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5 de diciembre de 2005

Juan Lavalle (1797 - 1841)

 

Por Felipe Pigna
El Historiador

Juan Galo Lavalle fue uno de los hombres más controvertidos de nuestra historia nacional. Héroe en las campañas de San Martín y Bolívar, respondió a la ideología unitaria, que defendió ciegamente hasta el fin de sus días. El fusilamiento de Manuel Dorrego ordenado por él contribuyó al encumbramiento de Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires, contra quien se levantará sin éxito en repetidas oportunidades, siempre en defensa de la causa unitaria.

Juan Galo de La Valle nació el 17 de octubre de 1797 en Buenos Aires. Fue el quinto hijo de Manuel José de La Valle y Cortés y María Mercedes González Bordallo. Su padre, descendiente directo del conquistador de México, era contador general de las Rentas y el Tabaco del Virreinato del Río de la Plata.

En 1799, los De La Valle se trasladaron a Santiago de Chile.Desde allí palpitan las noticias de las invasiones inglesas, alarmados por la ineficiencia de las autoridades coloniales para resistir a los ingleses.

Ya en 1807 la familia se muda nuevamente a Buenos Aires. Por entonces, la crisis del imperio español comenzaba a evidenciarse y grupos de jóvenes criollos se plantean la posibilidad -lejana todavía- de cortar los lazos con la metrópoli.

La Revolución de Mayo resultó claramente adversa para con los De La Valle, por su subordinación a las autoridades españolas. Recién en 1812, una vez asumido el Primer Triunvirato, el gobierno nombra a Manuel (amigo cercano de Bernardino Rivadavia, secretario del Triunvirato) administrador de la Aduana de Buenos Aires.

El Primer Triunvirato es derrocado en octubre de 1812 por fuerzas dirigidas por militares pertenecientes a la llamada Logia Lautaro, entre quienes se encuentraban Carlos María de Alvear y José de San Martín.

A cargo del Regimiento de Granaderos a Caballo, San Martín decidió encaminar la formación de un conjunto de jóvenes voluntarios que se incorporarían como cadetes. pertenecientes en muchos casos a las familias más distinguidas de la ciudad. Juan Galo Lavalle (que en esa época suprimió el "de" de su apellido y lo apocopó, posiblemente para evitar la vinculación con los apellidos españoles) pidió su alta como cadete y fue aceptado en agosto de 1812.

Se destacó en las prácticas rigurosas impuestas por San Martín, y rápidamente se ganó su respeto. Sin embargo Lavalle no fue escogido para participar en el Combate de San Lorenzo, en el que las tropas de San Martín se impusieron sobre los realistas y su bautismo de fuego tuvo lugar durante la toma de Montevideo, en 1814. Allí, quiso el destino que actuará bajo las órdenes de Manuel Dorrego.

Cuando San Martín se hizo cargo del Ejército de los Andes, Lavalle recibe la orden de trasladarse a Cuyo para incorporarse al mismo. Allí, en uno de los convites organizados por Remedios de Escalada de San Martín, la joven esposa del Libertador, conoce a su futura esposa, María de los Dolores Correas.

Durante el cruce de los Andes, Juan Lavalle marcha a la vanguardia, bajo las órdenes del brigadier Miguel Estanislao Soler. Se destaca en el triunfo de Chacabuco, en febrero de 1817 y ya ostenta el grado de general en jefe, cuando el ejército patriota es derrotado en Cancha Rayada. Luego de la victoria de Maipú, Lavalle acompaña a San MartÌn en el avance sobre Perú, en el cual también brilla por sus dotes militares.

Lavalle forma parte del ejército que San Martín envió a Simón Bolívar para continuar con la independencia americana y participó de la campaña al Ecuador. Tiene una actuación excepcional en los combates de Río Bamba y Pichincha.

Juan Lavalle retornó a las Provincias Unidas en 1823, y tras un breve paso por Mendoza, donde vista a su prometida, emprende la marcha hacia la capital del antiguo Virreinato. El gobierno de Martín Rodríguez lo recibe con honores. Lavalle se sorprende de los cambios ocurridos en la ciudad, los cuales se encuentran fuertemente relacionados con las reformas llevadas adelante por uno de los ministros de Rodríguez, Bernardino Rivadavia.

Lavalle cumple su promesa y regresa a Mendoza, donde contrae matrimonio con María de los Dolores en abril de 1824. Regresa a Buenos Aires junto con su esposa y es nombrado jefe del Cuarto Regimiento de InfanterÌa, cuyo objetivo es cubrir la frontera sur del rÌo Salado con el fin de avanzar sobre el territorio dominado por los indÌgenas, un problema que comenzaba a inquietar fuertemente al gobierno se pretendía demarcar una nueva línea de frontera que debía estar comprendida entre las costas del mar y las orillas del río Las Flores, pasaría por Balcarce y Tandil y avanzarÌa hacia el oeste, hacia el lÌmite con Santa Fe.

En febrero de 1826, Bernardino Rivadavia es designado presidente de las Provincias Unidas. La gestión de Rivadavia es fuertemente resistida por los representantes de las provincias, quienes ven en él la consagración del ideario unitario. í

En tanto, comienza a destacarse entre los opositores la figura de Manuel Dorrego, que desde las páginas del diario El Tribuno hostiga continuamente al poder Ejecutivo representado por Rivadavia y critica su proyecto de ley electoral en estos términos:

"...Y si se excluye a los jornaleros, domésticos asalariados y empleados también ¿entonces quién queda? Queda cifrada en un corto número de comerciantes y capitalistas la suerte del país. He aquí la aristocracia del dinero, entonces si que sería fácil poder influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro en el Banco, y entonces el Banco sería el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación con todas las provincias. "

Juan Lavalle es enviado a integrarse al ejército en la guerra con el Brasil, donde nuevamente se destaca por sus dotes militares.

En tanto, en Buenos Aires en 1826, las gestiones diplomáticas para concluir con la guerra en una posición nada favorable para las Provincias Unidas a lo que se sumó sanción de una Constitución unitaria y centralista puso en jaque al gobierno de Rivadavia que debe renunciar.

Él fracaso unitario facilitó la llegada a la gobernación de Buenos Aires del federal Manuel Dorrego, lo cual produjo una fuerte inquietud en el círculo oligárquico de la ciudad, que apoyaba al sistema unitario.

Así le escribía el unitario Julián Segundo de Agüero a Vicente López en ocasión de la asunción de Dorrego:

"No se esfuerce usted en atajarle el camino a Dorrego: déjelo usted que se haga gobernador, que impere aquí como Bustos en Córdoba: o tendrá que hacer la paz con el Brasil con el deshonor que nosotros no hemos querido hacerla; o tendrá que hacerla de acuerdo con las instrucciones que le dimos a García, haciendo intervenir el apoyo de Canning y de Ponsonby. La Casa Baring lo ayudará pero sea lo que sea, hecha la paz, el ejército volverá al país y entonces veremos si hemos sido vencidos."

A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retira a Dorrego el apoyo poltico y económico. Le niega recursos a través de la Legislatura y lo fuerza a transigir y a iniciar conversaciones de paz con el Imperio.

Dorrego tuvo que firmar la paz con Brasil aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la república Oriental del Uruguay en agosto de 1828.

La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas, fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra el gobernador Dorrego.

El primero de Diciembre de 1828 un golpe de estado encabezado por el General Lavalle derrocó a Dorrego . Algunos unitarios se dirigen a Lavalle y opinan sobre qué debe hacerse con el gobernador capturado.

Salvador María del Carril le escribe a Lavalle el 12 de diciembre de 1828,

"La prisión del General Dorrego es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil. La disimulación en este caso después de ser injuriosa será perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo de la fusilación de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla.

Prescindamos del corazón en este caso. La Ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este priincipio, de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra, y no cortará usted las restantes. Nada queda en la República para un hombre de corazón.

La nefasta influencia de Del Carril se aprecia en esta carta de Lavalle a Brown:

"Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato por el respeto que me inspira su persona.

Yo, mi respetado general, en la posición en que estoy colocado, no debo tener corazón. Vuestra excelencia siente por sí mismo, que los hombres valientes no pueden abrigar sentimientos innobles, y al sacrificar al coronel Dorrego, lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo.

Estoy seguro de que a nuestra vista, no le quedará a vuestra excelencia la menor duda de que la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles."

EL general Lavalle decide fusilar a Dorrego el 13 de Diciembre. El gobernador derrocado se despide de sus seres queridos:

"Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí.

De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado.

Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado."

Le escribe a sus dos pequeñas hijas:

"Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre. Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre."

Lavalle fusila a Dorrego y así lo anuncia en un Bando:

"Participo al gobierno Delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componente esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público."

En Buenos Aires, las repercusiones de la muerte de Dorrego no se hacen esperar y hacen que el propio grupo que había gestado el golpe de Estado se alejara estratégicamente de Lavalle, quien había sido designado gobernador provisorio, pero aún no había regresado a la capital. En las provincias del interior la situación no era muy distinta.

Finalmente, ante la inminencia de una guerra civil, Lavalle accede a reunirse con Juan Manuel de Rosas, cuya influencia era cada vez más importante en los círculos federales que asedian continuamente a las fuerzas de Lavalle. La reunión se produce en Cañuelas, en junio de 1829; allí Lavalle y Rosas firman un pacto por el cual se decide el cese de las hostilidades, la elección de autoridades para la reinstalación de la Legislatura, que nombrarÌa a un gobernador al que ambos se someterían junto con sus fuerzas. En tanto esto sucedÌa Lavalle ejercería el cargo de gobernador provisorio y Rosas el de comandante general de la campaña. El pacto tenía una clausula secreta, en la cual Rosas y Lavalle se comprometÌan a conseguir el triunfo de de una lista de candidatos a diputados que habÌa sido concebida por Rosas.

Pero los unitarios de Buenos Aires se negaron a suscribir esa lista. La ciudad se ve envuelta nuevamente en un conflicto armadoéentre federales y unitarios, y Lavalle, sin capacidad de respuesta, anula las elecciones y firma un nuevo pacto con Rosas, por el cual Juan José Viamonte fue nombrado gobernador provisorio.

A partir de entonces, la situaciÛn de Lavalle en Buenos Aires se volvió insostenible y debió exiliarse en la Banda Oriental. Allí lo encuentra la noticia del ascenso de Rosas a la gobernación a partir de una fuerte campaña de prensa en la cual Don Juan Manuel hablaba de Manuel Dorrego como un mártir de la patria y a Lavalle en un salvaje asesino.

En tanto, el general José MarÌa Paz, que encabezaba la oposición unitaria del inteior, se consolida en la provincia de Córdoba, desde donde lanza la llamada "Liga del Interior", que pretende acabar con los caudillos federales de las distintas provincias, aliados de Rosas. Instigado por Salvador María del Carril, Lavalle enprende entonces una invasión a Entre RÌos desde la Banda Oriental cuyo objeto es el avance sobre el litoral, para reunirse con Paz, pero es dos veces derrotado.

En 1839, a partir del apoyo de los exiliados del régimen rosista pasa a Entre Ríos y comienza a avanzar con el objetivo final de derrocar a Rosas. Pero en setiembre de 1840, Rosas logra reunir 17.000 hombres para hacerle frente, por lo cual Lavalle, al mando de apenas 1.100, se retira a Santa Fe.

Su tropa es constantemente perseguida, y Lavalle fracasa sucesivamente en todos sus intentos de reorganizar su maltrecho ejército.

Llega a Tucumán en 1841, desde donde intenta una vez más avanzar sobre la capital, pero es derrotado en Famaillá por las fuerzas de Oribe, el caudillo uruguayo apoyado por Juan Manuel de Rosas. La derrota marca el fin de la llamada "coalición del norte".

Después de la derrota sufrida en Famaillá el 19 de septiembre de 1841, el General don Juan Lavalle mandó ensillar, y con los 200 hombres que le quedaban se retiró hacia Jujuy.

Al llegar a Salta conoció a Damasita Boedo y se la llevó en su retirada. Damasita era una hermosa joven rubia, de ojos azules, que no llegaba a los 25 años de edad.

Cuando el contingente llegó a Jujuy el 7 de octubre por la noche, se encontró con que las autoridades habían fugado hacia la quebrada de Humahuaca, dejando acéfalo el gobierno.

A las 02.00 horas del día 8, el General Lavalle hizo acampar a sus tropas en unos potreros de alfalfa en los suburbios de la ciudad, en el lugar llamado La Tablada.

En la madrugada del 9 de octubre de 1841, una partida federal con unos 30 hombres, al mando del Teniente Coronel Fortunato Blanco, llegó hasta la casa donde se alojaba el general. Ante el ruido, salió Damasita, e interrogada por el paradero de Lavalle, contestó que el general no estaba y cerró bruscamente la puerta de calle. Esto provocó la sospecha de la partida federal que decidió echar abajo la puerta.

Lavalle salió al patio, pero ahora no se trataba de combatir con 97 granaderos contra 500 soldados enemigos, como en Río Bamba, o 100 contra 300, como en Pasco; ahora era una escaramuza, una especie de búsqueda policial inquiriendo de qué se trataba.

Los federales abriero fuego contra la puerta y una de las balas atravesó la cerradura e hirió de muerte a Lavalle.

El cadáver permaneció bastante tiempo tirado en el suelo hasta que el General Pedernera dispuso que fuese levantado. Su cuerpo fue colocado en su tordillo y la caravana, encabezada por Damasita, comenzó su marcha hacia la catedral de Potosí.

A veinticuatro leguas de Jujuy, como la descomposición del cadáver del general dificultaba la marcha, dispusieron descarnarlo, y el Coronel Alejandro Danel practicó esta penosa operación.

La caravana hizo 163 leguas. El 22 de octubre de 1841 llegó a Potosí, siendo recibida por el Presidente de Bolivia, quien dispuso que los restos del General Lavalle fueran depositados en la Catedral.

En 1858, los restos del General Lavalle fueron trasladados a Buenos Aires, y actualmente descansan en el cementerio de la Reoleta, a metros de la tumba de Dorrego. El general no pudo cumplir con su juramento: "Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro sobre mi espada, por mi honor de soldado que haré un acto de profunda expiación: rodearé de respeto y consideración a la viuda y los huérfanos del Coronel Dorrego"

***
El cadáver de Juan Lavalle
Josué Igarzabal
"Reflejos del Pasado".
El Historiador

Después de la derrota sufrida en Famaillá el 19 de septiembre de 1841, el General don Juan Lavalle mandó ensillar, y con los 200 hombres que le quedaban se retiró hacia Jujuy.

Al llegar a Salta conoció a Damasita Boedo, hermana del Coronel Boedo, una hermosa joven rubia, de ojos azules, que no llegaba a los 25 años de edad, y, enamorado de ella, se la llevó en su retirada.

En la madrugada del 7 de octubre hizo alto sobre el río Sauce, desde donde destacó al Comandante don Pedro Lacasa hacia Jujuy, llegando él ese mismo día por la noche. En Jujuy encontró que las autoridades habían fugado hacia la quebrada de Humahuaca, dejando acéfalo el gobierno.

A las 02.00 horas del día 8, el General Lavalle hizo acampar a sus tropas en unos potreros de alfalfa en los suburbios de la ciudad, en el lugar llamado La Tablada.

El general llegó enfermo, después de una marcha de dieciocho leguas en quince horas al tranco, los disgustos del día y el abatimiento que se había apoderado de su espíritu al ver derrumbarse todas las posibilidades de seguir la lucha.

Ocupó una casa en la ciudad en la que había estado alojado el doctor don Elías Bedoya, en calidad de enviado del general la noche del 8 de octubre, con su secretario don Félix Frías, el Teniente don Celedonio Alvarez con ocho hombres de su escolta y su ayudante Lacasa, que era ese día el edecán de servicio; por supuesto que también iba Damasita con el general.

En medio del profundo silencio de la noche comenzó a despuntar el alba del sábado 9 de octubre de 1841. En la madrugada trágica, una partida federal con unos 30 hombres, al mando del Teniente Coronel Fortunato Blanco, llegó al paso de sus cabalgaduras cerca de la casa donde se alojaba Lavalle.

Al ruido, salió Damasita, e interrogada por el paradero de Lavalle, contestó que, efectivamente, habíase alojado allí, mas que, en ese momento, se encontraba en el campo de La Tablada.

Cerróse la puerta de calle en seguida; Lacasa, que se hallaba durmiendo en la habitación de enfrente, a la derecha, en compañía de Félix Frías, se despertó y prestamente salió al zaguán, y por la puerta que no se había cerrado todavía alcanzó a divisar una partida de federales.

Rápidamente dio la voz de:

 ¡A las armas!

Las huestes enemigas parecían completamente desorientadas y no aprovecharon la circunstancia favorable de hallarse abierta la puerta de calle.

Ignoraban, por otra parte, que en ella se encontraba el General Lavalle. Lacasa hizo poner de pie a los soldados que se encontraban en el patio y corriendo al fondo de la casa se dirigió al general para pedirle órdenes. No era Lavalle un hombre de intimidarse lo más mínimo por este suceso, y antes de tomar medidas, inquirió:

 ¿Qué clase de enemigos son?

 Son paisanos -respondió Lacasa.

 ¿Cómo cuántos?

 Veinte o treinta.

 No hay cuidado entonces; vaya usted, cierre la puerta y mande ensillar, que ahora nos hemos de abrir paso.

La puerta de calle fue cerrada con precipitación, lo que produjo aún mayor recelo en la fuerza enemiga, que viendo en ello una señal de resistencia, decidió echarla abajo por algún procedimiento.

Lavalle salió al segundo patio cubierto con una bufanda de vicuña, dado lo temprano de la hora y estado de salud. De valor personal, temerario y de acuerdo a su costumbre, no es extraño que se presentara en el momento de peligro sin ceñir su espada.

El acero que lo acompañó en las guerras de la Independencia lo extravió su asistente en la batalla de Famaillá, por lo cual su secretario le obsequió una espada que fue la que le acompañó hasta su muerte.

Quería disponerlo todo por sí mismo con su arrojo y su intrepidez ante el peligro.

Pero ahora no se trataba de combatir con 97 granaderos contra 500 soldados enemigos, como en Río Bamba, o 100 contra 300, como en Pasco; ahora era una escaramuza, una especie de búsqueda policial inquiriendo de qué se trataba.

Al llegar a la siguiente puerta, que estaba cerrada, el general observó la partida por el ojo de la cerradura; en ese momento sonó un balazo..., luego dos más, tirados contra la fuerte y tosca puerta de cedro que guardaba la entrada principal de la casa. Este fuego sin dirección, hecho por la patrulla federal contra la casa, tuvo una virtud que ellos no soñaron. Una de las balas penetró por la cerradura e hirió mortalmente al General Lavalle, quien se dobló hacia adelante. La bala, que luego conservaría el General don Bartolomé Mitre como una reliquia, se alojó en su garganta.

La herida era mortal. El general cayó cerca del zaguán. Su sangre, que manaba en abundancia, empapó su bufanda de vicuña.

El autor de su muerte era un mulato llamado José Bracho, quien luego habría de conocerse entre algunos federales como el "héroe de la cerradura".

Lacasa, que había precedido a su jefe penetrando en la habitación, salió precipitadamente y encontró a Lavalle en el suelo en los estertores de la agonía. Luego quedó inmóvil, con los ojos abiertos hacia la puerta del zaguán que habría de ser famosa, y por donde su arrojo había pensado buscar la libertad en una arremetida audaz.

Nada podía ser más inesperado que el trágico fin del jefe que los había llevado a tantas batallas.

Algunos corrieron a incorporarse al grueso de las fuerzas que no lejos de allí estaban al mando de Pedernera, quien desde aquel momento tuvo que asumir el mando de las huestes, cada vez más diezmadas.

Estando en los preparativos para continuar la retirada, con el cadáver del general, se presentó Damasita al General don Juan Esteban Pedernera, quien al verla le dijó:

 Mire usted, Damasita: el general ya ha muerto; me parece por lo mismo que su presencia aqu¡ ya no tiene objeto. Seguramente que usted desear volver al seno de su familia, y si esto es así, le haré dar todos los recursos necesarios para que usted regrese a su casa.

Pero ella, que era de un alma entera, replicó con admirable entereza:

 Señor general: cuando una joven de mi clase pierde una vez su honra, no puede volver jamás a su país. Prepáreme usted una mula para seguir yo también adelante, y vivir y morir como Dios me ayude.

En casa del General don Juan Gregorio de Las Heras, a los pocos días de la muerte del General Lavalle, se hallaban reunidos el General Deheza, el Coronel de la Plaza y el General Don Mariano Necochea. Al tener conocimiento de la tragedia, el último dijo:

 ¡Pobre Juan! Los malos ejemplos de don Simón le habían trastornado la cabeza.

 El terreno estaba bien preparado -agregó otro de los presentes.

El cadáver permaneció bastante tiempo tirado en el suelo ’hasta que el General Pedernera dispuso que fuese levantado.

Así cayó el bravo General don Juan Galo de Lavalle, el héroe de Río Bamba, el magnífico soldado de Nazca, el rey de los arenales de Moquehuá.

Su cuerpo inanimado fue colocado en su hermoso tordillo y la caravana triste y silenciosa comenzó su santa peregrinación hacia la catedral de Potosí, tras el jefe muerto, puesto a la vanguardia para evitar que cayese en poder de las fuerzas de Oribe, que lo ansiaban tenazmente para llevar su cabeza a Rosas.

A veinticuatro leguas de Jujuy, como la descomposición del cadáver del general dificultaba la marcha, dispusieron descarnarlo, y el Coronel don Alejandro Danel practicó esta penosa operación.

Con el propósito de disecar mejor los huesos, fueron tendidos al sol sobre el techo de un rancho. Inesperadamente un cóndor descendió vertiginosamente de las nubes y apoderándose del cúbito del brazo derecho de Lavalle, remontó a las alturas.

Aquel cóndor, expresión de gallardía y fiereza de esos inmensos dominios solitarios y agrestes de la montaña y el espacio, tal vez quiso levantar en alto llevando y mostrando como trofeo el hercúleo brazo sableador del ínclito Granadero de San Martín.

La caravana hizo 163 leguas. El 22 de octubre de 1841, a las 21:00, llegó a Potosí, siendo recibida por el Presidente de Bolivia, quien dispuso que los restos del General Lavalle fueran depositados en la Catedral.

Damasita Boedo marchó con la caravana a Bolivia; llegó a Chuquisaca, y allí volviéronse locos los coyas más engreídos y retobados de amor por ella, y, conocedores de la aventura de que había sido objeto y por quien ahora peregrinaba sola en el extranjero, pretendieron reemplazar a Lavalle en la posesión de tan peregrina beldad. Pero no pudieron. La joven no había nacido para los coyas.

Un chileno cargó al fin con ella. Era Billinghurst, ministro plenipotenciario de Chile. Bajo su amparo pasó a Chile, donde vivió con el lujo y la holgura que le prodigaba su generoso amante; y lo que fue más tachable en ella es que regresó a Salta, punto de la tierra donde tan bizarramente había protestado ante el cuerpo del General Lavalle no volver jamás por culpa del muerto y causa de su deshonra.

Pero abandonó su juvenil rubor, volvió a la tierra de los suyos, que había hecho votos de no volver; deslumbró e incitó la envidia por sus trajes riquísimos y sus chales de seda con que se paseó por las calles, se zarandeó por paseos y se arrodilló en los templos, resplandeciendo todavía al lado de sus sedas y sus joya su amabilísima hermosura.

Volvió a Chile, donde murió.

En 1858, los restos del General Lavalle fueron trasladados a la Capital, y actualmente descansan en el cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, y el epitafio de su tumba encierra el postrer y eterno homenaje del pueblo argentino:

"Granadero: vela su sueño y si despierta dile que su Patria lo admira."

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