Accueil > Empire et Résistance > « Gringoland » (USA) > Qué espera Argentina de un segundo mandato de Bush, según ellos
By Roberto Russell
De Foreign Affairs En Español, Enero-Marzo 2005
OPINIÓN PÚBLICA Y GOBIERNO
Las elecciones en Estados Unidos fueron vividas de manera distinta por la opinión pública y el gobierno de Argentina. En el primer caso, razones de orden moral e ideológico volcaron abrumadoramente a la población argentina a favor del Partido Demócrata. Como en la mayor parte del mundo, y con similar dosis de exceso, se esperaba que el triunfo de Kerry condujera a una modificación significativa de las orientaciones de la política exterior estadounidense y que diera a Estados Unidos una nueva oportunidad para ejercer su liderazgo restaurando alianzas, forjando consensos y contemplando los intereses de los otros.
La intervención del gobierno de Bush en Irak y el tipo de políticas a las que dio prioridad para hacer frente al terrorismo acrecentaron el sentimiento antiestadounidense, que siempre fue pronunciado en el país del Cono Sur. Según un estudio publicado en octubre de 2004 por la firma Latinobarómetro, Argentina es la nación donde se registra la peor opinión sobre Estados Unidos entre los 18 países latinoamericanos sondeados. Sesenta y nueve por ciento de la población tiene una imagen negativa y tan sólo 3% lo considera el país más amigo del mundo. Así, la noticia de que Bush seguirá cuatro años más al frente del Ejecutivo estadounidense, de la mano de una fuerte ola conservadora, causó desilusión, rechazo y enojo. Literalmente, para muchos fue la materialización de una pesadilla.
Por el contrario, el gobierno de Kirchner siguió las elecciones con sentimientos encontrados. Sin duda, su corazón, ideas y metas están más cerca de los demócratas que de las visiones y políticas que hoy sustenta el Partido Republicano : corrido fuertemente a la derecha y con una cuota creciente de mesianismo. Sin embargo, nunca ocultó su preocupación de que un cambio de gobierno en Estados Unidos abriera una situación de impasse en la relación bilateral, justo en el momento en que Argentina está a un paso de definir las negociaciones de su deuda por default con los acreedores privados. La fecha del canje fue el 29 de noviembre y debería concluir el 17 de enero, tres días antes de que Bush asuma su segundo mandato. También pesaba en contra de Kerry la inquietud de que los demócratas incorporasen dificultades adicionales a las ya enredadas negociaciones comerciales hemisféricas o alentasen una política más proteccionista que pusiera nuevas trabas a las exportaciones argentinas a Estados Unidos. Un elemento adicional, de gran importancia, inclinaba igualmente la balanza a favor de los republicanos ; a partir de la toma de mando de Kirchner en mayo de 2003, los gobiernos de los dos países fueron creando un clima de entendimiento mutuo, que constituye un capital significativo para Argentina.
Los resquemores iniciales existentes en algunos círculos oficiales y privados de Washington de que Argentina formara parte de un "eje" latinoamericano opuesto a Estados Unidos se disiparon tan pronto como habían surgido. Además, Kirchner siempre se cuidó de no dirigir sus críticas en forma directa al gobierno de Bush. Ha responsabilizado al Fondo Monetario Internacional (FMI) por la debacle económica argentina, y sus cuestionamientos a la guerra elegida por Estados Unidos en Irak se han construido sobre la base de la necesidad de fortalecer a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y al multilateralismo en general. Por su parte, la administración Bush, si bien adoptó una posición de frialdad distante respecto de Argentina durante los meses previos a la crisis de 2001 y a lo largo de casi todo 2002, dio más adelante decisivos y oportunos apoyos a las autoridades económicas argentinas en sus negociaciones con el G-7 y los organismos multilaterales de crédito. Asimismo, hizo todo lo posible para que las diferencias políticas bilaterales entre los dos países, primero con Duhalde y luego con Kirchner, no contaminasen ese proceso de negociación. En este marco, el triunfo de Bush fue recibido por el gobierno argentino con una mezcla de alivio y cautela, lo cual permite suponer que no habrá sorpresas en el campo comercial y que Argentina podrá seguir contando con el apoyo de Washington ante el FMI y con su no interferencia en las negociaciones con los acreedores privados.
BAJAS EXPECTATIVAS Y POCAS ESPERANZAS
Luego de la reelección del candidato republicano, el canciller argentino, Rafael Bielsa, pronunció una frase que ayuda a poner en contexto la relación argentino-estadounidense y a reflexionar sobre las expectativas que hoy genera en Argentina un segundo mandato de Bush. Dijo lo siguiente : "Logramos establecer con Estados Unidos una relación donde, por un lado, nos hacemos cargo de la relativa indiferencia que les suscitamos, y por otro, se logró convivir con respeto las diferencias que son insalvables, con una maximización de las cosas en las que estamos de acuerdo".
Por sí sola, la disminuida relevancia estratégica de Argentina para Estados Unidos hace que el gobierno de Kirchner mantenga bajas expectativas sobre lo que puede ofrecerle la segunda presidencia de Bush. Ellas se circunscriben en lo fundamental al plano económico y financiero, donde se espera más de lo mismo. Por si hubiera alguna clase de dudas, dos días después de las elecciones, el embajador estadounidense en Buenos Aires, Lino Gutiérrez, se encargó de fijar límites claros a esas expectativas al afirmar que su gobierno quiere seguir ayudando a Argentina, pero que ello no implica abandonar al FMI, al G-7 y a la economía internacional.
Al mismo tiempo, el presidente Bush ratificaba en Washington durante su primera conferencia de prensa postelectoral el rumbo de su política conservadora, indicando que no está dispuesto a reparar daños o rectificar posiciones ni a poner en su agenda parte de las críticas que le llegan desde el exterior y de la gran cantidad de ciudadanos estadounidenses que no votaron por él. Esta actitud no da pie para alimentar demasiadas esperanzas, entendido este término como un estado de ánimo en el cual se presenta como posible lo que deseamos. Antes bien, la sensación que sus dichos dejan es que segundas partes pueden ser peores. Así, las naturales manifestaciones de lo que el mundo espera de Estados Unidos tras cada elección presidencial han sido esta vez reemplazadas, en Argentina como en toda América Latina, por meras expresiones de deseos que van en dos direcciones. Por un lado, por la idea de que a partir de este momento Bush gobierne contemplando su papel en la historia, cuyo verdadero curso, como siempre sucede en estos casos, lo establece quien habla o escribe. Es altamente probable que el presidente de Estados Unidos asuma con entusiasmo y vigor una renovada misión histórica, como lo es también que le imprima un rumbo que concuerde con lo hecho hasta aquí y con lo que opina al respecto la mayoría de quienes lo eligieron y no con lo que sus críticos esperan. Por otro lado, se apela a la elaboración de una especie de lista de aspiraciones incumplidas que no parecen tener otro futuro que el de una nueva frustración. A modo de ejemplo, vale citar algunas de las que han aparecido en los diarios argentinos luego de los comicios : que el nuevo gobierno de Bush busque una solución satisfactoria para el conflicto de Irak, que ponga fin a la violencia y al caos ; que no dé su espalda a la ONU ; que restaure las dañadas relaciones con sus aliados europeos ; que defienda y promueva la democracia y las libertades civiles tanto en su país como en el mundo ; que rectifique su política de derechos humanos ; que modifique su posición adversa al Protocolo de Kyoto ; que preste mayor atención a los problemas de América Latina, y que reduzca las barreras arancelarias o disminuya los subsidios agrícolas que distorsionan el comercio y amplían la brecha entre los países ricos y pobres.
Según se aprecia, esta línea de análisis no lleva a ninguna parte. Bush seguirá con su idea de la "historia" y la nómina de aspiraciones que el mundo le pueda presentar respecto de lo que se espera de su nuevo mandato tendrá oídos sordos en casi todos los casos. El presidente de Estados Unidos es la cabeza de un movimiento conservador que ve al mundo más como una amenaza que como oportunidad. Resulta, por tanto, más provechoso exponer algunos de los principales problemas que su visión y políticas encierran con la esperanza, siempre pequeña, de que Washington los ponga dentro de su radar, por razones prácticas y no necesariamente morales, y de que el peso de los hechos lo lleve a reconsiderar algunas cosas.
Bush tendrá que gobernar un país partido en dos y aislado en buena medida del mundo como consecuencia de lo realizado durante su primer gobierno. Hoy cuenta a un tiempo con una legitimidad de origen de la que carecía en la etapa anterior y con un poder fortalecido, sobre todo el gobierno federal, pero con menor confiabilidad y reputación como líder mundial, no sólo entre sus adversarios, sino entre sus aliados más cercanos. La continuidad de una política exterior con rasgos neoimperiales que procura establecer patrones de conducta para los demás, determinar unilateralmente amenazas y dictar justicia por mano propia seguirá minando su liderazgo, debilitará, en Estados Unidos y en el mundo, los principios liberales que procura defender y terminará generando no sólo rechazo sino una mayor oposición. También contiene para el país tres peligros claros : la disminución de su identidad democrática, el agravamiento de su pesado déficit fiscal y su excesiva extensión en el plano internacional.
En América Latina, la actual definición de su agenda en materia de seguridad será una fuente de desencuentros con la región. Ya desde los últimos años de Clinton, la política de Estados Unidos hacia el continente ha estado más en manos de los militares que de funcionarios civiles, una situación que se hizo aún más evidente tras el 11 de septiembre. La lectura prevaleciente en América Latina es que la reelección de Bush no hace más que ratificar el papel dominante del Comando Sur en la formulación y ejecución de esa política y, con ello, tiende a desvanecerse toda esperanza de que Estados Unidos adopte una visión más política y amplia de los problemas latinoamericanos. A esto se refiere en gran medida el canciller Bielsa cuando habla de las diferencias "insalvables". El punto es que si permanecen como tales, sin que las dos partes acerquen sus posiciones, las cosas sólo empeorarán. La experiencia democrática de los últimos años ha facilitado que numerosos países de América Latina asuman una mayor responsabilidad en la gestión de crisis regionales, como lo muestran las medidas que se han llevado a cabo recientemente en Bolivia, Haití y Venezuela y la decisión tomada por el Grupo de Río durante su reunión de noviembre en Brasilia para ayudar a Ecuador a superar sus actuales dificultades políticas. Existe una renovada disposición a la acción colectiva, todavía frágil pero creciente, que ofrece a Estados Unidos una oportunidad importante de impulsar y fortalecer este proceso con recursos económicos y cuadros civiles.
Por último, Bush encontrará en Argentina un gobierno menos volcado hacia el pasado, más sereno y centrado en la gestión de los numerosos problemas del país. En parte por necesidad y en parte por convicción, Argentina procurará la consolidación del patrón de relaciones positivas con el gobierno de Bush, que comenzó a construirse tras la crisis de 2001, sin renunciar a su autonomía. A partir de enero de 2002, el país ocupará por dos años un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde esta voluntad de independencia se pondrá sin duda a prueba. A nadie escapa en esferas diplomáticas argentinas — y aquí estamos en el terreno de las expectativas negativas — que la continuidad de una política conservadora durante el segundo mandato de Bush hará más palpable las diferencias existentes entre los dos países sobre el modo de conducir los asuntos exteriores, tanto en el plano mundial como hemisférico, y que, dada la enorme asimetría de poder entre las partes, Argentina puede verse sometida a fuertes presiones estadounidenses en la lógica de "con nosotros o contra nosotros". De todos modos, el gobierno de Kirchner parece dispuesto a dar la batalla si se diera el caso, tal como lo hicieron Chile y México en su momento cuando se discutió la intervención en Irak.