolano clamaba contra la prisión de Granda, el litoral de su país era arrasado por tempestades que se cobraron, hasta ahora, 60 muertos. Es la segunda sucesión grave de tormentas.

En la primera, seis años atrás, toda la costa próxima a la capital quedó convertida en un yermo arenoso. Se destinaron 600 millones de dólares para ayudar a las víctimas, pero nadie sabe en qué se gastaron.

La inseguridad, el desempleo y la miseria que siguen aquejando a los habitantes de esa región se han convertido en un símbolo de la ineficacia con que Chávez gobierna. Todo lo que el Presidente pregona hacia fuera se parece muy poco a lo que sucede por dentro.

Sobre las lluvias del pasado han caído las del presente. Las miles de familias sin vivienda que fueron asentadas en otros rincones del país regresaron casi todas a la costa, aventadas por el desamparo.

Ahora, las lluvias están obligándolas a marcharse otra vez.

En el año 2000 se anunció la construcción de 7.000 nuevas casas. Las pocas que se levantaron terminaron cayéndose sobre los ocupantes. Indignado por su propio fracaso, el Presidente le echó la culpa del desastre a los países que no habían firmado el Protocolo de Kyoto para la protección del medio ambiente.

Parecía un sarcasmo, porque Venezuela no firmó. Quiso hacerlo, pero no figura en la lista porque se olvidó de pagar lo que le tocaba. El país derrama dinero, pero nadie sabe dónde.

Hace ya tiempo que Chávez y las FARC tienen entre sí lazos cuya extensión se desconoce. Por si eran necesarias mayores confirmaciones, algunos detalles del pacto secreto que los une fueron revelados hace un par de meses en un libro de Guillermo Fernández de Soto, ex canciller de Colombia durante el gobierno de Andrés Pastrana. Al libro, titulado La ilusión posible, se suman las declaraciones recientes del ex jefe de Inteligencia de Chávez, coronel Jesús Urdaneta, quien ofreció aportar pruebas de esos vínculos.

Unirse a las FARC entraña un riesgo gravísimo para Venezuela, porque el ejército irregular más poderoso de América Latina no sólo trafica con armas y seres humanos, sino que también se alimenta de los infinitos brazos del tráfico de drogas.

Aquel embajador en Washington tenía entonces razón: que Venezuela exista demasiado como noticia puede ser presagio de malas noticias.

© The New York Times, 2005


Fuente Informacion:
Pedro José Garcia Sanchez

pjgarcia@u-paris10.fr

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