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Por César Lévano
Caretas, 25 de marzo del 2004
Aparte de los buenos ingresos que facilita, la política puede ser en el Perú la más gil de las profesiones o el más cómico de los oficios. Lo prueba el caso del almirante (r) Ricardo Arboccó Licetti, que no conservó ni 48 horas el cargo de presidente del Consejo Nacional de Inteligencia. No hubo tiempo ni para felicitarlo.
Arboccó renunció, según dijo, para no dañar el prestigio del régimen, en función del juicio por supuesto delito de colusión que se le sigue. Tiene otro caso pendiente, por uso de fondos intangibles del Fondo de Vivienda de la Marina.
Pero su fiasco es sólo el último de una serie que ha tenido como escenario el Consejo Nacional de Inteligencia.
El Presidente Alejandro Toledo ha dicho más de una vez : "¡Yo pongo orden en mi gallinero !".
Se supone que éste se halla poblado de gallinas.
No hay en eso una intención denigrante. Ocurre que no siempre el jefe de Estado pone orden en sus ideas. A veces le faltan ideas para expresar sus palabras.
En materia de ministros, Toledo no conoce la larga duración. A veces no es culpa de él, sino de los ministros. Lo malo es que a los ministros los escoge él. Por ejemplo, a Raul Diez Canseco. Un precedente para Arboccó es Nidia Puelles, ministra de la Mujer que duró apenas cuatro días, abrumada por acusaciones de nepotismo y corrupción anteriores a su ejercicio ministerial. No tuvo tiempo para pecar en el cargo.
Doña Nidia tuvo en la cartera de la Mujer una digna precursora : Doris Sánchez, una mujer tan hogareña que colocó a casi toda su parentela en el ministerio. Quería tenerlos cerca. Las malas lenguas -y las pruebas irrefutables- destrozaron ese paraíso familiar. Duró cinco meses y medio.
Toledo no se puede quejar : hay gente que lo sigue más allá de nuestras fronteras. El vituperino Víctor Hurtado, hace lustros radicado en Costa Rica, acaba de estampar en su correo electrónico : "El desgobierno de Toledo aún no acaba, pero ya es el acabose."
Un episodio precipitó la ruina reciente del Consejo Nacional de Inteligencia. Fue la campaña contra el ministro del Interior Fernando Rospigliosi, socorrida desde el Consejo de Inteligencia en acuerdo con el congresista Jorge Mufarech y probablemente digitada hasta por Toledo. Víctor Hurtado deshilacha la fibra : "Si Toledo apoya a un congresista empresario textil que hace cosas raras, se trata de una corrup-tela."
Si, como quería el poeta Novalis, "la humanidad es un rol humorístico", nada hay más chistoso que la política peruana. Su género más típico es el sainete. Víctor Andrés Belaunde acertó cuando dijo que nuestro humor no llegaba a las alturas de la sátira. Nuestra política se acomoda en un nivel más modesto.
A comienzos del siglo XX, un ministro de gobierno duró en el cargo sólo 14 días. Le pusieron "el ministro soneto". En esa onda, Nidia Puelles sería la ministra cuarteta, y el almirante Arboccó el presidente dístico.
Entra la tragedia
En contadas ocasiones, la brevedad ha estado signada por la tragedia en nuestra historia. Por ejemplo, en agosto de 1930, a la caída de Leguía, hay una celeridad tragicómica : el 22 se pronuncia el comandante Luis M. Sánchez Cerro en Arequipa. En la noche del 24, Leguía forja un gabinete presidido por el general Fernando Sarmiento. Cien oficiales se meten en Palacio y piden a Sarmiento que no acepte el cargo. Así se hizo. Leguía formó otro gabinete, presidido por el general Manuel María Ponce. Sánchez Cerro le envía un telegrama : "Retírese inmediatamente de Palacio".
En febrero de 1931, hay en Arequipa una sublevación militar contra Sánchez Cerro. La Marina se niega a llevar tropas para debelarla. En un momento, se nombra presidente de la República al doctor Ricardo Leoncio Elías, presidente de la Corte Suprema. El comandante Gustavo Jiménez, "El Zorro", dirige un contragolpe y pide al doctor Elías que se quede cinco minutos más en Palacio. Elías se niega, y pide que lo embarquen en un taxi con el colchón que ha traído de casa.
Esta parece una escena ideada por Woody Allen. Título : "Mi reino por un colchón".
Otro caso de brevedad, pero sin carga cómica, fue el gabinete de Fernando Belaunde que juramentó el 2 de octubre de 1968 y que doce horas después era disuelto por el golpe del general Juan Velasco. Velasco había estado en la juramentación en Palacio. Una gota de ironía se deslizó cuando, sin barruntar el cuartelazo, Francisco Belaunde, hermano del Presidente, le dijo al general : "qué gusto verlo por aquí". En Palacio.