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5 de agosto de 2004

Los fríos datos de la pobreza en Perú sobre la mesa vacía

 

Por Raimundo López
Buenos Aires, 1 de agosto del 2004

El debate en Perú sobre cuantos son los pobres, cobró una inusitada fuerza y dispares evaluaciones de las estadísticas, pero cuatro de ellos, Gloria Cuevas y sus tres hijos, desconocen si podrán comer esta noche.

Al margen del trágico drama de las vidas de las personas que viven en esa condición, el asunto saltó a la dinámica nacional luego de ser abordado por el presidente, Alejandro Toledo, en su mensaje a la nación del pasado miércoles.

Según el mandatario, la pobreza en el país se redujo del 54,7 por ciento en el 2003 al 52 por ciento a mayo de este año, y pasó en las zonas rurales del 78 al 73 por ciento, y en las urbanas, del 43 al 40.

El dato fue tomado por Toledo como una evidencia de que el crecimiento económico de la macroeconomía, con 35 meses consecutivos de saldo positivo, finalmente comenzaba a llegar a la gente de a pie.

El propio autor del informe empleado como base para el discurso, el economista Javier Herrera, descalificó la afirmación y aseguró que las cifras fueron maquilladas pues, al contrario, el número de pobres subió en 190.000 personas.

Herrera precisó que, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Hogares del Instituto Nacional de Estadísticas e Informática (INEI), la pobreza era de 54,3 por ciento en el 2002 y pasó a 54,7 a fines del 2003.

Añadió que el dato usado por Toledo no corresponde al cierre de este año, por lo cual la comparación es impropia y utilizada para que el presidente pudiera afirmar que ese trágico indicador se redujo.

La tesis fue respaldada por la economista Patricia Stewart, quien aseguró que la pobreza ha crecido en 200.000 personas, no se ha reducido.

La ex directora del INEI, Graciela Fernández Baca, y el director de otro centro de estudios, Jorge Chávez, también sostienen que las cifras fueron manipuladas para dar una falsa impresión.

Finalmente, el director del INEI, Farik Matuk, explicó que la discrepancia surge de un cambio de la metodología empleada, pues es factible comparar los resultados de un año con los de un cuatrimestre, porque la pobreza es estructural y no estacional.

Gloria Cuevas, una madre soltera con tres hijos, que vive en una choza en una barriada marginal en el norte de Lima, no pudo ver o leer este debate, pues no tiene electricidad ni televisor y un periódico es un lujo inalcanzable para ella.

Es falso, responde cuando una periodista del canal dos de la televisión le expone, sobre su humilde mesa vacía, los datos del discurso del Presidente.

Ahorita no tengo nada para hacer el almuerzo, estamos sin desayunar, lo que le dan los vecinos a mis hijos nos da un poquito para comer, relató ante las cámaras de ese medio.

Cuevas vive en el asentamiento humano -una frase piadosa para nombrar las barriadas marginales- José María Arguedas, en una improvisada vivienda de paredes de cañas tejidas y techo de pedazos de lonas plásticas, levantada sobre la arena del frío desierto costero.

Hablando con sinceridad, ahorita no tengo nada para esta noche, dijo con tranquila resignación, mientras sus hijos, con sus ojos redondos y tristes, miran al foco de la cámara.

Uno de sus vecinos, Juan Carlos Medina, no ha corrido mejor suerte. Antes podíamos ir y conseguir un trabajito por un día, pero ahora no hay, se cierran todas las puertas, contó a la periodista.

Para Cuevas y Medina no es esencial si el 78 por ciento o el 73 de los pobladores del campo, o el 43 o el 40 por ciento, de las zonas urbanas, viven igual, peor o mejor que ellos.

Al menos para Gloria, es vital encontrar qué poner esta noche de comida, sobre su mesa vacía, para sus tres hijos, e incluso, para ella misma. Es, sencillamente, un asunto de vida o muerte.

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