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30 de julio de 2003

Haiti, la rebelion de Raboteau

 

Por Clara James
Argenpress.info

Unas barricadas formadas por neumáticos ardiendo caracterizan las entradas al ’territorio liberado’, un suburbio costero que separa a la polvorienta ciudad portuaria de Gonaïves del Caribe. Tras las barricadas la gente observa a hurtadillas desde los porches cómo hombres, mujeres y niños arrastran hacia los cruces restos oxidados de automóviles destripados y restos de tenderetes de mercado. Alguna pintada proclama ’Abajo Aristide’ o se asombra amargamente ’Aristide - la gente de Raboteau no comprende’. Más abajo, en la sucia calle a cuyos lados se alinean canales llenos de verdes aguas residuales y desvencijadas cabañas, cientos de personas se manifiestan, cantando y proclamando a gritos su rabia y frustración.

’Dile a los americanos que se lleven su basura’ grita una mujer, refiriéndose a la ocupación militar de 1994, que devolvió al poder al presidente Jean-Bertrand Aristide tras un golpe de estado que duró tres años (1991-1994). ’Ya hemos tenido bastante Aristide. Ya no le necesitamos. Aristide, traidor’.

’Nosotros levantamos Lavalas, y mira a dónde nos llevó’, dice un joven, refiriéndose al partido político originario de Aristide, Lavalas. Esto es Raboteau, el hogar de Amiot Métayer, ’El Cubano’, líder de la resistencia durante el golpe y defensor de Aristide tras ’el regreso’, y escenario en agosto de la Revuelta de Raboteau, cuando el barrio marginal - liderado por Métayer - se levantó contra el antiguo sacerdote parroquial ahora convertido en presidente. La historia que hay detrás de la revuelta es la historia de los feos entresijos de la maquinaria política de Aristide y de la erosión del movimiento popular haitiano.

Métayer es el más conocido defensor de Aristide y el líder en las calles de la ciudad costera de Gonaïves. Durante el golpe, él y su familia fueron acosados repetidamente y arrestados en alguna ocasión por sus conexiones con la ahora difunta Organización Popular Democrática de Raboteau (OPDR), una de los cientos de organizaciones populares que se resistió al régimen militar. Así, cuando una delegación de la capital se presentó el 2 de julio diciendo que el presidente quería verle en el Palacio Nacional, Métayer no se sorprendió y se metió en el vehículo que le aguardaba. Una vez en camino descubrió, sin embargo, que le llevaban a la cárcel.

Mientras las autoridades alegaban que el arresto de Métayer no tenía ninguna relación, justamente un día antes la Organización de Estados Americanos (OAS) había publicado finalmente un informe de 80 páginas sobre lo que el gobierno de Aristide y su partido de la Familia de Lavalas llaman el ’conato de golpe de estado’ del 17 de diciembre de 2001. A primera hora de la mañana unas 20 personas armadas entraron en el Palacio Nacional y lo ocuparon durante varias horas, destruyendo algunas oficinas y escapando a continuación. Tras un intercambio de disparos y diversos enfrentamientos en los que varias personas resultaron heridas y algunos policías muertos, la mayoría de los atacantes escapó.

Según la OAS, y en contra de lo que alega el gobierno, el incidente no fue un intento de golpe. Mientras que el informe no iba tan lejos como los eternos rivales de Aristide, la coalición de partidos políticos denominada Convergencia Democrática, que alega que fue un ’auto-golpe’ orquestado para obtener el apoyo popular, los investigadores de la OAS dijeron que los atacantes gozaban de complicidad policial. Más aún, presentaron una relación de oficiales y miembros del partido de Lavalas que supuestamente incitaron y ayudaron a los violentos ataques de la turba armada contra los miembros del partido de la Convergencia y sus cuarteles que tuvieron lugar en diversas ciudades del país a lo largo del día siguiente.

En Gonaïves, por ejemplo, la OAS dijo que Métayer lideró un grupo armado que había prendido fuego a edificios del partido de la Convergencia y solicitó una reunión con su líder. No consiguiendo encontrar a éste, agarraron a un guardia de seguridad, lo mataron a golpes de machete y luego prendieron fuego a su cuerpo tras rociarlo con gasolina.

Más que condenar estos y otros ataques - donde ardieron y fueron saqueadas docenas de oficinas, hogares y centros culturales - al día siguiente el Primer Ministro Yvon Neptune los aplaudió diciendo: ’El pueblo ha identificado a sus enemigos’.

Pero Lavalas está en un aprieto frente a su propio enemigo, es decir, Convergencia Democrática, con la cual lleva dos años disputando sobre fraudes electorales. La disputa condujo a que los donantes y prestatarios internacionales congelaran unos 500 millones de dólares en ayudas y préstamos. Con la OAS ejerciendo como mediador, el Palacio Nacional tenía que reaccionar al informe del 1 de julio y el arresto de Métayer del día siguiente es considerado por muchos como un intento de ofrecerle a la OAS una señal, dado que nadie más - y en especial ninguno de los oficiales de Lavalas- fue detenido.

’El Cubano’ no aceptó fácilmente su papel de cabeza de turco. Denunció a Aristide en diferentes entrevistas radiofónicas, y en Gonaïves sus partidarios -antiguos miembros de la OPDR y algunos delincuentes que ahora se autodenominaban el ’Ejército Caníbal’- levantaron barricadas incendiadas, quemaron la aduana y cubrieron la paredes de la ciudad con pintadas. En un momento determinado, llegó en helicóptero una delegación del Palacio Nacional para ’negociar’, hay quien dice que con la ayuda de un maletín lleno de dinero. En pocas horas, las consignas de ’Abajo Aristide’ fueron sustituidas por ’Viva Aristide, pero liberad a Métayer y al día siguiente la palabra ’Abajo’ de las pintadas anti-Aristide había sido sustituida por ’Viva’.

Pero la tregua duró poco. Pronto se reanudaron las manifestaciones diarias, y el 2 de agosto los miembros del Ejército Caníbal secuestraron descaradamente un bulldozer y abrieron un agujero del tamaño de una casa en el muro de la prisión, liberando a Métayer y a otros 150, mientras sus ’soldados’ fuertemente armados mantenían a raya a la policía y a los guardias - de los que la mayoría sólo portan revólveres. Igualmente saquearon y prendieron fuego al Palacio de Justicia y al Ayuntamiento, incendiando un coche de la policía y el único camión de la basura de la ciudad.

En las manifestaciones, Métayer - adornado con una bufanda roja en honor a Ogou, el espíritu vudú de la guerra - y los miembros del Ejército Caníbal llamaron a todo el país a ’levantarse juntos, porque Aristide el traidor debe irse’. Métayer, Simeon, y cientos de otros juran que el Palacio Nacional llamó a Métayer a primera hora de la mañana del 17 de diciembre con órdenes de tomar las calles por las armas, para ’sitiar la ciudad’, para incendiar los cuarteles de la oposición.

’Si van a arrestar a alguien, no debería ser al Cubano’ profería airado Jean Simeon, un albañil de 54 años durante una marcha. ’Deberían arrestar a Aristide, porque es quien nos hizo llamar ... Quemamos por él, matamos por él ... Pensábamos que era un golpe.’

Hacia el final de la semana, con la misma rapidez con que se levantó, la Revuelta de Raboteau había finalizado. Métayer reenvió a su Ejército Caníbal a las chabolas, y de repente tenía un equipo de seis abogados. Contó a los reporteros que había gritado ’Abajo Aristide’ convencido solo ’a medias’, y sus abogados dijeron que no se escapó de la cárcel, sino que ’fue secuestrado, a la fuerza y a punta de pistola.’.

Actualmente ’el fugitivo’ vive a pocas manzanas de la estación de policía, reuniéndose ocasionalmente con reporteros y preparando su defensa. Los residentes ordinarios de Raboteau han dejado de manifestarse y de protestar, aunque sólo para reanudar su habitual forma de queja , más cauta y más críptica: un murmurar elíptico y sotto voce. Pero su ira, ahora traicionada no sólo por su presidente, sino también por su líder, es palpable.

A medida que la situación social y económica se ha deteriorado en Haití - debido entre otras razones a una década de políticas económicas neoliberales, al impasse político de dos años, a la corrupción y al reciente colapso de cientos de cooperativas de crédito que seguían un esquema piramidal - las protestas contra el gobierno se han difundido por todo el país. No pasa un día sin que se levanten barricadas o s cierren edificios públicos. Generalmente los que están en la calle son ciudadanos escasamente organizados pero legítimamente airados y hartos - hartos de una economía en contracción, de precios en alza, de falta de servicios y escuelas públicas, de un 70 % de desempleo, de un relato sobre la corrupción del gobierno tras otro, de la impunidad y el aumento de los delitos, del acoso e incluso del asesinato de periodistas. Las manifestaciones con frecuencia son respondidas con violencia. La policía ha disparado y matado a manifestantes, y en un incidente reciente mató a 40 cabras y a media docena de vacas de unos campesinos que habían paralizado el tráfico para pedir electricidad para su región.

Pero las manifestaciones anti-gubernamentales, en su mayoría espontáneas, no son la única muestra de la ’alta tensión’ que reina estos días en las calles haitianas. Exceptuando su momentánea rebelión, las bandas armadas como el Ejército Caníbal generalmente llevan a cabo manifestaciones progubernamentales, y en especial ’pro-Aristide’. A medida que el presidente pierde apoyo popular, él y su máquina política han buscado apoyo en esas tropas para aparecer en concentraciones, montar barricadas, denunciar a este o aquel político, o para atemorizar a quienes protestan legítimamente. Los grupos de defensa de derechos humanos como Amnistía Internacional o la Comisión de Derechos Humanos Interamericana de la OEA los han denunciado como ’paramilitares’, ’mercenarios’ y ’fuerzas de seguridad paralelas’, pero la prensa local los llama ’organizaciones populares’ porque algunos de sus líderes aparecieron en la década de 1990 como parte del movimiento popular.

’Estos grupos tienen armas de gran calibre. Pueden entrar a la fuerza en una prisión. Pueden atacar a la policía. Constituyen verdaderos ejércitos, ejércitos completamente ilegales’, explica Elifaite St. Pierre, Secretario General de la Plataforma de las Organizaciones Haitianas de Derechos Humanos. Las armas proceden de diversas fuentes - del período del golpe de estado, del negocio de la droga, e incluso, dicen algunos, de gente relacionada con el Palacio Nacional. ’Son paramilitares alineados con la estructura del poder político, con Lavalas, y trabajan para el gobierno, igual que hacían los escuadrones de la muerte en América Central.’

Louis Joinet, abogado francés y experto independiente en derechos humanos en Haití por cuenta de la ONU, visitó Haití en septiembre, y quedó escandalizado por lo que se encontró: ’líderes armados quasi-públicos’ de bandas paramilitares estructuradas que operaban con ’impunidad’.

A los líderes de las bandas - algunos los llaman ’agentes de multitudes’ - les pagan con cheques ’fantasmas’ de compañías estatales como la compañía telefónica o bien trabajan en el Palacio Nacional como ’asesores’. Cuando se necesitan cuerpos calientes, se distribuye el dinero de una forma tan notoria, que los gángsters callejeros no dudan en mostrar sus cheques a los periodistas amigos. El primer ministro incluso lo mencionó después de que dos conocidos agentes -estrechamente relacionados con Aristide- acudieran en septiembre a las ondas para anunciar un ’movimiento’ que le obligara a abandonar el cargo. Su predecesor había salido de forma muy similar pocos meses atrás.

’Yvon Neptune debe irse’ gritaba Paul Raymond a través de los micrófonos de los periodistas. ’Nosotros tumbamos a Cherestal y vamos a hacer lo mismo con Neptune’. Raymond, en su día miembro de una ’ti kominote legliz’ (comunidad de carácter confesional) en la antigua parroquia de Aristide, San Juan Bosco, luego leyó una relación de oficiales a los que llamó bandidos y ladrones, siendo coreado por una multitud de hombres, su ’organización popular’, al grito de ’Prendedlos’. Durante algunas semanas, la capital vio manifestaciones y conferencias de prensa acompañadas todas por la misma multitud, pero de repente se paralizaron. Obviamente, el amo de Raymond había decidido que las manifestaciones no estaban funcionando o bien había obtenido su propósito en algún escalafón ignoto de la trastienda política.

Las tropas político-paramilitares también intervinieron cuando Aristide visitó a principios de este otoño la Agencia Estatal de Impuestos. Algunas de aquellas mismas caras bloquearon las calles del centro, gritando salvajemente y sosteniendo pósters de Aristide cada vez que él o alguna cámara pasaban por delante. Esa misma semana intervinieron en una misión muy diferente. Los autobuses llevaron al menos 100 miembros de la ’organización popular’ a bloquear una manifestación pacífica de profesores y estudiantes universitarios y simpatizantes de éstos. Portando grandes carteles dominados por la cara sonriente de Aristide, los contramanifestantes, entre ellos algunas de las mujeres mayores necesitadas a las que generalmente se ve barriendo las calles de la ciudad, asediaron a los manifestantes lanzando montones de panfletos de Aristide, botellas de orina y piedras, ante la mirada de la policía. La paga ordinaria de aquel día fue de 10 dólares, el equivalente a siete días de trabajo con salario mínimo.

St. Pierre, de la Plataforma y antiguo activista estudiantil, fue amenazado directamente por algunos de los miembros de la banda, que gritaban: ’Vamos a acabar contigo. Te cogeremos hagas lo que hagas.’ Tales amenazas no pueden ser tomadas a la ligera en un país en el que el año pasado un periodista fue acuchillado hasta morir por simpatizantes de Lavalas - de la autodenominada ’organización popular’ ’Bella Durmiente’ - por tener a miembros del partido de la oposición en su programa de radio. Más recientemente, algunos reporteros han sido amenazados directamente por la policía y por las autoridades de Lavalas, y un miembro del congreso en St. Marc ha anunciado que cualquiera que diga ’Abajo Aristide’ será arrestado. Una semana más tarde éste mismo lideró una razzia casa por casa durante un sábado por la noche -su ’organización popular’ se llama ’Operación Escobazo Limpio’- en una búsqueda de miembros del partido de la oposición para apalearlos.

No es de extrañar, pues, que la mayoría de la gente llame a las bandas político-militares ’chimé’, que en el dialecto Creole significa ’bandidos armados’. Sin embargo, los medios de comunicación convencionales los llaman de forma sistemática ’organizaciones populares’ o bien ’OP’, formando un revoltijo junto con otras organizaciones auténticas de origen religioso-confesional, campesino o popular, que en 1980 intentaron promover una revolución real. El diario burgués ’Le Nouvelliste’ se regodea denigrando a los ’Opistas’, sugiriendo que publican un avance del calendario de barricadas en llamas, de forma tal que las clases superiores -que van y vienen regularmente desde sus barrios de las afueras- puedan planificar sus trayectos de la mañana.

’La prensa haitiana está totalmente controlada por la burguesía, de forma que no resulta sorprendente que mientras algunos reporteros puedan confundir inocentemente a las organizaciones realmente populares con cualquier otro grupo proveniente de un barrio marginal, hay otros que confunden premeditadamente los términos para vaciarlos de su contenido ideológico y político’, explica Marc-Arthur Fils-Aimé, director del Instituto Cultural Carl Lévêque (ICKL), un centro de educación popular que ha colaborado con las organizaciones populares haitianas desde 1989. ’No es un origen geográfico - como un vecindario pobre - lo que define a una organización popular. El elemento determinante es la opción de luchar por otro tipo de sociedad.’

Las organizaciones populares irrumpieron en el escenario político haitiano en la década de 1980, cuando fue ganando fuerza el movimiento para derrocar al régimen de Duvalier. Cuando ’Baby Doc’ huyó en 1986, aparecieron cientos de grupos. Los comités vecinales se organizaron para demandar servicios básicos, fundaron grupos de teatro y escuelas. Las asociaciones campesinas se movilizaron para recuperar tierras robadas o para protestar contra los términos abusivos y de explotación de los compradores de café. Grupos influenciados por la teología de la liberación se difundieron de parroquia en parroquia, llevando a cabo campañas de alfabetización y concientización. Sólo en Porto-Príncipe, los investigadores localizaron unas 150 organizaciones de este tipo a finales de la década. Junto con los sindicatos, asociaciones profesionales, grupos de estudiantes y partidos políticos, estas organizaciones constituyeron el movimiento haitiano democrático y popular que llevó a Aristide al poder en las primeras elecciones democráticas de la historia del país en 1990.

Una vez en el poder, Aristide - a quien la prensa convencional extranjera tildaba de ’incendiario’ y ’radical’ pero que sin embargo procedió a implantar las políticas neoliberales recomendadas por el Fondo Monetario Internacional -negoció lo que muchos consideran como el primer golpe al movimiento naciente- llenando los puestos estatales con líderes de organizaciones populares, fueran o no competentes, y convirtiéndolos en capitanes de la guardia al viejo estilo.

’Aristide quería militantes en la administración pública’ recuerda Janil Louis-Juste, profesor de política social y agronomía en la Universidad Estatal de Haití. ’Pero los empleó según parámetros individuales. Los cooptó’.

Seis meses más tarde, el movimiento popular recibió su segundo golpe cuando instigadores estadounidenses en las Fuerzas Armadas Haitianas llevaron a cabo un golpe de estado el 30 de septiembre de 1991. Durante casi tres años el ejército y el FRAPH (Frente para el Avance y el Progreso de Haití) paramilitar y vinculado a la CIA, cuyo nombre fue elegido claramente por su acrónimo, que suena a la palabra que el Creole usa para ’golpe’) aterrorizó al país, tomando como blanco a las organizaciones populares y sus defensores. Unas 5.000 personas fueron asesinadas. Un millar de miembros de las organizaciones populares también aceptaron asilo en los EUA a través de un controvertido programa que los progresistas sospechan que estaba destinado a eliminar gradualmente a los mejores activistas del país.

Para cuando regresó al poder en 1994, Aristide había perdido su base radical debido al trato que cerró con los imperialistas. (Volvió agarrado a las faldas de la ’Operación Restaurar la Democracia’ de carácter militar a cargo de los EUA, y acordó llevar a cabo políticas económicas incluso más profundamente neoliberales). Una vez más buscó apoyos entre los líderes individuales de las organizaciones populares. Les dio empleos y vehículos y organizó los ’Pequeños Proyectos para la Presidencia’ para los que, según algunas estimaciones, se entregaron unos 7,3 millones de dólares en ’vales’. Los proyectos recibieron críticas severas por su favoritismo y su corrupción. Al mismo tiempo, organizaciones no-gubernamentales -algunas bienintencionadas, y otras, como las financiadas por los programas de ’reforzamiento de la democracia’ de la administración estadounidense no tanto- rápidamente montaron organizaciones con proyectos de ’desarrollo’.

Aristide retomó el cargo en 2001, tras una ausencia de cinco años (la constitución prohíbe enlazar mandatos) en unas elecciones caracterizadas por una participación extremadamente baja y plagadas de acusaciones de fraude. Falto de legitimidad y con una popularidad en descenso, una vez más volvió a los antiguos líderes y grupos populares, muchos de los cuales se habían convertido en bandas armadas.

’Actualmente la mayoría de las organizaciones populares reales se han desintegrado’ dice Ertha Charles, un profesor y antiguo monitor de un grupo de jóvenes en la ciudad norteña de Pilate. ’En su día luchamos por la democracia. Arriesgamos nuestras vidas durante el golpe. Pero luego vimos que nuestros líderes se peleaban por cargos o por empleos y por llenar sus bolsillos. Actualmente mucha gente - yo mismo incluido - estamos totalmente desengañados de las ideas que teníamos y de las promesas que nos hizo Aristide. Actualmente estamos peor, no mejor. Sólo unos pocos oportunistas, gente que se pegó a las faldas de alguien, tienen empleo. La mayoría de nosotros no tenemos nada.’

Las bandas aterrorizan a la gente con los delitos y crímenes que cometen con total impunidad cuando actúan ’fuera de servicio’ y, lo que es más importante, disuaden a la gente de tomar las calles, de hacer oír sus voces, de organizarse.

Pero no todas las organizaciones populares se desintegraron o se volvieron bandas paramilitares. A lo largo del país, a pesar de la represión de la policía y de la ’chimé’, hay grupos - organizaciones de mujeres, de jóvenes, estaciones de radios comunitarias y asociaciones de campesinos - que se han aferrado a sus ideales.

’Evidentemente, ha habido un gran retroceso en el movimiento desde 1995, pero desde hace un año y medio, más o menos, hemos visto una cierta estabilidad, en especial entre las asociaciones campesinas,’ añade Fils-Aimé. Su organización trabaja con más de una docena de asociaciones de todo el país. ’La gente empieza a explicarse cosas y se niega a jugar el juego de Lavalas contra Convergencia. Están pensando en alternativas reales.’

’Lavalas, Convergencia, chimé, todos son lo mismo para nosotros’, asiente Clement François, miembro del comité ejecutivo de Tèt Kole ti Peyizan Aysisyen (Pequeños Campesinos Haitianos Cabezas Juntas), que tiene unos 10.000 miembros en 8 de los 9 Departamentos de Haití. ’Simplemente están luchando por el poder personal. Son los responsables de nuestra terrible situación. La única cosa que va a salvar al país ahora es que todos los que estamos sufriendo - obreros, campesinos, gentes explotadas - luchemos juntos’.

Pero la década de represión y cooptación ha cobrado su peaje a las gentes exhaustas y a sus organizaciones de base. Lo que queda por ver es si los que siguen comprometidos con el cambio real pueden o no organizarse en un contexto de represión por parte de la policía y de bandas armadas como el Ejército Caníbal, bandas que - como ha puesto en evidencia la Revuelta de Raboteau - no siempre puede controlar.

Probablemente esa sea la razón por la que Métayer siga libre. Incluso aunque las autoridades de Lavalas quisieran arrestarle a él y a otros líderes, podrían no tener capacidad para manejar la reacción de sus tropas. Cuando Métayer se dirigió a las ondas para anunciar que había escuchado que existían planes para eliminarle en Octubre, su banda inmediatamente estaba en las calles, aunque un día o dos más tarde -tras una llamada desde Puerto-Príncipe, u ¿otro maletín?- volvió a caer en el silencio. Félix ’Fefe’ Bien-Aimé no tuvo tanta suerte. Antiguo director del Cementerio Nacional y cabeza de la banda ’organización popular de base Galil’ (Galil es una ametralladora), él y otros dos fueron arrestados en Puerto-Príncipe a finales de Septiembre y no se ha sabido de ellos desde entonces, a pesar de las violentas protestas de los miembros de su banda y de las demandas de las organizaciones de derechos humanos.

En todo caso, mientras Lavalas trata de mantener el control de sus tropas en los barrios marginales, los enemigos de un cambio en Haití, aunque fuera en versión populista -sentados en los barrios de elite en las colinas alrededor de los barrios marginales de Puerto-Príncipe así como en las oficinas de Washington, provistas de aire acondicionado- están haciendo lo que pueden para ponerle la zancadilla a Aristide al tiempo que para impedir que un movimiento popular radical vuelva a prender en la base.

Las contradicciones internas y externas pueden llevar a una larga e interminable muerte de la maquinaria de Lavalas o a su repentina implosión. Los dos resultados tendrían efectos muy diferentes sobre los esfuerzos embrionarios para reconstruir el movimiento popular y democrático. Como dice el refrán: Se lè koulèv la mouri ou konnen longe li (’Sólo cuando ha muerto la serpiente sabes su longitud’).

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