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28 juin 2003

José Martí, un revolucionario.

A 108 años de su caída en combate

 

Su rostro, colgado en la pared del cuarto o iluminado en una valla pública, me mira fijamente. Una cabeza ensimismada de bronce sobre la mesa de trabajo me acompaña. José Martí es un nombre frecuente de mi geografía urbana. Y sus textos, fragmentados, yacen dispersos en cualquier texto ajeno. A 150 años de su nacimiento, a 108 de su caída en combate, es una referencia ineludible para cualquier cubano. Pero su vigencia no está en el número de veces que se le cita, ni en su abrumadora presencia iconográfica. Si se descontextualizan sus sentencias, se seca y se torna incomprensible el hombre, y se convierte su obra en la suma de todas las frases, y de todas las interpretaciones posibles. Contextualizar no significa anclar en el pasado. Ni reducirlo a la mera lectura literaria.

Martí no se dejó acorralar por coyunturas pasajeras, ni se sumergió placentera o agónicamente en su rico mundo interior. Por sobre todas las demás facetas de su personalidad fue un revolucionario, es decir, un creador, un político fundador, un poeta. Los políticos geniales como él son creadores. Trabajan siempre sobre las más impredecibles y en ocasiones efímeras coyunturas, sin dejarse atrapar en sus redes, sin repetir soluciones, porque diferentes son cada vez los problemas. ¿Quién ha pedido el manual salvador ? ¿el libro imposible donde el Apóstol describiera las soluciones futuras de su República ? La muerte de los grandes políticos deja siempre un vacío irreparable : no hubo ni habrá manuales de comportamiento que sustituyan el instante de creación. En política no hay recetas. Entonces, ¿qué nos deja ? Principios, horizontes, ejemplos de conducta, caminos andados y por andar, metas y análisis históricos que deben estudiarse como se abordan las partidas ajedrecísticas de los maestros, sabedores de que sobre el tablero nunca volverán a repetirse exactamente las mismas fichas y posiciones. ¿Es poco ? De ninguna manera. Cuba tiene el privilegio de contar con el apostolado fundador de un hombre que supo trazar sobre las coordenadas de la naciente modernidad, un camino alternativo que integrara la justicia, la belleza y la verdad.

La primera enseñanza de nuestro fundador es su propia condición de revolucionario. De radical, es decir, de hombre que va a las raíces. De creador, de político que no acepta el dictamen de las apariencias. No podía señalar soluciones posibles precisamente porque no aceptaba el imperio de lo posible, que suele ser lo aparente, lo irreal, lo verdaderamente imposible. Hay quienes eluden hoy definirse como revolucionarios, y se enmarcan (o se enmascaran) en una llamada izquierda democrática. ¿Qué entienden por izquierda democrática ? ¿quién podría objetar ese vocablo de múltiples valencias ? Izquierda y democracia, dos términos que sin precisiones históricas y sociales, nada significan. ¿Acaso no es posible hablar de una democracia revolucionaria ? Confunden las palabras y mal interpretan la historia. Los errores y desvíos del socialismo europeo, repetidos una y otra vez en cámara lenta por la propaganda unipolar, han hecho olvidar a muchos su horizonte. Por otra parte, el poder militar y económico del imperialismo, la capacidad autodestructiva acumulada por la humanidad, confirman la idea de que la batalla principal hoy es la de la conciencia, la de las ideas, y hacen suponer que la sociedad global impondrá su instinto cultural de conservación. Otro político creador, Fidel, había advertido en 1998 : "Hoy ya la cosa es de otro carácter, es mundial, es la fuerza del pueblo, la educación, la conciencia ; las masas, con un creciente poder, son las que tendrán que resolver estos problemas.(...) Serán otras tácticas, ya no será la táctica al estilo bolchevique, ni siquiera al estilo nuestro, porque pertenecieron a un mundo diferente. Serán otros caminos y otras vías por los cuales se irán creando las condiciones para que ese mundo global se transforme en otro mundo. Yo no concibo otra globalización que no sea la globalización socialista"  [1]. Y un ejército de médicos cubanos invadió Centroamérica, y África, para contribuir a la Revolución necesaria salvando vidas, sembrando ideas.

La propaganda unipolar asocia la violencia al ímpetu revolucionario. Pero la violencia es históricamente contrarrevolucionaria. Ante la pérdida de la razón, el Poder acude a la fuerza. Los revolucionarios han tenido que usar también la fuerza de sus brazos para defender sus verdades y sus conquistas, pero cuentan siempre con una fuerza mayor, la de las ideas. Los hombres pueden ser desarmados, las utopías no. Martí odiaba la guerra innecesaria, y preparó por amor la guerra necesaria. Luchó por una República verdaderamente democrática, que se sustentara en el pleno respeto a la dignidad del hombre. Sabía que las soluciones deben ser radicales, revolucionarias, para ser verdaderas. Cuba aspira a vivir en paz, a continuar el camino martiano de la democracia revolucionaria. Pero sabrá defender también con las armas, si fuese necesario, el legado de su hijo mayor.

Por Enrique Ubieta Gómez
Trabajadores

* Director de la Cinemateca de Cuba

Referencias :

Notes

[1Fidel Castro : "Entrevista concedida a la prensa nacional y extranjera" (23 de junio de 1998), en Globalización neoliberal y crisis económica global, La Habana, 1999, p.36

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