recherche

Accueil > Âme américaine > Héros > José Carlos Mariategui

31 janvier 2005

José Carlos Mariategui

 

La cultura peruana ha contribuido al pensamiento latinoamericano con dos inteligencias que señalaron rumbos en el difícil camino ascendente del continente : una de ellas fue Manuel González Prada, la otra José Carlos Mariátegui. Con el paso del tiempo la personalidad de Mariátegui se agiganta y se proyecta entre los intelectuales comprometidos a trabajar para que la cultura esté al servicio del pueblo.

’Mariátegui’

Como eras hombre, tu arte fue humanista.
Lo trabajaste a modo de un acero :
Tu amor, la llama y tu odio de utopista,
Martillo forjador. Fuiste un obrero.
Fuiste un obrero del dolor humano :
La roja pluma de dolor sedienta

Con fuerza asiste y con honrada mano,
Y en tu mano la pluma fue herramienta.

Alvaro Yunque

Socialismo, Hegemonía y Nación.

Para Mariátegui la actividad intelectual no era una función intrínseca del espíritu humano, ni consideraba que los intelectuales constituyen un grupo autónomo, independiente de la sociedad. Creía que en toda actividad humana hay algo de intelectual. ¿No emplea acaso un obrero manual juntamente con su fuerza muscular la inteligencia que conduce a alcanzar conscientemente un objetivo ? ’El destino del hombre -decía Mariátegui- es la creación. Y el trabajo es creación, es decir liberación. El hombre se realiza en su trabajo’.

No existe actividad humana en la que se pueda excluir toda intervención intelectual ’no se puede separar -afirmó Antonio Gramsci- al homo faber del homo sapiens’. Todos los hombres y mujeres al margen de su profesión manifiestan de alguna manera su aptitud intelectual, ya sea como artistas o personas de gusto, participando de una concepción del mundo u observando una línea de conducta moral.

La diferencia o el criterio de distinción del intelectual no deberá buscarse pues, en lo intrínseco del espíritu pensante sino en el conjunto de esas relaciones que constituyen y determinan el carácter profesional del mismo en el marco de la sociedad. El escritor no puede refugiarse en el mundo de un pensamiento puro que planee por encima de la realidad, puesto que expresa en términos de ideas las modificaciones anunciadas por el progreso técnico-económico y social.

Pero es aquí donde se separan dos tipos de escritores, los creadores de cultura y los distribuidores, es decir, vulgarizadores de la riqueza intelectual existente, tradicional. Mariátegui estaba enrolado decididamente en la primera de las tendencias.

Su labor intelectual se desenvolvió según el querer de Nietzsche, que no amaba al autor de un libro contraído a su producción intencional y deliberada, sino a esa actividad espontánea y creadora de pensamiento que lo hace nacer casi inadvertidamente.

No aceptaba como nuevo un arte que se redujera a traer una nueva técnica, pues creía que la renovación artística debía ser algo más que una conquista formal. ’En el mundo contemporáneo coexisten dos almas -decía-, las de la revolución y la decadencia. Sólo la presencia de la primera confiere a un poema o un cuadro valor de arte nuevo’.

Supo, por eso, unir al pensador con el militante, apasionadamente comprometido con la revolución transformadora de América Latina. Y cuando han caído tantos paradigmas, en realidad eran brújulas que ya habían entrado en desuso, es importante reflexionar con Mariátegui cuáles son las perspectivas del socialismo latinoamericano, porque él pensaba y actuaba no desde la copia sino a partir de la creación, en el mismo sentido que había advertido Simón Rodríguez, aquel utopista venezolano que fue maestro del Libertador Simón Bolívar, quien dijo a su generación y a las venideras : en América Latina ’inventamos o erramos’.

La de Mariátegui fue una vocación científica que era alumbrada por una fina intuición estética. Quedan los testimonios, muchas de esas obras aparecieron con posterioridad a su muerte, a los 35 años, el 16 de abril de 1930, en Lima. Desde ’La escena contemporánea’, sus ’Siete ensayos de la interpretación de la realidad peruana’, ’El proceso de la literatura’, en ’La novela y la vida’, ’El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy’, ’El artista y la época’, con ’Peruanicemos al Perú’, ’En defensa del marxismo’ e ’Ideología y política’, trazó caminos, cauces para que hoy repensemos a nuestro continente.

Uno de los aspectos de la concepción mariateguista lo constituye su definición del socialismo nacional latinoamericano. ’El socialismo no es, en ningún país del mundo, un movimiento antinacional. Puede parecerlo, tal vez, en los imperios. En Inglaterra, Francia, en Estados Unidos, los revolucionarios denuncian y combaten el imperialismo de sus propios pueblos. Pero la función de la idea socialista cambia en los pueblos política y económicamente coloniales. En esos pueblos, el socialismo adquiere... sin renegar absolutamente de ninguno de sus principios, una actitud nacionalista... las reinvindicaciones de independencia reciben su impulso y su energía de la masa popular’ (’Peruanicemos al Perú’).

Así explicaba con acierto Mariátegui la particular situación de las naciones coloniales y semicoloniales de la periferia, particularmente la de nuestro continente. La clave mariateguista está precisamente, en la identificación y conjunción -tarea también realizada por Antonio Gramsci- de lo nacional con lo popular, a tal punto que ’nacional’ y ’nacional-popular’ terminan siendo sinónimos (a diferencia de lo que acontece con los nacionalistas anacrónicos burgueses u oligárquicos), pues la realización de lo nacional, en la historia, significa integración -y emancipación, en tanto agente de la misma- del pueblo-nación.

Pero esta concepción del socialismo latinoamericano, no es concebida como un nacionalismo excluyente o aislacionista. Lo nacional es mucho más que una forma política ligada al Estado en el modo de la producción capitalista. Y su conformación no está, por lo tanto, amarrada al desarrollo de las fuerzas productivas, tal como lo creyeron muchos de los teóricos marxistas eurocentristas de fines del siglo IXX y principios del XX. Aparecería más como una etapa en el desarrollo histórico, que tiene que ver tanto con el desarrollo de las fuerzas productivas como con el proceso de socialización (es decir, no sólo la relación ’hombre-naturaleza’ sino también y fundamentalmente, la relación ’hombre-hombre’) y con su producto, la comunidad cultural. Por eso el socialismo latinoamericano sólo puede cumplir con sus objetivos en el contexto continental, en el marco del proceso de transformación y revolución continental.

Como enseñó Mariátegui en páginas fundamentales especialmente contenidas en su libro ’Ideología y política’, el populismo, guiado por la burguesía nacional, no pudo cumplir estos objetivos y estas tareas políticas indispensables. Las clases oprimidas deben asumir la conducción de este nuevo proceso que se abre y que es necesario recorrer para superar el marginamiento, la injusticia, la desigualdad y todo tipo de opresión.

Los próceres de la Primera Independencia habían advertido que el destino de nuestras naciones no dejaban paso a los marcos estrechos y exclusivistas de los nacionalismos oligárquicos y burgueses, sino que reclamaban por la unidad latinoamericana como condición de progreso, desarrollo independiente, liberación humana y social, de nuestros países.

El ’universalismo’ presente en el viejo internacionalismo proletario fue tributario del pensamiento universalista del iluminismo aunque de signo invertido : eran los proletarios y no los burgueses quienes realizarían la comunidad universal.

En función de ello, clase y nación aparecían como contradictorios, porque lo nacional era visualizado como un obstáculo (o en el mejor de los casos, como un ’dato’ de la realidad, a tener en cuenta para la propaganda política o sindical) para la construcción del socialismo a escala universal.
Nuevamente se vinculan a Mariátegui y Gramsci. Incluso se relacionan porque ambos serían ignorados tanto por la socialdemocracia como por el comunismo de su tiempo en cuanto a sus tesis renovadoras. En estos tiempos de crisis del populismo, de la socialdemocracia y del comunismo eurocentrista, pensar el socialismo desde América Latina es dotar de vida a las potencialidades revolucionarias de nuestro continente.

El dirigente salvadoreño Shafik Jorge Handal se refirió a la nueva situación expresando : ’Hay quienes, sacudidos por los acontecimientos mundiales, han llegado a afirmar con una seguridad impresionante que ya no habrá revolución. Que la revolución como cambio social ha terminado. Nos llena de orgullo ser los primeros en plantar la bandera de la revolución que ha iniciado su historia en medio de este panorama para algunos angustioso y desalentador’.

’Se trata esos sí -enfatizaba el dirigente salvadoreño-, de una revolución que llega a su meta bajo formas que deben recoger la situación en que ella se desarrolla. No hay ahora un día en el que la revolución derrocó al viejo poder e instauró su poder. El problema del poder en nuestra revolución ha empezado a resolverse en este período que se ha iniciado, en esta etapa que se ha iniciado’ (Discurso de Shafik Jorge Handal, Acto de solidaridad, 17 de enero de 1992).

Buscar los nuevos caminos es la tarea de esta hora preñada de posibilidades y esperanzas, de realidades injustas que es necesario remover. La búsqueda de las nuevas respuestas es uno de los desafíos más importantes para el continente de cara al siglo XXI. Desde la realidad imperialista, cada día más internacionalizada en su etapa de concentración, defendida a sangre y fuego por los sectores dominantes, incluso por algunos sectores de las capas medias ganadas por la socialdemocracia mediterránea de trasplante, surge un interrogante : ¿Es viable una nación, en América Latina, sin apelar al arbitrio de la integración ? Es necesario pensar que una nación es una comunidad cultural, pero a partir de una estructura productiva que la posibilite. La monoproducción latinoamericana, herencia imperialista, limita nuestras posibilidades. La revolución científico-técnica posibilita ahora cambios sustanciales no sólo para las naciones centrales sino también para las periféricas.

En América Latina, la cuestión nacional latinoamericana - como decía Mariátegui en su ’Punto de vista antiimperialista’- es anticapitalista ; pero no va a ser posible resolverla si no se plantea en el marco de la conformación de la ’nación de repúblicas’ de a que hablara Bolívar. Por eso, urge comenzar a recorrer esta etapa.

La unidad de los pueblos es indispensable y el internacionalismo no se transforma en un cosmopolitismo abstracto sino en la vigencia activa de la solidaridad de todas las clases y etnias sometidas.

También fue Mariátegui quien lo expuso con inteligencia ante los dogmatismos de su tiempo que aplicaban consignas mecánicamente y que no se ajustaban a la realidad de nuestro continente : ’Unicamente la lucha de los indios, proletarios y campesinos, en estrecha alianza con el proletariado mestizo y blanco contra el régimen feudal y capitalista, pueden permitir el libre desenvolvimiento de las caractéristicas raciales indias (y especialmente de las instituciones de tendencias colectivistas) y podrá crear la ligazón entre los indios de diferentes países, por encima de las fronteras actuales que dividen antiguas entidades raciales, conduciéndolas a la autonmía política de su raza’ (’El problema de las razas en América Latina’).
No suponía como fuerza revolucionaria, un partido obrero, monoclasista, sino uno de base social más amplia.

Mariátegui participó del debate sobre el racionalismo moderno occidental y se pronunció contra el lenguaje gamonal. La suya no fue una recusación de la razón, sino una nueva forma de aprender la realidad, desde el materialismo dialéctico y contra el idealismo metafísico y su renovación, el positivismo cientificista.
Para ello leyó y estudió no sólo a los socialistas clásicos, como Marx, Engels, Lenin sino que trabajó con otros elementos no marxistas de la cultura universal, como la teoría de los mitos de George Sorel, el intuicionismo de Henry Bergson, el historicismo hegeliano de Benedetto Croce y Giovanni Gentile. Leyó a Miguel de Unamuno, a Tilgher, Henry Barbusse. Conoció otros clásicos como Carlos Kautzky y Rudolf Hilferding, leyó a Trotzki y a Nicolás Bujarin y especialmente al marxismo italiano, Antonio Labriola y Antonio Gramsci, en sus primeros escritos de ’L’Ordines Nuovo’.

Consideró que la práctica política penetraba la vida humana dejando de lado la fría lógica determinista y creía que esa acción política se convertía en pasión, en una praxis humana que enfrentaba la enajenación.

Por eso, al relacionar la teoría de los mitos de Sorel con los mitos indígenas, diferenció los conceptos abstractos (simbólicos) con el mito como creación colectiva, en tanto creación de los hombres que pone en marcha esas fuerzas creadoras.

En el número 17 de su revista ’Amauta’, dijo : ’No vale la vida perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil ; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento’.
El pensador desmintió aquella idea que sostenía que el marxismo obedecía a un determinismo pasivo y rígido o que apelaba a una evolución social preestablecida. En Mariátegui se trata de una proyección voluntarista del pensamiento de Marx, y por eso lo creador de sus concepciones, una influencia que reconoce, repito, a Nietzche, Bergson y Sorel.

Ante una idea determinista de la realidad, cercana más al positivismo y al iluminismo que al marxismo, y el empuje triunfal del impulso interior nietzscheano, el peruano reivindicó el carácter humanista del materialismo dialéctico, el cual rechaza aquello de que la realidad se refleja mecánicamente en el pensamiento como en un espejo.

Entre el hombre y la naturaleza hay una dependencia recíproca, un accionar del uno sobre la otra. Es una dependencia recíproca indisoluble. El hombre, con su acción, es decir actividad práctica, está frente a la naturaleza que lo influye, pero al mismo tiempo reacciona contra ella, conociendo sus leyes y haciéndolas obrar y no solamente un producto de la naturaleza y de la sociedad. ¿Acaso no afirmaba Gramsci que la voluntad tenaz del hombre ha sustituido a la ley natural, al curso fatal de las cosas ?

Por eso, Mariátegui, el marxismo, más que en los textos, lo vivía como fuerza convocante de las masas, es decir como el ’phatos’ revolucionario de Marx.

Retour en haut de la page

El Correo

|

Patte blanche

|

Plan du site