Portada del sitio > Imperio y Resistencia > La irresponsabilidad imperial de Bush y Blair perjudican a "Occidente"
Cuesta creer que los estrategas de Washington no hayan previsto la violencia religiosa desatada entre sunnitas y shiítas.
Por Oscar Raúl Cardoso.
Clarín. Buenos Aires, 25 de febrero de 2006
Nadie podría haber previsto en todo su alcance el nuevo "subproducto" de la ocupación anglo-estadounidense de Irak: la posibilidad de una guerra civil entre la mayoría religiosa del país, los musulmanes shiítas (60% de la población) y la principal minoría, los sunnitas (alrededor del 30%).
Ambas facciones tienen sólo una cosa en común, porque están separados hasta por su forma de interpretar el islam: el profundo disgusto por los ocupantes sobre los que proyectan todas las culpas de sus males, aun de aquellos pocos que no podrían, en otro clima, atribuirse a Washington o a Londres.
La imagen del aprendiz de brujo, conjurando fuerzas con las que no sabe cómo lidiar, se ha empleado tanto desde la invasión de hace tres años para describir las políticas de George W. Bush y de Tony Blair en este conflicto que sufre cierta desvaloración.
Sin embargo, después de la ola de violencia que desató el ataque contra la mezquita de Askariya en la ciudad de Samarra -uno de los lugares sagrados para la secta shiíta- no hay mejor modo de representar a ambos líderes.
En este caso la representación tiene que ser más específica que la mera apelación a la metáfora del cuento; casi es posible imaginar a Bush como el ratón Mickey del clásico del cine animado "Fantasía", luchando con baldes y escobas que no le obedecen. Es una suerte de "divide y reinarás" imbécil, ni buscado ni querido.
Lo del aprendiz es por los resultados, lo del roedor creado por Walt Disney es por la inteligencia de las políticas. Pero el humor no puede perdurar porque detrás de la imagen laten, por cierto, la tragedia y el desastre.
Es como si la invasión del 2003 no hubiese sido el producto de la menor reflexión, o en todo caso que sus planificadores hubiesen ignorado la historia y hasta algunas realidades básicas del presente, entre estas el potencial de confrontación que -en todo el mundo musulmán, no sólo en Irak- tienen los partidarios de ambas escuelas teológicas islámicas.
Esta impresión se ha tenido antes, como cuando los anunciados vítores y halagos para los invasores no se materializaron, cuando las armas de destrucción masiva no se hallaron y, sobre todo, cuando la oposición armada a la ocupación no fue un mero fenómeno transitorio como pretendían Bush, Blair y sus colaboradores.
Aun así la idea de una improvisación torpe es difícil de digerir cuando se considera que la operación que ahora amaga con desbordar en caos fue, en lo central, planificada por el gobierno del planeta que más recursos materiales e intelectuales tiene a su alcance.
Esta idea de "democratizar" al mundo musulmán a los golpes y, aun más, de "occidentalizarlos" de modo no menos compulsivo que Bush sostiene como credo, parece estar en el centro de los muchos malos cálculos hechos.
¿Qué fue lo que se ignoró? Entre otros datos relevantes, que Irak -antes de la invasión- era el producto no de una aspiración nacional preexistente que coincidiera con una extensión territorial determinada, sino la alquimia ideada en los gabinetes británicos cuando éstos se dieron a la tarea de desmembrar al antiguo Imperio Otomano; y que esa tarea se cumplió no con los mejores intereses de una futura sociedad nacional iraquí sino con el de perpetuar del mejor modo posible los intereses de las potencias entonces hegemónicas en la región.
¿Acaso no resulta evidente por la experiencia que shiítas y sunnitas pueden llegar al paroxismo en su confrontación? Tan solo hay que citar el caso de Pakistán donde ambas sectas han transformado casi en un lugar común los asaltos a los respectivos lugares de culto y los asesinatos masivos.
En busca de una explicación, alguien puede intentar ver el estallido reciente en Irak como una consecuencia no del todo ajena al interés mudo de Washington.
Algo así como una maniobra de finura cardenalicia. Quizá el comienzo de un proceso inevitable de partición de una nación incontrolable. Conviene pensarlo otra vez.
Este descenso de Irak hasta la frontera misma de la guerra civil corre contra todos los intereses de los ocupantes, los visibles y los ocultos. Comencemos por la idea de la partición que, en estos tres años, algunos han anunciado como algo imposible de obviar.
A fines de los años 80, Irak, bajo la égida de Saddam Hussein, un sunnita, se encontraba perdiendo una cruenta guerra con el Irán de la teocracia shiíta. En vez de permitir el colapso iraquí, Occidente eligió asistir militar y económicamente a Saddam temeroso de una expansión del islam extremo iraní.
Irak era vital en la contención de Irán. Estados Unidos, Inglaterra y Francia hicieron así de "benefactores" de Saddam.
En 1991, George Bush, padre del actual presidente, decidió no llevar a su victoriosa coalición de la primera Guerra del Golfo hasta Bagdad por las mismas razones. Y abandonó a la masacre a los shiítas que en el sur de Irak habían respondido a sus llamados a alzarse contra el régimen de Saddam.
La idea de un desmembramiento iraquí en porciones shiíta, sunnita y una tercera kurda equivalía -y con razón- a una pesadilla para los estrategas estadounidenses.
Mucho de lo que la motivaba no ha cambiado. El amago de guerra civil en Irak sigue siendo algo que la ocupación sólo puede anhelar a su propio riesgo. Y ni decir del modo en que la situación actual complica el horizonte para cualquier proyecto de retiro militar anglo-estadounidense del infierno iraquí. Lo mejor que puede decirse es que esto es un curioso regalo que hace allí la "democracia occidental", que es la que ha permitido sancionar una Constitución que no asegura una participación significativa a la minoría sunnita y elegir un gobierno de impronta shiíta cuyas bases ahora desataron la violencia de venganza contra los sunnitas.
Hay un evidente agotamiento del modo de pensar el problema iraquí en la forma en que lo hacen Washington y Londres. Y contrariamente a lo que sostiene Bush, ni la región ni el mundo serán más seguros mientras esté vigente.
Copyright Clarín, 2006.