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26 janvier 2004

Paramilitares en Guatemala : Una tragedia indígena.

par Marcelo Colussi

 

Guatemala es el país del continente americano con mayor porcentaje de población indígena. Si bien los datos disponibles son confusos (el racismo dominante no permite tener un censo preciso al respecto), al menos dos tercios de los habitantes son de origen maya.

Es esta población la que se encuentra más postergada : los peores índices de desarrollo humano, las regiones más pobres, todo ello coincide justamente con esta población. Son ellos, los mayas (varones fundamentalmente, pero también familias enteras : mujeres y niños), la mano de obra barata y no calificada para la explotación agroexportadora de las grandes haciendas (azúcar y café) o, en el caso de las mujeres, la servidumbre, tanto para la oligarquía tradicional como también para la clase media urbana.

La población maya, heredera de un pasado glorioso ya perdido en los tiempos (una de las tres civilizaciones precolombinas más monumentales), se encuentra hoy, como producto de la conquista y posterior explotación de la corona española, marginada en sus propias tierras. Los mejores terrenos del país quedaron para la agroexplotación extensiva, por lo que aquélla fue siendo confinada a través de los siglos a las zonas más escarpadas, de más difícil acceso. Hoy por hoy está formada casi exclusivamente por pequeños agricultores de sobrevivencia (maíz y frijol), con unidades de una o dos hectáreas, en lugares faltos de mejoras : malos o inexistentes caminos, en muchos casos sin energía eléctrica ni agua potable, con escasos o nulos servicios de salud y educación.

Esa población, casi sin representación política en la administración central (apenas dos indígenas entre todos los ministerios y secretarías y un pequeñísimo puñado de legisladores entre más de 160 no indígenas), aunque mayoritaria en número invisibilizada en la cultura dominante (se dice « indio » por sinónimo de « tonto »), fue y sigue siendo el referente básico de las luchas por una sociedad más justa en este atribulado país, con estructuras aún casi feudales en muchos casos. El movimiento guerrillero (intelectual-urbano) surgido en los años 60 del pasado siglo tuvo en el campesinado indígena su principal sujeto ; de hecho fue su base social y su principal proveedor de cuadros. Era, como dijera Mao Tse Tung refiriéndose a la base campesina de cualquier revolución, « el agua donde se mueve el pez » para los insurrectos armados.

Y justamente la estrategia contrainsurgente impulsada por las fuerzas armadas locales y su mentor : el gobierno de los Estados Unidos de América, buscó « quitarle el agua al pez ». La consecuencia de ello fue la militarización absoluta del área rural guatemalteca, con una lógica maniquea de « buenos » y « malos », de « salvadores de la patria » contra ’terroristas subversivos’. Por espacio de dos décadas nadie pudo salvarse de esta dinámica. Una vez más la población maya puso el cuerpo, el sufrimiento, el dolor.

No debe verse el conflicto armado que azotó Guatemala por espacio de 36 años -en una lectura quizá paternalista, cuando no ideológicamente criticable, o incluso peligrosa- como una guerra entre ejército y guerrilla donde los « pobres indiecitos » quedaron atrapados. Es cierto que para el campesinado maya no había muchas opciones : militarizado que fuera su espacio debió luchar. Y luchó. Claro que la respuesta del estado fue masacrarlo impunemente, como civiles potenciales guerrilleros ; y la saña de esa represión se montó sobre el ancestral racismo de las clases dominantes y su ejército cipayo, de composición criolla con tropa de origen en muchos casos maya, pero siempre con una ideología absolutamente discriminatoria. De todos modos, como colectivo, los pueblos mayas fueron parte de la historia, sujetos activos, y no simplemente marionetas de un conflicto externo que no les correspondía.

Ahora bien : en ese conflicto -que alcanzó ribetes de una crueldad indecible- ningún habitante del altiplano guatemalteco (la zona de asentamiento maya por excelencia) pudo quedar al margen. Hubo quien luchó y se fue a la guerrilla ; hubo quien salió al exilio en México. Y hubo también quien quedó bajo la órbita del ejército como fuerza paramilitar. Este último grupo de población en cierto sentido también fue víctima de la historia, aunque en realidad fueron victimarios, los hechores de la represión contra su mismo pueblo maya. De esta manera, en este entrecruzamiento perverso de mayas contra mayas, puede decirse que la historia de la reciente guerra de Guatemala es una verdadera tragedia indígena.

Como parte de la estrategia contrainsurgente en los años más álgidos del conflicto armado el ejército puso en marcha un plan de formación de fuerzas paramilitares en tanto apoyo de su iniciativa represiva. Se les llamó Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) y estaban conformadas supuestamente por población no combatiente que en forma voluntaria participaba en el control de sus comunidades contra el ataque de la guerrilla. Aunque en realidad nada tuvieron ni de voluntarias ni de civiles : se forzaba a su participación (en el área rural no hubo varón en la época de la guerra que no haya sido obligado a patrullar ; la no aceptación de esto convertía inmediatamente al rebelde en un enemigo guerrillero), y por otro lado, si bien estaban constituidas por civiles -campesinos mayas- toda su logística y su accionar era parte sustancial del proyecto militar. Se calcula que llegó a haber alrededor de un millón de patrulleros. De esta forma el conflicto se « esparció » entre los civiles, no pudiendo nadie quedar al margen de lo que sucedía, y así el ejército no debió cargar con todo el peso de la contraofensiva. Esto no sólo por cuestiones estrictamente militares sino, ante todo, como respuesta política al proyecto transformador que impulsaba el movimiento revolucionario. « Quitarle el agua al pez » significaba proponer otro discurso al llevado por la izquierda, aniquilar cualquier forma de organización popular, aterrorizar a los campesinos para que no pensaran ni remotamente en sumarse al proyecto transformador. Ese fue el papel que vinieron a cumplir las patrullas, auxiliadas en buena medida por las iglesias neoevangélicas que para la década de los 80 comienzan a invadir Latinoamérica como parte de la lucha que Washington desplegaba contra el ’comunismos internacional’ (más que iglesias, en realidad mecanismos de enfrentamiento a la teología de la liberación católica y a los procesos populares en marcha).

El accionar de estas fuerzas paramilitares fue brutal, despiadado. A ello obligó el ejército, y si bien muchos civiles prefirieron huir, desertar, enmontañarse, una buena cantidad terminó haciendo suya esta pedagogía anticomunista que desarrollaban las fuerzas armadas del estado. Las violaciones más tremendas que se puedan imaginar (masacres, torturas, violaciones de mujeres, robos, secuestros) figuran entre sus prácticas. En buena medida el genocidio del pueblo maya que tuvo lugar en sus montañas más remotas fue perpetrado por mayas, por los patrulleros de autodefensa civil.

Terminada la guerra en diciembre de 1996, formalmente estas fuerzas se disolvieron ; ningún arma quedó en su poder, y su organización civil perdió efecto. Si bien ningún mimbro de las disueltas patrullas cobró algún dinero del estado como compensación por el trabajo realizado, jubilación o seguro de ningún tipo, de todos modos sus dirigentes nunca perdieron contactos con el ejército. De hecho siguieron en pie, si bien no armadas, siempre como una instancia de control e intimidación. El auge de los linchamientos acaecido en lo que fuera el teatro de operaciones bélicas durante la guerra luego de su formal finalización (con un pico máximo hacia 1999, con un promedio de uno semanal) no está desvinculado del accionar de estas fuerzas. Su « justicia » (pasó a ser común la lapidación de rateros, o simplemente de sospechosos, muchas veces quemados vivos) fue una manera de recordar quién sigue teniendo el poder, un recordatorio que « la guerra anticomunista » no terminó del todo en Guatemala.

Cuatro años después de la firma de la paz, con el arribo al poder ejecutivo del partido Frente Republicano Guatemalteco -FRG- formado y liderado por uno de los principales caudillos militares de la guerra, el golpista general Ríos Montt, actualmente acusado de delitos de lesa humanidad, hacia el año 2000 las patrullas de autodefensa civil vuelven a cobrar protagonismo, aunque ahora como supuestos cuidadores del orden comunitario local. Y hacia fines del período de esta administración, en el transcurso del 2003, una vez más ponen la nota en el escenario político nacional : como parte de la estrategia proselitista del partido de gobierno comienzan a reclamar su pago por los « servicios prestados a la patria ». La movida consistió en asegurarles un resarcimiento fraccionado en varios desembolsos, uno antes de las elecciones (que de hecho se dio en octubre a unas 300.000 personas) y otros sujetos al triunfo del FRG, en el nuevo período ya en el 2004. Dicho en otros términos : una forma de chantaje, de manipulación clientelista. El partido de Ríos Montt fue derrotado en las urnas, pero los compromisos firmados con la dirigencia de las patrullas pasaron a ser acuerdos de estado, por lo que la nueva administración se encuentra con esta herencia caliente. Es incierto pronosticar cómo seguirá esta historia, pero no hay dudas que los ex patrulleros pasaron a ser hoy un monstruo que, en cierta forma, se salió del control de sus creadores.

¿Se debe pagar esta recompensa ? ¿Son los ex patrulleros de autodefensa civil víctimas del conflicto interno, y por tanto merecedores de una reparación ? ¿En qué medida continúan siendo manipulados por los sectores militaristas nostálgicos de la Guerra Fría como un elemento de provocación y control social ?

Si bien el resarcimiento de las víctimas fue parte fundamental de las recomendaciones que la Comisión de la Verdad encargada de investigar los años de guerra hiciera al estado guatemalteco hace ya cinco años, ninguna de las dos administraciones que hasta ahora se sucedieron en el poder hizo efectiva esta medida. Hacia fines de su mandato el FRG, más por las presiones externas y como medida cosmética que por convicción genuina, estableció una ley que atiende la problemática, dirigida no a los patrulleros sino a las que se considera sin dudas víctimas de la guerra interna : discapacitados, viudas, huérfanos, desplazados que perdieron sus pequeños terrenos. Paradojas del destino : ninguna de estas categorías de afectados ha cobrado un centavo al momento, ni ha recibido apoyos compensatorios en forma de proyectos, servicios o algún tipo especial de prestación estatal. Pero los perpetradores de tantas masacres como fueron los patrulleros sí, y quedan pendiente aún dos nuevas cuotas.

Sin ningún lugar a dudas la estrategia anticomunista funcionó, y sigue funcionando en el tiempo. « Divide y reinarás » había enseñado Maquiavello ; eso fue lo que hicieron los diseñadores de las campañas contrainsurgentes que ensangrentaron Guatemala por espacio de dos décadas : mayas pobres, sin perspectivas de dejar de ser tales, siguen enfrentados por causas que ni siquiera conocen a otros mayas pobres.

Con sólo este ejemplo podemos ver que la historia no ha terminado. De momento no sabemos bien de qué manera, pero es claro que la lucha por la justicia continúa.

Guatemala, 21 de enero del 2004

* Marcelo Colussi. Psicólogo y licenciado en filosofía. Italo-argentino, desde hace 15 años vive y trabaja en el ámbito de los derechos humanos en Centroamérica. Ensayista y escritor, ha publicado en el campo de las ciencias sociales y en la narrativa.

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