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20 février 2003

Enterrar el "Consenso de Washington"

 

Por Xavier Caño Tamayo

Hace unos días finalizó el Foro Económico Mundial de Davos, el Sanedrín de la economía capitalista. Davos ha reconocido que cada país debe aplicar la política económica y social que le convenga sin exigir fidelidad a la ortodoxia económica y financiera que ha destrozado nuestras vidas la última década, el mal llamado "Consenso de Washington". La causa de este cambio de actitud del Foro de los ricos es el desastre económico tras una década de dogmas del "Consenso".

Desarmado y desaparecido en combate el comunismo, el capitalismo sacó pecho y en los estertores de los ochenta formuló directivas de política económica de obligado cumplimiento ; un desarrollo hasta sus últimas consecuencias del liberalismo económico formulado a finales del XVIII y principios del XIX.

El "Consenso" ordenó disciplina presupuestaria (pasión por eliminar el déficit), reforma fiscal (que favorece a quienes más poseen), liberalización comercial (desarme de aranceles de países menos desarrollados sin contrapartida de los ricos), apertura a la inversión extranjera (sin normas ni controles), privatizaciones (el patrimonio público al alcance de los poderosos), desregulaciones (disminución o supresión de garantías laborales, controles sociales y ambientales), garantía absoluta del derecho de propiedad y gobiernos de menor dimensión (salvo en su faceta policial).

Este "Consenso de Washington" fue promovido y elaborado por unos pocos, cuyos intereses no llamaban a engaño. Si uno se fija en máximos valedores de ese engendro de política económica, ve dónde están sus intereses. El secretario del Tesoro norteamericano, Robert Rubin, proviene de Wall Street, al igual que los anteriores secretarios, Roger C. Altman y Nicholas Brady. Todos trabajan en sociedades de inversión. Ernest Stern, antiguo presidente del Banco Mundial, es director de la banca J.P. Morgan, y el actual presidente, James Wolfensohn, también era directivo de un banco de inversión. Suma y sigue.

El "Consenso" fue redactado por un grupo de economistas estadounidenses, funcionarios del Gobierno de EE.UU., del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Un consenso muy limitado. Jamás fue objeto de debate general alguno ni sometido a ninguna votación. Ni siquiera ha sido ratificado formalmente por los países a los que les ha sido impuesto. Ha sido y es un ejercicio autoritario, codicioso e insolidario cuyos corifeos intentan justificar por el carácter pretendidamente científico-económico indiscutible de sus directrices. Es paradójico que, cuando los físicos del mundo ponen en cuestión lo inamovible y lo indiscutible de ciertos principios de la Ciencia (con mayúscula), redactores, defensores y ejecutores del mal llamado "Consenso de Washington" pretendan que esa visión interesada, obscena y parcial de la economía es ciencia económica pura de obligado cumplimiento. Por otra parte, el "Consenso" auguraba que con su aplicación aumentaría el crecimiento económico, disminuiría la pobreza y se incrementaría el empleo. Justo lo contrario. Además, el uso intensivo de recursos naturales ha causado un deterioro quizás irreparable del medio ambiente.

Latinoamérica, víctima principal de este "Consenso", es un claro exponente del desastre que ha significado. En 1980 había en 120 millones de pobres ; en 1999, el número había aumentado hasta 220 millones, 45% de la población ; y el 20% más rico es casi 19 veces más rico que el 20% más pobre, cuando la media mundial es que los ricos son solo 7 veces más ricos que los más pobres. Tras una década de ciega aplicación teológica de las directrices del Consenso de Washington, Latinoamérica está al borde del precipicio. La deuda pasó de 492.000 millones de dólares en 1991 a 787.000 en 2001. Ferrocarriles, telecomunicaciones, líneas aéreas, suministros de agua potable y energía fueron prácticamente liquidados y entregados a macroempresas estadounidenses y europeas ; se redujeron gastos públicos en educación, salud, vivienda y ayudas sociales ; se abolieron las medidas de control de precios, se congelaron salarios y millones de trabajadores fueron despedidos por los nuevos amos de las empresas públicas privatizadas. Importaciones masivas (con disminución de tarifas aduaneras por supuesto) para alimentar el consumismo de las clases altas y medias con ganas de ser altas provocaron la desaparición de empresas nacionales. Y más desempleo. Y según la Organización Internacional del Trabajo, el 84% de empleos que se crearon en los años dorados de aplicación del "Consenso" fueron precarios y con bajos salarios. Todo un programa.

En el recientemente celebrado Foro Social Mundial de Porto Alegre, Jorge Wertheim, representante de UNESCO en Brasil, ha denunciado en voz alta lo que todos sabían : el "Consenso" ha significado un dramático aumento de las desigualdades y un increíble agravamiento de la pobreza en el mundo.

El nuevo presidente del Brasil, Inazio ’Lula’ da Silva, ha rechazado el dogma neoliberal del "Consenso". Sin grandes alharacas, ha cambiado el destino de millones de dólares para comprar aviones de combate y los ha dedicado sencillamente a combatir el hambre de millones de brasileños, al tiempo que apuesta por la intervención intensa del Estado en educación, sanidad, protección del medio ambiente y salvaguarda de los recursos naturales. Pura herejía.

El "Consenso de Washington" ha sido un estruendoso fracaso. Los numerosos y los datos innegables están ahí. Quizás por eso, Jacques Chirac, que presidirá durante 2003 el club de países más ricos del mundo, el G7, ha prometido luchar por "una globalización controlada y solidaria". Acaso por la contumacia de las destructivas consecuencias de esa teología neoliberal nefasta que es el "Consenso", Y James Wolfensohn, presidente del BM, proclamó en noviembre de 2002, en una reunión latinoamericana preparatoria del Foro Económico Mundial de Davos : "El Consenso de Washington ha muerto". La fuerza de los hechos.

Y en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, representantes de la UNESCO han instado a enterrar para siempre el "Consenso de Washington" y dedicarse a la urgente tarea de erradicar la pobreza y acabar con el hambre y con el analfabetismo que sufren 900 millones de habitantes de la Tierra.

Enterremos entre todos el "Consenso de Washington".
¿O es que no se entierra a los muertos ?
Amén.

Xavier Caño Tamayo
Escritor y periodista
Agencia de Información Solidaria
xavicata@wanadoo.es

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