Por Beatriz Chisleanschi
Pacificar.com
Los últimos datos acerca del desempleo en la Argentina, dan cuenta de la existencia de 3 millones de desocupados, es decir el 21,4% de la población económicamente activa. Hay estadísticas, mentirosas, que prefieren hablar del 15,6% de desocupación, ya que toman por trabajos válidos los miserables 150 lecops o patacones que se cobran por los planes Jefes y Jefas del Hogar.
Las consecuencias en el desarrollo y la construcción social por la falta de empleo son múltiples y se pueden analizar desde diferentes perspectivas. La magnitud de esas cifras, que son mucho más que eso, ya que cada una de ellas habla de un ser humano de carne y hueso, lleva a otro cuestionamiento menos habitual : la incidencia de la falta de empleo y la desocupación de los adultos en la estructuración del pensamiento infantil.
Si el tener un trabajo productivo o transformar la materia mediante un trabajo, es determinante en la constitución de los padres, y estos son transmisores de cultura, las preguntas que inmediatamente se imponen son ¿qué pasa con los hijos en sociedades como las nuestras, en dónde un importante porcentaje de niños no han visto jamás trabajar a sus padres o si lo hacen es en tareas de prestación de servicios o en trabajos informales y muchas veces por cortos períodos de tiempo ? y ¿qué pasa con la instalación de la legalidad en el infante cuando lo que se encuentra en crecimiento son formas ilegales de trabajo como el trabajo en negro ?
Las condiciones de vida, consecuencia de la condición social, son fundamentales a la hora de crear ambientes propicios para el desarrollo del pensamiento infantil.
’Clase social, medio familiar e inteligencia’, es el libro que nos permite acceder a la investigación realizada por el francés Jacques Lautrey, donde se cuestiona cómo y en qué aspectos un medio puede ser más favorable que otro para el desarrollo intelectual de los niños.
Las reglas explícitas de comportamiento o las costumbres implícitas de diferentes situaciones de la vida cotidiana de la familia, constituyen organizadores elementales del medio familiar. En este sentido, la cantidad de ambientes en relación a la cantidad de integrantes del grupo familiar, la disciplina, la forma lingüística, los valores, la clase social, el nivel socio-cultural y el nivel de ingreso de los padres, son algunos de los factores que inciden decisivamente en el desarrollo cognitivo de los niños.
Lautrey va a referirse a la relación existente entre perturbaciones y regularidades, dos componentes básicos del proceso de equilibración de las estructuras cognitivas. De aquí surge la clasificación de medios flexiblemente estructurados, medios fuertemente estructurados y medios débilmente estructurados.
Lo que interesa aquí no es el contenido de una u otra regla o costumbre, sino la forma de conjunto que se desprende de estos organizadores elementales.
De hecho el marco más favorable para ayudar al desarrollo cognitivo es un marco de estructura flexible, donde el niño puede preguntar y preguntarse, donde la normativa y la sanción surgen según la situación. En los otros dos extremos, ya sea que nos refiramos a familias con una estructura de funcionamiento muy rígida o muy débil, nos enfrentamos a distintos tipos de violencia que de una manera u otra estarían obstaculizando el proceso de aprendizaje, ya sea porque el niño tiene cercenada su posibilidad de pensar, o bien porque el medio se presenta con tal caos que las desequilibraciones de los niños no encuentran las respuestas suficientes que le permitan lograr un aprendizaje y por consiguiente un desarrollo acorde de sus estructuras de conocimiento.
La investigación ha demostrado que las diferencias observadas en el nivel de las estructuras cognitivas entre niños educados en diferentes medios son las consecuencias de diferencias de funcionamiento familiar, consecuencia a su vez, de las diferencias de clase social . A medida que la profesión de los padres se sitúa más arriba en jerarquía social, el tipo de estructuración del ambiente familiar tiende a ser más flexible. Y, recíprocamente, a medida que el trabajo del padre se ubica más abajo en la jerarquía social, el tipo de estructuración tiende a ser más rígido. Los funcionamientos débiles son factibles de ser encontrados en los dos extremos.
Es decir, a condiciones más precarias y menos dignas de vida, menor posibilidad de desarrollar un pensamiento acorde a la edad de los niños y menor aún, la posibilidad de llegar al mayor nivel de desarrollo del pensamiento, que es el pensamiento abstracto.
A lo expuesto, se agrega el factor de la legalidad. La legalidad es un elemento de organización primordial para generar y desarrollar aprendizajes. Por consiguiente, si el trabajo es la condición básica y fundamental de toda la vida humana, es fácil suponer que crecer en un ambiente donde la principal fuente de ingreso tiene un carácter ilegal, cualificado negativamente con el adjetivo de ’negro’, poco favorece la formación de un pensamiento organizado.
Pensar entonces en un país con desempleo y con mayores niveles de desocupación es encontrarnos con la triste realidad de generaciones futuras con escasas posibilidades de desarrollo de su pensamiento. Tal vez, se piense que las medidas educativas pueden tener una función compensatoria.
Para responder a esto nada mejor que el propio Lautrey quien finaliza su libro reflexionando : ’Las medidas educativas compensatorias pueden, ciertamente, atenuar las consecuencias de las desigualdades sociales sobre el desarrollo cognitivo de los niños, y lo harán de forma tanto más eficaz cuanto mejor fundadas estén teóricamente, pero conviene saber que las acciones de compensación, de enriquecimiento, de apoyo, etc., no tendrán un efecto decisivo en tanto no se combatan simultáneamente las desigualdades sociales.’