Accueil > Les Cousins > Uruguay > Nadie asume la responsabilidad del fracaso en Uruguay
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) finalmente entregará a Uruguay 50 millones de dólares para combatir la pobreza, según se anunció esta semana. El mismo BID, junto con el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), decidieron conceder en el curso de este año 1.500 millones de dólares para resolver la crisis financiera. Representa, en un promedio a modo de ejemplo, 75 millones de dólares por cada uno de los 20 bancos privados de plaza, es decir, cada banco privado tuvo, teóricamente, un respaldo superior al del conjunto de los pobres uruguayos.
Por Samuel Blixen
Brecha
Si la ayuda del BID fuera repartida equitativamente, cada pobre recibiría 333 dólares para salir de su pobreza ; pero si se hubieran repartido de la misma forma los 1.500 millones destinados a los bancos, entonces cada pobre hubiera recibido 10 mil dólares, y como los pobres no confían en los bancos, no tienen hábito de ahorro ni están entrenados para programar inversiones a distancia, entonces se hubiera vivido la extraordinaria experiencia de una reactivación del mercado interno sin precedentes. Hubiéramos asistido al increíble espectáculo de decenas de miles de uruguayos que saldaban sus deudas con el almacén, reponían el servicio de energía eléctrica en sus casas, compraban zapatos a sus hijos, viajaban en ómnibus en lugar de caminar, quizás se daban el lujo de comprar una cama en lugar de dormir en el suelo, es decir, ingresaban a una manera decente de vivir, y claro, tanto consumo seguramente reactivaría el mercado de trabajo, porque se necesitarían más obreros textiles, más carpinteros y más conductores de vehículos.
La realidad es otra, así que mientras monitoreamos hacia dónde se derivan los 50 millones de dólares para los pobres (si es que alguna vez llegan) seguiremos descubriendo las ’bondades’ de esa monumental ayuda que recibieron los bancos. Una primera cosa es cierta : al finalizar el año el producto bruto interno (la cantidad de riqueza que una sociedad produce en un año) cayó 13 por ciento respecto al año anterior. Los 1.500 millones de dólares no sirvieron para reactivar indirectamente la economía y no habrá reactivación tampoco en 2003. Entregamos 1.500 millones de dólares a los banqueros y somos más pobres, seremos aun más pobres y quizás debamos acostumbrarnos a vernos, por mucho tiempo, como pobres de solemnidad ; deberemos asumir, quizás, que no somos muy diferentes a los mestizos mexicanos, a los indios bolivianos o a los negros haitianos.
Sabemos, sí, que los bancos privados sacaron del país no 1.500 millones, sino tres veces más, 4.500 millones de dólares en los primeros diez meses de este 2002 que no acaba de irse. Una cifra que comprende, claro, el dinero prestado (no regalado) por los organismos internacionales, porque, como van admitiendo uno tras otro los protagonistas de la conducción de la crisis financiera, fue una norma que cada dólar que el gobierno entregaba a los banqueros para resolver la corrida era transferido al exterior sin que nadie controlara, sin que nadie tuviera una auténtica intención de controlar.
La deuda externa que el gobierno contrató para auxiliar a los bancos y defender la estabilidad del sistema financiero terminó alimentando la voracidad de los banqueros que vaciaban sus bancos ; estamos a punto de comprobar que la estrategia de defensa del sistema financiero adoptada por el gobierno agudizó el ingenio de los banqueros ladrones, y que la perspectiva de que apareciera nuevo dinero fresco renovó sus determinaciones.
Los banqueros sabían que habría mucho más para robar el mismo día en que los responsables colorados del equipo económico resolvieron convertir al Banco Central en ’prestamista en última instancia’ de los bancos en dificultades, en lugar de obligar a los bancos a ser responsables de sus propios destinos y a utilizar sus propios dineros para superar sus propias ineficiencias.
Una tan generosa disposición a asumir los compromisos de los demás requería, por lo menos, una aceitada estructura de control ; después de todo se echaba mano al futuro de los uruguayos para resolver el presente de bancos extranjeros. Sin embargo, ahora se sabe, no funcionó ninguno de los controles posibles, no se instrumentó ninguna de las medidas de prevención ; y cuando los funcionarios y técnicos pretendieron utilizarlos, ciertas ’decisiones desde afuera’ postergaron las medidas.
Hoy queda claro que la llamada ’estabilidad del sistema financiero’ debe traducirse como ’estabilidad de los bancos extranjeros’. El gobierno se propuso preservar esa estabilidad, y tenemos cuatro bancos a punto de ser liquidados, después de fagocitarse mil millones de dólares ; el gobierno se propuso mantener las reservas internacionales, y no quedó un solo dólar de reserva ; el gobierno pretendió controlar la política monetaria y tuvo que aplicar una devaluación salvaje en el momento más inoportuno ; se propuso preservar la cadena de pagos, y hoy el proceso económico está virtualmente paralizado.
Tenemos una firme convicción sobre la culpabilidad de ciertos banqueros ladrones ; pero no tenemos la misma conciencia sobre las responsabilidades políticas de los ejecutores de la conducción económica, cuya ineptitud parece más bien una coartada para sus complicidades.
La experiencia nos indica que la estabilidad del sistema financiero no está directamente vinculada a la felicidad pública, y no está probado que los sacrificios para preservarla sean absolutamente necesarios. El último capítulo de este drama lo están escribiendo los mismos que tomaron las decisiones políticas a lo largo de la crisis y, curiosamente, están proponiendo reincidir en el mismo camino, sanear bancos fundidos para volver a regalarlos al capital trasnacional. Tal parece que el empeño de ciertos políticos y administradores en reiterar sus errores es tan sólido como el de los banqueros ladrones en vaciar sus propios bancos.