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16 de mayo de 2005

Extender la ineficaz política de fumigación a los parques naturales de Colombia puede acabar con estas reservas

 

Por El Tiempo
Bogotá, 15 de Mayo del 2005

En los parques, no!

El Consejo Nacional de Estupefacientes tiene listo el borrador de una resolución que autoriza asperjar con glifosato los cultivos ilícitos detectados en tres parques nacionales -Sierra Nevada de Santa Marta, La Macarena y Catatumbo-Barí-. Hacerlo constituiría un desatino ambiental, sentaría un nefasto precedente jurídico y sería la peor prolongación imaginable de una política severamente cuestionada.

La presión es cada día mayor. La embajada de Estados Unidos no esconde su entusiasmo por el glifosato. El gobierno colombiano ha pedido 130 millones de dólares más para añadir una docena de aeronaves a la flotilla de 82 que ya fumigan. Alegan que hay coca en los parques, que la tala y la quema para sembrarla acaban con el bosque y que los químicos para cultivarla y procesarla son peores que el glifosato. Si no se fumiga, aseguran, los parques naturales terminarán convertidos en santuarios del narcotráfico.

No cabe duda de la devastación ecológica que le han causado al país los cultivos ilícitos, pero la pregunta en este caso es cuánta coca hay en los parques, y si el remedio de fumigar estas reservas naturales no resultaría mucho peor que la enfermedad que se pretende combatir. El último censo satelital disponible, realizado por el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci) y la Oficina de Drogas y Crimen de Naciones Unidas (ODC) encontró cultivos de coca y amapola en 18 de los 50 parques y reservas naturales, a fines del 2003. El del 2004 aún no se publica, aunque se sabe que en el parque Sierra Nevada (230 hectáreas) y el Catatumbo (107), la coca, más o menos, se mantiene, y en La Macarena pasó de 1.152 a 2.693 hectáreas. Un estudio de la CIA aduce que habría 6.650 hectáreas en solo seis parques.

En cualquier caso, se trata de una porción insignificante de la coca cultivada en Colombia y de la superficie de cada parque. Según el Simci, la coca en los parques disminuyó de unas 6.000 hectáreas a menos de 3.800, entre el 2001 y el 2003. Sin fumigación y gracias a programas de erradicación manual que, con apoyo de Holanda, adelanta la Unidad de Parques. Aun si el nuevo censo del Simci arrojase un crecimiento de las áreas de coca y amapola en parques naturales, asperjarlas no puede ser una peor ocurrencia.

Primero, porque violaría tratados internacionales, como la Declaración de Río de 1992, recogida en la Ley 99 de 1993, que establece que "para proteger el medio, las medidas de precaución han de ser ampliamente adoptadas por los Estados" y que, en caso de duda científica, hay que acogerse a la posibilidad menos perjudicial para el medio ambiente. Segundo, porque causaría múltiples daños biológicos y sociales, contaminando cultivos de pancoger y echando a colonos e indígenas en brazos de narcos y grupos armados. Tercero, porque podría llevar a que Holanda suspenda la ayuda económica a la erradicación manual en las zonas donde se fumigue. Cuarto, porque pondría en peligro un patrimonio único de flora y fauna, arriesgando lo que se dice que se quiere proteger. Y quinto, porque transmitiría un mensaje desmoralizador a los colombianos y un pésimo ejemplo al mundo.

La erradicación manual ha demostrado ser efectiva en los parques y en Perú y Bolivia. Se alega que hay zonas inaccesibles; pero si se puede hacer el Plan Patriota, se puede erradicar donde sea. El glifosato no mata la planta de coca; la erradicación sí. Mientras fumigar empujaría a los colonos a sembrar en lo profundo de los parques, cualquier programa de erradicación empieza por darles alternativas para salirse de ellos. Sin mano de obra, los narcos no podrán sembrar. Aún más que en otras zonas, en los parques el problema es social y no de policía.

La eficacia de la fumigación está cuestionada, y el desarrollo alternativo, que ha resuelto el problema en otros países, aquí es marginal. Pese a que la superficie de coca se ha reducido en 46 por ciento desde 1999; pese a que los decomisos de cocaína en el país pasaron de 80 a 178 toneladas entre el 2001 y el 2004 y también aumentaron en Estados Unidos, la droga se consigue hoy allá en más áreas que antes, 11,4 por ciento más pura y al mismo precio. Colombia es la única nación del mundo que permite la fumigación (hasta Afganistán se negó). Entre el 2002 y el 2003 se fumigaron más de 260.000 hectáreas para erradicar menos de 60.000. Cada año se asperjan más y se eliminan menos. Se arguye, entonces, que hay que fumigar más.

¡Después de asperjar otras 135.000 en el 2004, la CIA dice que la superficie cultivada no disminuyó una hectárea! El cultivo se desplaza, no se acaba: Nariño empezó el Plan Colombia con menos de 4.000 hectáreas de coca; cuatro años y 70.000 hectáreas fumigadas después, a fines del 2003, tenía casi 18.000, según el Simci. O 60.000 hoy, según el Gobernador.

El balance de más de 20 años de fumigaciones aéreas de cultivos ilícitos deja, pues, mucho que desear. Para completar esta estrategia desatinada, solo falta hacer llover glifosato sobre los parques naturales. La chequera de nuestro querido embajador Wood no cubre los costos sociales y ambientales de tan dudoso entusiasmo químico. Con ellos corremos los colombianos.

editorial@eltiempo.com.co


Los pilotos de EE.UU. fumigan en la frontera con Ecuador

Pore Dimitri Barreto
El Comercio
. Bogotá y Tumaco, 16 de Mayo del 2005

El sol es abrasador, pero el veterano de guerra estadounidense parece indiferente, con sus anteojos oscuros y vestido con overol. Sin hablar español, supervisa a los dos policías antinarcóticos de Colombia que cargan una pesada manguera y abastecen de glifosato a su avioneta AT-802 de 2,9 millones de dólares.

Los dos policías tienen un parche rojo en el pecho: "Mezclador de herbicidas". Y trabajan en una zona pantanosa, junto a la torre de control del aeropuerto La Florida, en Tumaco, muy cerca de Ecuador.

"El glifosato no es tóxico", asegura uno de ellos, aunque se calza un par de guantes de nitrilo que lleva en los bolsillos de su traje anti-inflamable.

También se ajusta en la cara una mascarilla con dos filtros y visores, antes de mezclar glifosato con agua y cosmoflux, un coctel que luego se carga a siete avionetas para fumigar sobre los cultivos de coca en Nariño, al sur de Colombia.

La base de Tumaco es uno de los cuatro puertos utilizados por Estados Unidos para las tareas de fumigación de coca que forman parte de su asistencia en el Plan Colombia.

Junto a la pista hay cilindros azules de 52 galones llenos de glifosato puro, cada tanque cuesta 2 034 dólares. Estos, como las avionetas AT-802 y los pilotos de esas naves, todos ex combatientes estadounidenses que prefieren no revelar sus salarios, son financiados por Estados Unidos.

El jefe de las tareas de fumigación, desde su oficina en una área restringida del aeropuerto de Bogotá, revela que en Colombia hay 20 avionetas de fumigación operativas. Y que sus pilotos son contratistas seleccionados en Washington, ex militares estadounidenses. A ellos se suman cinco extranjeros, pilotos expertos de helicópteros UH-1N, como el ex oficial peruano "Azor".

"Así me llamo", dice el corpulento hombre de lentes negros y cabeza rapada. Es el comandante del grupo de helicópteros que brinda protección a las avionetas en las misiones de fumigación. "Tengo experiencia con estos helicópteros; hace 10 años salí de las Fuerzas Armadas de Perú", relata orgulloso, sonriente.

Su misión es entrenar a pilotos de la Policía Antinarcóticos de Colombia. "En los helicópteros siempre tenemos un artillero colombiano", asegura un diplomático de la Sección de Asuntos de Narcóticos (NAS), en Bogotá, oficina a cargo de eliminar la droga en Colombia, que depende del Departamento de Estado de EE.UU.

"Nuestro programa más grande es la erradicación. Apoyamos a la Policía en ese trabajo; ellos tienen el papel principal: ponen el personal en las bases, proveen pilotos y técnicos para los helicópteros y, a través del contrato que se hace en Washington, les damos pilotos para fumigación, mecánicos y apoyo logístico".

Los helicópteros policiales van artillados con ametralladoras M-60. Las avionetas fueron blindadas en el 2004. EE.UU. reconoce que en el 2002 sus naves de aspersión recibieron 194 impactos de bala; en el 2003 sufrieron 380 ataques y un piloto murió; en el 2004 soportaron 135 y este año 45, hasta abril. "El trabajo aumentó en Nariño, aquí la guerra al narcotráfico es dura", dice "Azor", de 42 años.

Su comentario es, en realidad, una seria preocupación para los diplomáticos estadounidenses en Colombia. En el 2000, el Gobierno de Bogotá anunció el Plan Colombia para eliminar, con la ayuda de EE.UU., el 50 por ciento de cultivos ilícitos, en cinco años.

En septiembre concluirá ese plazo, pero la ayuda seguirá. Según el NAS, en Colombia se ha logrado aplacar el 34 por ciento de cultivos de coca, sin contar con los brotes de amapola, que -a diferencia de la coca- no se pueden detectar por satélite ni con los sofisticados instrumentos aerotransportables de Estados Unidos.

Al inicio del Plan Colombia se estimaban 60 000 hectáreas de coca en el amazónico Putumayo, en la frontera con Ecuador. Ahora, según las cifras de EE.UU., en la zona hay 17 000 hectáreas, debido a la fumigación. Pero los cultivos de coca se desplazaron a Nariño, también en la frontera con Ecuador. En el 2002, cuando empezó la aspersión, en ese departamento había 3 000 hectáreas de coca. Al finalizar el 2003 superaban las 60 000 hectáreas.

Los pilotos de EE.UU. rociaron con glifosato esos cultivos durante el 2004, pero el NAS admite que su estrategia tuvo un revés: el 90 por ciento de zonas fumigadas en Nariño se resembró con coca este año.

"Los narcotraficantes no están listos para botar la toalla con la coca en Colombia y abandonar el terreno, están volviendo a sembrar", admite un alto diplomático en la Embajada de EE.UU. en Bogotá.

"Pero hay que decir que sí hay una disminución en la producción de cocaína. La razón es que las zonas resembradas tienen plantas jóvenes y aún no empiezan a producir. Para el procesamiento de cocaína se requieren 18 meses, y no vamos a dejar de fumigar".

Esa victoria en el combate al narcotráfico es parcial, más aún después de que la asistencia estadounidense a Colombia sufrió un drástico incremento luego de los atentados del 11 de septiembre del 2001.

En el 2000, el Plan Colombia contempló una inversión de Estados Unidos que no excedía los 1 300 millones de dólares, especialmente para la adquisición de helicópteros, aeronaves y entrenamiento. Al cabo de cinco años, el soporte de Washington a la guerra en Colombia suma 3 500 millones de dólares, según datos del Congreso de aquel país.

Esa estrategia implicó un incremento de las acciones del Grupo Militar asignado a la Embajada de Bogotá. Actualmente, esa oficina cuenta con "520 militares en Colombia y 120 civiles contratistas del Departamento de Defensa que apoyan nuestra misión", dice un uniformado de EE.UU.

De hecho, desde hace 22 meses, el Jefe del Grupo Militar en Bogotá es un oficial de las Fuerzas Especiales de EE.UU., coronel Simeon Trombitas.

La presencia del Pentágono en Colombia ahora dista mucho de la de los años 60, cuando apenas contaba con equipos para capacitar a la Fuerza Aérea Colombiana (FAC). El Grupo Militar es el tercero más grande del mundo y cubre 22 zonas de Colombia.

En los últimos dos años, los uniformados estadounidenses formaron una Academia Antiterrorismo. Los dos primeros cursos se dieron al Ejército, el tercer curso a Infantes de Marina y el siguiente a la FAC.

Además, hace un año integraron el Comando Conjunto de Operaciones Especiales para unificar el entrenamiento, equipamiento, Inteligencia y operatividad de las Fuerzas Especiales de las tres ramas de las FF.AA. de Colombia.

El Grupo Militar brinda ayuda al Ejército, Armada y Aviación colombianos y, en ese sentido, tiene tres misiones en Colombia, según voceros de esa oficina: adquirir equipos, capacitar a las unidades y dar logística a los militares.

"También damos gasolina, alimentos y ayuda en términos de las operaciones militares. Siempre trabajamos en interagencias con la DEA, el NAS y el Comando Sur", dice un alto militar de la Embajada.

"Nosotros no podemos participar directamente en el combate pero llevamos armas, por nuestras reglas, si se produce un encuentro, así podemos proteger nuestras vidas", señala el uniformado y hace una infidencia: "Desde la visión militar, Colombia es dos veces el tamaño de Iraq".

Por esa razón, la mayoría de los recursos se invierte en "operaciones móviles, combate cuerpo a cuerpo, tareas de selva y re-entrenamiento".

La capacitación a la Policía Antinarcóticos no está en sus manos. De ello se encarga el NAS, con los contratistas de "La Fuerza de Pilotos Multinacional", definida así por un oficial de la Embajada.

En la pista de Tumaco, los pilotos de esa Fuerza extranjera, expertos en conducir helicópteros estadounidenses, son los "Cuervos". Uno de ellos es el peruano "Azor": "Yo estuve en Centroamérica, en Mozambique y ahora en Colombia, soy contratista de Dyncorp".

Las aspersiones

Estados Unidos reconoció 15 errores en la fumigación de glifosato en zonas donde no existía coca en Colombia. Por esas quejas pagó indemnizaciones. Según su archivo, más de 15 000 quejas han llegado a su Embajada en Bogotá.

No se fumiga el químico en estado puro, sino que se prepara una mezcla con 44 por ciento de glifosato, uno por ciento de cosmoflux (adherente para que el glifosato se fije a la hoja de coca) y 55 por ciento de agua, señala Colombia.

En el 2001, en Colombia se registraban 169 000 hectáreas de coca. Según Estados Unidos, en el 2002 se fumigaron 129 788 hectáreas, en el 2003 fueron 132 764 ha, en el 2004 sumaron 136 526 ha y en lo que va del 2005 (desde enero hasta abril) 72 106 hectáreas.

Nota: Cada aeronave puede llevar 802 galones de glifosato, pero por el blindaje transporta 650.

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