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El periodista Pablo E. Chacón, de manera simple como contundente, descorre el velo sobre la crisis del imperialismo en la etapa que Silvio Frondizi denominó "integración mundial del capital financiero" la "última etapa del imperialismo".
Por Pablo Chacón
En su ya clásico Imperio, Toni Negri y Michael Hardt distinguen entre las modalidades propias del viejo imperialismo y el concepto y las formas de la categoría "imperio" que correspondería a las sociedades actuales. El imperio actual es una estructura desterritorializada, global, sin límites espaciales ni temporales, que hace las veces de soporte de una red de instancias, actores y relaciones de fuerza que no necesariamente siempre comulgan en la defensa de intereses y objetivos. Esas tensiones deberán ser gestionadas por el dispositivo para su definitiva consolidación.
Estados Unidos, quien hasta la caída de la Unión Soviética en 1989, representó durante gran parte del siglo XX uno de los demonios imperialistas, también hoy, solitario al despuntar el tercer milenio, es, paradójicamente, un ejemplo bifronte: en ciertas zonas del planeta su política exterior continúa operando bajo el canon colonialista, pero ahora como una pieza más de las contradicciones que organiza la lógica del imperio. Dos libros de reciente aparición, The next American nation, the free press, de Michael Lind, y Aprés l’Empire, de Emmanuel Todd, han puesto de relieve el fenómeno.
Los autores, por caminos diversos, coinciden en un punto: que el fin de la guerra fría implicó una transformación notable de la situación mundial; pero la sorpresa, que ya dejó de serlo, es la cada vez más acentuada dependencia económica de los Estados Unidos del resto del mundo. En otras palabras, el país que gobierna con puño de hierro George Walker Bush, héroe de la "Guerra contra el Terrorismo", es hoy es el principal deudor del planeta.
Durante el año en curso los problemas se agravaron: para mantener el nivel de vida y consumo de sus ciudadanos, el gobierno norteamericano, que no puede limitar el financiamiento de ese gasto a su producción, apeló al dudoso expediente de la importación, sumando varios ceros al crecimiento de su déficit comercial, que entre 1990 y el 2000 ya había pasado de los 100 mil a los 450 mil millones de dólares.
Para compensar las pérdidas (y sostener esa burbuja de prosperidad patriotera), los republicanos están echando mano a mecanismos que nadie puede asegurar no retornen como el peor de los boomerangs. Si eso llegara a suceder, la semana pasada, el titular de la Reserva Federal, Alan Greenspan, advirtió sobre la gravedad de la situación, la depresión económica de 1929, comparativamente, en la historia económica de los Estados Unidos sería sólo un llamado a pie de página.
En cualquier caso, los 1200 millones de dólares diarios que necesita la administración Bush para financiar su consumo de bienes importados, en buena parte se están desviando al pago de bienes industriales. ¿Las consecuencias? En 1995, el déficit industrial era del 5 por ciento; hoy es del 11 por ciento; y más grave aún: el declive no sólo se produjo en bienes industriales sino que ya alcanzó a la tecnología de punta (cuya balanza comercial, 33 mil millones de dólares de excedente en 1995, adelgazó, antes de terminar el año, a 5 mil millones de la misma moneda).
Dicen que la historia condena o absuelve: en 1930, la producción industrial de los Estados Unidos alcanzaba el 50 por ciento del total mundial; ahora, después de la imparable revolución científico-tecnológica de los últimos treinta años, es inferior a la de la Unión Europea (UE) y apenas superior a la de Japón, cuya economía está en recesión desde hace casi diez años. La escasez de electricidad en California y de agua potable en Nueva York no responden, evidentemente, a causas esotéricas.
Tampoco es de extrañar, entonces, que en apenas unos años, la capacidad inversora de Japón haya dado una vuelta de campana: en 1993 representaba 17,5 millones de yenes en los Estados Unidos y 9,2 millones en Europa; en el 2000 fueron 27 millones en Europa y 13 en los Estados Unidos.
Lind parece más complaciente; Todd lo es menos, no hay que olvidar que es francés, pero sus preguntas no dejan de ser pertinentes. Una gran potencia con ese grado de dependencia económica, ¿puede autoadjudicarse la función de garante de la paz en el mundo?, ¿puede un país que ha sacrificado alguno de los valores que son fundamento de la civilización occidental imponer a sangre y fuego un tributo en dinero y en ideología imperial?
Ver también:
LA REESTRUCTURACION CAPITALISTA Y EL SISTEMA-MUNDO del 05/11/2002.
ACELERANDO EL DECLIVE del 30/10/2002.
¿HACIA LA GUERRA? del 09/09/2002.
LIMITES DE LA OFENSIVA NEOLIBERAL del 04/03/2002.
Argenpress. Fecha publicación:18/11/2002