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¿Será la Victoria de Ollanta Humala otro paso adelante de la izquierda latinoamericana?
Por Mark Engler
The Nation. Mai 1, 2006
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En años recientes la Casa Blanca ha observado con inquietud la manera en que los electores de Brasil, Venezuela, Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia han provocado victorias de los progresistas en Latinoamérica. El resultado es una nueva generación de líderes que critican a la administración Bush y los planes económicos de la globalización corporativa.
El 9 de abril Ollanta Humala, un fornido ex oficial militar de 43 años que exuda un carisma de lenguaje llano, proclamó su victoria en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Perú. A partir de una plataforma de inclinación izquierdista, prometió que retiraría al país de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, pendiente de ratificación. La campaña de Humala se hizo eco de las críticas a la globalización "neoliberal" orient6ada al mercado, realizadas por reformadores como Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Néstor Kirchner en Argentina y Lula da Silva en Brasil. Pero Humala -una figura política de dudoso pasado e ideología incierta- no puede ser encasillado fácilmente en la tendencia política de los líderes mencionados.
Con el 31 % del voto, Humala superó a una amplia gama de oponentes menos atrayentes -aunque no obtuvo los votos necesarios como para evitar una segunda vuelta que se espera realizar a fines de mayo o principios de junio. En una inusual contienda por el segundo lugar, el ex presidente centrista Alain García, que gobernó a Perú en la década del 80, derrotó a la candidata conservadora Lourdes Flores, quien hizo su campaña para ser elegida como primera mujer presidente del país.
Con relación a estos dos oponentes, Humala se posicionó como el candidato más progresista de la contienda. Pero aún se debate fuertemente si realmente puede considerarse parte de la resurgente izquierda de la región.
Humala tiene un historial limitado en materia de política y de organización de movimientos sociales. Obtuvo notoriedad en el 2000 como líder de un fracasado golpe contra el Presidente Alberto Fujimori. Aunque políticamente aún es un novato, su distanciamiento de los partidos tradicionales es parte de su atractivo -los peruanos tienen una tendencia a elegir a no favoritos: tanto Fujimori como Alejandro Toledo eran relativamente desconocidos. Pero sin base institucional, el programa político de Humala, que él describe como "nacionalista", a veces parece vago.
"Va a ser impredecible si es elegido", dice Larry Birns, un veterano observador de Latinoamérica y director del Consejo de Asuntos Hemisféricos con sede en Washington. "Se convirtió bastante tarde en aspirante a miembro de la ’Ola Rosada’ latinoamericana. Su lenguaje ha sido muy radical. La pregunta es si sus posiciones se erosionarán una vez que ocupe el cargo".
Humala está haciendo su campaña como candidato de la ley y el orden que puede luchar eficazmente con el crimen y la corrupción. Su historial de hombre fuerte ha sugerido algunas tendencias autoritarias. Quizás lo más serio sea que Humala ha sido acusado de cometer abusos a los derechos humanos cuando se desempeñaba como comandante a principios de los 90. Por esa época la celosa contrainsurgencia del gobierno peruano contra el maoísta Sendero Luminoso convirtió a los militares en una segunda fuerza que aterrorizaba a las aldeas andinas del país.
Las acusaciones contra Humala, dice Coletta Youngers, miembro de la Oficina de Washington acerca de Latinoamérica, "son denuncias bien fundamentadas basadas en testimonio que fue recogido en aquel tiempo por la Cruz Roja. Las acusaciones van más allá de la simple implicación de Humala en crímenes cometidos bajo su mando y lo señalan directamente en casos de tortura, ejecución extra judicial y desapariciones".
Han surgido acusaciones que vinculan a Humala y a varias personas de su campaña con Vladimiro Montesinos, el notorio jefe de inteligencia que sirvió a la dictadura de Fujimori en los años 90. Cintas de video que muestran a Montesinos pagando sobornos y coordinando una vasta red de corrupción durante el antiguo régimen ayudaron a meterlo en la cárcel. Está acusado de delitos adicionales, incluyendo el asesinato y tráfico de drogas. Aunque el gobierno no ha establecido ninguna fechoría por parte de Humala, las conexiones sugeridas con el tenebroso Montesinos continúan generando controversia.
Finalmente, Humala ha luchado por distanciarse de su excéntrica familia. Su padre es el fundador del ultra nacionalista movimiento etnocacerista, que sigue siendo dirigido por sus hermanos. El movimiento adopta posiciones extremas para detener la inmigración y expandir la pena capital. Promueve la superioridad racial de los indígenas peruanos, aproximadamente 40 por ciento de la población, por sobre los descendientes de europeos, asiáticos y africanos.
La complejidad del populismo
Los que en Estados Unidos no saben nada acerca de Humala probablemente han oído que se le equipara con Chávez y Morales. Tanto conservadores como progresistas tienden a hacer tales comparaciones -algunos tratando de presentar una atemorizante imagen de Humala como seguidor del feroz antagonista de Washington en Caracas, y otros con la esperanza de que pudiera ser otro Evo, una voz de los explotados de la región.
Por su parte, la Casa Blanca ha aprendido que es mejor mantener el silencio. Las anteriores denuncias de candidatos progresistas como Morales por parte de la Casa Blanca, solo han logrado aumentar la popularidad de esos aspirantes entre el electorado latinoamericano que ve a Washington con desconfianza.
Si fuera a hablar, la administración seguramente incluiría a Humala bajo la etiqueta de "populismo radical", un marco regularmente utilizado para describir a sus oponentes latinoamericanos. Funcionarios como el Gral. James T. Hill, ex jefe del Comando Sur de EE.UU., y Donald Rumsfeld identifican al populismo no simplemente como una notable tendencia política en Latinoamérica. Es, dicen, una "amenaza emergente" a la seguridad de EE.UU. Al no hacer diferencia entre movimientos políticos, la acusación de populismo radical se convierte en un instrumento contundente de Washington -instrumento que puede ser enarbolado en contra de todos los que critiquen la economía neoliberal.
Esto oscurece intencionalmente la complejidad del populismo latinoamericano. Por una parte, la ideología tiene una historia de demagogia, nativismo y falsas promesas de reforma. Esta clase negativa de populismo fue cultivado tradicionalmente por dictadores que trataron de obtener apoyo para su dominio militar al avivar el sentimiento nacionalista y canalizar dinero hacia redes de patronazgo.
El populismo también puede ser un impulso encomiable. En una región de pobreza endémica, donde dos décadas de neoliberalismo han ampliado la brecha económica que separa las villas miseria de las mansiones estilo colonial, hace mucho tiempo que hace falta la preocupación por el bienestar de la mayoría empobrecida del país. Y en naciones donde pequeños grupos elitistas dominan las palancas del poder político, es vital expandir el acceso a la maquinaria de la democracia. Más de la mitad de los 28 millones de residentes de Perú viven en la pobreza, y aunque en años recientes el crecimiento del PIB ha excedido el 5 por ciento, muy poca de la prosperidad disfrutada por las compañías transnacionales de la minería y la energía se ha filtrado hacia el pueblo peruano.
Humala seguramente puede catalogarse de populista, y esperamos que resulte ser del tipo positivo. Desafortunadamente, por ahora hasta los que aplauden el resurgimiento democrático progresista en Latinoamérica hacen bien en considerar críticamente su ascenso.
Escépticos de izquierda
El hecho de que grandes segmentos de la izquierda peruana critiquen a Humala no se tiene muy en cuenta al hacer comparaciones con Chávez y Morales. "El habla de ideas socialistas de manera muy improvisada, pero no puede explicar cómo va a hacer los cambios ni con quién", dijo Javier Diez Canseco, líder del Partido Socialista, acerca de Humala en una entrevista a Inter Press Service. "Hay un divorcio entre lo que dice y lo que hace".
Diez Canseco, un firme activista y organizador político es más representativo de la nueva dirigencia progresista de Latinoamérica. Sin embargo, recibió menos del uno por ciento de los votos en las recientes elecciones. Desde que Izquierda Unida, la coalición peruana de partidos progresistas, se desintegró a principios de la década del 90, la izquierda ha quedado débil y dividida. "Esto ha permitido que figuras como Humala llenen el vacío", dice Youngers.
Los escépticos de la ascensión de Humala temen que el candidato pudiera repetir la historia del ecuatoriano Lucio Gutiérrez, otro ex oficial militar y antiguo líder de un golpe. Gutiérrez fue considerado en 2002 como una nueva adición a la Nueva Izquierda cuando fue elegido presidente sobre una plataforma que criticaba el neoliberalismo. Una vez en el poder, rápidamente olvidó sus promesas de campaña, se alienó a sus seguidores campesinos, apoyó las políticas económicas conservadoras de Washington y trató de llenar los tribunales ecuatorianos con sus seguidores para impedir su destitución por acusaciones de corrupción. Al desatarse masivas protestas callejeras que exigían la renuncia de Gutiérrez, una sesión especial del congreso lo destituyó del cargo en abril de 2005. Muchos antes Ecuador había desaparecido rápidamente de la lista de países cuyos líderes representan una revitalización izquierdista.
No está claro qué sucederá en la segunda ronda de las elecciones presidenciales de Perú, ni cuál resultado sería mejor para los que se han beneficiado menos del régimen neoliberal de Toledo. La primera ronda de Humala no fue tan decisiva como algunos esperaban. La prensa peruana, a menudo hostil, la declaró "una victoria con sabor de derrota".
Si es elegido, Alain García no haría mucho por dar marcha atrás a las políticas que han mantenido regularmente a Toledo con una tasa de aprobación inferior a 15 por ciento. Una gran parte del atractivo de Humala, especialmente entre la población pobre rural, es una frustración legítima con un sistema económico que ha brindado pocas oportunidades para superar su mala situación y con partidos políticos que no han instaurado reformas significativas. Esto es lo que la Casa Blanca siempre ignora cuando condena en bloque al populismo latinoamericano -y lo que la enajena de los gobiernos recién elegidos en la región .
Si Humala puede superar sus tendencias autoritarias y cumplir sus promesas de campaña, podría trazar un rumbo promisorio para su país. Para el pueblo peruano, creer que él puede hacerlo por propia decisión o de que van a poder exigirle responsabilidades sería una difícil apuesta. Pero ante la carencia de una mejor opción, puede que sea un riesgo que están dispuestos a correr.
– Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York y analista de Foreign Policy In Focus, puede ser contactado por medio del sitio web http://www.democracyuprising.com. Kate Griffiths brindó ayuda en la investigación para este artículo.
Traducido por Progreso Semanal
Would a Win By Ollanta Humala Be Another Step Forward for the Latin American Left?
By Mark Engler
The Nation. April 18, 2006
The White House has watched uneasily in recent years as voters in Brazil, Venezuela, Argentina, Chile, Uruguay and Bolivia have produced victories for progressives in Latin America. The result is a new generation of leaders critical of the Bush administration and the economic agenda of corporate globalization.
On April 9 Ollanta Humala, a stocky, 43-year-old ex-military officer who exudes a plainspoken charisma, claimed victory in the first round of Peru’s presidential elections. Campaigning on a left-leaning platform, he vowed to pull his country out of a pending free trade agreement with the United States. Humala’s campaign echoed criticisms of market-driven "neoliberal" globalization from reformers like Hugo Chávez in Venezuela, Evo Morales in Bolivia, Néstor Kirchner in Argentina, and Lula da Silva in Brazil. But Humala—a political figure with a dubious past and an uncertain ideology—does not fit easily into the political trend embodied by these leaders.
Garnering 31 percent of the vote, Humala bested a wide range of less striking opponents—although he did not win enough votes to avoid a run-off, expected to be held in late May or early June. In an unusually close battle for runner-up, centrist former president Alan García, who governed Peru in the late 1980s, currently has a thin lead over conservative business candidate Lourdes Flores, who campaigned to be elected the country’s first woman president. With just over 88 percent of votes counted, Garcia leads 24.42 percent to 23.34 percent in his bid to enter the run-off against Humala.
Relative to these two competitors, Humala has clearly positioned himself as the most progressive candidate in the running. Yet whether he genuinely belongs within the region’s resurgent left is hotly debated.
Humala’s has a limited background in politics and social movement organization. He first gained notoriety as the leader of a failed coup in 2000 against President Alberto Fujimori. Still a political novice, his distance from traditional parties is part of his appeal—Peruvians have a penchant for electing outsiders, having picked both Fujimori and Alejandro Toledo as relative unknowns. But with no institutional foundation, Humala’s political program, which he describes as "nationalist," often sounds vague.
"He is going to be a wild card if he’s elected," says Larry Birns, longtime observer of Latin America and Director of the Washington, D.C.-based Council on Hemispheric Affairs. "He very late in the game became an aspirant member of the Latin American ’Pink Tide.’ His language has been quite radical. The question is whether his stances will erode once he’s in office."
Humala is campaigning as a law-and-order candidate who can effectively battle crime and corruption. His past performance as a strongman has suggested some authoritarian tendencies. Perhaps most seriously, Humala stands accused of committing human rights abuses when he served as a military commander in the early 1990s. At that time the Peruvian government’s zealous counter-insurgency against the Maoist Sendero Luminoso, or Shining Path, turned the military into a second force terrorizing the country’s Andean villages.
The charges against Humala, says Coletta Youngers, a senior fellow at the Washington Office on Latin America, "are very well-founded allegations based on testimony that was collected at the time by the Red Cross. The accusations go beyond implicating Humala in crimes committed under his command and finger him directly for cases of torture, extra-juridical execution, and disappearances."
Allegations have also surfaced that link Humala and several people in his campaign with Vladimiro Montesinos, the notorious intelligence chief who served the Fujimori dictatorship of the 1990s. Videotapes showing Montesinos paying bribes and coordinating a vast network of corruption during the past regime helped to land him in jail; he is charged with further crimes including murder and drug trafficking. While the government has established no wrongdoing on the part of Humala, suggested connections with the shadowy Montesinos continue to generate controversy.
Finally, Humala has struggled to distance himself from his extremist family. His father is founder of the ultranationalist etnocacerismo movement, which continues to be championed by his brothers—one of which ran against Ollanta in the current presidential race. The movement takes alarming stands on halting immigration and expanding capital punishment. It promotes the racial superiority of indigenous Peruvians, approximately 40 percent of the population, over those of European, Asian, or African ancestry. Ollanta’s mother publicly called for the execution of homosexuals, a statement that rightly produced a minor media frenzy.
Complexity of Populism
Those in the United States who know anything about Humala probably have heard him likened to Chávez and Morales. Conservatives and progressives alike are prone to make such comparisons—some trying to paint a frightening picture of Humala as a follower of Washington’s fiery antagonist in Caracas, and others expressing hope that he could be another Evo, a voice of the region’s downtrodden.
For its part, the White House has learned when it’s better off keeping quiet. The Bush administration’s past denunciations of progressive candidates, like Morales, only boosted the popularity of those contenders among a Latin American electorate that views Washington with wary mistrust.
If it were to speak up, the administration would no doubt group Humala under the rubric of "radical populism," a framework it regularly uses to describe its Latin American opposition. Officials like Gen. James T. Hill, former head of the US Southern Command, and Donald Rumsfeld identify populism not merely as a notable political trend in Latin America. It is, they say, an "emerging threat" to US security. Allowing for little discrimination between political movements, the charge of radical populism serves as a blunt instrument for Washington—one that can be wielded against all those challenging neoliberal economics.
This willfully obscures the complexity of Latin America populism. On the one hand, the ideology has a history of demagoguery, nativism, and false promises for reform. This negative brand of populism was traditionally cultivated by dictators who tried to garner support for their military rule by fanning nationalist sentiment and channeling money into networks of patronage.
Populism can also be a praiseworthy impulse. In a region with endemic poverty, where the economic gap separating hillside shantytowns and colonial-style mansions has widened through two decades of neoliberalism, concern for the well-being of a country’s impoverished majority is overdue. And in nations where small groups of elites work the levers of political power, expanding access to the machinery of democracy is vital. Over half of the Peru’s estimated 28 million residents live in poverty, and, while GDP growth has exceeded 5 percent in recent years, little of the prosperity enjoyed by multinational mining and energy companies has trickled down to reach the Peruvian people.
Humala surely qualifies as a populist, and one can hope that he will turn out to be the positive kind. Unfortunately, at present, even those who applaud the progressive democratic revival in Latin America do well to view his rise critically.
Skeptics on the Left
That large segments of the Peruvian left are critical of Humala is a fact not widely noted when comparisons are made to Chávez and Morales. "He bandies about socialist ideas in a highly improvised manner, but cannot explain how he plans to bring about change, nor with whom," said Socialist Party leader Javier Diez Canseco of Humala in an interview with the Inter-Press Service. "There is a divorce between what he says and what he does."
Diez Canseco, a steadfast activist and political organizer, would better fit the mold of the Latin America’s new progressive leadership. He polled under one percent in this week’s elections, however. Since Izquierda Unida, Peru’s coalition of progressive parties, fell apart in the early 1990s, the left has been weak and divided. "This has allowed figures like Humala to fill the void," says Youngers.
Skeptics of Humala’s ascendancy fear that the candidate could repeat the performance of Ecuador’s Lucio Gutiérrez, another ex-military officer and past coup leader. Gutiérrez was hailed in 2002 as a fresh addition to the New Left when elected president on a platform criticizing neoliberalism. Once in power, he quickly turned on his campaign promises, alienated his indigenous supporters, backed Washington’s conservative economic policies, and tried to pack the Ecuadorian courts to forestall impeachment on corruption charges. With massive street protests demanding Gutiérrez’s resignation, a special session of congress voted to remove him from office in April 2005. Well before then, Ecuador quietly disappeared from the list of countries whose leaders represent a leftist revitalization.
It is not clear what will happen in the second round of Peru’s presidential elections, nor what outcome would be best for those who have benefited least from Toledo’s neoliberal rule. Humala’s first round win was not as decisive as some expected. The often-hostile Peruvian press declared it "a victory with the flavor of defeat." Opinion polls suggest that Lourdes Flores could prevail over Humala in a run-off. Many analysts believe that Alan García, a gifted orator, could prove to be both a better campaigner and more adept at cutting deals with voting blocs whose candidates have been eliminated.
Neither of these candidates, if elected, would go far in reversing the policies that have regularly kept Toledo’s approval ratings below 15 percent. A large part of Humala’s draw, especially among the rural poor, is a legitimate frustration with an economic system that has provided them with little opportunity to overcome their hardships and with the political parties that have failed to instate significant reforms. This is what the White House consistently overlooks in its blanket condemnation of Latin American populism—and what makes it increasingly estranged from the region’s newly elected governments.
If Humala can overcome his authoritarian leanings and live up to his campaign pledges, he could chart a promising new course for his country. For the Peruvian people, believing that he can do so of his own volition, or that they will be able hold him accountable, would be a serious gamble. But absent a better option, it may be one they are willing to take.
– Mark Engler, a writer based in New York City, can be reached via the web site www.DemocracyUprising.com . Research assistance for this article provided by Kate Griffiths.