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Aunque la inversión en ciencia y tecnología sigue siendo escasa, los investigadores de la región mantienen su alta productividad. Pero se desplazan hacia disciplinas que requieren menos recursos.
Por Javier Lorca
Pese a la magra inversión estatal y la paupérrima inversión privada, los científicos del país y de América latina siguen manteniéndose productivos. Pero la falta de recursos los empujó a dedicarse a las investigaciones menos intensivas, menos costosas. Así surge de un nuevo informe de la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICyT). Y así lo confirma el coordinador de la red, Mario Albornoz : "Hay un desplazamiento de los investigadores desde las áreas que necesitan más equipamiento hacia las áreas que no requieren grandes inversiones en laboratorios, equipos ni otros insumos", dijo a Página/12. Un fenómeno que, en Argentina, se vería multiplicado por el costo en dólares de los insumos importados.
Los datos relevados por la RICyT en América latina y el Caribe sobre el estado de la ciencia y la tecnología (en adelante, CyT) son previos a la crisis económica del año pasado, pero permiten anticipar tendencias que, previsiblemente, los últimos meses han intensificado. "Para la ciencia latinoamericana, en 2002 se terminaron lo que venían siendo tendencias normales. Porque Brasil aumentó la inversión y Argentina entró en una profunda crisis. Brasil creó fondos sectoriales, con recursos provenientes de empresas privadas, porque cuando privatizó o concesionó servicios dejó establecido que parte de las ganancias deben ir al desarrollo científico -explicó Albornoz, director del Centro de Estudios sobre Ciencia del Grupo Redes-. Y en Argentina, con la devaluación, el gasto público medido en dólares cayó brutalmente."
Mientras la Unesco reclama desde hace años una inversión en CyT del 1 por ciento del PBI, el gasto latinoamericano apenas llega al 0,61 (para situar el dato : Estados Unidos invierte el 2,68 por ciento de su producto bruto). No obstante, el informe de la RICYT encontró para 2001 un pequeño aumento en los fondos destinados a CyT en la región, un incremento explicado por la expansión del gasto en México. La inversión regional es de 11.522 millones de dólares. De ese monto, el 56,3 por ciento corresponde a Brasil ; el 20,8 a México ; el 9,9 a la Argentina ; el 4,8 a Venezuela ; el 3,1 a Chile ; el 1,6 a Cuba ; el 1,2 a Colombia ; el 0,6 a Uruguay ; y el 1,7 corresponde al resto de los países latinoamericanos y caribeños. En la Argentina, la inversión en dólares era de 1.140 millones, una cifra que, tras la devaluación, se ha visto licuada.
Un aspecto que sigue marcando la diferencia con los países del Primer Mundo es la falta de inversión privada en CyT : en Japón, las empresas aportan el 73 por ciento de lo invertido y en Estados Unidos, el 70. "En Argentina, el aporte privado es del 20 por ciento. Aunque, después de la crisis del 2002, hoy debe estar muy por debajo", apuntó Albornoz. El sector privado argentino está incluso por debajo del promedio de América latina, donde las empresas destinan cerca del 40 por ciento del total.
Sobre la inversión mundial en investigación y desarrollo científico, el 39,8 por ciento es concentrado por Estados Unidos y Canadá. Los siguen la Unión Europea (27,1) y Japón (15,3). "América latina realiza el 1,9 por ciento del gasto mundial. Sencillamente, no existimos -detalló el coordinador de la red-. Pero, a la vez, América latina tiene el 2,7 por ciento de los investigadores del mundo : es decir, son investigadores que no reciben los recursos suficientes." Los científicos latinoamericanos son financiados con 57.790 dólares anuales, mientras que sus pares canadienses, por ejemplo, reciben cerca de 160 mil. "Y aún así -siguió Albornoz- la presencia de los investigadores latinoamericanos en las publicaciones científicas es del 2,7 por ciento. Esto significa que, pese a la carencia de recursos, nuestros investigadores se las rebuscan para mantenerse productivos."
Para medir la productividad de los científicos, el informe de la RICyT toma como indicador a la participación en publicaciones especializadas. Así, la base de datos bibliográficos Science Citation Index, que abarca revistas de diversas ciencias duras, detecta un 2,7 por ciento deartículos latinoamericanos. Pascal, otra base multidisciplinaria, acusa un 2,5 por ciento.
Este mismo indicador es el que permite advertir que los investigadores y científicos logran mantenerse productivos a costa de hacerlo en sectores menos intensivos y, en términos de la infraestructura necesaria, más baratos, en evidente desmedro del desarrollo de áreas de punta. "Esto se observa, por ejemplo, en que hay una alta participación en las publicaciones dedicadas a ciencias agropecuarias (un 6,5 por ciento) y una presencia baja en las dedicadas a química (1,7). Hay áreas en las que la falta de un laboratorio bien equipado vuelve imposible desarrollar ciencia y tecnología", concluyó Albornoz. El porcentaje de aparición es bajo también en las revistas de medicina (1,7) y vuelve a subir en las de ingeniería (2) y física (2,1).
OPINION
El cierre del CEA
Por Pablo Vommaro *
El proyecto para disolver el Centro de Estudios Avanzados de la UBA, que el Rectorado presentó en el Consejo Superior (CS) en la última sesión de 2002, expresa el estado actual de nuestra universidad.
Democracia y participación. El gobierno de la UBA es muy poco democrático. El proceso de toma de decisiones no incluye la participación real de los sujetos involucrados. La delegación, la representación y la verticalidad se combinan con el elitismo y lo estamental. Durante 2002 esto se profundizó. Al igual que con el Programa de Adultos Mayores que funciona en el Rojas, el proyecto sobre el CEA no contempla la participación de quienes trabajan allí ni del resto de la comunidad universitaria. Desde la minoría estudiantil presentamos un proyecto, con minoría de graduados y mayoría de estudiantes, para que la participación directa esté en la base de la toma de decisiones sobre la necesaria y urgente reestructuración del CEA.
Responsabilidad y transparencia. Junto a la mercantilización, la corrupción fue una característica de la gestión shuberoffista. A pesar de sus dichos, poco hace la actual gestión para revertirlo. El CEA fue un nicho de corrupción y clientelismo del shuberoffismo. Allí no existen evaluaciones, concursos ni gobierno colegiado. Pero el proyecto del Rectorado no dice nada al respecto. Como con Ubatec, Ubanet, Ubasalud y Eudeba, en su reestructuración o liquidación no está contemplada una evaluación académica, administrativa y financiera. El mecanismo es perverso. Se reconoce la situación irregular, se busca interrumpirla, pero sin investigar ni castigar a los responsables. La impunidad se perpetúa. Además, quien dirigió el CEA los últimos 8 años es hoy decana de Psicología y miembro del CS. El proyecto que presentamos también propone evaluar profundamente el CEA, desde su creación hasta el presente, antes de formular una propuesta seria.
Politización. La pregunta sobre qué universidad queremos construir parece no interesarle a quienes ocupan lugares de gobierno en ella. A pesar de proclamarlo al asumir, el rector hizo poco por politizar la UBA. El carácter político de las decisiones se disfraza con tecnicismos o academicismos. No se concibe la política como una práctica creativa y transformadora, ahogándola en una mediocre gestión de lo dado. Y en el CS abundan los peores vicios de la política tradicional. Es necesario emprender un debate acerca de qué conocimiento queremos creando espacios para producirlo no sólo en la comunidad académica, sino también con el resto de la sociedad y sus organizaciones.
Universidad alternativa. Ante la mercantilización neoliberal de la universidad, la reacción fue refugiarse en un academicismo estéril. Hace rato que la UBA no produce conocimiento transformador. En el mejor de los casos reproduce saberes autorreferenciales. Los espacios interesantes son la excepción. El mercado o el campo académico son los validadores del conocimiento. El rol de la universidad en el proceso de cambio social no es una preocupación prioritaria. Domina la discusión presupuestaria. Es importante, pero no alcanza. Es sobre la construcción de conocimiento (no solo en la universidad) el debate central que tenemos que dar. La universidad actual se cambia desde lo cotidiano y en forma autónoma, participativa y horizontal. Confluir con las organizaciones populares es imprescindible. Crear espacios autónomos, también. A la vez que criticamos y alteramos lo actual tenemos que ser capaces de crear lo alternativo conpasión, alegría y paciencia. Este camino tiene más preguntas que respuestas.
* Pablo Vommaro es consejero superior de la UBA, Frente de Agrupaciones Independientes (CEUP-La Mariátegui).
Pàgina/12, 31/01/03