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30 juin 2003

La reconversión de Naciones Unidas

 

Por Luis Méndez Asensio

Los atentados del 11 de septiembre, cuya autoría y alcances siguen sin ser radiografiados del todo, no sólo pusieron en evidencia la extrema vulnerabilidad de la potencia hegemónica y revitalizaron su empeño por responder al "enemigo terrorista" en términos militares allá donde se le considere medianamente detectado. La invasión de Afganistán y la posterior guerra contra Irak, previa visualización de estos dos países, sobre todo del segundo, como refugios de la subversión internacional encarnada por Al Qaeda y su mentor Osama Bin Laden, han causado también daños colaterales que, si bien no pueden inventariarse, revisten una gravedad extraordinaria.

Entre estas víctimas institucionales se encuentra Naciones Unidas, ya que los últimos acontecimientos bélicos y el discurso de sus patrocinadores, refuerzan una tendencia a la baja de la organización y su definitivo desplazamiento de los conflictos internacionales de envergadura para convertirse en una especie de ONG que presta sus servicios humanitarios ante hechos consumados. Por un lado, tanto en el Consejo de Seguridad como en sus órbitas, se sitúan algunos países que consideran el ataque preventivo, con la descomunal movilización de recursos humanos y materiales que implica esta iniciativa guerrera en un planeta donde la hambruna sigue provocando estragos, como la respuesta más efectiva al terrorismo internacional (EEUU, Reino Unido y España, fundamentalmente). Por el contrario, otros países como Alemania, Francia, México y Chile, apuestan por la negociación y la diplomacia a ultranza como la mejor manera de solucionar diferendos sin que peligre la letra pequeña de los derechos y las libertades universales. Para los primeros, la guerra forma parte ya de la terapia que hay que aplicar a un terrorismo que engloba sin distinción a todos los generadores de violencia, desde los chechenos hasta los guerrilleros colombianos ; para los segundos, esta acción militar sistemática contra un enemigo tan nebuloso como esquivo, no sólo enturbia el futuro, sino que es la constatación de un fracaso colectivo.

Este ambiente de confrontación que existe en el Consejo de Seguridad y sus aledaños trasluce sensibilidades muy distintas a la hora de contemplar los modos y los tiempos de la convivencia en el mundo. Por una parte, los que apuestan por la hegemonía indiscutible de las naciones que se conciben a sí mismas como "serias y responsables". Por la otra, los que piensan que el apuntalamiento de esta hegemonía tiene efectos excluyentes y propicia, a medio y largo plazo, el robustecimiento de los fundamentalismos que hunden sus raíces más profundas en la ignorancia y la miseria que afligen a las dos terceras partes del planeta, aunque esta sea una prioridad menor para los que se empeñan en acabar con los denominados Estados gamberros (Irán, Corea del Norte y Libia entre otros) a golpe de misil sin entrar en esas complejidades cuyo abordaje y esclarecimiento, precisamente, han constituido hasta ahora la base primordial del progreso humano. La seguridad internacional, si no queremos que ésta recaiga en un supergendarme que se arrogue en exclusiva todas las facultades disuasorias, exige una participación plural y mayoritaria para el mantenimiento de la misma. Y ésta sólo puede proporcionarla un Consejo de Seguridad de Naciones Unidas representativo y democrático, de tal manera que su operatividad no se vea hipotecada por la capacidad de veto de la que goza un quinteto de países como consecuencia de la II Guerra Mundial, la Guerra Fría y la actual situación de zafarrancho de combate proclamado a los cuatro vientos por una potencia indiscutida. La aportación al Consejo de Seguridad, como muy bien demostraron México y Chile cuando, teniendo mucho que perder, se deslindaron de EEUU con ocasión de la guerra contra Irak, debe valorarse también en términos cualitativos que es lo que están en condiciones de ofrecer ciertos países que, si bien no cuentan con peso específico propio en el actual desconcierto internacional, poseen sobrada experiencia y criterio como gestores de crisis.

En definitiva, el rediseño a fondo del órgano ejecutivo de Naciones Unidas pasa indefectiblemente por el análisis, diagnóstico y tratamiento de las turbulencias que afectan hoy en día a la seguridad internacional. Y para ello hay que irrumpir y sin prejuicios en el análisis de los efectos de la violencia ; pero sobre todo de sus causas más genuinas. La urgente reestructuración de Naciones Unidas y su conversión en el árbitro por excelencia de esta gran cancha que habitamos todos, no será posible si no cambian las reglas del juego y, con ellas, los hábitos de conducta de los países hegemónicos. La prepotencia y el ensimismamiento, lamentablemente, siguen anteponiéndose al diálogo y a la sensatez en la única casa común que hemos sido capaces de construir en varios milenios. Toca por consiguiente volver a la era de los equilibrios y las contenciones que garanticen una convivencia no sólo pacífica sino, lo que es más importante, prometedora. Metidos en faena, es la diplomacia, la expresión más refinada de la política, la que debiera tener un carácter preventivo. Y nunca la guerra.

Luis Méndez Asensio,Periodista y escritor
Agencia de Información Solidaria
Correo : luis.mendez@eresmas.net

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